Another ordinary day? [Phillip]

La verdad es que nunca he tenido ninguna queja del trabajo que he hecho, aunque sea servir y recoger mesas durante todo el día. Eso y aguantar algún que otro piropo de los clientes y a los maleducados y bordes de turno, además de los pervertidos. Lo bueno de todo lo negativo era no solo el salario, sino también la propina que te llevabas gracias al trabajo que realizabas. Eso compensaba el tener que estar todo el día de aquí para allá y tener que aguantar de pie, lo que después de unos días hacia que acabaras con la espalda completamente adolorida. Un horror… Por suerte los días libres “arreglaban” ligeramente ese problema, que no obstante volvía a aparecer luego.

Bufé ligeramente cansada cuando deje los platos cerca de la pila de la cocina para empezar a tirar las sobras a la basura y prepararlos para que los lavasen. Realmente las peores horas del día en el restaurante eran las horas “punta”. Desayuno, comida y cena, luego se podría decir que dependía más bien del día, del humor de la gente, de si había alguna festividad en el pueblo. Dependía de múltiples factores, la verdad. El último plato fue colocado en la pila y durante unos momentos me quedé allí plantada en la cocina antes de volver a salir al restaurante. Había poca gente, aunque de seguro empezaban a llegar más pues estábamos llegando a la hora punta del mediodía, aunque aquel día parecía todo bastante tranquilo. Storybrooke en general.

El menú del día estaba ya escrito en la pizarra que teníamos junto a la puerta de entrada en el exterior, yo misma había escrito dicho menú aquella mañana cuando Mordekhai me había dado a conocer cual sería el menú de aquel día de otoño. Después de eso me había pasado la mañana sirviendo cafés y desayunos en general, hasta que la cafetería había quedado prácticamente vacía, lo que nos daba tiempo para fregar el suelo, limpiar bien las mesas y dejarlo todo a punto para el mediodía.

Me apoyé contra la barra, poniendo los codos sobre la misma y apoyando mi rostro entre mis manos mientras mis ojos marrones seguían la estela de la gente que pasaba por delante del local. De vez en cuando viraban hasta uno de los dos relojes que había en el local y que desde donde yo estaba se veía a la perfección vigilando la hora que era. En un momento en concreto decidí moverme y recolocar por enésima vez las mesas. Me encaminé hasta la más alejada de mi posición inicial colocando nuevamente las sillas, el servilletero y de más cosas que había en la mesa cuando la campana que anunciaba que llegaba un cliente inundó el ambiente.

Me volví sobre mi misma para ver entrar a uno de los habitantes del pueblo. Dibujé una sonrisa casi perfecta en el rostro y caminé con soltura hasta la persona en concreto – Buenas tardes… - Le saludé invitándole a tomar asiento con un gesto de la mano. Además iba a ser una persona privilegiada porque a esa hora el Granny’s aún estaba un tanto… desierto.

Caminaba echando pestes por toda la ciudad. ¿Qué había hecho que todo cambiara tan radicalmente de un día para otro? Oh si, esa intrusa. Lucy, por lo que ha llegado a mis oidos. Una persona no originaria de Storybrooke pero que sin embargo estaba ahí. Nunca había sucedido nada semejante y la gente había ido viviendo sus vidas monótonas y vacías de sentido. Todos los días la misma tarea, todos los días los mismos saludos, los mismos trabajos, los mismos pensamientos. El mismo sufrimiento. Pero desde la llegada de la intrusa el ambiente estaba desagradablemente feliz. Tendría que hablar con la alcaldesa. Debíamos buscar alguna solución o acabaría vomitando arcoiris en cualquier esquina, y no creo que eso vaya a ser agradable para nadie. Pense en Skyer, mi pequeña mascota. Seguro que estaría cómoda comiendose a mas de uno de estos estúpidos pueblerinos. Quizá secuestrara uno o dos y la dejara alimentarse...el caos sería bueno para reventar esa burbuja inmunda.
Para no variar con mis costumbres, dirijo mis pasos al Granny's. No es la cafetería de exquisito paladar que yo habría querido, pero para desgracia de algunos es lo mejor que tenemos en este sucio pueblo. Lo que daría por unas finas tazas de porcelana y mesas sin manchas de café. Sin embargo, lo bueno de que sea el único café es que puedes enterarte de todos los chismorreos. Es como... una peluquería para abuelas. Si, definitivamente.
Suena la campanilla cuando atravieso el umbral de la puerta y automáticamente una de las repelentes camareras me dedíca una de sus escandalosas sonrisas. Reprimo la mueca de desagrado que me provoca y muestro mi perfil mas educado. O al menos lo máximo que me puedo permitir fingir. Buenos días señorita. ¿Sería tan amable de servirme un biberón de Milán?¡Ah no! Olvidaba que aqui no se pasa de los cafés básicos, claro... No sea que haya que memorizar seis recetas en lugar de dos. Que sea una capucchino entonces. Caminé sin mirarla hasta una de las mesas, la mas cercana a la puerta. Nunca me han molestado las corrientes de aire y este sitio es el mejor para escuchar todas las conversaciones, comprobado tras un centenar de cafés en el local.

