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Mensaje por Melinda J. Summers Mar Sep 04, 2012 6:30 am

Una mañana como cualquier otra de camino a la comisaría. Despertaba temprano, se duchaba y vestía, daba de comer a sus perros y le escondía algunos juguetes y premios para que se entretuvieran en lo que ella salía a trabajar. El par de schnauzers tenían demasiada energía como era de esperarse de un par de cachorros como eran ellos, pero estaban bien educados asía que podía confiar en ir a hacer lo que tenía que hacer sin morir por la duda de si acaso al volver tendría que pasársela recogiendo relleno de almohadones del piso y limpiando huellitas enlodadas de su sofá. La verdad que adoraba a sus mascotas, viviendo sola siempre contaba con ellos para sentirse acompañada y reír hasta casi llorar cuando los sorprendía haciendo alguna travesura.

Caminaba hacia la Estación, ya que no vivía muy lejos y podía darse el lujo de hacerlo. Se detuvo en el kiosco a comprar el diario. De ahí hacia la panadería a detenerse por el desayuno y su bien amado café, que sin él no funcionaba adecuadamente por las mañanas. Y como a veces solía hacer solo por tener el gesto llevaba también café para el resto del departamento, que siendo cuatro – a Nathanaël también lo contaba – bien podía permitírselo. Tenían cafetera en la estación, obviamente, pero no sabía igual que el café de grano recién molido. Melinda era de esa clase de atenciones desinteresadas, ayudaban a subir los ánimos. Y ella en lo personal tenía días notando a Robert bastante alicaído – problemas con Savannah lo más seguro. Consentirlo un rato no estaba de más, a veces le daba la impresión de que se olvidaban de que él también era de carne y hueso.

Lo único que se había salido de su rutina esa mañana fue una mujer que se había establecido en una esquina vendiendo flores frescas. No, no se acercó a preguntarle si acaso contaba con permiso para hacer tal cosa. Lo hizo porque le pareció que las rosas que estaba vendiendo debían ser las más rojas y hermosas que había visto nunca…

No era ni siquiera una persona de rosas. Siempre las había encontrado algo cliché. De flores prefería muchas otras, a ella por lo menos los girasoles le ponían tonta. Pero esa vez no pudo resistirse. Hubiera sido el color, el terciopelo de los pétalos o su aroma, había terminado por tomar la rosa más grande de todas y llevarla consigo.

Había llegado primera que los demás – no por nada era más puntual y organizada que el resto de machos en la comisaría. Lo primero que hizo fue abrir bien las persianas para que entrara luz y las ventanas para que entrara el aire fresco. Dejó los panecillos y el café sobre el escritorio de Aaron, ahí a la vista de todos, y su rosa roja la dejó en un florero de cristal que tenía ella en su propia mesa. No era raro que llevara flores. Lo extraño es que fuera justo una rosa. Pasó los dedos de nuevo por os pétalos y una sonrisa dulce se dibujó en sus labios. ¿Por qué era que no le gustaban? No podía ni recordar…

De cualquier manera, un paquete del que no había caído en cuenta hasta el momento le sacó de su ensoñación. Se acercó a él y lo abrió. Esta vez su sonrisa se afiló e incluso dejó escapar una ligera risa irónica: Las nuevas taser guns acababan de llegar.
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Mensaje por Sydney J. Watson Mar Sep 04, 2012 1:00 pm

La mente humana a veces era así de complicada. A veces simplemente olvidaba donde había dejado algo. Otras olvidaba a que hora exacta había quedado con alguien y otras simplemente lo olvidaba. Siempre había poseído una mente olvidadiza... y todos los que la conocían sabían perfectamente de ese hecho. Sabían que a veces se retrasaba quizá más de la cuenta, pero que era porque ella simplemente era así y la aceptaban de aquella manera. Lo curioso es que si tenía alguna cita con uno de sus pacientes y estaba fuera de casa, nunca llegaba tarde. Era como una regla no escrita: nunca llegar tarde a una cita (con sus pacientes claro).

