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The Stable Boy
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The Stable Boy
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ATENCIÓN: Para aquellos que ven la serie, el post contiene spoilers e información (ligeramente variada) del capítulo 18 "The Stable Boy" de Once Upon a Time/Érase una vez. Si lo lees y no has visto aún el capítulo, es bajo tu propia responsabilidad.
Narrador- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: The Stable Boy
Dieciocho años.
Esa era la edad que tenía cuando todo mi mundo empezó a derrumbarse sin control. Cuando mi vida comenzó a torcerse sin que yo ni nadie pudiésemos evitarlo. Fue algo que ni tan siquiera vi venir, simplemente pasó. Sin más.
Mi vida era como la de cualquier muchacha de dieciocho años de una familia acomodada. Tenía todo a mi alcancé menos lo que más ansiaba. Menos aquello que más amaba en el mundo. Tenía padres, si, pero… Mi madre era una cobarde que se escudaba detrás de mi padre que usaba la magia y diversas artimañas para tenernos bajo control. Lo peor era que desde hacía unos meses parecía haber empezado a obsesionarse con que encontrase marido y no le valía cualquiera, no a él. Decía que una chica poderosa como yo, que era capaz de usar magia, merecía un hombre a su altura. Con ello se refería a un hombre rico y con posesiones…
Magia. Odiaba la magia, con todo mi ser, con fuerza. La odiaba de una manera que la había renegado. Sabía usarla, sabía que tenía que hacer para conseguir las cosas, pero una cosa era saberlo y otra hacerlo. Yo no estaba dispuesta a usar la magia para conseguir mis fines, era algo que tenía muy claro. De la misma manera que no iba a dar mi cuerpo, mi amor y todo mi ser a alguien a quien no amase. Yo necesitaba amar y ser amada. Necesitaba sentir esa pasión…, le necesitaba a él.
Daniel.
Llevaba enamorada de él desde los dieciséis años. Casi de inmediato me llamaron la atención sus ojos azules a los cuales al mirarlos parecía que estuvieses mirando al mismo cielo… Con el tiempo aprendí a ver a través de ellos. Eran la ventana a su alma, un alma pura y blanca que no merecía ser manchada y menos aún con la tiranía de alguien como mi padre. Le observaba trabajar mientras acariciaba a mis caballos o mientras les daba alguna chuchería (hortalizas de campo en su mayoría) y en alguna ocasión le pillé observándome él a mí. Notaba mis mejillas calentarse, le dedicaba una tímida sonrisa y viraba la mirada hasta el animal con el que me encontraba.
Y un día simplemente supimos que estábamos hechos el uno para el otro. Descubrí que desde la primera vez que habíamos cruzado nuestras miradas y mi corazón había dado un vuelco dentro de mi pecho de alguna manera supe que él era el indicado, que era el amor de mi vida y nadie podría reemplazarle. Nuestro árbol, apostado en lo alto de una colina era el lugar donde nos encontrábamos. El lugar donde nos declaramos. Fue el mismo lugar donde me besó por primera vez y el lugar donde me sentí amada muchísimas veces, aunque solo intercambiara una mirada, una sonrisa o una caricia conmigo. Era el lugar donde mis problemas desaparecían y solo existíamos nosotros dos, nada más. Lejos de mis padres, de mi padre y su ridiculez de casarme con un noble o un rey.
Era el lugar donde yo era feliz.
Tomó mi mano y me ayudo a bajar del caballo que me había llevado hasta la colina, hasta nuestro árbol, hasta nuestro sitio. Mis labios se curvaron en una sonrisa que permaneció incluso cuando me fundí en un abrazo con él. Noté sus brazos rodearme la espalda, sujetarme, apretarme contra él. Sentí su respiración en mi nuca, sus labios rozando su piel y su olor me llenó por completo. Me sentí relajada, feliz… - Daniel… - Susurré en voz baja y noté que me apretaba con más fuerza contra él de la misma manera que yo me aferré con más fuerza.
Aquellos momentos eran simplemente sagrados para nosotros.
Esa era la edad que tenía cuando todo mi mundo empezó a derrumbarse sin control. Cuando mi vida comenzó a torcerse sin que yo ni nadie pudiésemos evitarlo. Fue algo que ni tan siquiera vi venir, simplemente pasó. Sin más.
Mi vida era como la de cualquier muchacha de dieciocho años de una familia acomodada. Tenía todo a mi alcancé menos lo que más ansiaba. Menos aquello que más amaba en el mundo. Tenía padres, si, pero… Mi madre era una cobarde que se escudaba detrás de mi padre que usaba la magia y diversas artimañas para tenernos bajo control. Lo peor era que desde hacía unos meses parecía haber empezado a obsesionarse con que encontrase marido y no le valía cualquiera, no a él. Decía que una chica poderosa como yo, que era capaz de usar magia, merecía un hombre a su altura. Con ello se refería a un hombre rico y con posesiones…
Magia. Odiaba la magia, con todo mi ser, con fuerza. La odiaba de una manera que la había renegado. Sabía usarla, sabía que tenía que hacer para conseguir las cosas, pero una cosa era saberlo y otra hacerlo. Yo no estaba dispuesta a usar la magia para conseguir mis fines, era algo que tenía muy claro. De la misma manera que no iba a dar mi cuerpo, mi amor y todo mi ser a alguien a quien no amase. Yo necesitaba amar y ser amada. Necesitaba sentir esa pasión…, le necesitaba a él.
Daniel.
Llevaba enamorada de él desde los dieciséis años. Casi de inmediato me llamaron la atención sus ojos azules a los cuales al mirarlos parecía que estuvieses mirando al mismo cielo… Con el tiempo aprendí a ver a través de ellos. Eran la ventana a su alma, un alma pura y blanca que no merecía ser manchada y menos aún con la tiranía de alguien como mi padre. Le observaba trabajar mientras acariciaba a mis caballos o mientras les daba alguna chuchería (hortalizas de campo en su mayoría) y en alguna ocasión le pillé observándome él a mí. Notaba mis mejillas calentarse, le dedicaba una tímida sonrisa y viraba la mirada hasta el animal con el que me encontraba.
