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Mensaje por Violette Holloway Dom Abr 28, 2013 2:45 am

El reinado de los Romanov, un próspero y feliz país bajo el gobierno de la familia real, la dinastía Romanov, la cual cumple 300 años de gobierno en el país. Con este motivo se celebra una fastuosa fiesta en el Palacio de Invierno, residencia oficial de los zares, donde la Emperatriz María, madre del zar Nicolás II, le entrega una caja de música y un colgante donde se lee "Juntas en Adam" a la Gran Duquesa Anastasia, su nieta más pequeña, con la promesa de que ambas se reunirán en el reino vecino del príncipe Adam - cosa que sólo sabían ellas lo que significaba ese "Adam" - Sin embargo, el monje Rasputín, antiguo consejero real, aparece en la fiesta y al ser repudiado por el zar promete que éste y toda su familia morirán en los 15 días siguientes a esa noche. Para lograrlo, Rasputín vende su alma al diablo a cambio del poder para destruir a los Romanov, y como consecuencia se desata una revolución que termina con el asesinato de la familia real. Sin embargo, Anastasia y su abuela consiguen huir gracias a la ayuda un joven sirviente de palacio, pero la pequeña no consigue subir al tren que las sacaría de su reino y cae golpeándose la cabeza con las vías del tren, perdiendo así la memoria.

10 años después, Ania - así se llama ahora - es una joven de 18 años que debe abandonar el orfanato donde ha permanecido una década. Con la única pista sobre su pasado refiriéndose a la inscripción que dice en su colgante "Juntas en Adam" y por descubrir que significaba, la joven emprende el camino para saber quien es en verdad.


* * *

No podía parar de tararear esa cancioncilla en todo el día. Era demasiado pegadiza y a la vez tan ensoñadora y nostálgica, que sentía que al cantarla la envolvía en una nube de recuerdos. Pero por desgracia tan solo eran recuerdos borrosos que no podía recordar. Raro. Recordaba su nombre: Ania, pero su apellido era un misterio; pero algún día lo descubriría. No sabía cómo pero sabia que alguien ahí afuera la estaba esperando, debía ser algo especial para aquella persona que le había dado ese precioso medallón con aquella inscripción tan misteriosa.

Marchaba contenta y jovial hacia la nada. El reino estaba en pleno invierno y prácticamente no había nadie por los alrededores que anduviera husmeando. Se suponía que Gregorovich - la vieja que cuidaba el orfanato - la había mandado a trabajar en la fábrica. Pero el ir significaba que aceptaba ser la Ania huérfana que jamás sabría su apellido. Su única pista era Adam y su única oportunidad para escapar era en esos momentos que no había nadie por los alrededores. Pero claro, decirlo era una cosa y hacerlo era otra. Soltó un suspiro mientras el desanimo caía sobre ella y se sentaba en una pila de nieve. Miró al frente y apoyó su mejilla en una de sus manos mientras soltó un bufido y miraba a ese cruce de carretera que la tentaba mas y mas.“Tuerce a la izquierda” le había dicho aquella vieja. Pero ahí estaba la chica sin memoria.

"Pero si voy a la derecha tal vez.. Podría ir a ese sitio donde quizás estuviera ese tal Adam". Pensaba mientras tomó el colgante y lo giró entre sus manos. Pronto su cordura venció de nuevo a su imaginación. "Esto es una locura, ¿yo? ¿Ir a algún sitio?¿Salir de este lugar? ¿Por una corazonada? No es que cuente con una cantidad de dinero, ni si quiera tengo nada". Soltó un grito frustrado al cielo, Dios estaba poniéndole las cosas difíciles y ni si quiera iba a enviarle una señal; lo que fuera. Frustrada, enterró la cara entre sus manos cuando notó que algo le tira de la bufanda. Dio la vuelta y se encontró con un pequeño perrito de color gris, que no le dejaba de tirar una y otra vez, mirándola con una mirada juguetona.

- ¡Eh! ¡Eh! - Se trató de acercar para poder quitarle la bufanda de la boca. - Ahora no puedo jugar. Estoy esperando una señal y podría llegar en cualquier momento. - Alargó la mano pero el perro meneó la cola y rápidamente se alejó de ella. - ¡¡Eh!! ¡¡Devuélveme la bufanda, es mía!! - Exclamó tirándole de la bufanda de nuevo pero el perro creía que le andaba siguiendo el juego. Tiró con todas sus fuerzas pero el animal se colaba entre sus piernas haciendo una maraña entre sus ropas. Perdió el equilibrio y tropezó con una piedra. El perro corrió un par de kilómetros y se le quedó mirando con sus ojos brillantes. Podía jurar que se estaba burlando de ella. Soltó un gruñido mientras Ania se sacudía la ropa - ¡Estupendo! un perro quiere que vaya en esa dirección, que la señal indica que es el Reino de los Romanov - Un escalofrío le recorrió por la espalda y lo sintió mientras caía en la cuenta. Sintió que su corazón iba a salirse del pecho. Exclamó un grito ahogado, el perro ladró meneando su cabeza, agitando la bufanda como si le estuviese diciendo la respuesta. Sí, él era su destino, era su señal y debía seguirlo. Pero era el camino de la derecha.

Con una sonrisa se levantó de un salto y tomó la bufanda de la boca del pequeño travieso. Tranquila, siguió al cachorro mientras se arreglaba la bufanda. Con cada paso que daba, sentía que su corazón latía más rápido de emoción. Podía escuchar en el viento esa cancioncilla que la arrullaba en sueños. Su hogar la estaba esperando. Era hora de que se pusiera en marcha.

Caminó bastantes kilómetros hasta llegar a aquel reino donde había seguido al pequeño perro, se quedó maravillada ante tal paisaje. Desde que había estado en aquel orfanato no había salido de allí, ni si quiera de excursión y aquello que en esos momentos estaba viendo era muy diferente a lo que estaba acostumbrada a ver. Ando por las calles sin un rumbo fijo y tras darse por vencida sin éxito ninguno, decidió buscar un sitio donde pasar la noche; estaba anocheciendo y el frío invierno no es que fuera una buena opción para quedarse a dormir en la calle. Después de andar de un sitio a otro se coló en el que había sido algún palacio de los reyes del reino, pues permanecía abandonado y en ruinas; justo las cosas que Ania adoraba, los sitios antiguos, en ruinas y todas esas cosas que tuvieran que ver con ello.

Vio como Pucca - así había bautizado al perro gris - se entre coló por una de las tablas que tapaban la entrada al palacio y tuvo que hacer un poco de fuerza para quitar los tablones. No tenía más remedio si quería ver donde se había metido el pequeño animal.Subió escaleras junto a más escaleras y recorrió grandes habitaciones. Llegó hasta la cual parecía ser la más grande de todas - y que era el salón donde se hacían los bailes - y cogió uno de los jarrones, tocándolo después.

- Éste lugar, es como si reviviera un sueño. Me es tan familiar.. - Un gritó de alguien que la había visto, la resaltó he hizo que el jarrón fuera a parar al suelo; rompiéndose en trozos.
Violette Holloway
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