Había puesto la casa patas arriba bajo la atenta mirada de Romi y Pedro que la seguían con sus ojos mientras ella se movía por la casa buscando como loca. ¿Cómo diablos podía haberlo perdido? Sentía un magnetismo extraño con aquel objeto, era algo raro, pero sentía la necesidad de llevarlo encima. Era demasiado importante para ella y cuando se había dado cuenta de que no llevaba aquel ligero peso colgando del cuello se había puesto a buscar por toda su habitación, pero ni rastro.

Luego había bajado al comedor y la cocina y tampoco había dado con el. Volvió a dejar en su sitio el cojín que acababa de coger para comprobar que no se había caído por detrás del sofá o algo. Nada, tampoco. Al final acabó llevándose las manos a la cabeza y echándose el pelo hacia atrás. Se llevó una mano al mentón mientras volvía a recorrer con la mirada la habitación, como si de aquella manera fuera a llamarla y lo encontrase así sin más.

Pues ni idea de donde esta – Dijo en voz alta mirando a los perros que la miraban casi extrañados. Desde luego pocas veces se había puesto a buscar tan frenética algo. No era algo que hiciera muy a menudo. - Iré a... - Preguntarle a Nathanaël, quizá él sabía donde estaba y es que por una vez en la vida que necesitaba algo desesperadamente... y justo él no estaba en casa y había ido a la comisaria. Además en su fuero interno sabía que en esos momentos posiblemente el único que lograría calmarla era precisamente Nate.

Tomó el abrigo del perchero y se lo puso por encima de la ropa, pero aquella mañana decidió que en lugar de coger el coche tomaría la bicicleta que tenía en la parte de atrás de la casa, ya que nunca estaba de más hacer un poco de ejercicio. Pedaleó hasta la comisaria donde dejó la bici aparcada fuera, no creía que nadie se la fuera a robar y Gary estaba en hora escolar, así que... y si desaparecería ya se encargaría de averiguar de mano de Everett si ese landronzuelo de pacotilla había ido a clase o no.

Estaba casi segura de que iba a ser el blanco de uno de sus robos cualquier día de aquellos.

Entró en la comisaria donde se encontró con que ya estaba Nate y también Melinda – Buenos días – Sonrió afablemente a la joven antes de acercarse hasta donde ambos estaban – Vaya que sois puntuales los dos... - Porque mira que a ella lo de la puntualidad se le daba de pena. Sus ojos marrones se pararon en las taser guns que había sobre la mesa - ¡Vaya! ¿Son nuevas? - Porque tenía toda la pinta. Se pasó la mano por el cabello antes de mirar directamente a Nathanaël – Oye, Nate... ¿No sabrás por casualidad donde está el anillo de compromiso que me diste? No lo encuentro por ninguna parte y me estoy empezando a volver loca – Porque la última vez que lo había perdido había sido precisamente él que se lo había encontrado.

Había encontrado aquel anillo perdido en algún rincón de su joyero y habría jurado que nunca antes lo había visto pero de alguna manera se había sentido unida a él desde que lo encontró, no pudiendo descifrar en ningún momento lo que había escrito en su interior, pero sintiendo que era importante para ella y debía conservarlo. Quizá a eso se debía su histeria.

Off: Las "acciones" con Nate están acordadas con su user *-*
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Mensaje por Nathanaël O. Holmes Jue Sep 06, 2012 10:48 pm

Después de muchos días encerrado en su habitación en los que apenas había salido de casa, a excepción del día que le regaló a Sydney su nueva mascota Romi y de las veces que era necesaria su presencia en comisaría, había llegado el día en que Nathanaël iba a dejarse de tantas tonterías. No sólo porque creía que ya era hora de salir de casa sino también porque su compañera se había puesto muy pesada al respecto. ¿Qué más le daba lo que hiciera con su vida? Pero en parte tenía razón, no podía permanecer en casa cual ermitaño solamente porque se le hubiesen cruzado los cables. Claro que Sydney desconocía lo ocurrido en el bosque. Por más que ella lo hubo interrogado acerca de su disgusto, el asesor del Sheriff no había soltado prenda. ¿Para qué? Luego ella lo psicoanalizaría o lo que fuera que hiciera con sus pacientes. Además, tampoco le apetecía hablar de ello. Cuando lo recordaba volvía a ponerse furioso e incluso podía decirse que se le hinchaban las venas de la frente del enfado. Y él odiaba estar así y más por una don nadie.

