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Mensaje por Sydney J. Watson Mar Ene 01, 2013 1:48 pm

En el momento en que abrí la puerta principal de la casa y puse en pie dentro oí los ladridos de Romi y Pedro y cuando me adelanté unos cuantos pasos pude verlos bajar a la carrera por la escalera de caracol que llevaba al segundo piso, cosa que me hizo sonreír. Dejé el bolso y las llaves sobre la barra americana de la cocina antes de agacharme a la altura de los animales y acariciarles unas cuantas veces. Mi mirada subió hasta el piso superior. Estaba prácticamente segura de que aún estaría allí. No es que nos hubiéramos visto mucho durante aquella semana después de lo ocurrido con Everett. Incluso llegué a preguntarme si podría darse el caso de que estuviese molesto conmigo.

En todo caso le entendería. Entendería que solo era porque estaba preocupado por mí, algo perfectamente normal teniendo en cuenta que era su amiga y su compañera de piso. Éramos casi algo así como hermanos. Sí, en cierto modo para mí era el hermano que no había tenido nunca. De todos modos, él también me tenía que entender a mí, ¿no? Les hice unas cuantas gracias más a Romi y Pedro antes de coger el bolso, meter las llaves dentro y subir las escaleras hasta el piso superior.

Lo primero que hice fue dejar el bolso sobre la cama, donde casi acto seguido se subió tanto Pedro como Romi que parecían vigilar todos y cada uno de mis movimientos mientras me movía por la habitación y me cambiaba la ropa que había llevado por algo más cómodo. Desde luego, mi mente estaría durante bastantes momentos en el transcurso del día bastante lejos de esa casa y de lo que estuviese haciendo en el momento en cuestión. El caso es que aunque mi mente se fuera lejos tenía decidido mantener mi cuerpo en aquella casa.

Metí los brazos en las mangas del jersey y luego la cabeza por el agujero correspondiente, tirando hacia abajo. Esa mañana fue la primera vez que me mire en algún espejo desde que había acontecido el accidente y la verdad es que en cierto modo podría habérmelo ahorrado porque la visión no es que fuera demasiado alentadora. Entre las ojeras y los síntomas visuales de cansancio daba un poco de pena. Al menos a mí misma me lo daba. Me quedé unos segundos parados delante del espejo antes de recogerme el pelo (que muy a pesar de mi situación personal mantenía impecable) con una goma de pelo que tenía encima de la cómoda.

¿Y ahora? Bueno… me quedaba ver si Nate aún querría saber algo de mí después de cerca de una semana de ausencia tanto física como psíquica. Se podría decir que las pocas veces que me había cruzado con él durante aquella semana, ni había tenido ganas de hablar, ni me había sentido con las suficientes fuerzas. En especial los primeros días en los que me sumí en un silencio voluntario. Había sentido que aunque fuese solo una palabra, el hecho de que alguna vocal saliera de entre mis labios llenando el espacio, conseguiría que me quebrase y volviese a llorar, así que había optado por no decir palabra alguna.

Eso el primer día, los siguientes empecé a hablar más, a ser más consciente de lo que pasaba a mi alrededor y a prestar más atención, aunque no estaba al cien por cien. Ni siquiera ahora estaba al cien por cien. Eso aún tardaría en llegar, pero…

Me aparté un mechón de pelo oscuro del rostro antes de intercambiar una última mirada con los perros que seguían sobre mi cama y dirigirme hasta la habitación de Nate que se encontraba situada en la parte oeste de la casa. Tenía la puerta entreabierta pero aún así me quedé parada delante de la puerta que golpeé con los nudillos unas cuantas veces – ¿Nate? ¿Estás despierto? – Pregunté en un murmullo que no obstante para él sería audible. En todo caso, sino estaba despierto me entretendría con algo hasta que se levantase… un libro quizás.
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Mensaje por Nathanaël O. Holmes Miér Feb 13, 2013 5:28 am

Los últimos días se habían desarrollado con una anormalidad asombrosa. Nada estaba como tenía que estar y todo se había vuelto del revés cuando el profesor de ciencias había tenido aquel accidente en el bosque. Sydney se había encerrado en sí misma y apenas ponía un pie en la casa porque se pasaba prácticamente los días y las noches en el hospital a lado de su novio secreto, que ahora ya no sería tan secreto (a no ser que los pueblerinos estuviesen ciegos, cosa de la que tampoco se extrañaría demasiado), y había cerrado su consulta y no recibía a nadie a excepción de casos especiales. Él por su parte había tenido que mantener el orden del hogar que tan vacío se le estaba haciendo además de atender a su trabajo cuando se requería su presencia. Esas dos tareas no se le estaban dando nada mal, por lo que no eran la causa de su preocupación, la razón que le traía de cabeza era cómo actuar ante Sydney.

