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Mensaje por Narrador Mar Dic 25, 2012 5:26 am

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Mensaje por Peter Mar Dic 25, 2012 5:53 am

Un golpe seco del hacha partió el tronco en dos haciendo que una de sus mitades cayese al suelo mientras que la otra permanecía sobre el tocón donde él lo había dejado. El joven de cabellos oscuros se llevó una de las manos a la frente quitándose el sudor. Se sentía cansado pero al mismo tiempo era plenamente consciente de que ese día no había descanso. Estaban en la fase del ciclo lunar en la que en la aldea en la que vivían más terror pasaban, todo gracias al lobo que mataba a su rebaño… El caso es que la noche anterior se habían reunido prácticamente todos en la taberna de la aldea y habían acordado que aquella noche harían guardia y cuando aquel animal apareciera… lo matarían. Sin pararse un segundo a pensar en ello. Lo que no tenía del todo claro Peter era si él iba a participar. Su padre lo haría, pero no le hacía mucha gracia que su hijo se metiera en aquella encrucijada y luego también estaba ella a la de que seguro tampoco le haría mucha gracia.

Se agachó para recoger la madera que había cortado llevándola hasta la carretilla. Sí, no era más que un leñador, ¿y? ¿Qué tenía eso de malo? Porque sabía perfectamente que a su abuela eso no le hacia la mínima gracia. Bufó ligeramente molesto ante aquel pensamiento mientras se pasaba una de las manos por la cabeza una vez hubo soltado la carretilla en el lugar correspondiente. El sol se estaba poniendo tras los árboles y pronto la luna saldría y coronaría los cielos, lo que significaba…

Significaba que aquellos aullidos que te erizaban la piel por las noches volverían a ser el sonido de la noche.

Calculó mentalmente si le daría tiempo a llegar a su casa antes de que fuese demasiado tarde y la amenaza de un ataque por parte del lobo fuese demasiado grande. Su abuela y ella vivían a las afueras de la aldea lo que hacía que fuese más peligroso ir a verla sobretodo cuando eran noches de luna llena, pero para Peter el riesgo valía la pena si podía ver aquellos ojos y la sonrisa que adornaba el rostro de la muchacha. Al final decidió que correría el riesgo y después de despedirse de sus compañeros emprendió camino hacia casa de Red.

No tardó demasiado, quizá unos quince minutos, pero sí que notó como la claridad de la luz del sol iba desapareciendo paulatinamente tras las copas de los árboles y sumiendo el bosque que lleva hasta la casa de las mujeres en una creciente oscuridad. Por el camino se para a recoger unas pocas flores de color rojo que le han recordado a la muchacha o más en concreto a esa capa roja tan hermosa que le ha visto llevar en algunas ocasiones. Nunca le había gustado ir con las manos vacías.

La luz de las ventanas de la casa a unos cuantos metros de distancia le hicieron sonreír al tiempo que aceleraba ligeramente sus pasos. Rodeó la casa teniendo cuidado de agacharse cuando pasó por delante de las ventanas principales, perfectamente consciente de que a su abuela no iba a hacerle ninguna gracia que hubiese ido hasta allí, por razones muy alejadas del hecho de que fuese luna llena. Levantó sus ojos unos segundos hacia el cielo, oscuro y comenzando a mostrar las brillantes estrellas, aunque por suerte aún no había rastro de la luna. La poderosa luna llena.

Llegó hasta la ventana de la habitación de Red, una sonrisa asomó en el rostro del joven al tiempo que escondía la mano donde llevaba las flores tras la espalda y con la otra daba unos pocos golpes en las persianas de madera que mantenían protegida y cerrada la ventana. Ahora solo cabía esperar que apareciese el rostro sonriente de ella y no el de su abuela que posiblemente hasta lo echara de allí.

¿Tan difícil era de entender que estaban enamorados? ¿En serio?
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Mensaje por Rebecca K. Campbell Mar Dic 25, 2012 6:49 am

Ansiedad.

La dueña del cabello azabache tamborileaba sus finos dedos en su mesita de noche. Leía sin animo alguno mientras escuchaba con suma atención la respiración entrecortada que provenía de la habitación más grande de aquella cabaña, la habitación de su abuela. La ojiverde suspiró al ver el reloj que marcaba las diez de a noche. Descalza, avanzó sobre el piso de madera hasta encontrar la puerta de roble. Se puso en cuclillas e introdujo un espejo rectangular en el pequeño espacio que estaba debajo de la puerta. De esa manera pudo observar que su abuela dormía como tronco, con respiración rasposa y expresión intranquila.

Red se irguió, poniendose derechita y dejando escapar un suspiro. Regresó a su habitación, siempre vigilando de reojo la puerta de su abuela. Esa huraña anciana la había criado. La apreciaba bastante, era su único familiar vivo ya que ignoraba que había pasado con sus padres, desconocía si tenía hermanos o hermanas...su abuela había cercenado de un tajo las débiles esperanzas que el corazón de Red sobre una alternativa a su fastidiosa vida. Se sentía como un pájaro atrapado en una jaula de metal, incapaz de extender sus alas para escapar, demasiado triste como para entonar melodías. Era como estar sumida en una neblina oscura, ciega y sin saber a donde ir.

Gracias al cielo, una luz había aparecido en su vida.