Ese día despertó de mejor humor, lo cual ayudó a que decidiera volver a salir más asiduamente a la calle aunque debiera encontrarse con sus vecinos de Storybrooke. Si algunos ya pensaban que era hosco y desagradable, tendrían que verlo ahora. Si antes había intentado ser agradable con según que personas ya no lo sería. No tendría miramientos con nadie, sólo consigo mismo porque él no podría defraudarse y así tampoco daría oportunidad a que le clavaran una puñalada trapera por la espalda.

Al bajar las escaleras ya listo para marcharse al trabajo esperó ver a su compañera para darle los buenos días pero al no encontrársela en el piso inferior lo dejó correr y salió de casa sin pararse si quiera a desayunar. Como era temprano en lugar de dirigirse directamente a la comisaría se dio un pequeño paseo por el pueblo para despejar la mente y rememorar los sitios que hacía semanas que sus pies no habían pisado. No era extraño en él pasarse más tiempo dentro de casa que fuera de ella porque Nathanaël apreciaba la soledad pero también le gustaban los largos paseos, por lo que verlo de vez en cuando paseando por el pueblo tampoco es que fuera algo inusual. Lo insólito había sido lo de aquellos días en los que tan sólo había abandonado la comodidad de su casa si era estrictamente necesario.

Cuando llegó a la plaza del pueblo alzó la mirada hacia la torre del reloj para comprobar la hora y cerciorarse de que no llegaba tarde. Todavía le quedaba cerca de un cuarto de hora por lo que se permitió una parada en el kiosko para conseguir un ejemplar del Daily Mirror y luego fue directo a la comisaría. Al llegar vio que, como de costumbre, Melinda era la primera y única persona en la estación y Nathanaël no pudo evitar pensar que aquella mujer debía de levantarse con las gallinas porque él era madrugador y puntual y aún así pocas veces lograba llegar antes que ella. Quién sabía si resultaba ser que la policía se quedaba durmiendo en la comisaría.

Buenos días Melinda. Veo que sigues tan madrugadora como siempre – saludó acercándose donde estaba. Echó una mirada al paquete que había visto abrir a la policía y comprobó que habían llegado las nuevas armas de electrochoque, conocidas comúnmente como taser guns, de las que les había oído hablar días atrás – Así que por fin llegaron vuestras preciadas armas ¿eh? – Y decía suyas porque él era el único de los cuatro que no portaba ninguna clase de arma. Ni pistola, ni taser gun. Apartó la mirada del paquete y echó un vistazo al lugar percatándose de los cuatro cafés dispuestos sobre el escritorio de Aaron. Melinda siempre tenía ese detalle con sus compañeros y aunque a él no le parecía mal tampoco quería que siempre lo pagara ella de su dinero – Hey, gracias por haberte molestado en traernos café. Hoy lo necesitaba. ¿Cuánto te ha costado? – Probablemente Melinda no dejara que pagara el suyo pero igualmente se lo preguntó por si la muchacha cambiaba de idea y dejaba que por una vez lo pagaran ellos. Sin embargo, no le dio tiempo a sacar la cartera ni nada porque una voz extrañamente familiar y que no esperaba oír en aquel sitio llegó hasta sus oídos. ¿Qué estaba haciendo Sydney en la comisaría? Nathanaël la miró preocupado y dio unos cuantos pasos hacia ella para preguntarle si había sucedido algo, pero ésta se le adelantó preguntándole si sabía el paradero de su anillo haciendo que el ojiazul se llevara una mano a la cabeza.

