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The Cave of Wonders
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The Cave of Wonders
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Quien algo quiere, algo le cuesta, y si no que le pregunten a nuestro protagonista: Aladdin. Nuestra historia empieza en una población bastante humilde, donde era una verdadera carrera vender un collar y casi debías aprenderte un papel para impresionar al público y que esa pobre gente te comprara una triste sandía que para ellos era como una auténtica delicia y un capricho del día para quienes podían permitírselo. Entre ellos, pero, no estaba incluido Aladdin, esa pobre... "rata callejera" que debía subsistir como buenamente podía, llegando a hacer maravillas con sus propias manos para apropiarse de una triste barra de pan sin pagar. Por suerte contaba con su buen amigo Abu que lo ayudaba cuanto podía. Con la compañía que se hacían uno al otro, eran capaces de pasar por muchas calamidades mientras soñaban con un futuro mejor.
Pero todo cambió cuando sus ojos se clavaron en una preciosa joven que había tenido problemas con los vendedores de los puestos de frutas; la habían tomado por ladrona, y justo antes de que fueran a cortar una de sus manos como castigo, Aladdin apareció como un rayo de esperanza y se convirtió en su salvador. Lo que no sabía él es que se trataba de, ni más ni menos, Jasmin, la hija del Sultán y a la que muchos admiraban, como era el caso del propio Aladdin.
¡Ah! Esa no sería la única aventura del joven, puesto que éste le era de interés a un gran villano que todos guardamos en recuerdo, y que aunque no lo admitamos, seguro que de pequeños nos hacíamos pis en la cama con sólo ver su serpentino bastón: Jaffar. Jaffar sólo tenía en mente hacerse con una famosa lámpara por alguna extraña y misteriosa razón, y el único que podría entrar en la Cueva de las Maravillas para recuperarla era Aladdin. Después de mandar a que lo arrestaran y encarcelaran, Jaffar planeó disfrazarse de un interesado anciano, que haría un trato con el joven: si le conseguía la lámpara, el viejo lo recompensaría con joyas preciosas y riquezas varias.
Gracias a un pasadizo secreto, Aladdin fue capaz de salir del calabozo, y guiado por el anciano Jaffar, llegaron hasta la susodicha Cueva, donde el muchacho se adentró junto a Abu sin mayores preocupaciones. Poco les faltó para perder la vida allí, gracias al pequeño brote de avaricia de Abu, que a pesar de estar advertido de que no tocaran nada allí excepto la lámpara que debían llevarle al anciano, el pequeño mono se había sentido inmensamente atraído por las riquezas del lugar, tocando en concreto una joya de mucho valor.
Tras comprobar que el único interés del anciano traidor había sido sólo la lámpara la cual Aladdin le había ofrecido, éste último, Abu, y una alfombra mágica que los había ayudado durante todo el trayecto, cayeron por un precipicio de la cueva empujados por aquél inmundo viejo. Aladdin quedó inconsciente por unos minutos debido al golpe, y lo que no sabía es que no todo estaba perdido, que Abu había logrado hacer uso de su experiencia como ladronzuelo para futuro beneficio de su compañero y él. Aladdin descubriría de que se trataba en cuanto abriera los ojos. Lo que no entendían es...
... ¿Por qué era tan importante aquella lámpara, aparentemente vulgar?....
Pero todo cambió cuando sus ojos se clavaron en una preciosa joven que había tenido problemas con los vendedores de los puestos de frutas; la habían tomado por ladrona, y justo antes de que fueran a cortar una de sus manos como castigo, Aladdin apareció como un rayo de esperanza y se convirtió en su salvador. Lo que no sabía él es que se trataba de, ni más ni menos, Jasmin, la hija del Sultán y a la que muchos admiraban, como era el caso del propio Aladdin.
¡Ah! Esa no sería la única aventura del joven, puesto que éste le era de interés a un gran villano que todos guardamos en recuerdo, y que aunque no lo admitamos, seguro que de pequeños nos hacíamos pis en la cama con sólo ver su serpentino bastón: Jaffar. Jaffar sólo tenía en mente hacerse con una famosa lámpara por alguna extraña y misteriosa razón, y el único que podría entrar en la Cueva de las Maravillas para recuperarla era Aladdin. Después de mandar a que lo arrestaran y encarcelaran, Jaffar planeó disfrazarse de un interesado anciano, que haría un trato con el joven: si le conseguía la lámpara, el viejo lo recompensaría con joyas preciosas y riquezas varias.
Gracias a un pasadizo secreto, Aladdin fue capaz de salir del calabozo, y guiado por el anciano Jaffar, llegaron hasta la susodicha Cueva, donde el muchacho se adentró junto a Abu sin mayores preocupaciones. Poco les faltó para perder la vida allí, gracias al pequeño brote de avaricia de Abu, que a pesar de estar advertido de que no tocaran nada allí excepto la lámpara que debían llevarle al anciano, el pequeño mono se había sentido inmensamente atraído por las riquezas del lugar, tocando en concreto una joya de mucho valor.
Tras comprobar que el único interés del anciano traidor había sido sólo la lámpara la cual Aladdin le había ofrecido, éste último, Abu, y una alfombra mágica que los había ayudado durante todo el trayecto, cayeron por un precipicio de la cueva empujados por aquél inmundo viejo. Aladdin quedó inconsciente por unos minutos debido al golpe, y lo que no sabía es que no todo estaba perdido, que Abu había logrado hacer uso de su experiencia como ladronzuelo para futuro beneficio de su compañero y él. Aladdin descubriría de que se trataba en cuanto abriera los ojos. Lo que no entendían es...
... ¿Por qué era tan importante aquella lámpara, aparentemente vulgar?....
Narrador- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: The Cave of Wonders
Su vida nunca había sido fácil, pero el trataba de sobrellevarlo todo con alegría, con optimismo, con una gran esperanza, soñando desde su ventana con el palacio, que parecía brillar en la distancia atrayendo su atención, haciendo que su mirada se perdiera en sueños que aunque sabía que eran complicados de cumplirse, por no decir imposibles, pero que le ayudaban a conciliar el sueño, a despertarse a la mañana siguiente con energías renovadas para sobrevivir, para buscarse como fuera alimento para él y para Abu. Pero conseguir algo para llevarse a la boca no era algo sumamente fácil cuando los guardias se empeñaban en hacerle la misión imposible, interponiéndose y Aladdin no entendía por qué negaban comida a alguien que lo necesitaba. ¿Robada? Sí, pero algún día tendría dinero y todo aquello que había robado podría ser pagado. Solo…¿lo tomaba prestado? Pero eran muchos años ya en la práctica y tanto él como Abu se habían convertido en unos grandes expertos en la materia. No solo en distraer a los dependientes, sino en la huida. Ningún guardia de todo Agrabah era capaz de pillarlos porque eran mucho mejores, más ágiles, estaba seguro de ello. Puede que ese afán anormal por pillarlos a ellos fuera por su arrogancia para con ellos, pero no podía evitarlo cuando no eran más inteligentes que él.