Conocía a Peter desde que eran niños. Poco a poco fueron haciendo migas, creciendo juntos y compartiendo momentos. La muchacha de tez blanca sonrió para sí mientras acomodaba su capa roja como la sangre. Tenía le indicación de no quitársela nunca de los nuncas jamases. Con un suave caderazo abrió la puerta de su habitación. Cerró con llave, sonriendo con alivio. Estaba sola, disfrutaba de esos pequeños momentos en los que su abuela no dirigía su mirada de halcón sobre ella.

Muchos de los aldeanos le recordaban que era como una marioneta, manejada por su abuela. Ella estaba consiente de eso pero no podía hacer nada. Además, era luna llena lo que significaba que la viuda estaría más sobre protectora y dramática que nunca. La pobre muchacha ya estaba resignada a vestir siempre su capa roja, que ahuyentaba al temor de la aldea: el lobo. Su abuela le indicó que el rojo asustaba a cualquier animal.

Mientras su mente divagaba entre el lobo, la luna y las estrellas, escuchó un débil noc-noc sobre su ventana. Extrañada, se acercó hacia el rectángulo que formaban las puertesitas. Divertida, habló con una voz aguda, chillona y arisca. Sólo en esos momentos era cuando su ánimo habitual volvía a ella, solía ser divertida, poseía una risa musical que alegraba a todos.

- Soy una pobre viuda, no me lastimeís - Terminó con un risa suave mientras agudizaba su oído. Una voz familiar sonó afuera. Ahí estaba él, Peter, el chico que la hacía reír a montones y que le demostraba que podía tener otro tipo de vida.
Si su abuela lo veía dentro de su habitación seguramente la castigaría, dejándola encerrada durante una larga temporada. Sólo quería estar con él. ¿Porqué su abuela no lo comprendía? Estaba enamorada de él y eso no cambiaría. Estaba segura de eso.
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Mensaje por Peter Jue Dic 27, 2012 12:30 pm

¿Cuánto tardó en abrirse la ventana para el joven Peter? Menos de unos cuantos minutos, seguro, pero eso no evitó que dentro de él fluyese el nerviosismo por volver a ver esos ojos verdes que poseía Red. Al escuchar las palabras de la joven no pudo evitar esbozar una sonrisa y que un amago de risa se le escapara. Seguía sosteniendo con fuerza las flores a su espalda. En cuanto se abrió la ventana el muchacho la observó unos segundos en silencio.

- ¿Una pobre viuda? – El muchacho alzó una ceja visiblemente divertido mientras la observaba – Tenía entendido que las viudas visten de negro…, de todos modos sería la viuda más hermosa que hubiera visto nunca. – Una sonrisa cruzó su rostro cuando dijo aquello. No oía nada por los alrededores, pero sabía perfectamente que la abuela de la muchacha de oscuros cabellos posiblemente estuviese muy atenta. A veces tenía la rarísima intuición de que aquella mujer oía y escuchaba conversaciones ajenas incluso dormida – No os preocupéis, no voy a lastimaros. – Dijo echando un vistazo hacía atrás. Una mala costumbre las noches de luna llena sobre todo cuando ya había oscurecido como aquella noche.

Se movió nervioso por delante de la ventana antes de decidirse a mover la mano que tenía en la espalda dejando a la vista de la ojiverde el pequeño e improvisado ramo de flores rojas silvestres que llevaba en la mano. – Sé que no es mucho… - Empezó a decir tendiéndoselas a la morena. – Pero…, las vi y me recordaron a ti. – La mano libre se la llevo a la nuca masajeándosela durante unos breves momentos.

No, no es que fuera un chico tímido pero en ese momento el sentimiento fue ligeramente extraño mientras que en su rostro aparecía una nueva sonrisa nerviosa. Él mismo se dijo que quizá era incluso efecto de la luna llena que los volvía a todos un poco lunáticos o les hacía comportarse de forma extraña. ¿Era eso acaso posible? Se quedó meditando unos segundos sobre ello antes de volver a poner sus ojos sobre Red.

- ¿Qué te parece… si mañana vamos a dar una vuelta por el bosque? – Se pusó de puntillas intentando alcanzar con su vista desde su posición lo que había detrás de Red. Como si de aquella manera fuera a ser capaz de ver aparecer a su abuela y huir a tiempo de que sus gritos inundaran sus oídos. – Podrás, ¿no? No puede pretender que estés todo el día metida en casa… - Al menos eso pensaba el joven leñador. Nunca había entendido porque la anciana era tan estricta con su nieta si esta siempre hacía todo lo que le pedía. Podía dejarle aunque fuese un poco de libertad…

En especial libertad de elección en ciertos aspectos de su vida y no conducirla ella como si fuera su propia vida.
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Mensaje por Rebecca K. Campbell Jue Ene 03, 2013 8:57 am

Divertida escuchó la respuesta de él. Apretó la tela de su capa colo sangre mientras rodaba sus ojos. Tal vez era una viuda asesina. Digno de un cuento de terror. La realidad era muy distinta, era una joven aprisionada. De asesina no tenía ni un pelo. O al menos eso solía creer. Empujó con sus manos las ventanas, dando por terminada la fugaz broma. Feliz de verlo, recargó su vientre sobre en alféizar de la ventana para poder abrazarlo con fuerza. Lo había visto hacía ya cuatro dias y lo extrañaba demasiado. Depositó un beso sobre la fría mejilla del leñador y susurró. - ¿Quieres pasar? Estás helado y no tarda en ser medianoche- preguntó algo preocupada mientras tomaba su mano con cariño. El bosque podía ser un lugar muy peligroso. ás aún con los sucesos de noches anteriores. Como si Peter temiera la sombra de la abuela de Red, ella habló rápidamente. Mi abuela está dormida. Pasa, por favor- suplicó mientras mordía su labio inferior. Alzó su rostro para poder ver lo que el leñador escondía...