Si ya de por sí era una persona fría y difícil de tratar, con todo lo que le estaba sucediendo a su compañera y amiga su estado anímico había empeorado todavía más. Se sentía impotente porque no sabía cómo debía proceder como amigo de la psicóloga ni como apoyarla y hacerle saber que estaba allí para ella, porque él no era de aquellos que mostraban sus sentimientos de forma abierta. Además, por mucho que pudiera decirle el estado de O’Connor no iba a mejorar y tampoco llegaría al grado de comprensión por lo que estaba sufriendo la mujer. Llevaba días queriendo hablar con ella pero no tenía ni idea de cómo abordar la situación y por eso agradeció que fuese ella quien esa mañana nada más llegar a casa fuese a buscarle.

No había pasado una buena noche así que a pesar de la hora, Nathanaël seguía en la cama leyendo un libro junto a las dos mascotas de su compañera. Semanas atrás les habría dado tres gritos para que se fueran de encima de la cama pero desde lo ocurrido le restó importancia. Ellos también sentían la ausencia de su dueña. Cuando pegaron un salto de la cama y corrieron embalados al piso de abajo Nathan ya se imaginó que Sydney había regresado. Siguió con la vista en el libro aunque sin leer atento a los pasos de su compañera, seguro de que se encerraría en su habitación. Y esto se confirmó cuando los pasos se alejaron, el ojiazul negó con la cabeza pero decidió seguir con la lectura. Quería y necesitaba hablar con ella pero tampoco quería presionarla pese a que quizás lo necesitara en esos momentos. ¿Qué hacer? Esa era la pregunta que le rondaba por la mente cuando escuchó los golpecitos en la puerta. Lo primero que hubiese respondido de ser un día normal habría sido algo como “¿Me lo preguntas ahora que me has despertado?”, pero ya no eran días normales.

Claro que no, pasa – alzó la vista para mirarla a los ojos. Apenas parecía ella. Siempre había demostrado ser una mujer fuerte y llena vida pero la mujer que tenía enfrente en ese momento no se parecía en nada a la Sydney que él conocía – Parece que ya te dignas a aparecer – Nada más soltar aquellas palabras se maldijo. ¿Cómo se le ocurría hablarle de tal modo con todo lo que estaba pasando? Era un completo imbécil – Lo siento. No quería decir eso. Yo… soy un idiota – Desvió la mirada unos instantes avergonzado y sin saber cómo continuar, aunque después de aquel comienzo ya nada podía ir a peor – ¿Cómo estás? Y sé sincera conmigo Sydney, ya sabes que conmigo no tienes que disimular ni pintar las cosas más bonitas de lo que son para que no me compadezca de ti
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Mensaje por Sydney J. Watson Dom Mar 10, 2013 6:41 am

En cuanto oigo a Nate decir que pase, empujo con suavidad la puerta encontrándome sus ojos azules que miran directamente a los míos. Intenté sonreír, aunque se quedó en eso, un mero intento y nada más. Tan pronto como había empezado a aparecer aquella sonrisa en mis labios, desapareció dejándolo en nada. Absolutamente nada. Posiblemente Nathanäel estuviese pensando lo mismo que la mayor parte de Storybrooke, que la Sydney Watson a la que conocían había desaparecido de la noche a la mañana y en cierto modo así era, aunque yo estaba por aquellos tiempos bastante segura de que en algún momento volvería. Siempre volvía. – En algún momento tenía que volver a aparecer, ¿no? – En otra época esa misma frase habría acabado pareciendo algún tipo de broma, pero no ahora, no en el momento en que crucé el umbral de la puerta que llevaba al cuarto de Nate después de casi una semana fuera de casa.

- No te preocupes. Es normal que pensarás que ya era hora de que me dignara a aparecer por casa y… dejar de…, ya sabes. – Me encogí de hombros al tiempo que me acercaba hasta la cama de Nate sentándome en el borde, mirándole directamente a él. Romi y Pedro me siguieron y subieron casi al unísono encima de la cama de Nate. Aquella imagen sí que era entrañable sobretodo si tenía en cuenta que al principio había temido que no se llevasen bien y tuviéramos que devolver a Romi a la protectora de animales del pueblo. Por suerte había ido todo perfectamente y no teníamos nada de lo que preocuparnos.