Y un día simplemente supimos que estábamos hechos el uno para el otro. Descubrí que desde la primera vez que habíamos cruzado nuestras miradas y mi corazón había dado un vuelco dentro de mi pecho de alguna manera supe que él era el indicado, que era el amor de mi vida y nadie podría reemplazarle. Nuestro árbol, apostado en lo alto de una colina era el lugar donde nos encontrábamos. El lugar donde nos declaramos. Fue el mismo lugar donde me besó por primera vez y el lugar donde me sentí amada muchísimas veces, aunque solo intercambiara una mirada, una sonrisa o una caricia conmigo. Era el lugar donde mis problemas desaparecían y solo existíamos nosotros dos, nada más. Lejos de mis padres, de mi padre y su ridiculez de casarme con un noble o un rey.
Era el lugar donde yo era feliz.
Tomó mi mano y me ayudo a bajar del caballo que me había llevado hasta la colina, hasta nuestro árbol, hasta nuestro sitio. Mis labios se curvaron en una sonrisa que permaneció incluso cuando me fundí en un abrazo con él. Noté sus brazos rodearme la espalda, sujetarme, apretarme contra él. Sentí su respiración en mi nuca, sus labios rozando su piel y su olor me llenó por completo. Me sentí relajada, feliz… - Daniel… - Susurré en voz baja y noté que me apretaba con más fuerza contra él de la misma manera que yo me aferré con más fuerza.
Aquellos momentos eran simplemente sagrados para nosotros.
Siobhan R. Mills- Reina
- Soy : La Reina
Mensajes : 168
Empleo /Ocio : Alcaldesa
Localización : Storybrooke, Maine. United States of America.
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Re: The Stable Boy
- Shiv… - Oí que decía a mi oído. Notaba sus labios rozarme el cuello y me aferré aun con más fuerza a él, como si fuese lo único que me impidiera caer por un oscuro agujero que llevase a la nada y me arrastrase a aquellos deseos absurdos de mi padre. “Shiv” fue la primera persona que me llamó así y con el paso de los años solo deje que mi madre utilizase aquel diminutivo que había de alguna forma creado él, pues hasta ese momento todo el mundo me había llamado siempre Siobhan.
Hasta mi nombre había sido escogido para que impactase en la gente. Nada de un nombre normal y corriente, vulgar, común. No, mi padre quiso que tuviese un nombre con fuerza y que de alguna manera dejase entrever el status social al que pertenecíamos, como si fuese realmente importante dejarse notar con el nombre. A mí, me gustaba, no precisamente por las mismas razones por las que le gustaba a mi padre, no, sino porque era un nombre que me hacía sentirme especial por el simple hecho de que poca gente lo poseía.
Noté como me apartaba de él lentamente y tomaba uno de los mechones de mi pelo entre sus dedos consiguiendo que esbozara una sonrisa. Me gustaba estar con Daniel, precisamente porque era en aquellos momentos en los que podía ser yo misma y nadie más. No era una marioneta de mi padre, así como tampoco esa chica que cuidaba cada uno de sus movimientos, gestos e incluso la expresión de su cara. Cuando estaba con él simplemente podía actuar con naturalidad y hacer lo que yo pensaba que debía hacer en cada momento.
- Creo que ha llegado el momento… - Susurré sin apartarme demasiado de él. Podía ver perfectamente todos los matices del color de sus ojos y casi percibir el reflejo de los míos en aquel mar azul – Dan, podremos estar juntos y ser felices – Esboce una enorme sonrisa al tiempo que volvía a abrazarle, aunque esta vez de una forma más fugaz. ¿Cuánto tiempo hacía que llevaba soñando con aquel momento? Con el día en que por fin pudiéramos irnos juntos, sin mirar atrás, sin temer la ira de mi padre, ni la decepción en los ojos de mi madre. Lo había anhelado con tantísima fuerza que ahora que estaba a punto de ocurrir no me lo podía creer.
Mis ojos captaron el movimiento de su mano que se posó sobre mi rostro acariciándolo con suavidad y haciendo que cerrase los ojos para perderme en aquella caricia – ¿Estás segura? – Abrió los ojos y le miré durante unos segundos confundida. ¿De verdad me estaba preguntando eso?
- Completamente – Contesté segura, seria y con determinación. Posiblemente hasta mis ojos azules se hubiesen llenado de esa determinación. Lo que estaba claro es que aquellas palabras consiguieron que en el rostro de mi amado apareciera una sonrisa que se me contagió.
Era tan fácil ser feliz a su lado…
Se me olvidaban todos y cada uno de mis problemas. Con él me sentía completa, llena y estaba segura de que por él cometería las mayores locuras del mundo. ¿No se hace eso por amor?
Sí, hace, pero quizá las “locuras” que yo cometí por él, por un amor eterno fueron demasiado extremistas. Fueron locuras que hirieron a gente que no lo merecían. Locuras de un alma cegada por el dolor y la pérdida… Quizá debería haber parado en algún momento pero me resultaba imposible.
El dolor era insoportable.
Hasta mi nombre había sido escogido para que impactase en la gente. Nada de un nombre normal y corriente, vulgar, común. No, mi padre quiso que tuviese un nombre con fuerza y que de alguna manera dejase entrever el status social al que pertenecíamos, como si fuese realmente importante dejarse notar con el nombre. A mí, me gustaba, no precisamente por las mismas razones por las que le gustaba a mi padre, no, sino porque era un nombre que me hacía sentirme especial por el simple hecho de que poca gente lo poseía.
Noté como me apartaba de él lentamente y tomaba uno de los mechones de mi pelo entre sus dedos consiguiendo que esbozara una sonrisa. Me gustaba estar con Daniel, precisamente porque era en aquellos momentos en los que podía ser yo misma y nadie más. No era una marioneta de mi padre, así como tampoco esa chica que cuidaba cada uno de sus movimientos, gestos e incluso la expresión de su cara. Cuando estaba con él simplemente podía actuar con naturalidad y hacer lo que yo pensaba que debía hacer en cada momento.
