Knock Knock. [Nate]

¡Maldita ella y esa cabeza del demonio que tenía! ¿Cómo podía estar últimamente tan despistada? Aquella tarde había ido a su clase semanal de kick boxing y, al sacar las cosas de su bolsa en casa, se dio cuenta de que su móvil no aparecía entre sus pertenencias. Sydney había salido con prisas del vestuario, alegando que tenía algo que hacer no sé dónde. Maldición. Si hubiera sido cualquier otra cosa no le hubiera importado esperar a la siguiente clase para recuperarlo, pues en cuanto su amiga viera que tenía algo que no le pertenecía la hubiera llamado y, una vez avisada, se lo habría dado la próxima vez que se vieran, y sí, estaba segura de que Syd lo tenía que haber cogido, pues ella había mirado bien antes de irse y no quedaba nada en el vestuario. Por desgracia, Katia no podía prescindir de su móvil. Aquel cacharro se había vuelto completamente necesario para ella, y desde que tenía aquella especie de chat gratuito con el que podías comunicarte con cualquiera de tu liste de contactos, bueno, no hace falta decir que pasaba bastante tiempo pegada a aquel aparatejo.

Cogió las llaves del coche y el bolso y salió por la puerta, subiendo al coche: sabía que su amiga no se encontraría en casa, pero seguro que antes de ir a donde quisiera que tenía que ir había dejado la mochila del gimnasio en casa, y con un poco de suerte su compañero de piso se encontraría allí, y él le era igualmente válido para aquello. La verdad es que no había tenido mucho trato con el compañero de su amiga, y las veces que había coincidido con él no había recibido un trato muy amable que digamos, pero a ella eso le importaba más bien poco, y no tenía vergüenza alguna para aquel tipo de cosas. Además, si Sydney convivía con él, tampoco podía ser tan malo, ¿no? Y a ella no le había hecho nada, por lo que ella trataba de llevarse bien con él, como con todo el mundo.

Al de un rato llegó a la urbanización en la que vivía su amiga y aparcó justo en frente de la casa de esta, lo bueno de aquel pueblo es que siempre había sitio para aparcar en cualquier lado. Se aseguró de apagar las luces, pues no quería que volviera a gastársele la batería del coche por un despiste como aquel –y además tenía puesto un post-it que le recordaba constantemente que debía apagarla–. Bajó del coche, colgándose el bolso del hombro y se acercó a la puerta. Cruzó los dedos antes de llamar, esperando que hubiera alguien y que Sydney hubiera pasado a dejar su mochila, y esperó.