Me pasé una mano por el caballo oscuro echándomelo hacía atrás cuando Nate hizo aquella pregunta, primero desviando simplemente la mirada de la del ojiazul y luego barriendo la habitación con mis ojos marrones como si estuviese buscando algo inusual en aquel lugar como excusa para no tener que enfrentarme a sus orbes azules, pero sobre todo a la pregunta que acababa de hacerme. El problema es que no encontré nada en lo que perderme con tal de evadir la pregunta así que al cabo de uno o dos largos minutos tuve que volver a enfrentarme a la mirada de mi amigo y compañero de casa.

- No puedo decir que estoy bien porque te mentiría, pero tampoco quiero decir que estoy devastada porque no quiero añadirte preocupaciones… Supongo que el tiempo dirá…, necesito que las cosas se calmen y vuelvan a la normalidad dentro de lo que cabe – Porque es muchísimo más que obvio que las cosas no van a volver enteramente a la normalidad hasta que Everett y en esos momentos no parecía que fuera a ser algo muy cercano o que fuera a ocurrir en poco tiempo, más bien lo contrario. - Gracias por… preocuparte por mí y siento haber estado tan… ausente. – Ladeé ligeramente el rostro antes de tomar impulso y volver a levantarme de la cama - ¿Quieres qué bajemos a desayunar? – Le pregunté al tiempo que me llevaba las manos a la espalda entrelazándolas.
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Mensaje por Nathanaël O. Holmes Lun Abr 08, 2013 6:15 am

Demasiado tarde para decirle que no se preocupara porque ya lo estaba haciendo y no sólo por ser un bocazas, sino por todo lo que estaba pasando, por ella. Había procurado hacerle las cosas más fáciles a su compañera pero no había sabido cómo y ella estaba tan ausente que todos sus intentos por comportarse como un buen amigo no le habían surtido efecto, además que a él le costaba hacer eso que hacían los amigos. En ocasiones se preguntaba cómo era posible que Sydney lo hubiese aguantado durante tantos años cuando había épocas que se la pasaban discutiendo. El ojiazul se apartó un poco para dejarle espacio a su compañera, la cual se había sentado al borde de la cama seguida por los chuchos, y esperó a su respuesta. Quizás no debió haberle preguntado aquello porque era más que obvio que la mujer estaba destrozada pero no sabía qué decirle.

Sydney no deberías preocuparte tanto por añadirme o no preocupaciones. Sé que no soy la mejor persona del planeta y seguramente tampoco el mejor amigo que uno pueda tener pero puedes contar conmigo. Soy consciente de que no puedo hacer mucho para ayudarte y lo he intentado pero… – Pero nada. A pesar de que ella hubiese estado ausente, él debería haber hecho más por su amiga y no lo había hecho – No tienes que disculparte. Dada la situación es lógico tu comportamiento – Incluso él, que todo parecía importarle bien poco, se habría sumido en una profunda tristeza de haberse encontrado en la piel de la asiática – Claro. Ve bajando que ahora voy yo

En cuanto Sydney abandonó la habitación, Nathanaël dejó el libro que había estado leyendo hasta entonces sobre la mesita de noche y se puso en pie. Echó a los perros de la habitación para que se fueran con su ama y después de arreglar la cama y vestirse bajó a la cocina – comedor para encontrarse con la psicóloga. Se le hacía extraño verla de nuevo allí, compartiendo su tiempo del desayuno con él. Una sonrisa surcó sus labios. Estaba feliz por tenerla de nuevo allí, aunque solo fuese una pequeña parte de ella y hasta ese momento no se dio cuenta de lo mucho que la había echado en falta.

Bueno, ¿qué quiere desayunar la señorita? – preguntó mientras se adentraba en la cocina y habría uno de los armarios donde guardaban el té y el azúcar – Hoy puedes pedir lo que quieras. Venga aprovéchate – No recordaba qué solía tomar para desayunar Sydney y como él tampoco tenía mucha idea sobre que tomar aparte del té, el cual no podía faltar, pues que decidiera la mujer de la casa – Pero procura que esté dentro de mis posibilidades
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