La última vez la cosa casi acaba francamente mal. Al fin habían logrado hacerse con una barra de pan, el alimento favorito de Aladdin porque era el más completo, el que conseguía eliminar ese dolor de barriga. Pero no había llegado a darle bocado cuando había visto a aquellos pequeños niños pasando hambre. Y siendo como era, había tenido que ceder su comida. Le fue imposible pasar por alto aquello. Él no era malo por robar, pero tampoco se creía un salvador para ir robando por los demás. Simplemente no quería ver a nadie sufriendo, no quería que su historia volviera a repetirse. Y viendo a aquellos niños se veía a sí mismo con la misma edad, empezando a torear a los guardias, a conseguir comida de basura, deshechos y como no, robando. Quizás ellos, con un poco de ayuda, lograrían salir de esa rutina de pobreza. Fue también ese día cuando se vio profundamente deprimido, derrotado y más que enfadado, anhelando más que nunca ser otra persona o simplemente desaparecer. Sabía muy bien como era su situación y no necesitaba que un estúpido príncipe engreído le recordara que vivía en la calle, que siempre lo había hecho y que estaba solo. A excepción de Abu, por supuesto. Sin el mono, mucho tiempo atrás habría acabado loco o en prisión.
Se había quedado dormido, sin novedad, mirando a palacio, que pareció renovarle las ganas de seguir adelante, volviendo a sus sueños. Y por eso a la mañana siguiente era el mismo Aladdin de siempre, cargado de energías. Energías que tenía que renovar con un buen desayuno. De nuevo a engañar para poder llevarse algo a la boca. Pero antes de acabarse la jugosa fruta la vio a ella. Y luego a los problemas que trajo consigo. Y sabía muy bien lo que se hacía con aquellos que robaban, aunque ella no había hecho algo diferente a lo que él había hecho con el pan. Simplemente quería ayudar y había acabado perjudicándose. Parecía no tener ni idea de la vida en las calles y a pesar de que no sabía quién era ni de donde venía, la ayudó y la llevó a su muy modesta casa, donde de nuevo tuvieron que volver a huir. Solo que esta vez no salió como las de siempre y fue atrapado por las fauces de los guardias, donde también descubrió que la joven que lo había dejado embelesado era la princesa. ¡La princesa!
Y en aquella celda, al ver a Abu sus ojos brillaron, pidiendo al mono que lo liberara. Pero este se resistió un poco, echándole en cara que se quedara embobado con la belleza de la princesa y se olvidara un poco de él. Sí, no había sido buen amigo, pero no había podido evitarlo. Era…en fin, era preciosa y más que una princesa parecía una luchadora, sorprendiendo favorablemente al joven con sus palabras y sus actos para nada típicos de una princesa. Una mujer de armas tomar, seguramente. Había sido liberado de las cadenas, pero no había forma de salir de la celda. Justo se lo dijo a su mejor amigo cuando de entre las sombras surgió un anciano. Aladdin no reparó en que era raro que el anciano continuara ahí aún cuando sabía una vía de escape, solo podía pensar en aquello que el anciano le había contado. El tesoro era su oportunidad para poder acercarse a la princesa y dejar de ser una rata callejera. Así que aceptó el trato sin dudarlo. Y con al misma desición se metió dentro de la cueva, por las fauces de aquella bestia. Quedó maravillado por tanta riqueza, pero aún así no podían tocar nada. Esa extraña lámpara era lo que necesitaba para cumplir con el trato y luego el oro sería suyo.
Estaban totalmente perdidos, pero gracias a una nueva amiga, una extraña alfombra voladora, bastante amigable y simpática aunque no pronunciara palabra alguna, dieron con el dichoso objeto. Subió con desición hasta tenerla entre sus manos. Y entonces se preguntó por qué el anciano estaba tan interesado en un objeto tan vulgar como ese. Entonces vio a Abu hacerse con el tesoro, tocando algo además de la lámpara y tras las palabras de la cueva, todo empezó a derrumbarse. Creía que moriría, que sería abrasado por la lava justo cuando la alfombra surgió de la nada, salvándolos a él y a Abu de una muerte más que segura. Ya veían la salida, estaban cerca, muy cerca, faltaba muy, muy poco y entonces una roca derrumbó a la alfombra y con suerte pudo agarrarse a los escalones, pidiendo ayuda al anciano. Traición. El anciano le había traicionado, pero ahí estuvo de nuevo Abu para librarlo de acabar trinchado por ese puñal. Cayendo a cambio al vacío, golpeándose la cabeza y quedando finalmente inconsciente. Siempre le ocurría lo mismo, confiando en cualquier persona que se le acercara para luego llevarse duros palos. Antes de que su conciencia finalmente desapareciera, pensó por última vez en la princesa.
-Ouch, mi cabeza- Despertó con un dolor de cabeza tremendo, frotándosela repetidas veces-. ¡Estamos atrapados! ¡Ese anciano traidor hijo de un chacal!- maldijo alzando el puño. Su expresión se tornó desdichada entonces-. Bueno, sea quien sea, se ha largado con la lámpara-. Y entonces, su fiel amigo se sacó la lámpara de la nada, tendiéndosela con una sonrisa que le hizo sonreír-. ¡Vaya con el ladronzuelo peludo! Aprendiste de mí –exclamó más animado, contento de que el anciano no se hubiera salido con la suya. Un pensamiento egoísta, pero después de lo que le había hecho…-. Pero…¿Por qué querría ese hombre un trasto viejo y sin valor teniendo todas las riquezas de la cueva? Parece que tiene algo escrito. Pero…es difícil de leer.–achinó los ojos, tratando de leer mejor. Puede que fuera por la suciedad, así que la frotó y sus ojos se abrieron como platos.
La última vez la cosa casi acaba francamente mal. Al fin habían logrado hacerse con una barra de pan, el alimento favorito de Aladdin porque era el más completo, el que conseguía eliminar ese dolor de barriga. Pero no había llegado a darle bocado cuando había visto a aquellos pequeños niños pasando hambre. Y siendo como era, había tenido que ceder su comida. Le fue imposible pasar por alto aquello. Él no era malo por robar, pero tampoco se creía un salvador para ir robando por los demás. Simplemente no quería ver a nadie sufriendo, no quería que su historia volviera a repetirse. Y viendo a aquellos niños se veía a sí mismo con la misma edad, empezando a torear a los guardias, a conseguir comida de basura, deshechos y como no, robando. Quizás ellos, con un poco de ayuda, lograrían salir de esa rutina de pobreza. Fue también ese día cuando se vio profundamente deprimido, derrotado y más que enfadado, anhelando más que nunca ser otra persona o simplemente desaparecer. Sabía muy bien como era su situación y no necesitaba que un estúpido príncipe engreído le recordara que vivía en la calle, que siempre lo había hecho y que estaba solo. A excepción de Abu, por supuesto. Sin el mono, mucho tiempo atrás habría acabado loco o en prisión.
Se había quedado dormido, sin novedad, mirando a palacio, que pareció renovarle las ganas de seguir adelante, volviendo a sus sueños. Y por eso a la mañana siguiente era el mismo Aladdin de siempre, cargado de energías. Energías que tenía que renovar con un buen desayuno. De nuevo a engañar para poder llevarse algo a la boca. Pero antes de acabarse la jugosa fruta la vio a ella. Y luego a los problemas que trajo consigo. Y sabía muy bien lo que se hacía con aquellos que robaban, aunque ella no había hecho algo diferente a lo que él había hecho con el pan. Simplemente quería ayudar y había acabado perjudicándose. Parecía no tener ni idea de la vida en las calles y a pesar de que no sabía quién era ni de donde venía, la ayudó y la llevó a su muy modesta casa, donde de nuevo tuvieron que volver a huir. Solo que esta vez no salió como las de siempre y fue atrapado por las fauces de los guardias, donde también descubrió que la joven que lo había dejado embelesado era la princesa. ¡La princesa!