- Creo que ha llegado el momento… - Susurré sin apartarme demasiado de él. Podía ver perfectamente todos los matices del color de sus ojos y casi percibir el reflejo de los míos en aquel mar azul – Dan, podremos estar juntos y ser felices – Esboce una enorme sonrisa al tiempo que volvía a abrazarle, aunque esta vez de una forma más fugaz. ¿Cuánto tiempo hacía que llevaba soñando con aquel momento? Con el día en que por fin pudiéramos irnos juntos, sin mirar atrás, sin temer la ira de mi padre, ni la decepción en los ojos de mi madre. Lo había anhelado con tantísima fuerza que ahora que estaba a punto de ocurrir no me lo podía creer.
Mis ojos captaron el movimiento de su mano que se posó sobre mi rostro acariciándolo con suavidad y haciendo que cerrase los ojos para perderme en aquella caricia – ¿Estás segura? – Abrió los ojos y le miré durante unos segundos confundida. ¿De verdad me estaba preguntando eso?
- Completamente – Contesté segura, seria y con determinación. Posiblemente hasta mis ojos azules se hubiesen llenado de esa determinación. Lo que estaba claro es que aquellas palabras consiguieron que en el rostro de mi amado apareciera una sonrisa que se me contagió.
Era tan fácil ser feliz a su lado…
Se me olvidaban todos y cada uno de mis problemas. Con él me sentía completa, llena y estaba segura de que por él cometería las mayores locuras del mundo. ¿No se hace eso por amor?
Sí, hace, pero quizá las “locuras” que yo cometí por él, por un amor eterno fueron demasiado extremistas. Fueron locuras que hirieron a gente que no lo merecían. Locuras de un alma cegada por el dolor y la pérdida… Quizá debería haber parado en algún momento pero me resultaba imposible.
El dolor era insoportable.
Siobhan R. Mills- Reina
- Soy : La Reina
Mensajes : 168
Empleo /Ocio : Alcaldesa
Localización : Storybrooke, Maine. United States of America.
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Re: The Stable Boy
¿Qué recordaba de ella? Poco. Sus imágenes acudían a mi cabeza difusas, lo poco que sabía de ella lo sabía a través de mi entorno, de mi nana que me cuidaba, una mujer de cabellos pelirrojos y mirada cálida que desde que ella había muerto (e incluso antes aunque no con tanta asiduidad) había cuidado de mí. El recuerdo de mi madre, los pocos que tenían serían imborrables, de alguna manera ella siempre me acompañaría. “Cuando te miro a los ojos es como si viera a tu madre”, aquellas palabras de mi padre me hacían sonreír cada vez que las pronunciaba, con los ojos anegados en lágrimas, pero con la fuerza de voluntad suficiente como para no dejarme verle llorar.
Marie Sophie Margaret. Ese era el nombre de mi madre. Poseía unos enormes ojos azules y el pelo negro como el carbón así como la piel ligeramente pálida. Decían que me parezco a ella a excepción del color de ojos y de piel, puesto que mi piel si que es realmente pálida.
Por aquel entonces yo no era más que una niña de seis años que buscó el refugió en su padre, el cual me brindó amor y cariño. Para mí, se convirtió en un refugio al cual acudía cuando necesitaba de alguien en quien apoyarme. Había perdido al mayor apoyo y ejemplo a seguir que puede tener una niña, aunque tenía a mi nana.
Aquella tarde en concreto mi padre me llevó hasta los establos. Caminaba junto a él, seguida de cerca de mi nana que vigilaba, al igual que mi padre, todos mis movimientos. Siempre estaba protegida y rodeada de cariño, aunque nunca pudiera ser igual al cariño que me brindaba mi madre.
- ¿De verdad puedo montar? – Le pregunté a mi padre con ojos brillantes, mientras intentaba alcanzarle. Un paso suyo equivalían a dos míos, así que tenía que andar el doble de deprisa que mi padre – Papá… - El tono de mi voz me salió casi suplicante e incluso un asomó de tristeza debió aparecer en mi rostro hasta que mi padre volvió su mirada hacia mí con una sonrisa afable que devolvió una sonrisa a mi propio rostro. Conocía esa sonrisa, esa mirada: era un sí.
Di un bote feliz por aquel permiso silencioso que me acababa de otorgar mi padre mientras seguía caminando entre los establos hasta que al final paramos en un cubículo. Ante mis ojos apareció un caballo precioso de color negro. Una yegua me informó mi padre y quería que fuese mi propio caballo. ¡No me lo podía creer! ¡Iba a tener mi propio caballo! En un impulso no muy propio de princesas según el protocolo abracé a mi padre con fuerza antes de que me ayudara a montar y fuéramos a dar una vuelta.
Mi nana se quedó en los establos despidiéndose de nosotros con una mano, mientras nuestros caballos trotaban tranquilamente por el campo cercano a aquellos establos que habíamos visitado. Miré a mi padre con una sonrisa, todo estaba yendo de maravilla o al menos eso creía, pues de repente el caballo que montaba pareció perder el control y empezó a correr demasiado. Me sujeté a él como pude, oía a mi padre gritar e intentar alcanzarme pero en algún punto de aquella carrera le perdí de vista y él a mí – ¡Socorro! – Grité varias veces, sin atreverme a levantar la mirada ni soltar las riendas del caballo hasta que una voz me hizo levantar la mirada.
Esa fue la primera vez que vi a Siobhan, que sus ojos azules se toparon con los míos que fueron a parar en la mano que me tendía, dispuesta a ayudarme.
Marie Sophie Margaret. Ese era el nombre de mi madre. Poseía unos enormes ojos azules y el pelo negro como el carbón así como la piel ligeramente pálida. Decían que me parezco a ella a excepción del color de ojos y de piel, puesto que mi piel si que es realmente pálida.
Por aquel entonces yo no era más que una niña de seis años que buscó el refugió en su padre, el cual me brindó amor y cariño. Para mí, se convirtió en un refugio al cual acudía cuando necesitaba de alguien en quien apoyarme. Había perdido al mayor apoyo y ejemplo a seguir que puede tener una niña, aunque tenía a mi nana.