¿Otra vez lo has perdido? ¿Para eso te lo doy, para qué lo pierdas una y otra vez? Ya veo que tan importante es para ti – Nathanaël le dio la espalda y fue a coger uno de los cuatro cafés. Tras darle un sorbo volvió a mirar a la psicóloga – Y no, no sé donde está. Eso deberías de saberlo tú ¿no crees? – respondió molesto. ¿Por qué tenía que saber él siempre donde estaban las cosas de ambos?
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Mensaje por Melinda J. Summers Sáb Sep 08, 2012 6:56 am

¿Quedar a dormir en la comisaría? Que va, no era para tanto. Pero sí que estaba acostumbrada a levantarse muy temprano, pues siempre había cosas qué hacer. Suponía que la costumbre la habría adquirido en la academia de policía porque había que despertarse muy temprano a correr, pero la verdad era que no lo podía recordar con exactitud. El punto era que se trataba de un buen hábito que agradecía haber adquirido, y el cuándo lo había hecho con exactitud no le parecía especialmente relevante. O por lo menos eso era lo que ella creía.

Había encendido ya se ordenador para comenzar a trabajar en lo que tenía pendiente, que era más que nada reportes y papeleo. Algunos expedientes que revisar, casos menores a los que dar seguimiento… no serían las tareas más emocionantes de todas, pero eran parte de su trabajo, y su trabajo era algo que Melinda disfrutaba hacer. Para buscar aventura y adrenalina ya tenía un libro de historias fantásticas guardado en su cajón y así era como pasaba el rato cuando los pendientes se acababan, nadie llamaba a la estación y ellos quedaban con tiempo libre. No era raro encontrarla con la nariz metida en algún libro.

Cuando Nathanaël llegó ella le sonrió amablemente, sentada en su lugar con su propio vaso de café y uno de los pastelillos que había comprado encima de una servilleta. Aquellas delicias rellenas de crema eran algo de lo que jamás se iba a cansar, de eso estaba segura. – Buenos días. – Le respondió amablemente. No iba a comentar nada sobre que le daba gusto verlo pasar por ahí cuando se le veía ya tan poco a decir verdad, pero había aprendido que con O’Holmes mientras se marcaran distancias la fiesta iba en paz. Cuando tenía sus días buenos le parecía de lo más agradable, pero el tratar de adivinar de qué humor iba era un verdadero lío y a ella no le gustaba aguantarle borderías a nadie. La verdad era que aquel hombre le confundía y mucho. Nunca se sabía que esperar con él. Así que después de tanto discutir la verdad prefería darle por su lado y ya.

- Ajá, supongo que Lydia las debió haber dejado ayer por la tarde y Robert las recibió, que cuando llegué ahí estaban. – Las habían estado esperando, menos mal habían soltado presupuesto para renovar equipo porque el que tenían daba tristeza ya. Ella prefería por mucho las pistolas de electroshock que un arma de fuego, que las primeras a nadie lastimaban en verdad. Oh, claro que dolía y bastante, pero no había daño verdadero. Imaginaba que poca gente sabría que para poder ellos tener licencia para llevarlas y usarlas, como prueba final del entrenamiento dado habían tenido que recibir ellos mismos una descarga de electricidad de una de esas armas. Que era necesario saber cómo funcionaban y exactamente qué se sentía y cómo actuaban en caso de tener que testificar. Y bueno, sí, era también en parte una novateada.

- No es necesario Nathanaël, así está bien. – No se atrevía del todo a llamarle Nathan o Nate porque no se sentía tan en confianza con él. No era la misma relación que llevaba con Robert, ni definitivamente parecida a la que tenía – y había tenido – con Aaron. Sin embargo antes de decirle sobre los pastelitos o cualquier otra cosa Sydney aparecía en la estación. Le sorprendió verla ahí. No era tan común.

- Buenos días Sydney. – La saludó pero tampoco tuvo oportunidad a decirle nada más porque en cuestión de segundos ya estaban discutiendo sobre… ¿un anillo de compromiso? De la impresión casi se ahoga con el sorbó de café – caliente – que se había llevado a los labios. No los interrumpió, ¡claro que no! Ella seguía impresionada. ¿Entonces él le había dado un anillo de compromiso? ¿Se iban a casar? ¡Esas eran buenas noticias! Sabía que vivían juntos pero ella nunca había insistido en saber más por su relación por las peculiaridades del hombre. – Fe…lici… – Había querido felicitarlos por su compromiso, pero viendo por qué rumbo iba la conversación le pareció más prudente quedarse callada. Vale, que perder tu anillo de compromiso era grave, ¡pero qué manera de reñir a su prometida era esa!
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Mensaje por Robert T. Monroe Sáb Sep 08, 2012 8:06 am

Apagó el despertador dándole tal manotazo que el aparato acabó en el suelo. Se sentó en el borde de la cama y restregó la cara con las manos; ¡Que sueño tenía! Hacía unas noches que no conseguía dormir y, a hora de despertarse para ir a trabajar le resultaba mortal, cuando generalmente no le costaba nada. Claro, eso era cuando Savannah todavía estaba en casa.