Y en aquella celda, al ver a Abu sus ojos brillaron, pidiendo al mono que lo liberara. Pero este se resistió un poco, echándole en cara que se quedara embobado con la belleza de la princesa y se olvidara un poco de él. Sí, no había sido buen amigo, pero no había podido evitarlo. Era…en fin, era preciosa y más que una princesa parecía una luchadora, sorprendiendo favorablemente al joven con sus palabras y sus actos para nada típicos de una princesa. Una mujer de armas tomar, seguramente. Había sido liberado de las cadenas, pero no había forma de salir de la celda. Justo se lo dijo a su mejor amigo cuando de entre las sombras surgió un anciano. Aladdin no reparó en que era raro que el anciano continuara ahí aún cuando sabía una vía de escape, solo podía pensar en aquello que el anciano le había contado. El tesoro era su oportunidad para poder acercarse a la princesa y dejar de ser una rata callejera. Así que aceptó el trato sin dudarlo. Y con al misma desición se metió dentro de la cueva, por las fauces de aquella bestia. Quedó maravillado por tanta riqueza, pero aún así no podían tocar nada. Esa extraña lámpara era lo que necesitaba para cumplir con el trato y luego el oro sería suyo.
Estaban totalmente perdidos, pero gracias a una nueva amiga, una extraña alfombra voladora, bastante amigable y simpática aunque no pronunciara palabra alguna, dieron con el dichoso objeto. Subió con desición hasta tenerla entre sus manos. Y entonces se preguntó por qué el anciano estaba tan interesado en un objeto tan vulgar como ese. Entonces vio a Abu hacerse con el tesoro, tocando algo además de la lámpara y tras las palabras de la cueva, todo empezó a derrumbarse. Creía que moriría, que sería abrasado por la lava justo cuando la alfombra surgió de la nada, salvándolos a él y a Abu de una muerte más que segura. Ya veían la salida, estaban cerca, muy cerca, faltaba muy, muy poco y entonces una roca derrumbó a la alfombra y con suerte pudo agarrarse a los escalones, pidiendo ayuda al anciano. Traición. El anciano le había traicionado, pero ahí estuvo de nuevo Abu para librarlo de acabar trinchado por ese puñal. Cayendo a cambio al vacío, golpeándose la cabeza y quedando finalmente inconsciente. Siempre le ocurría lo mismo, confiando en cualquier persona que se le acercara para luego llevarse duros palos. Antes de que su conciencia finalmente desapareciera, pensó por última vez en la princesa.
-Ouch, mi cabeza- Despertó con un dolor de cabeza tremendo, frotándosela repetidas veces-. ¡Estamos atrapados! ¡Ese anciano traidor hijo de un chacal!- maldijo alzando el puño. Su expresión se tornó desdichada entonces-. Bueno, sea quien sea, se ha largado con la lámpara-. Y entonces, su fiel amigo se sacó la lámpara de la nada, tendiéndosela con una sonrisa que le hizo sonreír-. ¡Vaya con el ladronzuelo peludo! Aprendiste de mí –exclamó más animado, contento de que el anciano no se hubiera salido con la suya. Un pensamiento egoísta, pero después de lo que le había hecho…-. Pero…¿Por qué querría ese hombre un trasto viejo y sin valor teniendo todas las riquezas de la cueva? Parece que tiene algo escrito. Pero…es difícil de leer.–achinó los ojos, tratando de leer mejor. Puede que fuera por la suciedad, así que la frotó y sus ojos se abrieron como platos.
Matthew J. Barlow- Humanos
- Soy : Aladdin
Mensajes : 60
Empleo /Ocio : Bombero
Fecha de inscripción : 30/06/2012
Re: The Cave of Wonders
Resulta algo un poco imposible que dos seres tan listos como nosotros sigamos viviendo en las calles, pero asi es. A Aladdín parece fastidiarle bastante, pero a mi aunque me gusten las joyas y los lujos -como a cualquiera que no los tenga- no me importa seguir en nuestra pequeña casa en ruinas y tener que robar comida cada día. Es divertido y nos hace estar mas unidos que nadie en todo el oriente medio. Quiero mucho a Al, aunque sea un humano es como si fuera mi hermano. Pero realmente a veces hace cosas que logran sacarme de quicio. Nos pasamos dos horas huyendo de los guardias por una mísera barra de pan, nos dejamos todo nuestro esfuerzo y energía en lograr quedarnos con esa barra y coge él y se la entrega a un par de canijos muertos de hambre. ¡Que roben!¡Nosotros tampoco tenemos para comer y lo hacemos! Pero incluso yo sé que es lo correcto. Hace mucho tiempo que conozco a Aladdín y los dos nos ayudabamos mutuamente siendo jovenes e inexpertos para poder empezar a llevar a cabo nuestros primeros robos y poder probar bocado todos los días. Al final hemos resultado un equipo dificil de igualar e imposible de atrapar. Hasta que el maldito humano va y se empana ¡por una hembra! Estos humanos... Es raro el tipo de apareamiento que tienen.
Y definitivamente hay que ser muy tonto para dejarse atrapar. Me las tuvo que pagar caras, no me tomé demasiadas prisas en conseguir las llaves para liberarlo ni tampoco en ir a hacerlo, pero al final lo solté tras recriminarle lo que había hecho. ¡Eso no se le hace a un amigo!¡Y menos siendo un equipo! Y entonces ese anciano.... me daba mala espina, pero hablaba de tesoros y consiguió embaucarnos a ambos.
Una vez dentro de la cueva estaba alucinado y asustado a partes iguales. A veces, cuando veía algun tesoro mas extraordinario de lo común, la alucinación podía al miedo, pero cuando el silencio nos envolvía y además sentía como si alguien nos estuviese siguendo, el miedo se apoderara de todo mi ser. Hasta que vi a ese trozo de felpudo volador de colores. Intenté llamar la atención de Aladdín varias veces ¡pero el felpudo diabólico se escondía! Y encima Al me tomaba por un mono loco.. que vale, mono lo soy, pero no estoy loco.
No quise ir con él a buscar la lámpara. Había muchisimas escaleras y estaba cansado. Llevaba casi dos dias sin comer y el hambre me hacía estar mas vago que de costumbre. Y entonces lo ví, ese enorme rubí casi mas grande que yo. Podríamos ser los dueños de todo Agrabah si tuvieramos ese rubí en nuestro poder....¿quien necesitaba todo lo demás o lampara alguna teniendo eso en su poder? Y de pronto todo se volvió rápido y confuso. Por mucho que intenté devolver el rubí a su lugar la cueva no volvía a estar tranquila. Y cuando pensé que ya estaba perdido, Al y el felpudo ya no tan diabólico me rescataron. Pero entonces llegamos hasta ese estúpido viejo gruñon que nos había tomado el pelo. Ja, que se lo habia creido. A mi nadie me toma el pelo. Mientras se acercaba a reirse de Al por su ingenuedad, me colé por su manga hasta dar con la lámpara y me la guardé, pese a que era muy probable que no sobrevivieramos a esa caida. Al menos el viejo no habría ganado nada tampoco.
