Pum pum pum {Taylor}

Una de las palabras que definía a Enya era “despistada”. En serio, no podía haber ninguna palabra mejor que la pudiese definir. Para variar, el despertador nuevo que tenía en su casa no o entendía, nunca había sido muy amiga de ese tipo de objetos, las nuevas tecnologías y ella nunca iban a ser amigos. Nunca. Se peleó con el trasto para apagarlo, y cuando al fin lo consiguió, había gastado más tiempo en intentar apagarlo que en despertarse. Se levantó corriendo de la cama y abrió el armario, cogiendo la primera camisa que vio en el armario, unos pantalones que había dejado el día anterior en una silla y se vistió corriendo. No se acostumbraba a esto de hacer algo en el pueblo, trabajando. Ella lo único que se había dedicado a hacer todo este tiempo, al menos que ella recordase, era tener una cámara en sus manos con un bloc de dibujo y unos lápices afilados. Antes se dedicaba a retratar algunas cosas que veía por la calle, aunque desde que decidió ser cartera en el pueblo… su vida se había vuelto aún más caos.

Legaba tarde a todos los lados, muchas veces se le olvidaban las cartas en la oficina y otras muchas veces se las entregaba a las personas equivocadas. Aunque al menos la gente del pueblo no se enfadaba, porque todos sabían ya cómo era y que era raro si no se había dejado la cabeza en casa o si al menos había salido a la calle con ropa normal, y no en pijama, como más de una vez le ha pasado.

Bajó corriendo las escaleras de la casa, mientras cogía su abrigo rojo y su bandolera, en la que anteriormente guardaba sus blocks y su cámara. Cerró de un portazo mientras iba corriendo a la parte trasera de la casa, en la cual guardaba una bicicleta, con la que se le había más fácil poder desplazarse por el pueblo, y así poder entregar las cartas a tiempo… cosa que casi nunca conseguía. Empezó a pedalear por el jardín de la casa, estirando una de las piernas cuando llegó a la puerta, para abrirla sin tener que bajarse de la bicicleta. Y salió a la calle. Empezó a pedalear, mientras intentaba que su gorro no saliera volando por el aire que hacía, aparte de por la velocidad a la que iba. En cuestión de minutos llegó a la oficina de correos, bajó de la bicicleta como pudo, dejándola apoyada en el bordillo de la acera, mientras entraba corriendo, con una sonrisa en la cara y las mejillas coloradas por el frío que hacía fuera. Saludó a su compañero y se dirigió a la sala en la cual guardaban las cartas que acababan de llegar y deberían ser entregadas esa misma mañana, a si que agarró la caja de plástico y abrió su bandolera, metiendo en ella los pequeños paquetes que sería peligroso llevar en la parte delantera de la bici, quién sabe, a lo mejor alguno era algo frágil y ella no se quería hacer responsable de que llegara hecho pedazos a las manos de su dueño.

Agarró también un folio que colgaba de una de las estanterías, en el cual estaban escritas las direcciones a las que debería ir. La verdad es que sus compañeros pensaban en todo, a si que no se podía quejar. Salió de la oficina con la caja bajo un brazo, la bandolera a la espalda y el folio en el otro, mientras intentaba levantar la bici. Guardó la caja en la cesta delantera de la bici, mientras se montaba de nuevo encima del sillín y miraba la primera dirección. Tenía que ir a entregar unas cartas y un paquete al colegio de Storybrooke. Bien, al menos eso sabía dónde estaba, a si que no se iba a perder. Pedaleó de nuevo, de camino al colegio, con el folio arrugado en una de las manos que estaba en el manillar.

No tardó mucho en llegar, es más, la historia era que había salido demasiado tarde de su casa para ir al trabajo, entonces cuando llegó al colegio ya estaban la mayoría de los alumnos saliendo. Bajó de la bicicleta, y esta vez la apoyó en una de las farolas, para que no se cayera, mientras agarraba la caja de plástico y se encaminaba al colegio. Iba feliz, saludando a la mayoría de los niños que ella conocía por haber pasado tiempo, y no se dio cuenta de que una de las baldosas que estaban en el suelo estaba rota, por lo que cuando se quiso dar cuenta, la mayoría de las cartas estaban desperdigadas por el suelo. Se llevó una mano a la cabeza, colocándose bien el gorro que se le había torcido y se rascó la nariz, mientras se ponía de rodillas para recoger las cartas y que no se volara ninguna.

El despertador sonó, sacando a Taylor del profundo sueño en el que estaba. Se levantó y lo apagó de un golpe seco. Odiaba ese ruidito, siempre significaba la vuelta a la realidad en la que vivía.
Se vistió, cogió una manzana de la cocina y se fue directa al instituto.
Era ya su último año y por fin tendría la oportunidad de ir a la universidad y estudiar algo que la estimulase y la sacase de la rutina diaria; aunque aún no sabía qué era.
Pero aún tenía tiempo, o eso se empeñaba en pensar.
Envuelta en su abrigo negro, caminó hacia su destino escuchando música que la ayudase a evitar pensar en su futuro.