Se levantó sin demasiado entusiasmo y fue a asearse al baño, después de vistió metódicamente, comió un par de tostadas y salió de su casa tan solo diez minutos después de haberse levantado; no se entretuvo a tomar café, seguro que Melinda había comprado para todos. Su ánimo mejoró un poco pensando en sus compañeros, ya llegaba a una casa vacía, al menos en su puesto de trabajo estaba acompañado de gente que le apreciaba.

No hacía casi nada que Savannah se fue de casa, ¿o ya hacía un tiempo? La verdad ni se daba cuenta, los días le pasaban lentamente y los vivía casi como un muerto viviente; no se concentraba en nada, se le caducaban las cosas de la nevera, tenía la barba que daba pena y siempre llevaba la ropa mal planchada. Pero tampoco le importaba, ¿para qué iba a molestarse?

Ni se enteró de que ya había llegado a comisaría sumido en sus pensamientos, se conocía el camino tan bien que podría haberlo hecho con los ojos cerrados. La puerta ya estaba abierta, miró su reloj y suspiró; ya volvía a llegar tarde. Antes se turnaban con Melinda a ver quien se levantaba más pronto, pero últimamente Robert siempre era el último en llegar… lo de dormir mal le estaba pasando factura.

- Buenas Nate. – Fue al primero que vio al entrar. Luego se acercó a la mesa de Aaron donde sabía que estaría su café esperándole. – Gracias Mel. – Medio sonrió a la chica con agradecimiento; ese cappuccino de la mañana era una de sus pocas alegrías. -¿Sydney? – Reparó en ella al dar un vistazo alrededor. Alguna vez se pasaba por allí, pero nunca tan temprano. - ¿Qué pasa?

Se dirigió a su escritorio, bastante cerca del de Melinda y no demasiado lejos de Syd y Nate; en realidad nada estaba lejos en esa comisaría. Se dejó caer en la silla y saboreó el primer sorbo de café, sonrió un poco menos deprimido que al levantarse.

- ¿Te gustan Mel? – Señaló con la cabeza el paquete con las Taser Guns dentro. – Quería darte una sorpresa pero llegaste antes que yo. – Bromeó un poco. - ¿Felicidades? ¿Qué me he perdido? – Miró a todos extrañado. No recordaba que fuera el cumpleaños de nadie.
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Mensaje por Aaron F. Gascoigne Sáb Sep 08, 2012 12:08 pm



Se estaba demorando un poco para llegar a la comisaría, pero vamos, tampoco es que fuera tan inusual que eso pasara. Tampoco era que había necesidad de poder llegar tan temprano, tenía la plena seguridad que el mundo no se iba a caer o colapsar y dudaba mucho que la delincuencia madrugara como lo hacían las fuerzas del orden. Confiaba plenamente en Robert, en Melinda y en Nate si es que terminaba por aparecerse así que si es que él se demoraba un rato más y ese día sería con razón, no era que fuera la pereza insoportable la que lo iba a vencer.

Además que ese sería un día especial ya que tras la gestión que le había propuesto a Robert, ese día debían llegar sus nuevos “bebés”, los nuevos tasers que eran muchas veces mas potentes que los anteriores, claro que si. Mas voltaje, mucho más poder, y no era que Aaron llegara a comparar la hermosa violencia de la pistola Magnum que siempre cargaba con él y que nunca reemplazaría pero es que aquella hermosa arma era solamente usada en ocasiones especiales que ameritaba uno de sus disparos. Los tasers eran más prácticos y no había que discriminar el poder de esas nuevas armas, podían hacer llorar como nena a un hombre enorme y hacer perder el control de los esfínteres como si de un bebé se tratara o simplemente quitar la conciencia con una facilidad pasmosa e intrigante.