Aquella tarde en concreto mi padre me llevó hasta los establos. Caminaba junto a él, seguida de cerca de mi nana que vigilaba, al igual que mi padre, todos mis movimientos. Siempre estaba protegida y rodeada de cariño, aunque nunca pudiera ser igual al cariño que me brindaba mi madre.
- ¿De verdad puedo montar? – Le pregunté a mi padre con ojos brillantes, mientras intentaba alcanzarle. Un paso suyo equivalían a dos míos, así que tenía que andar el doble de deprisa que mi padre – Papá… - El tono de mi voz me salió casi suplicante e incluso un asomó de tristeza debió aparecer en mi rostro hasta que mi padre volvió su mirada hacia mí con una sonrisa afable que devolvió una sonrisa a mi propio rostro. Conocía esa sonrisa, esa mirada: era un sí.
Di un bote feliz por aquel permiso silencioso que me acababa de otorgar mi padre mientras seguía caminando entre los establos hasta que al final paramos en un cubículo. Ante mis ojos apareció un caballo precioso de color negro. Una yegua me informó mi padre y quería que fuese mi propio caballo. ¡No me lo podía creer! ¡Iba a tener mi propio caballo! En un impulso no muy propio de princesas según el protocolo abracé a mi padre con fuerza antes de que me ayudara a montar y fuéramos a dar una vuelta.
Mi nana se quedó en los establos despidiéndose de nosotros con una mano, mientras nuestros caballos trotaban tranquilamente por el campo cercano a aquellos establos que habíamos visitado. Miré a mi padre con una sonrisa, todo estaba yendo de maravilla o al menos eso creía, pues de repente el caballo que montaba pareció perder el control y empezó a correr demasiado. Me sujeté a él como pude, oía a mi padre gritar e intentar alcanzarme pero en algún punto de aquella carrera le perdí de vista y él a mí – ¡Socorro! – Grité varias veces, sin atreverme a levantar la mirada ni soltar las riendas del caballo hasta que una voz me hizo levantar la mirada.
Esa fue la primera vez que vi a Siobhan, que sus ojos azules se toparon con los míos que fueron a parar en la mano que me tendía, dispuesta a ayudarme.
Re: The Stable Boy
¿Cómo podía dudar siquiera un segundo de que estaba completamente segura de querer irme de allí con él? Le miré confundida durante unos segundos hasta que vi la sonrisa plasmarse en su rostro y noté una de sus manos contra mi mejilla antes de volver a estrecharme contra él, pasando sus brazos por mi espalda. Su aroma: madera y una mezcla de paja. Amaba aquel olor, mezclado con el de lavanda que yo misma desprendía. Sentía que era la combinación perfecta de olores y, por lo tanto, nosotros la combinación perfecta como personas.
Mañana por la noche. Te esperaré en el establo, ten listas tus cosas... Prepararé dos caballos – Me dijo mientras tomaba una de mis manos con dulzura y dábamos unos cuantos pasos alrededor del árbol donde estaban inscritas nuestras iniciales. Nuestro secreto. Observé el árbol unos segundos con una afable sonrisa en mi rostro, sin ser consciente de que mi vida iba a dar un giro de trescientos sesenta grados y todo iba a cambiar para siempre.
Estaré preparada como nunca antes en la vida – Y es que... ¿cómo no estarlo? Por fin me iba a sentir libre después de dieciocho años bajo el yugo de mis padres, pero sobretodo de mi padre. Me sabía incluso mal no poder salvar a mi madre de la tiranía a la que se veía sometida a diario por culpa de él y sus aires de superioridad. Le odiaba tanto... - Tengo tantas ganas de que sea mañana, que de poder adelantaría el tiempo... - Tenía demasiadas ansias de irme con Daniel y no volver a pisar aquel lugar nunca más.
Era el sueño de mi vida. Un sueño imposible aunque para mí en aquellos momentos fuera un sueño que estaba rozando con las puntas de mis dedos, de una manera que casi podía sentirlo hacerse realidad...
… No me podía siquiera imaginar que todo aquello fuera a desvanecerse ante mis ojos...
Le dediqué una sonrisa antes de soltar nuestras manos y mirar hacia el horizonte, oía el relinchar del caballo que me había llevado hasta ese lugar, la respiración de Daniel junto a mí y el sentirme relajada, más relajada de lo que me había sentido en todo el día. Cuando estaba con él mi mundo entero cambiaba y era capaz de olvidar los horrores que me rodeaban diariamente, por eso sabía que mi destino era irme con él y no volver jamás, por mucho que rompiese una parte de mi corazón. Sabía que dejar ir a Daniel me iba a romper el corazón de una forma irreparable... Por eso él era mi elección.
Iba a decirle algo, me estaba volviendo incluso hacia él cuando vi pasar aquel caballo a toda prisa con un jinete encima que parecía haber perdido el control del animal – Daniel... - Susurré, pero antes de que pudiera hacer o decirme cualquier cosa ya me había dirigido a mi propio caballo y lo había montando, instándole a galopar tras el otro animal. Siendo que era una excelente jinete, no tarde demasiado en llegar hasta la altura de la niña hacia la cual tendí mi mano.
Tardo unos segundos (que se me hicieron eternos en ese momento) en decidirse a soltarse y extender una de sus manos hacía mí que agarré con fuerza. Usé toda la fuerza que poseía para atraerla hacía mí, tomándola por el antebrazo y momentos después la tenía sujeta por su abdomen contra mí - ¿Estas bien? - Le pregunté en un susurro mientras detenía el galope de mi caballo y le hacia pasar a un ligero trote – No te preocupes, ya estás bien... No ha sido nada. Solo un susto. - Le dedique una sonrisa al tiempo que la ayudaba a sentarse de una forma más cómoda.
Me volví unos segundos al oír otros cascos y comprobé que Daniel también se había acercado hasta el lugar... - Está bien no le ha pasado nada – Le dije al ver en su rostro una pregunta silenciosa. Realmente aquella pequeña había tenido suerte. Mucha suerte.
Y yo no sabía, no tenía ni la más remota idea, de que acababa de salvar a la persona que me lo arrebataría todo. A aquella persona sobre la cual buscaría venganza hasta conseguirla..., aunque para ello yo misma tuviera que pagar un precio.