Me he asustado realmente cuando Al ha tardado tanto en reaccionar. Le he abierto los parpados, le he tirado saliva por la cara, incluso le he saltado en sus partes nobles, pero nada. Al final el felpudo ha conseguido retenerme, aunque cada vez estoy mas seguro de que no me gusta demasiado que me toque con esos flecos. Aladdín...despierta. Lo veo entreabrir los ojos y doy un salto de alegría. Al menos no esta muerto. En cuanto se da cuenta de que estamos atrapados maldice al viejo y yo le sigo, batiendo los puños como si pudiera darle de guantazos ahora mismo, aunque esta claro que es mas que imposible. Pero cuando noto a mi amigo decaido decaigo yo también y lo miro entristecido. Es cuando menciona la lámpara que veo la oportunidad de hacer volver a mi Al animado de siempre y, con mis dotes de presumido, me saco la lámpara del chaleco, mostrandosela como si fuera el tesoro mas grande del mundo.
La coge y la examina de cerca, con lo que trepo de un salto hasta sus hombros y me subo a su cabeza, inclinandome muchismo. Estoy a punto de pasar un dedo ensalivado por el metal para limpiarla cuando la aparta y se pone a frotarla, haciendo que todo se llene de humo y yo me lance hacia atrás asustado, escondiendome tras una roca con el felpudo multicolor que ahora me parece un buen aliado. En caso de huir es mas rápido y puede volar.
Y definitivamente hay que ser muy tonto para dejarse atrapar. Me las tuvo que pagar caras, no me tomé demasiadas prisas en conseguir las llaves para liberarlo ni tampoco en ir a hacerlo, pero al final lo solté tras recriminarle lo que había hecho. ¡Eso no se le hace a un amigo!¡Y menos siendo un equipo! Y entonces ese anciano.... me daba mala espina, pero hablaba de tesoros y consiguió embaucarnos a ambos.
Una vez dentro de la cueva estaba alucinado y asustado a partes iguales. A veces, cuando veía algun tesoro mas extraordinario de lo común, la alucinación podía al miedo, pero cuando el silencio nos envolvía y además sentía como si alguien nos estuviese siguendo, el miedo se apoderara de todo mi ser. Hasta que vi a ese trozo de felpudo volador de colores. Intenté llamar la atención de Aladdín varias veces ¡pero el felpudo diabólico se escondía! Y encima Al me tomaba por un mono loco.. que vale, mono lo soy, pero no estoy loco.
No quise ir con él a buscar la lámpara. Había muchisimas escaleras y estaba cansado. Llevaba casi dos dias sin comer y el hambre me hacía estar mas vago que de costumbre. Y entonces lo ví, ese enorme rubí casi mas grande que yo. Podríamos ser los dueños de todo Agrabah si tuvieramos ese rubí en nuestro poder....¿quien necesitaba todo lo demás o lampara alguna teniendo eso en su poder? Y de pronto todo se volvió rápido y confuso. Por mucho que intenté devolver el rubí a su lugar la cueva no volvía a estar tranquila. Y cuando pensé que ya estaba perdido, Al y el felpudo ya no tan diabólico me rescataron. Pero entonces llegamos hasta ese estúpido viejo gruñon que nos había tomado el pelo. Ja, que se lo habia creido. A mi nadie me toma el pelo. Mientras se acercaba a reirse de Al por su ingenuedad, me colé por su manga hasta dar con la lámpara y me la guardé, pese a que era muy probable que no sobrevivieramos a esa caida. Al menos el viejo no habría ganado nada tampoco.
Me he asustado realmente cuando Al ha tardado tanto en reaccionar. Le he abierto los parpados, le he tirado saliva por la cara, incluso le he saltado en sus partes nobles, pero nada. Al final el felpudo ha conseguido retenerme, aunque cada vez estoy mas seguro de que no me gusta demasiado que me toque con esos flecos. Aladdín...despierta. Lo veo entreabrir los ojos y doy un salto de alegría. Al menos no esta muerto. En cuanto se da cuenta de que estamos atrapados maldice al viejo y yo le sigo, batiendo los puños como si pudiera darle de guantazos ahora mismo, aunque esta claro que es mas que imposible. Pero cuando noto a mi amigo decaido decaigo yo también y lo miro entristecido. Es cuando menciona la lámpara que veo la oportunidad de hacer volver a mi Al animado de siempre y, con mis dotes de presumido, me saco la lámpara del chaleco, mostrandosela como si fuera el tesoro mas grande del mundo.
La coge y la examina de cerca, con lo que trepo de un salto hasta sus hombros y me subo a su cabeza, inclinandome muchismo. Estoy a punto de pasar un dedo ensalivado por el metal para limpiarla cuando la aparta y se pone a frotarla, haciendo que todo se llene de humo y yo me lance hacia atrás asustado, escondiendome tras una roca con el felpudo multicolor que ahora me parece un buen aliado. En caso de huir es mas rápido y puede volar.
Alex L. Northwood- Fauna
- Soy : Abú
Mensajes : 56
Empleo /Ocio : Estudiante de Primaria
Localización : En casa de su tito Zack
Fecha de inscripción : 19/09/2012
Re: The Cave of Wonders
Crack...
Crick...
Cruck...
Creck...
Crock...
Crash, tarrá, coturrum…
Eran los sonidos que de vez en cuando podía escuchar viviendo dentro de aquella... “cómoda” lámpara. Nótese la ironía. Y muchos de esos sonidos eran precisamente de sus huesos y su encajonamiento ahí dentro y... Espera, ¿Acaso tenía huesos? Bueno, qué más daba, la cuestión es que aquello se le antojaba como estar muerto en vida, metido en un ataúd. Siempre había pensado que tener amo era un lastre, pero desde luego prefería mil veces tenerlo a quedarse ahí, muerto de asco. El último que tuvo no tenía otra cosa mejor que hacer que adentrarse en la Cueva de las Maravillas y morir ahí, quedando el genio atrapado en su bendita lámpara a la espera de alguien que se acordara de él, o de algún osado que se atreviera a entrar en la Cueva y sobreviviera para coger la lámpara, cosa bastante improbable. Ya habían pasado por lo menos mil años (la verdad es que había perdido la cuenta) y nada iba a cambiar de un día para otro.
De vez en cuando oía rugir el león que vigilaba la entrada a la cueva, “Pobre inconsciente... Otro que se lo tragará la tierra por avaricia” Solía pensar el Genio, y, efectivamente, poco después notaba el movimiento de la arena, intuyendo que ese hombre había tocado un tesoro que no le correspondía o simplemente por antojos de aquella peculiar Cueva. El Genio ni consciente era de que sólo uno conseguiría llegar hasta él: un elegido. De hecho ya se hacía la idea de que pasarían mil años más hasta que pudiera salir a estirarse fuera de su tumba llamada lámpara.
Pero hubo algo muy extraño... Notó que la lámpara se había movido de una forma diferente; habían pasado demasiados años de aburrimiento, y sabía exactamente cuál era la sensación de hundirse en la arena, y ese no era el caso, en aquella ocasión era diferente, es como si alguien la hubiera cogido con las manos. ¿Qué? ¿En serio? ¿Por fin había llegado el momento de notar sus pies?