Cuando tuvo las hermosas flores en sus manos, sus mejillas tomaron el color de su capa. ¿En serio pensaba eso de ella?¿Cómo podía decir que no era mucho? Eran flores, bellas y vivas. Brillantes en medio de la noche y la nieve. Sintió una oleada de calor dentro de ella y suspiró. Ambos sonrieron nerviosamente. Tomó su mano y la jaló, dándole a entender que quería que pasara. Abrió su boca y murmuró unas palabras que no llegaron a ser escuchadas. ¿Salir?

¿Con él?

- Está dormida, no te preocupes - indicó al ver que Peter trataba de observar el interior del dormitorio de Red. Mordió su labio inferior mientras asentía con su cabeza. Dedicó una mirada a su alrededor. Su abuela no la dejaría. Ella debía supervisar cada aspecto de su vida, contar cada respiración y checar cada parpadeo...estaba atrapada. Sus ojos se opacaron por esa resolución y tartamudeó un poco. Ladeó su cabeza y pasó una mano por el cabello de Peter


- Salgamos - afirmó con una sonrisa y ojos brillando por la libertad que le ofrecía esa posibilidad. Podía escaparse y tener un respiro en compañía de él, el dueño de sus suspiros. - Es su intención que esté encerrada todo el tiempo...-murmuró en voz muy baja. Pasó sus dedos por los dedos de Peter y sintió un click instantáneo. - Pero es mi vida. Y yo quiero ir contigo. - añadió con voz segura y espiritu inquebrantable.

Poco a poco se convencía que Peter era su salvación. Su luz.
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Mensaje por Peter Mar Ene 08, 2013 12:55 pm

No pudo evitar corresponderle al abrazo que le dio la morena desde el alféizar de la ventana apretando con fuerza contra él. ¿Helado? ¡Y eso que ni siquiera estaba temblando! Esbozó una media sonrisa – Un poco de nieve no va a matarme, querida Red. – Mentó al tiempo que se acercaba un poco más hasta la ventana, quedando aún más cerca de la ojiverde a la que miró profundamente sin borrar aquella sonrisa ladeada que había aparecido en su rostro. – No te preocupes por mí. Estás pieles protegen bastante bien del frío. – Comentó al tiempo que señalaba las pieles que llevaba como ropa sobre los hombros. – Además, a tu abuela no le haría ninguna gracia encontrarme contigo en tu dormitorio.

No le haría gracia encontrarle allí fuera hablando con la joven a través de la ventana, mucho menos dentro, desde luego. Además, no es que fuera el típico chico gallito al que le daba…, bueno, un poco de reparo y quizá miedo le daba salir las noches del ciclo lunar, pero tampoco es que se fuera a esconder en casa de Red por ello, menos con la abuela allí. No, desde luego que no. – Las abuelas tienen un sexto sentido para saber cuando un chico se cuela en el dormitorio de su nieta. – Asintió con la cabeza. Su abuela en especial. Cualquiera diría que tenía un oído supersónico. Más que darle miedo el lobo, a Peter en esos momentos le daba miedo que la abuela de Red les estuviera escuchando y apareciera en cualquier momento de entre las sombras.

Esas situaciones sí que daban miedo.

- En serio. No te preocupes, estoy bien aquí fuera. Al menos puedo verte. – Volvió a esbozar una sonrisa que se ensanchó ligeramente cuando las mejillas de la morena adquirieron un color carmesí que hacía que pareciese adorable. La notó tomarle de la mano y acercarle más a la ventana. Veía clara sus intenciones pero negó con la cabeza. – No quiero que te caiga una buena bronca de abuela porque me encuentro contigo dentro. De gusto entraría. – Pero también había oído por el pueblo que la abuela de la chica era bastante… cascarrabias, sí.

Las preocupaciones concernientes a la abuela de Red y que pasaría si le pillaba allí, desaparecieron de su cabeza con las siguientes palabras de la joven, que aceptaba de buen grado la propuesta de salir al día siguiente. – Perfecto. ¿Paso a recogerte mañana por la mañana? – La sonrisa que había aparecido en el rostro del leñador seguía allí y cuando notó los dedos de Red pasar por los suyos sintió un escalofrío que le impulsó a llevar una de sus manos hasta una de las mejillas de la chica y acariciársela lentamente. – ¡Claro que es tu vida! Nadie debería decidir sobre ella más que tú misma. – Y ya era de que su abuela la dejará hacerlo, ¿no?
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Mensaje por Abuelita Hardcore Sáb Ene 19, 2013 7:25 am

Sólo podía ser un milagro, el que hiciera que yo misma cayera en los brazos de Morfeo. Ese estado me hacía perder noción de tiempo, lugar... Y, sobretodo, de Red, mi querida nieta. A ver, no es que no la quisiera, tal vez pareciera una abuela muy dura con ella, pero me daba igual lo que dijeran por ahí o lo que pensaran, incluso lo que pensara la misma Red, yo sabía por qué la tenía tan vigilada y no iba a dejar que corriera riesgos yendo sola por ahí, y menos aún de noche. Toda abuela sabía a lo que yo me refería, aunque quizás yo lo hacía de una forma un poco más... Especial, porque mi nieta no era como cualquier otra, ella era especial, sí.

