Till Darkness [Tabbatha K. Goldenrose]

Aquella tarde no había acudido demasiada gente a la tienda. De hecho, no es que normalmente lo fuese con normalidad. La tienda era más bien como un gran almacen en el que acumulaba las cosas que había "rescatado" de mi pasado, objetos que tenían un valor incalculable y que, sabiendo como utilizarlos, podrían llegar a serme muy útiles cuando la ocasión así lo requisiera. Aquel negocio lo tenía más como un pasatiempo, algo para mantenerme ocupado ya que sino no podía tener mi mente demasiado ocupada. Sin embargo, todos sabían que todo el dinero que poseía venía de lo que me pagaban todos los vecinos de Storybrooke al ser su arrendatario. Tal y como me había sucedido en el pasado, poseía más oro del que podía gastar. La Reina había mantenido su trato aunque, también era cierto que ambos sabíamos que romper tratos conmigo tenía sus consecuencias, graves y oscuras consecuencias que ella pretendía evitar.

Había decidido mandar antes al señor Lynch a su casa ya que su presencia, lejos de agradarme, a veces llegaba hasta a atormentarme. Era más de aquellas personas a las que les gustaba el silencio y que no las molestasen, que respetasen su intimidad. A veces extrañaba el castillo oscuro y el cobijo que me ofrecía, alejándome de aquellas improductivas relaciones que seguiría manteniendo de haber continuado siendo humano. Sin embargo, incluso en Storybrooke me las había amañado para darles a entender a todos que era mejor no jugar conmigo y, mucho menos, contrariarme. Era como si una pequeña parte de sus vidas pasadas les alertase sobre que no se debían acercarme demasiado a mi. No sino querían experimentar las consecuencias.

Absorto en mis pensamientos, esbocé una sonrisa ante ellos mientras me dirigía hacia la trastienda para revisar que no faltase nada. Lo mantenía todo estipulosamente ordenado y sabía que, si alguien hubiese tocado algo que no debería, me hubiese percatado al instante. No era de los que dejaban cabos sueltos y mucho menos de los que descuidaban incluso los pequeños detalles. De hecho, solía exponer las cosas más importantes para que nadie sospechasen que tenían valor alguno. Al fin y al cabo, llamaban más la atención los objetos ocultos y "bien" escondidos. Por supuesto, aquellos debían permanecer lejos de la Reina. Le gustaba creer que tenía poder sobre la ciudad sin darse cuenta de que quien realmente manejaba todos los hilos era yo desde las sombras. No me apetecía quitarle aquella idea de la cabeza ya que mientras siguiese todo así, sería un problema menos del que preocuparse. Además yo tenía asuntos mucho más importantes que atender.

Por la mañana había decidido hacerle una visita a la alcaldesa para preguntarle que tal le había ido en su nuevo "hobby" como repartidora de correo anónima aunque mis intenciones evidentement eno habían sido aquellas. Lejos de preocuparme sobre si sus planes le salían bien o se torcían yo me había limitado en dejarle una nota a su secretaria, la señorita Goldenrose para que se reuniese conmigo esta misma noche. La había advertido de que teníamos unos asuntos que tratar y que era mejor que nadie se enterase ni la viese acudir hasta allí. Por ello había escogido aquella tardía hora y me había servido también de excusa para mandar al señor Lynch a su casa.

Tras haber hecho la ronda por la tienda y haberme asegurado de que todo estaba correctamente dispuesto, me dirigí hacia una silla situada ras el mostrador y apagué las luces de la tienda, dejando simplemente una luz de mesa encendida para disfrutar de la breve lectura de un libro hasta que no llegase mi invitada. La conocía perfectamente y, simplemente por la curiosidad de saber el porque requería su presencia acudiría a tal extraño encuentro. De lo que también estaba convencido es que no se esperaría nada de lo que le iba a proponer.

La hora se aproximaba, sin prisa pero avanzando constantemente. Estaba algo impaciente por tratar aquel asunto con la señorita Goldenrose. Estaba seguro de que mi oferta le resultaría más que tentadora, conociéndola no creía que fuese a poner demasiadas pegas a aquel trato con el demonio. Si aún tuviera conocimiento de a quien iba a ayudar, pero gracias a la Reina tenía el camino completamente allanado para lograr todos mis objetivos. Me resultaba tan fácil manipularla a mi antojo para lograr que hiciese lo que yo quería que en algún punto de la historia ya había perdido la gracia. Esto se asemejaba a un gran tablero de ajedrez donde las piezas ya estaban dispuestas, combatiendo, y mientras que la reina se dedicaba a ir a por mis peones yo atacaba a sus torres, sus caballos, sus alfiles.. Debilitando cada vez más su posición, haciéndola vulnerabre, hasta el punto en que la maldición se rompiese y nada nos retuviese en Storybrooke.

Escuché el sonido de las campanillas de mi tienda, por lo que alcé la vista que se encontraba centrada en un libro para observar el rostro de mi invitada acercándose con precaución. Sonreí cuando se colocó ante mi vista, gesto que se ensanchó ante su saludo - Tome asiento, señorita Goldenrose - Le ofrecí alzando mi mano y señalando con ella una silla de madera que había al lado del mostrador. Alcancé una tetera que en la que había preparado té minutos atrás, mientras aguardaba nuestro encuentro, y nos serví a cada uno una taza. Un olor exquisito a frutos del bosque recorrió la estancia mientras este se derramaba dentro de los recipientes. Agarré un azucarero, y se lo ofrecí a la chica para que tomase un poco. Luego me eché yo una cucharada. Lo revolví con calma y le di un corto sorbo, saboreándolo. Sí, creía que estaba impaciente y no podía negar que me gustaba jugar con aquel tipo de sensaciones. Era más fácil quebrar a la gente cuando se hallaba ansiosa o nerviosa.

Alcé mi vista hacia ella, clavándola en sus ojos y manteniendo esa mirada unos segundos sin pestañear. Finalmente, sonreí para relajar aquella tensión - Espero que lo encuentre a su gusto - Añadí, refiriéndome a la infusión. Había llegado el momento de hablar de nuestros negocios. No quería retrasar demasiado aquella reunión ya que prefería que se mantuviese completamente desconocida. - Bueno, vayamos al grano de la cuestión, querida. Por lo que he escuchado.. Usted es muy cercana a la alcaldesa. Eso hace que tengamos ciertos e interesantes asuntos que tratar - Sonreí de lado mientras, con cuidado, volvía a agarrar la taza para darle otro sorbo a la infusión - Simplemente quiero que sea consciente de una cosa. Shiobban estará acabada dentro de un tiempo y creo que usted es consciente de ello. Sabe a la perfección que si el pueblo teme a alguien más que a ella es a.... mi - exclamé mi última palabra, recalcándola para que se quedase con ella. Sabía todos los rumores que circulaban sobre mi y aquello me complacía - También creo que sabe que pese a que ella es la imagen de la ciudad, yo soy el que la controla en las sombras. Soy el dueño de todo el pueblo. Por ello tengo una propuesta que hacerle: le ofrezco un salvaconducto para no caer junto a ella. - Me recosté en mi asiento mientras colocaba mis manos sobre una rodilla, acomodándome y adoptando una postura algo más informal - Le ofrezco lo mismo que tiene ahora con la pequeña diferencia de una mayor suma de dinero. Después de todo, como he dicho antes, soy el dueño de todo el pueblo - clavé de nuevo mi vista en la suya mientras sonreía. Todo el mundo era consciente de lo avara que ella, y aprovecharía aquel punto débil en mi favor - Y solo tendría que hacer algo por mi.. Creo que es una oferta tentadora.