“Frótala, ¡Frótala ya! Antes de que mi cabeza tome forma de bolo, es demasiado antiestético y debo mantener mi buena presencia” –pensaba, mientras notaba mucho movimiento a su alrededor. Para su desgracia, oyó la voz del guardián recriminándole a quien fuera que tuviera la lámpara, y comenzó a notar ese temblor que sólo significaba que la Cueva se iba a hundir una vez más – “No por favor, ¡Ahora no! ¡Ahora que casi veo la luz!... Vale, definitivamente me quedan mil años más de espera...” –se lamentó. Si no fuera porque no podía moverse, se hubiera llevado una mano a la cara.
Después de unos minutos de meneos de aquí para allá, de lamentaciones internas y sueños truncados, todo se tornó silencioso y sólo reinaba la quietud. “Y yo que tenía un buen show montado en la mente, tendré que reservarlo para el próximo con suerte. Iba a repartir premios y todo, poner un par de bailarinas y para redondear un “Diario de Patricia”, o un Pasapalabra para entretenernos un poco... Es imposible que alguien se fije en una lámpara teniendo tantas riquezas alrededor. Pff....... ¿Uh? ¿Pero qué es eso que notan mis brazos y mi cuerpo? ¿Estoy en manos de alguien? ¿Qué? ¿Están frotando la lámpara? YUJU ”
Con ganas infinitas de darse impulso como hacía mucho tiempo que no se daba, de la lámpara comenzaron a surgir miles de fuegos artificiales de todos los colores, iluminando la Cueva en la que se habían quedado atrapados –bueno, el Genio desde hace milenios- y posteriormente llenándose de humo repleto de magia, magia contenida que por fin podía salir a ver la luz. “¡Fiesta!” Por fin podía abrir la bocaza y pronunciar palabra, soltar un largo gemido de placer que inundó todos los rincones de la cueva hasta que fue capaz de soltar un:
- ¡AY! – mientras se llevaba una mano a la nuca. Agg, se le resentía sobremanera después de estar tanto tiempo en la lámpara ahí metido. Y sí, me repito porque fue demasiado tiempo y poca cosa pudo hacer más que mirar la tapa de ésta estando tumbado dentro del cachivache durante esos años. Si al menos estuviera un poco más decorada... – Quedarse mil años en una lámpara acaba por darte artritis, ¿no crees?... Perdona que te cuelgue, chico – se disculpó antes de coger al muchacho que tenía delante por esa... cosa que parecía algo así como un chaleco mugriento y colgarlo en un tornillo de la pared de piedras – ¡AAAAAAAAAAAAH! –lejos de lo que pueda parecer, era un grito que se podía entender como un “Estamos tan agustitooo” mientras se separaba la cabeza del cuerpo y le daba una vuelta como los búhos. No es que tuviera un cuello demasiado estilizado, a decir la verdad, pero lo poco que tenía lo quería conservar, además de quitarse de encima esa sensación de estar oxidado – ¡Caramba! ¡Qué bien se está en el exterior! ¡Me alegra estar con todos ustedes damas y caballeros! Y eh... ¿Usted cómo... cómo se llama? – le preguntó a ese muchacho que ahora se hallaba en el suelo sentado, acompañado por la alfombra mágica que ya conocía el Genio y lo que parecía un mono. – ¡Aladdin! ¡Hola Aladdin! ¡Bienvenido a mi show! ¿Puedo llamarte Al, o quizás prefieres Din? O Rintintín. ¡Pulgoso! ¡Ven perrito! – nada más y nada menos que vestido por arte de magia como un escocés, silbaba como si llamara a un perro, perro que no tardó en hacer acto de presencia en menos que canta un mono je, je je, porque precisamente era él mismo, el genio, el que era capaz de transformar cosas o transformarse a sí mismo a su pleno antojo. Quizás podría poner en práctica ese show que tantas ganas tenía de presentar. – ¿Fumas? ¿Y si me esfumo? – se rió de su propio chiste mientras el chico parecía creer que se había trastocado. Igual era demasiado efusivo, algo a lo que deberían acostumbrarse – ¡Oh, lo siento Chita! No quería asustarte. Espero no haberte chamuscado – se disculpó mirando al mono – ¡EEEY! ¡Alfombra mágica! ¡Hacía milenios que no nos veíamos! ¡Choca esos flecos! ¡Chachie piruli! – después de saludarla volvió a centrar su atención en el chico, fijándose más que antes – Vaya, eres un enano comparado con mi último amo... ¿O estaré engordando? ... ¡Mírame de perfil! ¡Oh que barrigón! – exclamó con preocupación. Bueno, el Genio no era quien para juzgar, él sólo complacería al joven con sus tres deseos, que fuera lo que Allah quisiera.
Crick...
Cruck...
Creck...
Crock...
Crash, tarrá, coturrum…
Eran los sonidos que de vez en cuando podía escuchar viviendo dentro de aquella... “cómoda” lámpara. Nótese la ironía. Y muchos de esos sonidos eran precisamente de sus huesos y su encajonamiento ahí dentro y... Espera, ¿Acaso tenía huesos? Bueno, qué más daba, la cuestión es que aquello se le antojaba como estar muerto en vida, metido en un ataúd. Siempre había pensado que tener amo era un lastre, pero desde luego prefería mil veces tenerlo a quedarse ahí, muerto de asco. El último que tuvo no tenía otra cosa mejor que hacer que adentrarse en la Cueva de las Maravillas y morir ahí, quedando el genio atrapado en su bendita lámpara a la espera de alguien que se acordara de él, o de algún osado que se atreviera a entrar en la Cueva y sobreviviera para coger la lámpara, cosa bastante improbable. Ya habían pasado por lo menos mil años (la verdad es que había perdido la cuenta) y nada iba a cambiar de un día para otro.
De vez en cuando oía rugir el león que vigilaba la entrada a la cueva, “Pobre inconsciente... Otro que se lo tragará la tierra por avaricia” Solía pensar el Genio, y, efectivamente, poco después notaba el movimiento de la arena, intuyendo que ese hombre había tocado un tesoro que no le correspondía o simplemente por antojos de aquella peculiar Cueva. El Genio ni consciente era de que sólo uno conseguiría llegar hasta él: un elegido. De hecho ya se hacía la idea de que pasarían mil años más hasta que pudiera salir a estirarse fuera de su tumba llamada lámpara.
Pero hubo algo muy extraño... Notó que la lámpara se había movido de una forma diferente; habían pasado demasiados años de aburrimiento, y sabía exactamente cuál era la sensación de hundirse en la arena, y ese no era el caso, en aquella ocasión era diferente, es como si alguien la hubiera cogido con las manos. ¿Qué? ¿En serio? ¿Por fin había llegado el momento de notar sus pies?
“Frótala, ¡Frótala ya! Antes de que mi cabeza tome forma de bolo, es demasiado antiestético y debo mantener mi buena presencia” –pensaba, mientras notaba mucho movimiento a su alrededor. Para su desgracia, oyó la voz del guardián recriminándole a quien fuera que tuviera la lámpara, y comenzó a notar ese temblor que sólo significaba que la Cueva se iba a hundir una vez más – “No por favor, ¡Ahora no! ¡Ahora que casi veo la luz!... Vale, definitivamente me quedan mil años más de espera...” –se lamentó. Si no fuera porque no podía moverse, se hubiera llevado una mano a la cara.