En fin, tener mi edad tenía sus consecuencias. De acuerdo que era una abuela que imponía, sí, porque me autocalificaba como una mujer mayor, pero fuerte, aún tenía ímpetu que gastar, pero también me cansaba cada vez más rápido que como lo hacía antaño, así que caer dormida, a pesar de que costaba ya que solía dormir con un ojo abierto, como se suele decir, no era algo tan extraño. Confiaba que en ese trance, Red me hiciera caso y no saliera de la cabaña que teníamos por casa o de su habitación, porque me enfadaría mucho con ella. Realizar esa clase de travesuras y no hacer caso a la abuelita podía acarrear consecuencias, consecuencias nefastas. Además, algo olía yo con mi hermosa nariz de que Red se las traía con un muchacho llamado Peter, de familia muy humilde, pero la idea de que salieran juntos no me hacía ni pizca de gracia. Por el bien de mi nieta prefería que hiciera vida junto a mí, que dejara esas historias de princesitas que no estaban hechas para ella.

Pensaba que podría echar una leve cabezadita ni que fuera, ya con todo bajo control (o eso creía yo) y cansada de mis tareas diarias, cuando el destino quiso que despertara de golpe al oír un picoteo en la vieja puerta de madera. Fruncí el ceño mirando en esa dirección, llevándome las gafas al rostro para poder ver mejor, y con pesadez me levanté de esa mecedora en la que pensaba mecerme incluso desde la otra vida cuando muriera, son de esos objetos de los que no te quieres desprender nunca. Refunfuñando me dirigí hacia la dichosa puerta.

- ¡Ya va, ya va! Que impaciente es esta gente – ¿Y quién osaba perturbar el sueño de una pobre anciana? Para unos minutos de descanso que tenía al día... Pero bueno, no era momento de caldear el ambiente. Quité los diecinueve cerrojos que impedían el paso por esa puerta (Sí, ¿Qué? ¿Acaso no has tenido tú diecinueve cerrojos contados en tu casa? Pues muy mal mochuelo, muy mal, aprende de la abuela) y tenía treinta más reservados para cuando cayera la noche, especialmente las noches en las que brillaba la Luna como si fuera el mismísimo Sol nocturno. Y bueno, no iba a negar que abrí bastante los ojos cuando me encontré semejante panorama frente a mi casa, tuve incluso que agachar sutilmente el rostro para comprobar que aunque mirara por encima de las gafas, veía exactamente lo mismo que observando a través de ellas: un montón de gente del pueblo con antorchas y armas ante mí.

- ¿Pero esto qué es? ¿Machotes preparados para la guerra como en mis años mozos? Lo siento, esta abuela ya no está de servicio – afirmé, apoyándome en la puerta como si esperara alguna respuesta de ellos. No estaba como para aguantar líos de nadie, pero tenía una ligera intuición, esa nariz mía que siempre lo olía todo, a parte de poder percibir esa peste a defecación de oveja que me traían esos hombres en las botas, cosa que me daba una pequeña pista de lo que se podría tratar, antes siquiera de que pudieran explicarse. Por si acaso, quise asegurarme de que Red seguía en esta misma casa. Cogí aire para gritar a pleno pulmón, sin apartar la vista de aquellos hombres y llevándome una mano a la cintura - ¡Red! ¿¡Dónde estás? ¿Qué haces? – tardó unos largos segundos en responder, pero continué en cuanto oí su voz - ¡Entra! ¡Ven aquí! – exclamé aguardándola con la puerta abierta mientras esos hombres esperaban en la calle, y yo junto a ellos, a que mi nieta viniera, a ver qué diablos tenían que explicarnos esos tipos del pueblo. Intuición de abuela, señores, intuición de abuela... ¡Haced caso siempre a los consejos de la abuela y que no me entere yo!
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Mensaje por Rebecca K. Campbell Jue Ene 31, 2013 3:42 pm

Red suspiró, dejando salir de su garganta un ligero gruñido que significaba molestia al escuchar la respuesta de Peter. Podría enfermarse y era lo que menos deseaba ella. Recorrió con sus dedos el contorno de las gruesas pieles que portaba el leñador y rió sutilmente al oír la dulce broma con tintes de verdad. Su abuela parecía tener un radar que le indicaba en donde estaba Red y qué estaba haciendo, lo cual le impedía a la joven de disfrutar de la libertad que todos merecen.

Sacudió su cabeza y un escalofrío recorrió su cuerpo. Imagino la fatídica es dan que se armaría si su abuela encontraba a Peter en su cuarto, solo portando su camisa blanca. Red se sonrojó ante la imagen de su amigo. Balbuceo un poco. - Ni me digas. Sacaría el rifle y te pegaría un tiro, seguro - murmuro rodando sus ojos color verde mientras resoplaba, expresando su frustración.

" Al menos puedo verte" esas palabras bastaron para que Red mirara hacia otro lado, reprimiendo una gran sonrisa. Encogió sus hombros para restarle importancia a esa frase que le había llegado adentro de su corazón. - Tienes razón- su voz salió tranquila y suave. Suspiro de nuevo, frunciendo el celo esta vez y recargando se en al alféizar de la ventana, como niña pequeña. - Pero yo quiero...digo, ,e gustaría poder invitarte a pasar, a tomar chocolate caliente y a platicar dentro. Parecemos personajes de una tragedia - comento divertida mientras cruzaba sus brazos y alzaba su vista hacia el hermoso cielo nocturno, tan negro como boca de lobo.

El lobo.