… Toda magia viene con un precio.
Mañana por la noche. Te esperaré en el establo, ten listas tus cosas... Prepararé dos caballos – Me dijo mientras tomaba una de mis manos con dulzura y dábamos unos cuantos pasos alrededor del árbol donde estaban inscritas nuestras iniciales. Nuestro secreto. Observé el árbol unos segundos con una afable sonrisa en mi rostro, sin ser consciente de que mi vida iba a dar un giro de trescientos sesenta grados y todo iba a cambiar para siempre.
Estaré preparada como nunca antes en la vida – Y es que... ¿cómo no estarlo? Por fin me iba a sentir libre después de dieciocho años bajo el yugo de mis padres, pero sobretodo de mi padre. Me sabía incluso mal no poder salvar a mi madre de la tiranía a la que se veía sometida a diario por culpa de él y sus aires de superioridad. Le odiaba tanto... - Tengo tantas ganas de que sea mañana, que de poder adelantaría el tiempo... - Tenía demasiadas ansias de irme con Daniel y no volver a pisar aquel lugar nunca más.
Era el sueño de mi vida. Un sueño imposible aunque para mí en aquellos momentos fuera un sueño que estaba rozando con las puntas de mis dedos, de una manera que casi podía sentirlo hacerse realidad...
… No me podía siquiera imaginar que todo aquello fuera a desvanecerse ante mis ojos...
Le dediqué una sonrisa antes de soltar nuestras manos y mirar hacia el horizonte, oía el relinchar del caballo que me había llevado hasta ese lugar, la respiración de Daniel junto a mí y el sentirme relajada, más relajada de lo que me había sentido en todo el día. Cuando estaba con él mi mundo entero cambiaba y era capaz de olvidar los horrores que me rodeaban diariamente, por eso sabía que mi destino era irme con él y no volver jamás, por mucho que rompiese una parte de mi corazón. Sabía que dejar ir a Daniel me iba a romper el corazón de una forma irreparable... Por eso él era mi elección.
Iba a decirle algo, me estaba volviendo incluso hacia él cuando vi pasar aquel caballo a toda prisa con un jinete encima que parecía haber perdido el control del animal – Daniel... - Susurré, pero antes de que pudiera hacer o decirme cualquier cosa ya me había dirigido a mi propio caballo y lo había montando, instándole a galopar tras el otro animal. Siendo que era una excelente jinete, no tarde demasiado en llegar hasta la altura de la niña hacia la cual tendí mi mano.
Tardo unos segundos (que se me hicieron eternos en ese momento) en decidirse a soltarse y extender una de sus manos hacía mí que agarré con fuerza. Usé toda la fuerza que poseía para atraerla hacía mí, tomándola por el antebrazo y momentos después la tenía sujeta por su abdomen contra mí - ¿Estas bien? - Le pregunté en un susurro mientras detenía el galope de mi caballo y le hacia pasar a un ligero trote – No te preocupes, ya estás bien... No ha sido nada. Solo un susto. - Le dedique una sonrisa al tiempo que la ayudaba a sentarse de una forma más cómoda.
Me volví unos segundos al oír otros cascos y comprobé que Daniel también se había acercado hasta el lugar... - Está bien no le ha pasado nada – Le dije al ver en su rostro una pregunta silenciosa. Realmente aquella pequeña había tenido suerte. Mucha suerte.
Y yo no sabía, no tenía ni la más remota idea, de que acababa de salvar a la persona que me lo arrebataría todo. A aquella persona sobre la cual buscaría venganza hasta conseguirla..., aunque para ello yo misma tuviera que pagar un precio.
… Toda magia viene con un precio.
Siobhan R. Mills- Reina
- Soy : La Reina
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Empleo /Ocio : Alcaldesa
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Fecha de inscripción : 05/06/2012
Re: The Stable Boy
El miedo, cuando el miedo te invade te domina. Te domina de tal manera que ni eres capaz de reaccionar ni de controlar tus emociones o tu propio cuerpo. Parece que sucede justo al contrario: son tus emociones y tu cuerpo los que ejercen el control sin que tu puedas hacer absolutamente nada. Eso me pasó a mi en esos momentos, oía su voz, la veía extender la mano hacia mí, pero era totalmente incapaz de mover un solo músculo ni siquiera me veía capaz de extender la mano hacia ella, tenía demasiado miedo.
Al final lo hice. Me solté el tiempo suficiente como para extender mi mano hacia ella y tomarla con fuerza. Noté casi de inmediato como ella usaba toda su fuerza para atraerme hacia sí, noté su mano en mi antebrazo tirando de mí y antes de lo que hubiese imaginado ya estaba sobre su montura. Mis ojos marrones buscaron durante unos pocos instantes mi caballo, que se alejaba totalmente fuera de control de donde nosotras nos encontrábamos.
Me sentí a salvo. Me sentí protegida. Sentí el calor que desprendía el cuerpo de aquella mujer, sentí su cariño a la hora de apretarme contra ella, contra su abdomen, contra su cuerpo e incluso recuerdo ser capaz de inhalar aquel olor a jazmín que desprendía. Me hizo sonreír, nerviosa. Mis latidos seguían siendo acelerados, al igual que mi pulso que iba desbocado, pero la tranquilidad y serenidad que me estaba transmitiendo aquella mujer consiguieron que a los pocos minutos que me hubiese calmado.
- Estoy bien – Le contesté también en un susurro notando como su montura detenía sus pasos. Escuché que volvía a hablar y por sus palabras y su forma de decirlo, supe casi de inmediato sin necesidad de volver la mirada que se estaba dirigiendo a una tercera persona. Un joven de cabellos castaños y ojos azules que me miró con una afable sonrisa. Dejé que me acomodase y me condujera hasta un rancho cercano donde ella se bajó y posteriormente me bajó a mí.