Llegó pronto, como siempre, y pudo entrar sin encontrarse con los típicos cúmulos de gente que hay a la hora punta. Le gustaba llegar pronto, así evitaba hablar con la gente y escuchar las típicas historias de lo que hicieron la noche anterior. De todas maneras no tenía ningún amigo de verdad y ya había desechado la idea de conseguir alguno en ese pueblo.

Suspiró y entró en el aula. Como suponía, no había nadie. Escogió el sitio más alejado de la puerta y espero.

Y casi sin darse cuenta, el día pasó. Como el resto de días. Espero a que la clase se vaciase y salió al pasillo. Camino tranquilamente hasta llegar a la salida, donde presenció la caída de la cartera, Enya.
Apenas habían hablado, pero viendo como se caía no pudo evitar reírse y acercarse a ella.
Se agachó a su lado y dijo sonriendo:
-Trae, deja que te ayude. Supongo que no querrás que se te vuele alguna, ¿verdad?

Enya levantó rápidamente la vista a la vez que agarraba la cajita de plástico que estaba dada la vuelta sobre el suelo. La dejó a su lado mientras se quedaba de rodillas en el suelo, recogiendo las cartas que tenía a su alrededor. Aquella chica rubia, que tenía el pelo casi blanco… la sonaba de algo, pero la cartera no llegaba a saber de qué. Le sonrió a la muchacha, mientras dejaba las cartas que acababa de recoger en la cajita, y luchaba por que se mantuvieran de pie, y que no cayeran desperdigadas por la caja. -Oh, muchas gracias joven ciudadana –frunció el ceño antes de reírse y cogerle de las manos las cartas que la chica había recogido, para hacer lo mismo que acababa de hacer ella con las suyas. Agarro las asas de la caja y la colocó en frente suya, delante de sus rodillas, mientras observaba las que había recogido, a la vez que intentaba colocarlas de nuevo, si no tardaría mucho más de lo necesario en recorrerse el pueblo entero para dejar los pedidos.

Lo relativamente bueno de Storybrooke es que no había mucha comunicación vía carta, a no ser que al señor Gold le diese por empezar a mandar cartas a la gente recordando que le tenían que pagar. En ese caso la pobre chica sí que tenía trabajo, además de sentirse mal por tenerles que dar las malas noticias. Como todo el mundo se conocía y vivía relativamente cerca, si se necesitaban para algo se iban a buscar o se encontraban por la calle, pero bueno, al menos Enya tenía trabajo, que era eso… o profesora de niños pequeños. Y creo que si la chica trabajase de aquello los niños saldrían peor de lo que entraban. -Qué rabia… con lo ordenaditas que me las habían dejado para que no tuviera que estar dando vueltas por el pueblo todo el día…. –comento, para ella misma. Se levantó, sacudiéndose los pantalones que se habían llenado del polvo del suelo y se encaminó hacia unas cartas que se habían volado un poco. Algunas se habían quedado entre los matorrales que rodeaban el colegio, otras por el suelo y da gracias a que no habían llegado a caer en la carretera.

Dejó las cartas al lado de las anteriores, mientras miraba a la chica que le ayudaba con curiosidad y la nariz arrugada, la verdad es que todo el mundo en el pueblo la tomaba por rarita y cosas así, a si que nadie se tomaría la molestia en ayudarla, o eso pensaba ella, porque parecía ser que al final había personas de bue corazón y todo en el pueblo. -Gracias por ayudarme, Tania. –miró al cielo mientras pensaba -No, Talinda. –nunca había sido muy buena recordando nombres. Bueno, en general nunca recordaba casi nada, y si recordaba dónde vivía era ya un logro. -¿Tabbatha? –se agachó a por una carta que pasaba a su lado. Miró el nombre y dirección de la persona para colocarla donde correspondería y sonrió. -¡Taylor! –le tendió la carta con una amplia sonrisa, mientras que con la mano que tenía libre se colocaba de nuevo el gorro, que se le caía.

Taylor recogió unas pocas cartas y se las pasó a aquella chica mayor que ella. Creía recordar que su nombre era Enya, pero no estaba segura. Apenas había hablado con ella alguna que otra vez que la había visto entregar el correo. Había oído cosas de ella, de lo despistada que era, y la parecía increíble que alguien pudiera ser así de despistado por naturaleza. Pero cuando vio el desastre de cartas que había por el suelo, se dio cuenta de que la gente tenía razón sobre ella.
Aún así, la ayudó, porque se sintió mal al verla sola recogiendo tantas cartas. La verdad es que su trabajo sí que era triste. Muchas de las cartas no decían noticias agradables.
Evitó pensar en ello mientras recogía unas cartas que tenía cerca de ella. La dejó en la cajita con las otras y se levantó, sacudiéndose el polvo de los pantalones.
Entonces se dio cuenta de que tenía a Enya delante suya, entregándola una carta con una sonrisa en la boca mientras se acordaba de su nombre.
-Gracias, Enya-dijo mientras cogía la carta. ¿Quién la podría escribir una carta a ella?