Después de unos minutos de meneos de aquí para allá, de lamentaciones internas y sueños truncados, todo se tornó silencioso y sólo reinaba la quietud. “Y yo que tenía un buen show montado en la mente, tendré que reservarlo para el próximo con suerte. Iba a repartir premios y todo, poner un par de bailarinas y para redondear un “Diario de Patricia”, o un Pasapalabra para entretenernos un poco... Es imposible que alguien se fije en una lámpara teniendo tantas riquezas alrededor. Pff....... ¿Uh? ¿Pero qué es eso que notan mis brazos y mi cuerpo? ¿Estoy en manos de alguien? ¿Qué? ¿Están frotando la lámpara? YUJU ”
Con ganas infinitas de darse impulso como hacía mucho tiempo que no se daba, de la lámpara comenzaron a surgir miles de fuegos artificiales de todos los colores, iluminando la Cueva en la que se habían quedado atrapados –bueno, el Genio desde hace milenios- y posteriormente llenándose de humo repleto de magia, magia contenida que por fin podía salir a ver la luz. “¡Fiesta!” Por fin podía abrir la bocaza y pronunciar palabra, soltar un largo gemido de placer que inundó todos los rincones de la cueva hasta que fue capaz de soltar un:
- ¡AY! – mientras se llevaba una mano a la nuca. Agg, se le resentía sobremanera después de estar tanto tiempo en la lámpara ahí metido. Y sí, me repito porque fue demasiado tiempo y poca cosa pudo hacer más que mirar la tapa de ésta estando tumbado dentro del cachivache durante esos años. Si al menos estuviera un poco más decorada... – Quedarse mil años en una lámpara acaba por darte artritis, ¿no crees?... Perdona que te cuelgue, chico – se disculpó antes de coger al muchacho que tenía delante por esa... cosa que parecía algo así como un chaleco mugriento y colgarlo en un tornillo de la pared de piedras – ¡AAAAAAAAAAAAH! –lejos de lo que pueda parecer, era un grito que se podía entender como un “Estamos tan agustitooo” mientras se separaba la cabeza del cuerpo y le daba una vuelta como los búhos. No es que tuviera un cuello demasiado estilizado, a decir la verdad, pero lo poco que tenía lo quería conservar, además de quitarse de encima esa sensación de estar oxidado – ¡Caramba! ¡Qué bien se está en el exterior! ¡Me alegra estar con todos ustedes damas y caballeros! Y eh... ¿Usted cómo... cómo se llama? – le preguntó a ese muchacho que ahora se hallaba en el suelo sentado, acompañado por la alfombra mágica que ya conocía el Genio y lo que parecía un mono. – ¡Aladdin! ¡Hola Aladdin! ¡Bienvenido a mi show! ¿Puedo llamarte Al, o quizás prefieres Din? O Rintintín. ¡Pulgoso! ¡Ven perrito! – nada más y nada menos que vestido por arte de magia como un escocés, silbaba como si llamara a un perro, perro que no tardó en hacer acto de presencia en menos que canta un mono je, je je, porque precisamente era él mismo, el genio, el que era capaz de transformar cosas o transformarse a sí mismo a su pleno antojo. Quizás podría poner en práctica ese show que tantas ganas tenía de presentar. – ¿Fumas? ¿Y si me esfumo? – se rió de su propio chiste mientras el chico parecía creer que se había trastocado. Igual era demasiado efusivo, algo a lo que deberían acostumbrarse – ¡Oh, lo siento Chita! No quería asustarte. Espero no haberte chamuscado – se disculpó mirando al mono – ¡EEEY! ¡Alfombra mágica! ¡Hacía milenios que no nos veíamos! ¡Choca esos flecos! ¡Chachie piruli! – después de saludarla volvió a centrar su atención en el chico, fijándose más que antes – Vaya, eres un enano comparado con mi último amo... ¿O estaré engordando? ... ¡Mírame de perfil! ¡Oh que barrigón! – exclamó con preocupación. Bueno, el Genio no era quien para juzgar, él sólo complacería al joven con sus tres deseos, que fuera lo que Allah quisiera.
Samuel Johansson- Seres Mágicos
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Re: The Cave of Wonders
¿En dónde se había metido? Él solo quería poder, dinero para poder entrar a palacio. Pero ahora ya no era únicamente por el lujo, por salir de las calles y no volver a ser llamado rata callejera (como detestaba ese apodo). Ahora también quería pertenecer a la clase alta para encontrarse con Jazmín, para poder estar a su lado. Había quedado totalmente prendado de ella. Con solo pensar en ella o escuchar su nombre, los ojos se le iluminaban y sentía una extraña presión en el pecho. Era molesta, pero a la par resultaba cálida y agradable. Todo esto lo había empezado por ella y ahora...ahora estaba viendo fuegos artificiales, humo. La lámpara se movía, casi saliendo volando de sus manos, aunque logró aferrarla con todas sus fuerzas. Después de lo que había pasado, jugándose la vida para conseguir el dichoso objeto, no iba a dejarlo ir.
De aquel espacio tan diminuto salió una enorme nube azul que tomó finalmente forma. Se queda mirando boquiabierto, algo sorprendido. Pregunta su nombre y responde algo intimidado, tartamudeando. No entiende nada, cree estar viviendo un sueño o que quizás alguno de los golpes que se llevó contra las rocas lo han dejado...chiflado. Cambia de forma, habla, se mueve de un lado a otro, intranquilo. Nota que está contento, se ve a mil lenguas.
-El golpe que me di ha debido trastornarme- replica mirando a la alfombra mientras se frota la cabeza. En uno de sus cambios Abú se asusta y acaba recorriendo su cuerpo, cosa que provoca leves cosquillas a Aladdin, que se remueve un poco, pero sigue sin apartar la mirada. Todo esto es tan surrealista y a la vez tan...¿curioso?- Espera, espera un momento...-se señala a sí mismo con una mano, con una sonrisa calculadora- Yo...¿soy tu amo?- Hace cosas extrañas, pero que resultan al fin y al cabo graciosas. Hasta cierto punto, claro-. ¡Eh, para, para! ¿Concedes deseos?- se levanta del suelo, acercándose a esa masa azul- Ahora sé que estoy soñando- dice a Abú.
De aquel espacio tan diminuto salió una enorme nube azul que tomó finalmente forma. Se queda mirando boquiabierto, algo sorprendido. Pregunta su nombre y responde algo intimidado, tartamudeando. No entiende nada, cree estar viviendo un sueño o que quizás alguno de los golpes que se llevó contra las rocas lo han dejado...chiflado. Cambia de forma, habla, se mueve de un lado a otro, intranquilo. Nota que está contento, se ve a mil lenguas.
-El golpe que me di ha debido trastornarme- replica mirando a la alfombra mientras se frota la cabeza. En uno de sus cambios Abú se asusta y acaba recorriendo su cuerpo, cosa que provoca leves cosquillas a Aladdin, que se remueve un poco, pero sigue sin apartar la mirada. Todo esto es tan surrealista y a la vez tan...¿curioso?- Espera, espera un momento...-se señala a sí mismo con una mano, con una sonrisa calculadora- Yo...¿soy tu amo?- Hace cosas extrañas, pero que resultan al fin y al cabo graciosas. Hasta cierto punto, claro-. ¡Eh, para, para! ¿Concedes deseos?- se levanta del suelo, acercándose a esa masa azul- Ahora sé que estoy soñando- dice a Abú.