Fue entonces cuando conocí a Daniel. El chico del establo. Le miré con curiosidad unos segundos, pero no pude intercambiar palabra alguna con él puesto que dos extraños seguidos de mi padre y Nana aparecieron en escena. Sentí el abrazo de mi padre como el más fuerte que me había dado nunca. Sus brazos me rodearon y me atrajeron hacia él. Noté incluso como temblaba. El miedo. El miedo también le había invadido a él.
- Estás bien... - Repitió varias veces mientras pasaba sus manos por mis cabellos oscuros y me besaba la frente y me volvía a abrazar. Note como luego elevaba la mirada hacia la mujer que me había salvado la vida. - Gracias... muchísimas gracias. - Oí que le decía en un susurro. Eran palabras sinceras, venían de un hombre que lo único que tenía en el mundo era a su hija pequeña.
Por el rabillo del ojo pude ver como el hombre desconocido para mí hablaba con Daniel y este se fue minutos después. Noté como miraba a la mujer, pero no vi nada raro. ¿Por qué debería? Era una niña pequeña que no entendía de las cosas de mayores. Le sonreí unos segundos antes de volverme a la mujer, a Siobhan (de quién aún desconocía su nombre) le dediqué una sonrisa y no pude evitar abrazarla durante unos segundos – Gracias por salvarme la vida.
Al final lo hice. Me solté el tiempo suficiente como para extender mi mano hacia ella y tomarla con fuerza. Noté casi de inmediato como ella usaba toda su fuerza para atraerme hacia sí, noté su mano en mi antebrazo tirando de mí y antes de lo que hubiese imaginado ya estaba sobre su montura. Mis ojos marrones buscaron durante unos pocos instantes mi caballo, que se alejaba totalmente fuera de control de donde nosotras nos encontrábamos.
Me sentí a salvo. Me sentí protegida. Sentí el calor que desprendía el cuerpo de aquella mujer, sentí su cariño a la hora de apretarme contra ella, contra su abdomen, contra su cuerpo e incluso recuerdo ser capaz de inhalar aquel olor a jazmín que desprendía. Me hizo sonreír, nerviosa. Mis latidos seguían siendo acelerados, al igual que mi pulso que iba desbocado, pero la tranquilidad y serenidad que me estaba transmitiendo aquella mujer consiguieron que a los pocos minutos que me hubiese calmado.
- Estoy bien – Le contesté también en un susurro notando como su montura detenía sus pasos. Escuché que volvía a hablar y por sus palabras y su forma de decirlo, supe casi de inmediato sin necesidad de volver la mirada que se estaba dirigiendo a una tercera persona. Un joven de cabellos castaños y ojos azules que me miró con una afable sonrisa. Dejé que me acomodase y me condujera hasta un rancho cercano donde ella se bajó y posteriormente me bajó a mí.
Fue entonces cuando conocí a Daniel. El chico del establo. Le miré con curiosidad unos segundos, pero no pude intercambiar palabra alguna con él puesto que dos extraños seguidos de mi padre y Nana aparecieron en escena. Sentí el abrazo de mi padre como el más fuerte que me había dado nunca. Sus brazos me rodearon y me atrajeron hacia él. Noté incluso como temblaba. El miedo. El miedo también le había invadido a él.
- Estás bien... - Repitió varias veces mientras pasaba sus manos por mis cabellos oscuros y me besaba la frente y me volvía a abrazar. Note como luego elevaba la mirada hacia la mujer que me había salvado la vida. - Gracias... muchísimas gracias. - Oí que le decía en un susurro. Eran palabras sinceras, venían de un hombre que lo único que tenía en el mundo era a su hija pequeña.
Por el rabillo del ojo pude ver como el hombre desconocido para mí hablaba con Daniel y este se fue minutos después. Noté como miraba a la mujer, pero no vi nada raro. ¿Por qué debería? Era una niña pequeña que no entendía de las cosas de mayores. Le sonreí unos segundos antes de volverme a la mujer, a Siobhan (de quién aún desconocía su nombre) le dediqué una sonrisa y no pude evitar abrazarla durante unos segundos – Gracias por salvarme la vida.
Re: The Stable Boy
Me conmovió aquella escena. Padre e hija juntos de nuevo y me sentí orgullosa de haber sido yo la que le había salvado la vida. Sentía que había hecho una acción positiva dentro de tanta oscuridad que había en mi vida. Había sido un acto totalmente altruista.
Hasta el día siguiente no supe las consecuencias de un acto tan valiente como salvarla la vida a una niña pequeña.
Esa chica que salvaste, es la hija del Rey de un poderoso Reino – Me dijo mi padre mientras desayunábamos a la mañana siguiente. Sabía que mis padres y el padre de la pequeña se habían reunido aquella noche, habían estado en la estancia que mis padres solían usar para recibir a visitas importantes y donde se pasaban el resto de la noche bebiendo Whisky o cualquier otra bebida alcohólica en los mejores vasos de los que disponía mi padre. Para nada me hubiese imaginado que aquella niña fuese ni más ni menos que una princesa, por eso mismo levanté la mirada hacia mi padre sorprendida. Desde luego eso no era algo que me esperase.
Tampoco me esperaba lo que venía después de eso. Le di un sorbo a la taza de té que tenía enfrente mía, buscando con mis ojos azules a mi madre y encontrándomela casi de inmediato. Había algo en ellos que decía que algo iba a cambiar. ¿Mi vida? Oh si... Salvar a Blancanieves de una muerte casi segura iba a cambiar mi vida más de lo que nunca hubiese imaginado.
Del mismo modo que jamás hubiese imaginado que podría llegar a odiar tanto a alguien, como he llegado a odiar a esa pequeña de ojos marrones, piel pálida y cabellos negros como el carbón.
Nos ha pedido tu mano – El mundo se hundió bajo mis pies en ese preciso instante, tuve que hacer acopio de voluntad para no dejar caer la cuchara sobre la mesa. Mi mente se vio transportada casi de inmediato hasta Daniel. Mi Daniel. Sentí mi corazón encogerse dentro de mí, muy consciente, demasiado consciente de lo que aquellas palabras significaban, de lo que la sonrisa en el rostro de mi padre significaba y la ausencia en los ojos de mi madre. Habían dado su visto bueno y yo no iba a poder hacer nada para evitarlo. Una sonrisa automática, de chica educada que sabe que tiene qué hacer en esos momentos apareció en mi rostro, pero no era en absoluto sincera.
