Look to the past and see the future. {Abbie's.

Abigail P. Márquez escribió:

Lluvia. Gélida e incansable lluvia. Aquella que lo bautizaba todo, como si los errores pudieran enmendarse con tan solo el contacto del agua. Las incesantes gotas caían con suavidad sobre su morena piel en un vano intento de también bautizar todos los errores que había cometido durante años.

Era gracias a ella que se había levantado de la cama hacía casi una hora, aunque ya se encontraba despierta antes de escuchar el repiqueteo de las gotas al caer junto a su ventana. Y ahora se encontraba allí. Frente al hogar de los McMike. Quizás por la lluvia, o quizás por William. Un sentimiento completamente nuevo para ella crecía en su corazón cuando le tenía cerca, pero también cuando le sentía lejos. Estar con él era como tocar el cielo con las manos, en cambio, saber que no podía tenerle era como si el sol se apagara. William parecía ser su luz pues sacaba lo mejor de ella, y sin él su mundo se terminaba.

Jamás lo admitiría pero aquel muchacho había llegado a su corazón, pues había comenzado a notar pensamientos dulces y tontos de niña enamorada hacía él. Y debía arreglarlo, por eso mismo se encontraba tocando a la puerta de su casa. Aunque no fue él quién le recibió si no el viejo Billy, el abuelo del chico.

Arthurus W. McMike escribió:

El viejo Billy se volvía un hombre gruñón cada tarde de invierno. Y ese día no había tenido mucha suerte pues llovía, llovía mucho. Asi que se encontraba de un humor de perros, completamente insoportable. No había persona capaz de aguantarle en un día como ese y es exactamente por esa misma razón que su nieto había huido a saber donde con su amiga Brittany o al menos eso es lo que le había dicho el joven a su abuelo.

¡Vaya adolescentes los de hoy en día! ¡En mis tiempos nadie salía de casa sin pedir permiso a su padre y se respetaba a los mayores por encima de todas las cosas! Hace falta un poco de mano dura en este pueblo, todos pasean a sus anchas por casas ajenas, hacen fiestas hasta las tantas de la madrugada en el bosque y revolotean como pipiolos enamorados tras alguna mujer bonita. ¡Vándalos! ¡Son todos unos vándalos! Sí, se esconden bajo caritas de ángel. Como su pequeño William, claro que sí. Aquel que parecía un cielo, tan dulce y tranquilo. ¡JÁ! Ahora anda enamorado perdido y no puedo callarle ni poniéndole una mordaza en la boca. Vaya nieto más plasta me ha tocado.

Cada gota de lluvia que escuchaba caer le producía más dolor de cabeza, aquello era sumamente irritante. Y por si fuera poco, el timbre de la puerta parecía sonar más fuerte que nunca. Al paso más rápido que consiguió gracias a su vejez, atravesó el pasillo que daba hacía la puerta de la entrada y abrió con la menor delicadeza posible. - ¿Qué haces aquí, Márquez? - refunfuñaba apoyándose en su bastón de madera mientras observaba a la chica entrecerrando los ojos tras sus viejas gafas.

Abigail P. Márquez escribió:

Las palabras solían ser armas de doble filos que se utilizaban con el único fin de destruir a una persona. Instrumentos tan mortales y directos que son capaces de traspasar aquella capa que protegía el alma de las personas. Irónicamente, era tan delgada y fina que una sola de ellas bastaba para derrumbar a quién sea. No recordaba la última vez que su rencor había sido, en algún momento, tan elevado como el que sentía en aquel instante. Pero claro, aún podía rememorar todas aquellas ocasiones en que se había pasado una tarde de pelea en pelea, con el único fin de sacar a flote toda la rabia que llevaba dentro. Al fin al cabo, con el tiempo todos aquellos encontrones se iba destiñendo como viejas fotografías y todo lo sucedido se volvía parte del pasado. Pero aquello no era comparable, no al menos para ella.

Sus ojos se habían quedado fijos en el movimiento de los labios del viejo McMike. Lo único que le interesaba en ese mismo instante era lograr que aquel estúpido se apartara de su camino y la dejara hablar tranquilamente con William. - Apártate. - resopló con pesadez mientras le daba un empujón al hombre y entraba en la casa con rapidez. - Eso no es de tu incumbencia, McMike. - chilló cruzándose de brazos con una imponente y dura mirada, escuchando como su voz iba cambiando de matices a medida que el enfado se iba haciendo más notorio.