Matthew J. Barlow- Humanos
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Re: The Cave of Wonders
Asomo únicamente los ojos tras los pelos de la alfombra. No se quien o qué es esa cosa azul, pero no se si debería fiarme. Y cuando no lo sabes la opción mas segura siempre es el no. Asi que la alfombra caerá primero si esa cosa ataca a alguien. Aunque Al... no puedo dejar a Al solo. Y tampoco parece tan malo, o al menos no peligroso del todo. Simplemente parece.... loco. Muy loco.
Con la ayuda del entramado de hilos, bajo a Al de la pared donde esa cosa lo ha colgado y me quedo a su lado, por si acaso. Normalmente curiosearía hasta dar con algo que robarle a esa cosa, pero no es una persona, aunque se le parezca. Las personas no son azules, ni cambian de forma y tamaño como lo hace esta... cosa. Conforme veo que solo se dedica a hablar me acerco a olisquearlo, curioso. Es raro porque no huele a... nada. Nadie ni nada huele simplemente a nada. Es raro, muy raro. Pero a la vez fascinante. ¿Será valioso? Quizá podamos venderlo, o cambiarlo por una sandía.
De pronto se mueve de golpe y me asusta, lo que hace que salga corriendo a ocultarme tras Al, pero es tan esmirriado que le doy tres vueltas enteras antes de refugiarme en su espalda, mirando al bicho solo mostrando mis ojos. ¿Por qué a nosotros? Con lo tranquilos que estabamos robando en el bazar... Y por si fuera poco parece que el montón de hilo con flecos lo conoce. Bueno, al menos sé que le caemos bien, asi que si son amigos evitará que nos haga nada. Aunque eso no me hace quedarme mucho mas tranquilo.
El tío ese raro empieza a multiplicarse y me agarro mas al chaleco de Al, mas asustado si cabe. ¿Qué esta pasando aqui? Esto es cada vez mas raro. Y encima Aladdin parece tomarselo a broma. ¿Esta loco?¿Y si nos mata? Deberíamos encontrar una vía de escape, por si acaso. Empiezo a mirar alrededor pero no parece haber nada mas que cueva. Roca, roca y mas roca. Oh no, estamos en un lio. ¿Será verdad que concede deseos? Yo pediría que desaparezca.
Con la ayuda del entramado de hilos, bajo a Al de la pared donde esa cosa lo ha colgado y me quedo a su lado, por si acaso. Normalmente curiosearía hasta dar con algo que robarle a esa cosa, pero no es una persona, aunque se le parezca. Las personas no son azules, ni cambian de forma y tamaño como lo hace esta... cosa. Conforme veo que solo se dedica a hablar me acerco a olisquearlo, curioso. Es raro porque no huele a... nada. Nadie ni nada huele simplemente a nada. Es raro, muy raro. Pero a la vez fascinante. ¿Será valioso? Quizá podamos venderlo, o cambiarlo por una sandía.
De pronto se mueve de golpe y me asusta, lo que hace que salga corriendo a ocultarme tras Al, pero es tan esmirriado que le doy tres vueltas enteras antes de refugiarme en su espalda, mirando al bicho solo mostrando mis ojos. ¿Por qué a nosotros? Con lo tranquilos que estabamos robando en el bazar... Y por si fuera poco parece que el montón de hilo con flecos lo conoce. Bueno, al menos sé que le caemos bien, asi que si son amigos evitará que nos haga nada. Aunque eso no me hace quedarme mucho mas tranquilo.
El tío ese raro empieza a multiplicarse y me agarro mas al chaleco de Al, mas asustado si cabe. ¿Qué esta pasando aqui? Esto es cada vez mas raro. Y encima Aladdin parece tomarselo a broma. ¿Esta loco?¿Y si nos mata? Deberíamos encontrar una vía de escape, por si acaso. Empiezo a mirar alrededor pero no parece haber nada mas que cueva. Roca, roca y mas roca. Oh no, estamos en un lio. ¿Será verdad que concede deseos? Yo pediría que desaparezca.
Alex L. Northwood- Fauna
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Re: The Cave of Wonders
[*Lamento mucho la demora]
Y el show nada más acababa de empezar, no estaban ni a la mitad. Para el Genio aquello era algo de lo más normal, de alguna manera debía presentarse, ¿no? Y ya que tenía la obligación de ello, era mejor hacerlo de una manera original que no lo típico de “Hola, ¿Qué tal? Soy el Genio, mucho gusto. Tres deseos y arreando, que es gerundio”. Además, no entraba dentro de los esquemas de su forma de ser, se acabaría aburriendo de sí mismo. Le cansaba la seriedades.
- ¡Premio al canto! – exclamó una vez que el muchacho parecía haber captado el mensaje, aunque en opinión del Genio, con algo de retraso. Tenía pinta de que no se había relacionado nunca antes con la magia, sólo por su cara de sorpresa. En fin, un jovencito inexperto... Sólo esperaba que no fuera demasiado ambicioso, aunque los temores del Genio incrementaban al ver los ropajes que llevaba; daba la sensación de que había salido de un estercolero. Pero bueno, el Genio no era nadie para juzgar, él sólo tenía el deber de conceder deseos a todo aquél que fuera su amo. Y, por supuesto, para no romper la línea del show, acompañando sus anteriores palabras, le colocó un sombrero y pergamino de graduado. Se lo merecía por haber acertado y asimilarlo con avidez. Ey, al fin de cuentas, no le quedaba nada mal... “Qué estilazo tienes, Genio” pensó para sus adentros. - ¿Qué deseas de mí? ¡El auténtico cachas!... ¡Sácame de aquí! – exclamaba adoptando formas inverosímiles para matizar sus palabras. Había que aclarar que la última exclamación había sido toda una indirecta - ¡Y frecuentemente imitado, pero nuuuunca, duplicado...! – un coro de genios y sus voces lo acompañaban en esa afirmación - ¡Súper Genio de la láaampara! ... En directo desde la lámpara para satisfacer todos sus... Deseos
El coro de genios, que él mismo había hecho aparecer como si fueran sus dobles, empezaron a acompañarle en aplausos. La magia de un genio era una de las más poderosas, por no decir la que más, con lo cual podía hacer cualquier cosa que deseara... Claro que pagando el precio de la libertad. En ocasiones deseaba poder cambiar, y tener esa anhelada libertad a cambio de ser un mortal como cualquier otro, aunque echaría muy en falta su magia, todo fuera dicho. Había vivido con ella desde que tenía uso de razón.
Como era de esperar, el muchacho enseguida se levantó y atendió con ansia al escuchar la palabra “deseos”. Seguramente no sería el único interesado, sólo hacía falta ver la cara de posible asombro que tendría el mono que lo acompañaba. Humanos, siempre tan necesitados... Parecía como si ninguno de ellos estuviera del todo feliz, siempre necesitaban algo más, por mucho que pasara el tiempo.
- Tres, para ser exactos – le indicó con los dedos, sin dejar de lado su entusiasmo. Al fin de cuentas si tenía que elegir, prefería conceder deseos que tirarse otros mil años encerrado en la lámpara – Y ni uno más, ¡Ni uno más! – dejó en claro antes de hacer desaparecer sus dobles que aún seguían a sus espaldas, y empezar con una nueva oleada de transformaciones al azar... O quizás no tan al azar. Todo dependía de lo que dijera. Estaba seguro que si acompañaba las palabras con imágenes gráficas, la persona que tuviera delante entendería con más claridad lo que estaba diciendo. Visualmente los conceptos entraban mejor - ¡Eso es todo: un, dos, tres... A leer esta vez! - bromeó antes de acercarse a Aladdin y su mascota – ¡No se admiten cambios, ni devoluciones!