Red abrió sus ojos, recordando súbitamente el mal que aquejaba al pueblo cada ciclo lunar: el lobo que atormentaba a todos, que espantaba a los ojos y preocupaba a las madres. Dio un respingo, volviendo a la realidad gracias al tacto delicado de Peter, el cual recorría el contorno del rostro de ella.

Sonrió abiertamente, recuperando el control de sus acciones. - Mañana a primera hora. De todos modos tengo que salir, le diré eso a mi abuela. Sólo que tú estarás conmigo - murmuró con una felicidad especial impregnada en sus palabras, las cuales sonaban como si algo extraordinario estuviera a punto de suceder.

De pronto escucho mucho barullo del otro lado de la casa. Arrugo la nariz, preguntándose que estaba pasando, cuando la voz de su abuela irrumpió la tranquilidad que reinaba en el dormitorio de la dulce Red. - diantres, tengo que irme- dijo algo triste mientras sostenía la mirada de Peter, quien sonrió sutilmente. -¡Voy abuela!- gritó fuertemente para que pudiera escucharla.

- es mi vida y yo decido que quiero estar contigo. Mañana a primera hora. - sentenció, segura de si misma y depositó un beso en la mejilla helada del leñador, muy cerca de la comisura de sus labios. Muy cerca. Casi los rozó. Su corazón estalló en un bombardeo frenético y fue incapaz de mirarlo de nuevo.

Dejó la ventana abierta ya que consideraba una grosería cerrarla en la nariz de él. Salió como rayo de su habitación y llego a la sala, donde su abuela tenía aires de enojo enfrentando a algunos señores del pueblo. - Buenas Noches Caballeros - saludó la dueña del cabello azabache educadamente, sonriendoles quedamente. - ¿Qué necesitabas, abuela?- pregunto con voz dulce mientras se acercaba lentamente a la persona que la había cuidado desde que tenía memoria.
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Mensaje por Peter Lun Feb 04, 2013 10:18 am

Peter sonrió brevemente ante las palabras de Red. – A mi también me gustaría poder hacer ese tipo de cosas contigo. Cosas normales y… - Bajó la mirada durante unos segundos antes de volver a levantarla – Pasar tiempo contigo. No sé… poder estar contigo. – Sabía que era obvio que era algo que ambos deseaban, quizá demasiado. Eso sí, en cierto modo le hizo gracia que los comparara con los personajes de una tragedia. Se imaginaba un final dramático y trágico como aquellos de las leyendas e historias que habían oído desde que eran pequeños.

La vio levantar la mirada hasta el cielo. Estaba totalmente despejado. Ni una nube. Las estrellas brillaban con una fuerza inusitada y la luna coronaba el cielo, iluminando también la zona. La luna, la luna que tanto aterrorizaba a todos los habitantes del pueblo. Al parecer solamente el contacto mi mano contra su rostro hizo que volviese a bajar la mirada hasta él, haciendo que en los labios del joven leñador una nueva sonrisa apareciera.

- Me parece perfecto – Asintió levemente con la cabeza. Ni siquiera iba a recriminarle haber dejado tan claro que el hecho de que él fuera a estar con ella la mañana siguiente era algo que iba a quedar entre ellos dos y que la abuelita de la joven no iba a saber. – Entonces, doy por hecho que nos vemos donde siempre, ¿verdad? – Una sonrisa divertida iluminó el rostro del joven. Desde que habían empezado a verse a escondidas de la abuela de la muchacha (aunque Peter sospechaba que esa mujer se olía algo, casi parecía que tuviese olfato animal) siempre se habían encontrado en el mismo punto del bosque. En algún que otro sentido Peter lo consideraba el sitio especial de los dos, aunque solo fuera porque era el lugar donde se reunían para pasar la tarde juntos, por ejemplo.

Y cómo no, ahí estaba la abuelita estropeando el momento y llamando a su nieta. Como siempre. A grito pelado y preguntándole dónde estaba. Inconscientemente el joven rodo los ojos aunque se contuvo de bufar molestamente.

La seguridad que le transmitía la joven morena no solo con sus contundentes palabras, sino también con la forma en cómo las decía consiguieron en su conjunto que Peter volviera a sonreír y que algo dentro de él se moviera emocionado e incluso podría qué ansioso. Recibió el beso en la mejilla de la joven, tan cerca de la comisura de sus labios que casi pudo jurar que sintió la suavidad de los labios de Red sobre los suyos. La observó desaparecer… Sí, cuando llamaba su abuela era lo que solía pasar, de todos modos sabían ambos que si no acudía era peor. Aquella mujer a veces se le antojaba al leñador un tanto paranoica.

Negó con la cabeza antes de moverse en silencio para dar la vuelta a la cabaña. Ante la puerta de la casa había un grupo de personas, los mismos que irían aquella noche en busca del lobo para darle caza y matarlo. Cacería en la que él no iba a participar, por supuesto, pero eso no impidió que se acercara y se colocará detrás del grupo. Oculto, aunque desde esa posición era capaz de ver a la abuelita y unos segundos después a Red, cosa que le hizo sonreír en la oscuridad.

¿Y ahora? Bueno… quería ver la reacción de la abuela de Red ante aquella reunión.
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Mensaje por Abuelita Hardcore Mar Feb 12, 2013 6:22 am

- Ya estabas tardando, a saber qué andabas haciendo - le recriminé sutilmente a mi nieta. Tampoco era plan de darles el gusto a esos señores de ver cómo era esta abuela en acción, porque cuando me enfadaba... Era mejor agachar la cabeza y acatar. - Realmente no es nada que te incumba. Unos necios que quieren que les paguen por unas cuantas ovejas muertas.