Algo bueno era que esos nuevos tasers además del poder, eran de gatillo fácil. A ver si es que así se le alegraba un poco los días a Robert, que había estado deprimido esperando que las ganas de torturar criminales le alegraban el día y le sacara alguna sonrisa. Pero lo que estaba esperando Aaron y por lo que valía mil veces llegar un poco tarde era el arribo de un activo mas para la comisaría de Storybrooke en sus intentos para mantener la delincuencia a 0%. Se trataba de un polígrafo, el famoso detector de mentiras. Y claro que Aaron tenía el instinto de atrapar y ver a través de las mentiras de los infractores pero era otra cosa poder demostrarles de manera empírica su patético intento de salir impunes de lo que hacían. Si, aquella máquina era perfecta para aplicarla después de un tortuoso interrogatorio para luego quebrantarles el espíritu.

Ojala algo pasara que les llevara a darle su primer uso ese mismo día en la comisaría y claro, les daría la sorpresa a sus compañeros que si bien el pedido había sido todo a partir de su iniciativa, la chequera del precinto era la que había pagado el complejo aparatejo, que por cierto ya se había leído el manual con antelación y sabía utilizarlo. Pasaron algunos minutos y llegó a la comisaría encontrándose con la sorpresa que la psicóloga del pueblo estaba ya allí ¿Un caso de acoso de algún paciente? ¿Algun psicópata suelto? Eso podría ser una potencial oportunidad para poner a pruebas las nuevas tasers.

-Buenas, buenas a todos. ¿Cómo te podemos ayudar Sydney?-

Preguntó saludando con un toque en el hombro a Nate y Robert y con un beso a la mejilla a ambas damas para luego dejar la pesada caja en la mesa, alargando el misterio del contenido que seguro sus compañeros tendrían aunque quizás le había comentado algo a Melinda. No obstante también había escuchado algo que le llamaba la atención. Felicitaciones a alguien. –Si, yo también estoy así de confundido como Rob ¿Hay algo para celebrar?- preguntó algo curioso tomando el café que la bella Melinda solía comprarle con toda la consideración del mundo y que hasta sabía como le gustaba. Soltó un silbido para llamar a su perro Simbad, un doberman que parecía poseído, como el can del demonio que odiaba al mundo pero que Aaron había podido domar. Solo Melinda parecía ganarse su corazón. En todo caso, no mordía a nadie a menos que Aaron le diera rienda suelta a despedazar.

Simbad, el perro:


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Mensaje por Sydney J. Watson Vie Sep 14, 2012 10:29 am

¡JODER! Hasta ella misma era consciente de que era un desastre y lo perdía todo o se olvidaba de cosas importantes, pero… ¿de verdad tenía que echárselo en cara de aquella manera? ¿En serio? ¿Era necesario? – Si, otra vez lo he perdido – Bufó mientras ella misma se llevaba ligeramente histérica una de las manos a la cabeza. Le fastidiaba, le daba mucha rabia perderlo una y otra vez, una y otra vez… - ¡Ni que lo esté haciendo adrede! - Dijo levantando ligeramente la voz antes de que Nathanaël le diera aquella puñalada. Se quedó mirando la espalda del joven asesor de policía al tiempo que intentaba refrenar todo lo que empezaba a sentir, además de preocupación por aquel objeto perdido.

Pero le había dolido que dijera aquello - ¡Claro que es importante para mí! ¡Normalmente no me lo quito para absolutamente nada! - Incluso cuando pasaba la noche con Everett llevaba el anillo colgado en aquella cadena. El profesor no le había hecho preguntas al respecto a pesar de que era bastante visible y ella lo agradecía, a pesar de que hubiese sido incluso “normal” que preguntara por aquel objeto del que últimamente se había hecho inseparable.