Y más ancho que pancho, volvió a su original forma, acomodado en el suelo mientras miraba con curiosidad a los nuevo llegados. Cabía decir que sólo la alfombra hizo caso a su cartel de “Aplaudan”. Seguramente no habían asimilado aún toda la información. Pero antes de que el muchacho y chita comenzaran a hacerse ilusiones, decidió informarles sobre las ciertas e importantes limitaciones del asunto.
- ¿Qué va a ser, amo?... – preguntó como algo protocolario, mientras se miraba las uñas, obviamente, había que cuidar el físico. Esperó a que Aladdin preguntara lo que quisiera preguntar, antes de resolver sus dudas.
- Bueno, depende cuáles sean... Existen unos cuantos problemas, es decir, un par de salvedades... – apenas dejó margen a que el muchacho o su mono se expresaran hasta que volvió a abrir la boca - ¡REGLA NÚMERO UNO! No puedo matar a nadie... ¡Así que no me lo pidas! ... – se cortó la cabeza, autodecapitándose. Todo fuera para que entendiera el concepto. Se la volvió a enganchar al cuerpo y sin necesidad de pegamento – ¡REGLA NÚMERO DOS! No puedo hacer que un alguien se enamore de otro alguien... – le plantó un enorme beso en la mejilla, si es que al fin y al cabo era un jovenzuelo. Le estiró del moflete como haría una buena abuela - ¡Tienes un no sé qué que qué sé yo!... ¡REGLA NÚMERO TRES! No puedo resucitar a los muertos... Es asqueroso... ¡Y huele MUY MAL! – exclamó zarandeando a Aladdin, transformado en un maloliente y putrefacto zombi, hasta que se alejó tomando su perfecta forma de Genio. - A parte de eso, lo que quieras... – afirmó, inclinándose hacia delante en un acto de sumisión y esperando órdenes por parte de su nuevo amo y el mono que lo acompañaba.
- ¡Premio al canto! – exclamó una vez que el muchacho parecía haber captado el mensaje, aunque en opinión del Genio, con algo de retraso. Tenía pinta de que no se había relacionado nunca antes con la magia, sólo por su cara de sorpresa. En fin, un jovencito inexperto... Sólo esperaba que no fuera demasiado ambicioso, aunque los temores del Genio incrementaban al ver los ropajes que llevaba; daba la sensación de que había salido de un estercolero. Pero bueno, el Genio no era nadie para juzgar, él sólo tenía el deber de conceder deseos a todo aquél que fuera su amo. Y, por supuesto, para no romper la línea del show, acompañando sus anteriores palabras, le colocó un sombrero y pergamino de graduado. Se lo merecía por haber acertado y asimilarlo con avidez. Ey, al fin de cuentas, no le quedaba nada mal... “Qué estilazo tienes, Genio” pensó para sus adentros. - ¿Qué deseas de mí? ¡El auténtico cachas!... ¡Sácame de aquí! – exclamaba adoptando formas inverosímiles para matizar sus palabras. Había que aclarar que la última exclamación había sido toda una indirecta - ¡Y frecuentemente imitado, pero nuuuunca, duplicado...! – un coro de genios y sus voces lo acompañaban en esa afirmación - ¡Súper Genio de la láaampara! ... En directo desde la lámpara para satisfacer todos sus... Deseos
El coro de genios, que él mismo había hecho aparecer como si fueran sus dobles, empezaron a acompañarle en aplausos. La magia de un genio era una de las más poderosas, por no decir la que más, con lo cual podía hacer cualquier cosa que deseara... Claro que pagando el precio de la libertad. En ocasiones deseaba poder cambiar, y tener esa anhelada libertad a cambio de ser un mortal como cualquier otro, aunque echaría muy en falta su magia, todo fuera dicho. Había vivido con ella desde que tenía uso de razón.
Como era de esperar, el muchacho enseguida se levantó y atendió con ansia al escuchar la palabra “deseos”. Seguramente no sería el único interesado, sólo hacía falta ver la cara de posible asombro que tendría el mono que lo acompañaba. Humanos, siempre tan necesitados... Parecía como si ninguno de ellos estuviera del todo feliz, siempre necesitaban algo más, por mucho que pasara el tiempo.
- Tres, para ser exactos – le indicó con los dedos, sin dejar de lado su entusiasmo. Al fin de cuentas si tenía que elegir, prefería conceder deseos que tirarse otros mil años encerrado en la lámpara – Y ni uno más, ¡Ni uno más! – dejó en claro antes de hacer desaparecer sus dobles que aún seguían a sus espaldas, y empezar con una nueva oleada de transformaciones al azar... O quizás no tan al azar. Todo dependía de lo que dijera. Estaba seguro que si acompañaba las palabras con imágenes gráficas, la persona que tuviera delante entendería con más claridad lo que estaba diciendo. Visualmente los conceptos entraban mejor - ¡Eso es todo: un, dos, tres... A leer esta vez! - bromeó antes de acercarse a Aladdin y su mascota – ¡No se admiten cambios, ni devoluciones!
Y más ancho que pancho, volvió a su original forma, acomodado en el suelo mientras miraba con curiosidad a los nuevo llegados. Cabía decir que sólo la alfombra hizo caso a su cartel de “Aplaudan”. Seguramente no habían asimilado aún toda la información. Pero antes de que el muchacho y chita comenzaran a hacerse ilusiones, decidió informarles sobre las ciertas e importantes limitaciones del asunto.
- ¿Qué va a ser, amo?... – preguntó como algo protocolario, mientras se miraba las uñas, obviamente, había que cuidar el físico. Esperó a que Aladdin preguntara lo que quisiera preguntar, antes de resolver sus dudas.
- Bueno, depende cuáles sean... Existen unos cuantos problemas, es decir, un par de salvedades... – apenas dejó margen a que el muchacho o su mono se expresaran hasta que volvió a abrir la boca - ¡REGLA NÚMERO UNO! No puedo matar a nadie... ¡Así que no me lo pidas! ... – se cortó la cabeza, autodecapitándose. Todo fuera para que entendiera el concepto. Se la volvió a enganchar al cuerpo y sin necesidad de pegamento – ¡REGLA NÚMERO DOS! No puedo hacer que un alguien se enamore de otro alguien... – le plantó un enorme beso en la mejilla, si es que al fin y al cabo era un jovenzuelo. Le estiró del moflete como haría una buena abuela - ¡Tienes un no sé qué que qué sé yo!... ¡REGLA NÚMERO TRES! No puedo resucitar a los muertos... Es asqueroso... ¡Y huele MUY MAL! – exclamó zarandeando a Aladdin, transformado en un maloliente y putrefacto zombi, hasta que se alejó tomando su perfecta forma de Genio. - A parte de eso, lo que quieras... – afirmó, inclinándose hacia delante en un acto de sumisión y esperando órdenes por parte de su nuevo amo y el mono que lo acompañaba.
Samuel Johansson- Seres Mágicos
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