Bueno, al menos se ha dignado en saludarme también. Muchos clientes entran y simplemente piden su encargo y ahí te quedas tú con la cafetera en la mano y esa sonrisa estúpida y cordial que tienes que poner para demostrar que tienes un buen trato con el cliente. Sí, no queremos espantar a los clientes o directamente quedarnos sin clientela por ser unos maleducados, rancios o cualquier cosa inadecuada que podamos ser aquellos que estamos de cara al público con ellos.

Días como este en concreto son aquellos en los que aún era capaz de preguntarme qué esperaban algunos de un lugar como Storybrooke. ¿En serio? Si querían algo tan finolis o incluso agua de distintos sabores que se fueran a otro lugar con más clase, porque desde luego aquí no los teníamos y aunque posiblemente debería haberme callado la boca, la serpiente que anidaba dentro de mí tenía ganas de salir por aquella boca que poseía. Me coloqué las manos en las caderas mirándole con el ceño ligeramente fruncido unos segundos antes de esbozar una sonrisa socarrona. – No sabía que usted era aún un bebé… Le hubiese hecho personalmente su biberón– Por supuesto me daba igual si ahora se ponía como una fiera.

Primero: no era ninguna inculta y sabía perfectamente que era el biberón de Milán.
Segundo: simplemente me hacía gracia el nombre de la bebida y lo había usado para chincharle un poco, que sí, que no debería haberlo hecho, pero ser correcta y educada todos los días de la semana durante el turno entero podía llegar a ser realmente agotador. Un poco de diversión a costa de los demás nunca sobra.

- Bueno, en realidad puedo asegurarle que sabemos más de dos recetas. – Dije con cierta irritación en la voz, que no fuésemos un lugar de cinco tenedores no quería decir que en nuestras cabecitas no hubiese memorizadas una gran cantidad de recetas. Pero, ¿de qué narices iba el tipo este? – Un cappuccino será – Y suerte tuvo de que no se me ocurriera meterle arsénico o algo. Al nivel de asesina no llegaba, aún. Antes de encaminarme a la barra le seguí con la mirada, observando cómo caminaba hasta una de las mesas, curiosamente una de las que más cercaba de la puerta estaba. Arqueé una de las cejas con curiosidad. ¿Lo hacía para poder huir rápidamente o algo? Algún motivo oculto habría, seguro…

De todos modos no me iba a parar más de la cuenta a intentar descifrar la personalidad de aquel personaje y que luego me dijese algo o dijera que no hacia mi trabajo con eficiencia así que me encaminé hasta la barra tras la que me coloqué para hacerle el cappuccino al “señor finolis” como mi cabeza ya le había apodado. ¿Qué otro apodo le pondrías tú a una persona así? Tampoco es que tardase mucho en hacerle el cappuccino, como mucho unos cinco minutos…

La taza en la que le serví la bebida caliente al personaje finolis estaba resplandeciente, cualquiera diría que acabábamos de sacar la vajilla de sus correspondientes cajas de lo brillante y limpia que estaba. Me acerqué hasta él con aquella sonrisa cordial pintando mis labios e iluminando en cierto modo mi rostro. Si le irritaba, discúlpeme, pero mi trabajo era precisamente ese, disimular el asco, la repugnancia, la irritación e incluso la rabia o ganas de marginar a la gente que me entraba, dejarlo todo de lado y servir la mesa con educación y neutralidad.

Un trabajo difícil, cabe decir.

- Su cappuccino, señor… - Por un poco se me escapa el mote mental que le he puesto y realmente es una suerte que mi cabeza en cierto modo me haya frenado a tiempo. Dejo la taza sobre la mesa y aunque en realidad debería irme de allí, decido quedarme por si el personaje va a pedir algo más. Nunca se sabe realmente.

Frunzo mis labios en una mueca casi divertida, mas escéptico que otra cosa. Oh, mis mas sinceras disculpas señorita... sabe usted lo que es un biberón de Milán... Pero apuesto a que no es capaz de prepararlo como es debido. En este cuchitril ni siquiera tienen los ingredientes necesarios para ello. No de calidad al menos. ¿Tiene un master acaso? Ah no... es una camarera. Si tuviese un master no estaría aqui. Estoy tentado a amenazar un poco con ponerle una nota en el libro de reclamaciones, pero no quiero empezar a discutir antes de tomarme un café. Todavía no soy persona y eso puede ser un peligro para cualquiera que se me acerque.
Apoyo mi bastón en el borde de la mesa nada mas sentarme, teniendo especial cuidado en dejarlo paralelo a mi asiento y bien pegado. No me importaría que alguien tropezara con él al entrar, pero no quiero arriesgar a que se rompa o a tener que agacharme a recogerlo del suelo porque alguien sea tan inútil de tirarlo. La rubia camarera me trae el café apenas cinco minutos mas tarde y arrugo el morro pese a que huele bien. ¿Han traido ya el periódico del día? Necesito información, pese a que pocas son las cosas que pasan en este pueblo. Ahora que la intrusa se pasea tranquilamente por las calles hay que estar mas al tanto que nunca.