Sus ojos marrones siguieron los movimientos de Nathanaël que fue a coger uno de los cafés que posiblemente Melinda había traído hasta allí. Frunció ligeramente el entrecejo antes de volver a respirar hondo. Necesitaba tranquilizarse por encima de todo. Respiró hondo una vez más antes de que Nathanaël volviese a mirarla – Solo era una pregunta, parece que tengas la capacidad perfecta para encontrar cosas perdidas – Se encogió ligeramente de hombros en el momento en que llegaba Aaron seguido al poco de Robert.

Vaya... Allí había habido una confusión que hizo sonreír divertida a Sydney mientras se volvía hacia los recién llegados – Buenos días. No pasa nada, Robert no te preocupes, simplemente he perdido una cosa – Esbozó una ligera sonrisa al tiempo que decía aquello mientras buscaba los ojos azules de Nate unos segundos. Ese felicidades que se le había escapado a Melinda desde luego iba a llevar a confusión y a una historia que realmente no era cierta, pero... - Además, él tiene razón – dijo señalando con la cabeza a Nate – Debería saber donde dejo las cosas, pero ya veis, mi cabeza es un poco olvidadiza – Rió divertida unos segundos antes de volver la mirada al resto de los presentes.

¿Celebrar? - Bueno, podemos celebrar que he perdido mi anillo por enésima vez en una semana, cosa que está sacando algo de quicio a Nate y con razón – Y sí, en esos momentos decidió seguir un poco con aquel juego, pues había sabido de inmediato porque ese “felicidades” cortado de parte de Melinda que había oído el resto. - Pero no pasa nada, ya lo encontraré – Añadió.

De repente parecía que con aquella confusión los nervios dentro de ella se habían disipado ligeramente, no hasta el nivel de que desaparecieran por completo, pero si hasta el punto de que en aquel momento parecía mucho más tranquila y relajada que cuando había entrado en comisaria.

Además, estaba segura casi al cien por ciento de que al final estaría en el lugar que menos esperaba en algún punto de su casa. Simplemente se había puesto demasiado histérica enseguida por nada, ¿no?
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Mensaje por Nathanaël O. Holmes Sáb Oct 06, 2012 8:27 am

“Solo era una pregunta”. Siempre solo era una pregunta pero cuando no se sabía responder o la respuesta no era la esperada uno podía estar preparado para que estallara la tormenta. Y entre Sydney y Nathanaël aquello no era nada extraño, pues a pesar de ser buenos amigos algunas de sus discusiones eran monumentales por el carácter de ambos, pero sobre todo por el de él. Era una persona bastante irascible y había numerosas cosas que le sacaban de quicio y más aún cuando no estaba de humor (que era casi cada día) y Sydney… A veces simplemente no podía con ella. ¿Cómo era posible que no supiese dónde había dejado el maldito anillo? ¡Por el amor de Dios! Todavía le estaba costando asimilar que Sydney hubiese perdido nuevamente el anillo al que, según ella, tenía tanto apego. Y luego estaba la otra cuestión: ¿Por qué tenía él que preocuparse por ello? ¿No tenía ya bastante con sus cosas que tenía también que ir detrás de las de la psicóloga? Maldito fuera el día en que decidieron compartir casa aunque no recordara cuando fue.

¿Simplemente has perdido una cosa? – Repitió sin poder evitar alzar la voz atónito por las palabras que le acaba de dirigir a Robert – Y si solo es una cosa y no tiene importancia, ¿para qué vienes a molestarme al trabajo? ¿Crees que no tengo otra cosa mejor que hacer qué ir detrás de tus cosas? – Estaba tan molesto que no se percató de que todos los allí presentes se estaban haciendo una idea equivocada sobre todo el asunto del anillo de compromiso y de haberse enterado ni se habría molestado en desmentirlo, ¿para qué? Ya poco le importaba lo que pudieran decir los habitantes del pueblo, la mayoría de los cuales no tenía otra cosa mejor que hacer que invertir su tiempo en cuchichear e inventarse historias sobre los demás.