No, no era la abuela más comprensiva y cariñosa que pudieras echarte a la cara, se notaba en mi tono exigente con el que hablaba, pero yo sabía la verdad, la verdad de aquél lobo, y me molestaba que pudieran ponerse así, y mucho menos les daría el gusto de compartir mis conocimientos. Jamás dejaría que le hicieran daño a ese animal, porque sabía que en realidad no lo hacía para dañar a nadie, sabía de la auténtica naturaleza de la bestia y tenía la certeza de que aquellos hombres que teníamos delante, serían capaces de arrebatarle la vida sin piedad. Además, era una auténtica locura, muchos eran quiénes lo habían intentado yendo en grupos como ellos, armados, y no habían vuelto vivos al pueblo.

Y os preguntaréis: ¿Por qué le grité a Red para que viniera? Por el simple hecho de tenerla controlada, para que viera el panorama que había ahí fuera y resultara más fácil convencerla de que no debía salir de la cabaña con el peligro que había por los alrededores. Debía hacer que se olvidara de las rebeldías adolescentes y confiara lo suficiente en mí como para que se resignara a pasar la mayor parte del tiempo en casa, protegida. Quería mantenerla a salvo. Llevar la caperuza no era una solución que garantizara del todo su integridad.

- Anoche nos mataron una docena - matizó uno de los hombres, el que se hallaba justo delante de la puerta y parecía liderar a toda aquella tropa. Una patada en el trasero es lo que tenía yo ganas de darles a todos y que se dejaran de mandangas y tonterías, que perder ovejas en un pueblo no era ninguna novedad.

- Resta una temporada de lobos, ¡Dejad que se lleven unas cuantas! - exclamé molesta, dirigiéndole ahora una mirada a mi nieta. Quería ver la expresión que tenía en el rostro, por el cuál podría intuir lo que fuera que le pasara por la mente en ese instante. Porque me la veía venir, ansiada de aventuras porque se pasaba mucho tiempo de casa al gallinero y del gallinero a casa, y no podía ser de otra forma. Suponía que a través de mis ojos dejaba entrever la dureza, la censura a cualquier atrevimiento o interés que pudiera mostrar Red, remarcándolo con la mano que tenía puesta en la cintura.

- No sé a qué han venido aquí. Me deben ver cara de abuela licenciada, pero mi ballesta se va a quedar en casa - contesté con ese carácter por el que medio pueblo me conocía. Pocas cosas iban a achantarme y, además, era infinitamente tozuda, firme en lo que era conveniente y lo que no. - Muchos son los que han tomado la misma decisión que vosotros, y no han conseguido mayor trofeo que el de volver hechos un cadáver al pueblo.
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Mensaje por Rebecca K. Campbell Vie Feb 22, 2013 3:07 pm

-Donde siempre - confirmó Red con una sonrisa en su rostro de porcelana. Era su lugar favorito en todo el reino, su árbol donde había pasado horas enteras con Peter. Su punto de reunión, su isla secreta alejada del bullicio de la aldea. Su cachito de cielo en la tierra. Besó a Peter en la comisura de sus labios, apenas rozó los suyos y sintió una descarga eléctrica. Dejó su ventana abierta ya que se le hacía grosería cerrarsela en la nariz, aún así, corrió hacia el interior de la cabaña ya que los gritos de su abuela subían de tono.

Aparentando calma total, hizo su aparición. -Buenas Noches -saludó cortesmente a los aldeanos, hombres que la conocían desde bebé, quienes respondieron con una cabezada seca. La irritación aparecía en sus maduros rostros y Red supo la causa: la férrea resistencia de su abuela. La voz ronca de ella hizo que diera un respingo. Siempre estaba regañándola, ¿no podía dejarla en paz? - Estaba ordenando mis libros - contestó tranquilamente. -¿Qué sucede?- preguntó algo consternada al ver a tantos ciudadanos contra de su abuela. Al escuchar la respuesta, rodó los ojos, resoplando. - Si no es nada que me incumba, ¿Para que me llamaste? ¿Puedo irme? - preguntó ya impaciente mientras cruzaba sus brazos.

Prefirió quedarse callada. Recargándose en la pared, pensó en la temporada de lobos. Eran animales tan misteriosos, intrigantes, magníficos...sólo que todo el pueblo estaba en contra de los pobres. Ellos solo se alimentaban, la ojiverde no compredía el por qué de tanto odio. Sabía que su abuela quería transmitirle todo el temor y pavor hacia ellos. No lo lograría. Los lobos y ella no eran enemigos. El problema recaía en la presencia de un animal, lobo, más garnde que el resto. Por consiguiente, más fuerte y con más apetito. Suspiró audiblemente. Sumida en sus pensamientos, rió cuando escuchó lo de abuela licenciada. Resopló, gruñendo por lo bajo y se acercó a los hombres.