La cartera sonrió mientras se agachaba a por un par de cartas más y volvía a colocarlas en la caja. Anda que… si alguien de su trabajo se enteraba de aquello, o se reían de ella o a saber. Pero tampoco le dio extrema importancia. Alzó la caja con sus brazos y se acercó a la bicicleta, que estaba apoyada en una de las farolas que estaban en la acera, guardando la caja de nuevo en la cesta delantera de la bici. Miró a Taylor, que observaba la carta con una mezcla de sorpresa y… ¿miedo? Normal, todo el mundo tiene miedo si no sabes quién es el que te manda o te deja de mandar cartas, y más si no estás acostumbrado a ello. Se acercó a ella y se colocó a su lado, mirando por encima de su hombro la carta. No es que la cartera fuese extremadamente cotilla, a si que se apartó al ver otras cartas, las que se habían quedado en el jardín del colegio.

Arrugó la nariz y picó a Taylor en el brazo con un dedo, mientras señalaba el jardín. A pesar de que muchas veces se comportaba como si fuera una niña pequeña encerrada en el cuerpo de alguien de 20 y tantos años. Sobre todo se comportaba así cuando mantenía conversaciones con Malcolm, el encargado de la tienda de Antigüedades del señor Gold. - ¿Me haces un favor? –ladeó la cabeza mientras se apartaba un par de pasos y se encaminaba hacia el pequeño jardín. - Verás, se han quedado unas cartas ahí y yo no puedo cogerlas, ay que tengo alergia al césped y a los arbustos. ¿Me lo coges porfi? –metió las manos en los bolsillos de su abrigo rojo y sonrió. La estudiante era una chica de buen corazón y seguramente no se iba a negar a cogerlo, además de que Enya no podía por aquello mismo. Si rozaba la hierba se le ponían las manos rojas y no podía hacer nada con ellas, porque le picaban y escocían de manera sobrenatural. Y no quería tener que ir a ver a Sutton al hospital, porque le diría lo mismo que siempre.

¿Quién la podría enviar una carta? Allí no tenía a nadie que la enviase cartas, así que era normal que la diese miedo pensar en lo que podría contener el sobre. Por suerte, cuando reconoció el nombre del propietario de su piso se tranquilizo, quizá no quería decirla nada importante.
Levantó la vista de la carta y vio como Enya seguía recogiendo cartas, parecía que no terminaban nunca de aparecer cartas por todas partes. Se guardó la carta en el bolsillo cuando la pidió que cogiese unas cartas de un arbusto cercano. Era la primera vez que conocía a alguien con alergia al césped, pero la ayudó, como había hecho antes.
Se arrodilló en el suelo y, con cuidado de no clavarse ninguna rama, metió la mano en el arbusto y alcanzó la carta que había allí. Pero sacó el brazo muy rápido y una rama que no pudo esquivar se la clavó.
Se levantó asustada, aún sujetando la carta, y se miró la línea roja que tenía en el brazo. No parecía nada, pero al segundo empezó a salir sangre.
-Ay, vaya-dijo mientras miraba a Enya.-¿Me llevarías a tu casa en esa bici que tienes, por favor?

La cartera se quedó mirando todo el rato a Taylor, con las manos a la espalda, después de pedirla que por favor, le cogiese una carta que para ella era imposible de coger sin tener que ir a visitar a Sutton al hospital. Siguió con la mirada el pelo rubio de la chica hasta que se agachó justo delante de donde estaba la carta. Enya giró sobre sí misma y separó la bicicleta de la farola, no había mucho camino desde donde se encontraba en ese momento hasta la puerta del colegio, pero no se atrevía a dejar otra vez la caja con las cartas y paquetes lejos de ella. Puede que con lo torpe que era, se le terminase olvidando dónde lo había dejado, y ya lo que faltaba, que se volviese loca por el pueblo buscando las malas noticias de los demás. Incuso a lo mejor tendría que ir a la Comisaría a ver a si querido Ferdynand para decir que había perdido todas las cartas del pueblo. No le iba a dar otro motivo más para que se riese de ella, a si que pasó una de las piernas por encima de la bicicleta y se sentó sobre el sillín, girando de nuevo la cabeza hacia donde estaba Taylor.

Alzó las cejas al ver la línea roja que recorría poco a poco el brazo pálido de la chica, a si que movió sus ojos marrones hasta los de ella y le sonrió. - Claro, además, tampoco es que viva muy lejos de aquí -esperó a que la chica del pelo raro se subiera al sillín, a ella no le importaba pedalear de pie, a si que una vez que notó que la chica estaba agarrada a ella, le cogió la carta que todavía tenía ente sus manos y la guardó junto a las demás, antes de comenzar a pedalear.

A los pocos minutos estaban frente a su casa, a si que inclinó la bicicleta hacia un lado dejando a la chica que bajase antes que ella. Una vez que desmontó, estiró una de las manos para pedirle a Taylor que le enseñara el brazo, mientras que con la otra mano buscaba en los bolsillos de su abrigo las llaves de su casa. -Nah, no es nada, y te lo digo yo, que me caigo cada 5 metros -sonrió de manera cálida mientras se encaminaba hacia la puerta, introducía la llave en la cerradura y la giraba, hasta oír el típico sonido que te alerta de que la puerta ya está abierta.