Y para colmo ahora parecía que la asiática se lo estuviera tomando a cachondeo después de acudir a él por enésima vez por el mismo motivo. ¿Acaso se estaba riendo de él? Y es que últimamente no se tomaba para nada bien las palabras de los demás, siempre pensando que detrás de aquellas frases y expresiones había algo encubierto. Que esperaban a que llegara el momento ideal para dar el golpe final, la puñalada trapera. Y luego era él el desagradable, el malo. ¿No era mejor dejar las cosas claras desde el principio que no jugar con las personas? Al parecer no.

Claro, ¿por qué no? Descorchemos una botella de champán y brindemos por el hecho de que hayas perdido tu tan preciado anillo – soltó fingiendo que no pasaba nada y que todo estaba en orden, pero sus ojos denotaban que seguía estando irritado por todo aquello. En ningún momento apartó la mirada de Sydney. No le preocupaba lo que pudieran pensar sus compañeros, no tenían nada que ver. Era cosa de ellos y sólo de ellos y por eso no prestó atención a ningún otro. Sin embargo, no podía seguir manteniendo aquella expresión seria sabiendo lo que debía estar pasando la psicóloga, porque aunque dijera que no pasaba nada él sabía que eso no era cierto y una parte de él comprendía lo que sentía al perder un objeto de tanto valor.

Sydney oye… Lo siento – dijo dejando el café a un lado y acercándose a la mujer tomándola por los hombros. Le molestaba y mucho pero ella no tenía la culpa, bueno sí que la tenía pero… Era complicado. Su compañera era su única amiga, por así decirlo, la única persona en la que podía confiar realmente. Por mucho que discutieran y dijeran cosas de las que luego se pudieran arrepentir, eran grandes amigos. Nathanaël la apreciaba muchísimo y no creía que estuviera haciendo bien pagando con ella todas sus frustraciones por mucho que le sacara de quicio que siempre acudiera a él cuando no encontraba algo o cuando le recriminaba las cosas – Mira, en cuanto acabe aquí iré a casa y te ayudaré a buscarlo ¿vale? Ahora vete a dar una vuelta o algo y no te preocupes por él porque lo encontraremos, te lo prometo

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Mensaje por Robert T. Monroe Vie Oct 19, 2012 9:43 am

- ¿Qué cosa? – No se pondría tan nerviosa por haber perdido una tontería, debía de ser algo importante. - No te preocupes, hay gente fanática del orden y hay gente que pierde las cosas… Si no hubiera problemas no serviríamos de nada. – Dijo señalando la oficina.

Observó tranquilamente como Sydney se enfadaba y Nate replicaba picándola un poco más. Era divertido verles discutirse a una tan airada y al otro tan calmado. Movía la cabeza de uno a otro como si estuviera en un partido de ping-pong. Una buena manera de olvidarse de sus desgracias era ver a los demás con sus problemas.

- Pues ya creía que os casabais. – Suspiró fingiendo alivio. Sabía que eso no pasaba, pero la situación podía llevar a pensarlo. – Pero para que os quedéis más tranquilos, parecéis un matrimonio felizmente casado. – Bromeó señalándoles con el dedo y pasándolo de uno a otro.

Por suerte su asesor supo cuando era el momento de parar; como lo envidiaba en situaciones como aquella… saber hasta dónde podías tirar del hilo sin llegar a romperlo y como hacer que las cosas volvieran a su curso habitual con solo una frase. Si Robert hubiera sabido cómo hacerlo seguro que todavía estaría con Savannah.

Y sin quererlo, de nuevo, su mente le había llevado el mismo sitio donde siempre acababan sus pensamientos. Arrugó el frente deshaciéndose rápidamente de esa desagradable sensación a la que ya estaba más que acostumbrado.

- Es verdad Sydney, si para algo sirve Nate es para encontrar cosas. Nos es muy útil. – No iba a servir de mucho elogiar a Nate teniendo en cuenta que la psicóloga vivía con él, pero no se le ocurrió que más decir… O eso, o quedarse callado. Y quedarse callado representaba seguir con sus tribulaciones mentales sobre su matrimonio fallido. – De momento no tenemos demasiado que hacer… supongo que acabaremos rápido. Entonces Nate se puede ir a casa para ayudarte. – Luego miró a su asesor directamente. – Pero ten el teléfono a mano porque si tengo algo te llamaré.
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