-Bueno, bueno, todos calmados, si? ¿Qué está pasando? Seguro se arregla con una taza de café y una tarta de manzana- Y ahí estaba la dulce Red, tratando de arreglar las cosas por la manera amable y dulce. Sonriendo abiertamente, tomó la libertad de bajar la punta de la escopeta del carpintero. Justo detrás de él, vió aparecer a Peter. Su corazón bombeó rápidamente y negó sutilmente con su cabeza. No debía estar ahí. Se pondría nerviosa, la abuela estallaría...sólo le quedó respirar profundamente y dar unos pasos hacia atrás.
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Mensaje por Abuelita Hardcore Jue Mar 07, 2013 7:11 am

Suspiré. Siempre tan ingenua, pero si me detenía a pensar, prefería que así fuera antes de que supiera toda la verdad. No sabía cuánto tiempo podría estar guardando el secreto sin que lo supiera la jovencita, pero esperaba que fuera para toda la vida. De momento no quería pensar en lo que haría Red cuando yo ya no estuviera aquí, por lo pronto estaba a su lado siempre, con una salud de roble con la que se me había obsequiado. El tiempo ya diría. Y la vida me había enseñado a ser realmente desconfiada, engañarme no era una tarea fácil, y bien lo sabía Red, pero digamos que quise creerme que realmente estaba ordenando libros en su habitación antes de que la llamara. Como sospeché, mi nieta sintió algo de curiosidad por todo ese revuelo en la entrada de nuestra humilde y tranquila cabaña, de hecho decidió quedarse allí aunque en un principio pareciera vacilar si volver de nuevo a su habitación o no.

Red se acercó a ellos para mi sorpresa, obligando a bajar una de las escopetas que se había alzado entre ellos. ¡Siempre tan temeraria! Si es que con ella cuatro ojos no me bastaban, necesitaría un par de gafas más para tener séis u ocho con los que mantenerla siempre vigilada.

- Buenas noches Red, estamos organizando una partida de caza - se explicó el líder de toda aquella tropa del tres al cuarto. ¿Cómo osaban si quiera proponerle algo semejante a una jovencita como lo era ella? Ni siquiera, aunque no supiera lo que sabía, hubiera dejado ir a mi nieta a participar en algo así.

- No estáis bien de la chotea, ¡Reclamar la atención de una jovenzuela como Red para que se una a vosotros! ¿Habéis perdido el juicio? Os estáis metiendo en la boca del lobo, una frase de lo más acertada en esta situación - en ese momento cogí a Red del brazo para atraerla hacia a mí con fuerza y firmeza. No me pasaron desapercibidas las miraditas entre la muchacha y ese joven... Peter. ¡Lo que nos faltaba! ¡Amoríos adolescentes! Red no estaba actualmente para esas cosas, aventurarse a eso era igual de peligroso que ir a la caza del famoso lobo. - Ven aquí jovencita, no creo que estos hombres tengan tiempo para un break. Creo que tienen una noche larga por delante y mucho trabajo, ¿verdad?

Los miré como si no tuvieran otra opción que asentir a todo lo que dijera. No, no estaba contenta en absoluto, aunque verme feliz, la verdad, era algo bastante... Extraño. Era más bien una mujer antipática y huraña.

- No, ya... Nos vamos, supongo. - contestó el cabecilla, con el ceño fruncido y no muy convencido, mirando por última vez a Red, como seguramente también lo haría ese tal Peter al que yo no le quitaba el ojo tampoco. Al fin y al cabo de quienes estábamos en la cabaña, sin duda mi nieta era la estrella y una muchachita de muy buen ver, pero nadie, NADIE me la iba a tocar, manipular ni mal criar, ¡Con lo que me había costado a mí mantenerla a raya, no me iba a venir un grupo de pueblerinos a tirarme el trabajo de años de crianza por tierra en cuestión de minutos! Ni un jovencito hormonado, tampoco. En cierta manera lo entendía, yo también había sido joven alguna vez, y no era cierto que quisiera arrebatarle la juventud o felicidad a Red, pero quería evitar un drama y quizás un día, tendría la oportunidad de recuperar el tiempo perdido.

- Muy bien - y sin más, cerré la puerta de un golpe, girándome después hacia mi nieta mientras me recolocaba el poncho - Tú lo que querías era invitar a ese muchacho corta cañas, Peter, a cenar en casa. - traté de adivinar, estando segura de que no me equivocaba en mis deducciones.
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Mensaje por Rebecca K. Campbell Jue Mar 14, 2013 2:51 pm

Red irguió su cuerpo grácil y cruzó sus brazos, tamborileando sus dedos sobre su codo. Frunció el ceño y ,cuando escuchó la razón por la cuál estaban ahí, sonrió abiertamente. ¡Caza! Algo de acción en ese pueblo, finalmente. El tono del cabecilla daba pie a que red aceptara la tácita invitación. Avanzó algunos pasos con total seguridad., extendiendo sus manos para saludar al hombre. - ¿Partida de caza? Eso es tan...- nuevamente sentía las opresoras manos de su abuela alrededor de su brazo libre. Su voz se ahogó debajo del autoritario tono de la viuda, quien atrajo hacia sí a su única nieta. -Abuela...-murmuró, gruñendo por lo bajo sintiendose diminuta. ¿Qué esperaba ella? ¿Qué el lobo muriera solo? ¡No! ¡Se tenía que actuar y Red deseaba hacerlo aunque fuera una jovencita!

Los ojos verdes de Red llameaban de coraje. Resopló sutilmente, dejando que el aire moviera uno de sus mechones que salían de su chongo. Estaba cansada de esa tensión entre ella y su abuela, la anciana que parecía no entender que la dueña del cabello azabache ya era una adulta. Y justo cuando el coraje se podía ver en sus ojos, su mirada topó con los dulces y amables ojos de Peter. Esa furia incipiente se esfumó dando paso a una tranquilidad absoluta. Como si el cielo en el cual se avecina una tormenta diera paso al sol y, por ende, a una calma. Su abuela notó inmediatamente esa chispa entre las miradas de los jóvenes.