Taconeó el suelo, repiqueteando la punta de su tacón sobre él una y otra vez. Su mirada se deslizó un instante y observó que Arthurus tampoco debía estar teniendo un buen día, más pareció no importarle mucho cuando se clavó las uñas en las palmas de las manos para evitar soltar algún taco. - ¿Dónde esta William? - dijo antes de chasquear la lengua. - ¿¡Donde demonios esta William?! - siseó con verdadero odio al ver que el viejo no contestaba a su pregunta.

Abigail P. Márquez escribió:

La bonita y malhumorada bibliotecaria de Storybrooke daba pasos fuertes y rápidos por los pasillos más amplios. Sabía que el viejo McMike contaba historias sobre ella a sus espaldas, sobre todo a los más pequeños, diciendo que cuando no ocupaba su puesto habitual en la biblioteca se comía a los niños y les gritaba a los alumnos de la escuela de los cursos superiores. ¡Estúpido viejo gruñón!

Habían varios grupos de alumnos paseando entre los viejos estantes. Dos chiquillas cotilleaban bajo la sección de arte, un solitario muchacho ocupaba un lugar en la mesa más alejada de la entrada, otro investigaba por leyes y una parejita se besaba aprovechando la que había sido una leve ausencia de la bibliotecaria. - Prohibido besarse en la biblioteca. - les siseó al pasar a su lado, cosa que hizo que se separaran rápidamente al verla.

Mientras continuaba caminando la morena veía como varios estudiantes pasaban ante sus narices sin decirle nada, otros le dedicaban una pequeña y temerosa sonrisa y los demás simplemente bajaban la mirada con miedo. Unas niñas que apenas parecían tener once años, corrieron escaleras abajo para arriba para llegar al segundo piso, gracias a ello la muchacha fue embestida por las jovencitas y logró dar una vuelta completa sobre si misma, haciendo asi que la mayoría de los libros que transportaba cayeran al suelo con estruendo.- ¿Pero qué...? ¡Eh! ¡No se corre en la biblioteca! - exclamó con enfado alzando uno de los libros que todavía llevaba entre los brazos con rabia.

William E. McMike escribió:

Storybrooke
Biblioteca
Hace una semanas.

El adolescente es un ser extraño, inocente como un ángel, orgulloso como un príncipe, valiente como un héroe, vanidoso como un pavo real, perezoso como un asno, indomable como un toro, irritable como una damisela.

Cada vez más curioso. Cada vez más niño. A William McMike estas últimas semanas es imposible hacerle entrar en razón, pues se escapa al bosque con más costumbre de la habitual y le da por limpiar la casa cuando no tiene nada más importante en el día.

Aunque hoy tenía verdaderas ganas de pasearse por la biblioteca del pueblo y como no tenía nada mejor que hacer decidió darse una vuelta por allí. Salió de su casa, no sin antes molestar a su viejo abuelo, en dirección al hogar de los libros. Y allí se encuentra en este mismo momento, observándola, como siempre hace. - ¡Abigail! - exclama con alegría, dejando ver una extensa fila de dientes blanquecinos en su boca. Sabe lo que la joven dirá; que no grite, que no la llame. Que haga como que no la conoce absolutamente de nada. Pero no puede, ella es su vida.

Los pies de William se cruzan con varios libros antes de llegar al lugar exacto donde se encuentra la joven, una de las veces casi le da un abrazo al suelo de la biblioteca por mirar donde no debía. Y justamente es el lugar donde se encuentra aquella parejita, esta vez más alejada tras la interrupción de su amiga. Hay días en los que sueña, en los que desea, ser él el que se está en esa situación junto a la chica. Siendo pillados por una bibliotecaria al besarse.

Suspira para volver a mirarla de nuevo, cada día la ve más bonita. Abigail es y no es su amor. A veces piensa en rendirse, en no volver a dirigirle la palabra, en no mirarla de nuevo. A veces lo único que quiere es olvidarse completamente de ella y amar a alguna muchacha que no sea tan complicada. Pero luego lo piensa una segunda vez y deshace lo anterior. Él la ama. La ama con toda su alma, con todo su corazón. Por muchas que se crucen en su camino, William McMike se ha dado cuenta de que solo tiene ojos para ella. Se ha dado cuenta de que solo quiere a aquella muchacha morena que esconde su corazón bajo una gélida capa de hielo, aquella chica que cada vez que saca a relucir el tema del amor parece querer echarle del lugar donde se encuentran. - No me voy a marchar, si eso es lo que quieres saber. - le comenta todavía sonriente mientras se agacha para ayudarla con los libros que se le han caído.