Por primera vez sentía miedo hacia lo desconocido, así como rabia hacia mi padre, mis padres, por haberme dado al padre de aquella niña. Vale, era un rey y todo lo que ellos quisieran, pero no era Daniel desde luego. Nadie podría reemplazarle, ni tampoco todo lo que sentía por él. Era imposible.
Tenía que irme. Teníamos que irnos tal y como habíamos dicho el día antes. Esa noche, sin falta. Debíamos hacerlo porque sino mi vida se vería transformada en una soledad dentro de una jaula de oro. Todo por salvar a una niña.
Oía la lluvia de palabras que me estaba dirigiendo mi padre, pero le estaba prestando la mínima atención, asentía automáticamente e incluso esbozaba alguna media sonrisa, pero mi mente y sobretodo mi corazón estaban muy lejos de allí y de los deseos de mi padre de desposarme con aquel Rey.
Hasta el día siguiente no supe las consecuencias de un acto tan valiente como salvarla la vida a una niña pequeña.
Esa chica que salvaste, es la hija del Rey de un poderoso Reino – Me dijo mi padre mientras desayunábamos a la mañana siguiente. Sabía que mis padres y el padre de la pequeña se habían reunido aquella noche, habían estado en la estancia que mis padres solían usar para recibir a visitas importantes y donde se pasaban el resto de la noche bebiendo Whisky o cualquier otra bebida alcohólica en los mejores vasos de los que disponía mi padre. Para nada me hubiese imaginado que aquella niña fuese ni más ni menos que una princesa, por eso mismo levanté la mirada hacia mi padre sorprendida. Desde luego eso no era algo que me esperase.
Tampoco me esperaba lo que venía después de eso. Le di un sorbo a la taza de té que tenía enfrente mía, buscando con mis ojos azules a mi madre y encontrándomela casi de inmediato. Había algo en ellos que decía que algo iba a cambiar. ¿Mi vida? Oh si... Salvar a Blancanieves de una muerte casi segura iba a cambiar mi vida más de lo que nunca hubiese imaginado.
Del mismo modo que jamás hubiese imaginado que podría llegar a odiar tanto a alguien, como he llegado a odiar a esa pequeña de ojos marrones, piel pálida y cabellos negros como el carbón.
Nos ha pedido tu mano – El mundo se hundió bajo mis pies en ese preciso instante, tuve que hacer acopio de voluntad para no dejar caer la cuchara sobre la mesa. Mi mente se vio transportada casi de inmediato hasta Daniel. Mi Daniel. Sentí mi corazón encogerse dentro de mí, muy consciente, demasiado consciente de lo que aquellas palabras significaban, de lo que la sonrisa en el rostro de mi padre significaba y la ausencia en los ojos de mi madre. Habían dado su visto bueno y yo no iba a poder hacer nada para evitarlo. Una sonrisa automática, de chica educada que sabe que tiene qué hacer en esos momentos apareció en mi rostro, pero no era en absoluto sincera.
Por primera vez sentía miedo hacia lo desconocido, así como rabia hacia mi padre, mis padres, por haberme dado al padre de aquella niña. Vale, era un rey y todo lo que ellos quisieran, pero no era Daniel desde luego. Nadie podría reemplazarle, ni tampoco todo lo que sentía por él. Era imposible.
Tenía que irme. Teníamos que irnos tal y como habíamos dicho el día antes. Esa noche, sin falta. Debíamos hacerlo porque sino mi vida se vería transformada en una soledad dentro de una jaula de oro. Todo por salvar a una niña.
Oía la lluvia de palabras que me estaba dirigiendo mi padre, pero le estaba prestando la mínima atención, asentía automáticamente e incluso esbozaba alguna media sonrisa, pero mi mente y sobretodo mi corazón estaban muy lejos de allí y de los deseos de mi padre de desposarme con aquel Rey.
Siobhan R. Mills- Reina
- Soy : La Reina
Mensajes : 168
Empleo /Ocio : Alcaldesa
Localización : Storybrooke, Maine. United States of America.
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Re: The Stable Boy
- ¿Daniel? – Abrí las puertas que llevaban al establo al tiempo que decía aquellas palabras. Mis ojos azules no le veían y el corazón se me encogió dentro del pecho – ¡Daniel! – Volví a llamar mientras me adentraba y entonces le vi salir de uno de los establos. Sentí un alivio inmenso solo por verle vivo, sano y salvo.
- ¿Qué pasa? – Parecía preocupado y no era para menos, en mi voz se podía notar que no estaba bien. Todo aquel asunto del Rey me estaba despedazando por dentro. Cuando se había presentado en casa y me había pedido la mano oficialmente, había sentido como todo a mi alrededor se derrumbaba, odiando incluso el “si” tan decidido que salió de boca de mi padre en lugar de la mía. Sin darse cuenta me había condenado.
Acorté la distancia que nos separaba abrazándole con fuerza y sintiendo como él me abrazaba con la misma fuerza. Me estaba aferrando a un clavo ardiendo pero en esos momentos sabía que era lo único a lo que podía aferrarme si no quería acabar totalmente loca y desquiciada. No podía casarme con el Rey por mucho que mi padre hubiese aceptado por mí. Me mantuve unos segundos aferrada a él hasta que una idea se coló entre mis pensamientos haciendo que me separara levemente de él y buscara su mirada – Cásate conmigo. Daniel, cásate conmigo – En mi voz había un punto de suplica. Le estaba suplicando en cierto modo que se casara conmigo y me liberara de aquella horrible carga a la que me había visto sometida y obligada a ceder.
- Siobhan… ¿qué estás haciendo? – Vi normal la preocupación en su voz así como aquel tono de sorpresa. Había ido hasta allí y le estaba diciendo aquello así sin más, sin previo aviso. Cualquiera podría haber pensado que me había vuelto loca, pero él posiblemente supusiera que me había pasado algo, algo que me había llevado a decirle aquello, a hacerle aquella proposición. – ¿Qué ha pasado? ¿Se lo has dicho a tu padre? – Pude notar como mis ojos se anegaban en lágrimas. No, aunque me había prometido a mí misma que se lo diría, pero con toda aquella locura no había tenido ni siquiera la oportunidad y ahora…, ahora ya ni siquiera me escucharía. ¿Qué sentido tenía decírselo ahora?