Ante la tajante despedida de la viuda Hardcore, Red logró zafarse de sus manos y corrió hacia la puerta. - Buenas noches, suerte con la cacería - gritó para que su abuela creyera que estaba despidiendose de todos. Antes de cerrar a puerta, el rostro de Peter apareció. Red susurró con miedo a romper el silencio. - Cuídate mucho, ¿sí? No cometas ninguna locura- pidió quedamente mirándolo a los ojos. Se atrevió a darle un beso en la mejilla antes de que su abuela cerrara la puerta en sus narices.

- No debes ser tan grosera, abuela - comentó enojada mientras avanzaba para alejarse de ella. Las mejillas de la ojiverde hicieron juego con su capa ya que se encendieron violentamente. - Estos hombres tratan de protegernos a todos, abuela, a todos! Simplemente no puedes tratarlos así. Podrías ser más amable y al menos escuchar sus argumentos- explicó un poco más tranquila Red mientras se sentaba una silla. Deshizo su chongo con paciencia y suspiró. Arqueó sus cejas y rodó sus ojos, tratando de aparentar calma. - ¿Invitarlo a cenar? Eso sería posible pero no lo dejarías pasar más alla de la puerta. - comentó dolida mientras suspiraba de nuevo.

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Mensaje por Abuelita Hardcore Dom Mar 31, 2013 9:27 am

Red, ¡Red! Siempre con esa inconsciencia en su mente. Sería verdad que la edad del pavo se prolongaba un buen tiempo, porque, ¿Quién diablos la mandaba a que sintiera interés por actividades semejantes como la de atrapar a una peligrosa bestia?... Oh, claro... ¡La encandilación por ese joven leñador que estaba de parte de los pastores con complejo de cazadores! Iba a acabar ya con tanta tontería, e hice bien en cerrar la bendita puerta que nos separaba entre la cordura y la locura, al menos a Red, la cual me daba la sensación de que cualquier día se me iba a escapar en cuanto abriera esa puerta. Aún así había sido una insolente mostrando signos de afecto incluso delante de mí hacia ese muchacho. Mi nieta merecía algo más que eso, alguien que la comprendiera cuando yo ya no estuviera, y ya por la simple seguridad del joven leñador. Demasiado ingenuo, demasiado flojo, demasiado humano...

- No son los primeros que deciden aventurarse en esta clase de misiones, y mucho me temo que no terminará bien por mucho que sus intenciones sean las más caritativas del mundo - me volví a toquetear el poncho, cruzando mis brazos mientras observaba a Red sentarse en una de las sillas, alejándose de mí... Eso me temía también, que se hiciera realidad esa imagen y que nuestro estrecho vínculo de nieta-abuela fuera desapareciendo hasta que un día Red huyera de mí. Pero... ¡Si tan sólo ella supiera! Todo era por su bienestar, por su seguridad... - Y no quiero que tu nombre esté relacionado con semejante tragedia que está por venir, ¿Entiendes? No quiero que todo este tiempo de crianza haya sido en vano, no quiero que tu destino esté bajo las garras de un feroz lobo... Ni de ningún arma de guerra... - reflexioné en voz alta, imaginándome lo desolada que me sentiría si eso sucediera, pero como la mujer fuerte que era, volví a enderezarme.

Recorté unos pasos hasta llegar a estar cerca de la chimenea, chimenea que hacía horas estaba helada, como mi corazón, quizás, pero lo hacía por un bien ajeno. Si fuera menos exigente, posiblemente todo sería muy distinto, y dudo que precisamente lo fuera para bien. Era una noche de invierno, y como tal, el frío era bastante notable. Me senté en un taburete de madera muy cerca de la susodicha chimenea, tomando una pastilla y un cuchillo, herramientas con las que de un chispazo podría rápidamente encender el fuego, y eso hice. Tras ello, moví uno de los troncos para que encendiera bien y no se apagara, mientras escuchaba las palabras de mi nieta y finalmente me giré a ella con la incredulidad plasmada en mi rostro. La miré sobre la montura de mis gafas.

- De hecho espero no ver a ese muchacho mañana rondando por aquí - ya me lo podía imaginar tratando de convencer a Red con sus cuentuchos de fantasía y amores de hormonados adolescentes. Esperaba que mi nieta no fuera capaz de escuchar antes a un jovenzuelo del pueblo que a su propia abuela - No sé qué le ves a ese leñador del tres al cuarto, no sé a qué te podría llevar el relacionarte con él. Y por supuesto que no iba a dejar entrar a cualquiera que tratara de convencer a mi nieta de alistarse a una muerte prácticamente segura. Ellos serán unos inconscientes, pero yo no, y tú tampoco.

Me levanté de mi asiento. Cada vez que hacía esa clase de gestos, era más consciente de los años que llevaba cargando a mis espaldas. La noche había caído, y era mejor que nos pusiéramos manos a la obra si no queríamos que el lobo traspasara la puerta e hiciera una de las suyas que, precisamente, no era cosa de niños ni de un simple cachorro.

- Vamos, ya sabes lo que tenemos que hacer - ordené, mientras seguía escuchando las respuestas de mi nieta a todo lo que le había planteado anteriormente. Era un trabajo prácticamente rutinario: cerrar la puerta a conciencia, las ventanas, tener a mano mi ballesta... Pero todo llevaba su tiempo, la seguridad no era para menos, así que era mejor empezar ya a prepararnos.
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