- No. Ahora nunca podré decírselo. Él no lo entenderá, no ahora, ya no – Respondí tomándole de las manos con fuerza y aferrándome a ese contacto. Ahora más que nunca temía que apareciese allí y nos sorprendiese. Imaginaba sus ojos fríos mirándome de aquella manera que me provocaba incluso escalofríos. – La chica que salvé era la hija del Rey y ahora él me ha propuesto matrimonio – Expliqué sintiendo que de ahí a poco las lágrimas dejarían de contenerse.
- ¿Qué? – Sorpresa, confusión, miedo, demasiados sentimientos veía ahora en la mirada de Daniel. Estaba asustado pero sobretodo sorprendido, se había quedado en estado de shock y yo solo pude agarrarle las manos con más fuerza para no se alejara de mí. Nunca.
- ¡Mi padre ha aceptado! – Exclamé ya al borde de las lágrimas al tiempo que le soltaba y me volvía dándole la espalda. Dí unos cuantos pasos por el establo hasta detenerme, aún de espaldas a él – La única salida es huir. No podemos hacer otra cosa. – Me giré hacía él, sentía alguna lágrima discurrir por mi mejilla pero en ese momento poco importaba – Para poder dejar este lugar, para poder casarnos, para nunca volver.
- Siobhan… - Se acercó hasta mí, tomando mis manos entre las suyas y atrayéndome hacia él – ¿Comprendes lo que eso significaría? - ¡Claro que lo sabía! Todo dejaría de tener sentido si él no estaba y eso era lo único que ahora pensaba mi cabeza, que sin él no valdría la pena nada. – La vida con un mozo de cuadra no tiene nada que ver con la vida como reina – Pero yo no quería la vida de reina, yo quería una vida junto a él, nada más y así se lo dije.
- La vida como reina no significa nada… Daniel… - Mis manos tomaron su rostro sin apartar mis ojos azules de los suyos – Todo lo que me importa eres tú.
- ¿Qué pasa? – Parecía preocupado y no era para menos, en mi voz se podía notar que no estaba bien. Todo aquel asunto del Rey me estaba despedazando por dentro. Cuando se había presentado en casa y me había pedido la mano oficialmente, había sentido como todo a mi alrededor se derrumbaba, odiando incluso el “si” tan decidido que salió de boca de mi padre en lugar de la mía. Sin darse cuenta me había condenado.
Acorté la distancia que nos separaba abrazándole con fuerza y sintiendo como él me abrazaba con la misma fuerza. Me estaba aferrando a un clavo ardiendo pero en esos momentos sabía que era lo único a lo que podía aferrarme si no quería acabar totalmente loca y desquiciada. No podía casarme con el Rey por mucho que mi padre hubiese aceptado por mí. Me mantuve unos segundos aferrada a él hasta que una idea se coló entre mis pensamientos haciendo que me separara levemente de él y buscara su mirada – Cásate conmigo. Daniel, cásate conmigo – En mi voz había un punto de suplica. Le estaba suplicando en cierto modo que se casara conmigo y me liberara de aquella horrible carga a la que me había visto sometida y obligada a ceder.
- Siobhan… ¿qué estás haciendo? – Vi normal la preocupación en su voz así como aquel tono de sorpresa. Había ido hasta allí y le estaba diciendo aquello así sin más, sin previo aviso. Cualquiera podría haber pensado que me había vuelto loca, pero él posiblemente supusiera que me había pasado algo, algo que me había llevado a decirle aquello, a hacerle aquella proposición. – ¿Qué ha pasado? ¿Se lo has dicho a tu padre? – Pude notar como mis ojos se anegaban en lágrimas. No, aunque me había prometido a mí misma que se lo diría, pero con toda aquella locura no había tenido ni siquiera la oportunidad y ahora…, ahora ya ni siquiera me escucharía. ¿Qué sentido tenía decírselo ahora?
- No. Ahora nunca podré decírselo. Él no lo entenderá, no ahora, ya no – Respondí tomándole de las manos con fuerza y aferrándome a ese contacto. Ahora más que nunca temía que apareciese allí y nos sorprendiese. Imaginaba sus ojos fríos mirándome de aquella manera que me provocaba incluso escalofríos. – La chica que salvé era la hija del Rey y ahora él me ha propuesto matrimonio – Expliqué sintiendo que de ahí a poco las lágrimas dejarían de contenerse.
- ¿Qué? – Sorpresa, confusión, miedo, demasiados sentimientos veía ahora en la mirada de Daniel. Estaba asustado pero sobretodo sorprendido, se había quedado en estado de shock y yo solo pude agarrarle las manos con más fuerza para no se alejara de mí. Nunca.
- ¡Mi padre ha aceptado! – Exclamé ya al borde de las lágrimas al tiempo que le soltaba y me volvía dándole la espalda. Dí unos cuantos pasos por el establo hasta detenerme, aún de espaldas a él – La única salida es huir. No podemos hacer otra cosa. – Me giré hacía él, sentía alguna lágrima discurrir por mi mejilla pero en ese momento poco importaba – Para poder dejar este lugar, para poder casarnos, para nunca volver.
- Siobhan… - Se acercó hasta mí, tomando mis manos entre las suyas y atrayéndome hacia él – ¿Comprendes lo que eso significaría? - ¡Claro que lo sabía! Todo dejaría de tener sentido si él no estaba y eso era lo único que ahora pensaba mi cabeza, que sin él no valdría la pena nada. – La vida con un mozo de cuadra no tiene nada que ver con la vida como reina – Pero yo no quería la vida de reina, yo quería una vida junto a él, nada más y así se lo dije.
- La vida como reina no significa nada… Daniel… - Mis manos tomaron su rostro sin apartar mis ojos azules de los suyos – Todo lo que me importa eres tú.
Siobhan R. Mills- Reina
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