¿Dónde llevarán las olas?

Era bien temprano en la mañana y como de costumbre Lena ya estaba levantada y había terminado con la mayoría de las tareas domésticas; ahora solo le quedaba ordenar un poco el salón y listo, habría terminado oficialmente. Algunos de sus conocidos se preguntaban de donde sacaba toda esa energía y como que le ponía tanto empeño a barrer, fregar, planchar y demás cuando eran tareas aburridísimas pero a la joven Duchannes le gustaba tener su hogar limpio y ordenado, detestaba el caos. Antes de continuar con lo que tenía planeado se cercioró de que no hubiese ni una sola mota de polvo y que todo estuviese en su lugar. Después cogió su bolso y metió en él un libro que debía devolver a la biblioteca lugar al que se encaminó nada más salir de casa.

Sabía que la bibliotecaria se reiría al verla otra vez allí porque en una semana esta era la tercera vez que acudía, pero le gustaba tanto leer que no tenía remedio y si la enganchaba podía pasarse horas y horas leyendo sin pararse a pensar en el tiempo, tal y como le había sucedido con el último libro que había tomado prestado y que se había leído en tan sólo un día.

– Buenos días – saludó depositando el libro a devolver sobre el mostrador y sonriendo ante el comentario de la bibliotecaria sobre su tan rápida devolución y que pronto la harían socia por pasarse tan asiduamente a coger libros – Soy como un ratón de biblioteca ¿cierto? –

Se despidió de la mujer y dio media vuelta encaminándose a la salida, pero en el último momento se detuvo y se metió entre una hilera de estanterías. Era como si éstas la llamaran y atrajeran. Lena contemplaba todos los libros que contenían los archivos hasta que su mano fue a parar en uno concreto. Un libro que nunca antes había visto y que por una extraña razón pareció escogerla a ella como lectora. La muchacha tomó con ambas manos el libro y lo giró con delicadeza para ver tanto la portada como la contraportada. El título estaba escrito en letras suaves y delicadas. No tenía pensado llevarse ninguno más pero sus pies la habían llevado ahí por alguna razón y ya estaba decidido, se lo llevaría.

– ¿Otro más? –

– Lo sé, no tengo remedio – dijo pasándole el libro para que registrara la reserva en el ordenador – Pero es que me encantan las aventuras que se describen en sus páginas y me pregunto si algún día yo viviré algo parecido – Podía sonar tonto y fantasioso pero así era Lena, una soñadora empedernida.

Abandonó la biblioteca con una sonrisa radiante y embobada con el libro que tenía entre sus manos. Tenía el presentimiento de que se convertiría en uno de sus favoritos y eso que todavía no lo había abierto ni leído una sola palabra. Al llegar a la plaza miró a su alrededor. Hacía un día estupendo como para desaprovecharlo encerrada en casa así que guardó el libro en el bolso que llevaba y puso rumbo a la playa. Al llegar cerró los ojos y aspiró el aroma salino tan característico del mar. Le encantaba. La muchacha se descalzó y comenzó a caminar por la orilla mojándose los pies con el agua que traían las olas hasta que llegó un momento en el que se detuvo mirando al horizonte preguntándose dónde terminaría el mar y qué habría al otro lado.

Había aprovechado que su padre estaba durmiendo para salir a dar una vuelta por el pueblo; con el buen día que hacía era casi un delito quedarse en casa sin hacer nada. Podía ir a dar una vuelta o adentrarse en el bosque con la esperanza de perderse durante unas horas, pero a su padre no le hacía ninguna gracia que, palabras textuales, “una jovencita andara sola por un sitio tan peligroso”.

Como no le gustaba discutirse con él, pero tampoco le gustaba quedarse mucho tiempo encerrada en casa, se había acostumbrado a escabullirse cuando él estaba ocupado o cuando dormía. Sabía que al llegar a casa después habría una pequeña reprimenda y a los cinco minutos todo olvidado. Tener un padre como el suyo, protector pero también comprensivo, tenía sus ventajas y sus inconvenientes.

Precisamente al salir deprisa de casa no le había dado tiempo a vestirse, iba con los pantalones de chándal y una camiseta ancha, bastante cómoda pero nada favorecedora. Eso le quitaba la opción de pasear entre la gente, pues le gustaba la idea de mantener una buena reputación. Podría hacer ver que hacía ejercicio, pero no tenía la más mínima intención de ponerse a correr para disimular.

Así que el mejor sitio donde se le ocurrió pasear era la playa, a esas horas no imaginaba que hubiera mucha gente y, además, no hacía suficiente calor como para que los habitantes quisieran ir a pegarse un baño. El lugar perfecto para sus pintas.

Al llegar le faltó tiempo de quitarse los zapatos y saltar y correr un momento por la arena; era una sensación rara, le gustaba que se le metiera entre los dedos de los pies y luego saltara a su alrededor con cada bote. Cuando acabó con su espectáculo particular se acercó a la orilla y se sentó en el límite entre la arena seca y la mojada, con los pies enterrados en la fría arena todavía húmeda.

Cuanta paz.

Se estiró sintiendo la suave brisa del mar; y se dio cuenta de que había otra chica en la playa, aunque no parecía haber reparado en su presencia, parecía bastante abstraída observando el horizonte. ¿Estaría deprimida? ¿Enamorada? ¿Distraída? Quizás solo aburrida…

- ¿En qué piensas? – Tuvo que gritar un poco porque la otra chica no estaba precisamente cerca, pero con el único ruido de las olas sería fácil que la oyera.

Hoy era uno de esos extraños días en los que no tenia nada que hacer. Y cuando digo nada me refiero a absolutamente nada. Usualmente me pasaba el día metido en mi salón de clases con mis estudiantes o hablando con Noah, o dando refuerzos, o ayudando en el hospital o simplemente en casa viendo caricaturas animadas en pijama hasta que me entraba hambre y me resignaba a ir a comer dado que mis habilidades culinarias eran nulas. Pero hoy no había nada que hacer. Ya había calificado las tareas de mis estudiantes, no tenia que dar lecciones extras, había acabado de leer mi ultimo libro y no había nada interesante por la T.V, en otra palabras era un día totalmente sin nada que hacer. Había gente a la que eso le gustaba...a mi me volvía loco. El no tener nada que hacer me hacia poderme gruño y irascible y cuando mi temperamento cambiaba tanto sentía que no podía controlarme así que decidí salir a dar una vuelta.

Al principio pensé en escabullirme al bosque y buscar a Cacahuate que llevaba desaparecido varias horas pero preferí dejarlo. Como todo lobo él necesitaba algo de tiempo para olisquear y explorar el bosque, estar constantemente atado no era una de sus cualidades al igual que tampoco era una de las mías. Así que en vez de eso decidí bajar a puerto a caminar una rato por la playa. Así pues me vestí y salí a pie hacia allá.

Cuando llegue no perdí tiempo, me quite mis Toms y empece a caminar descalzo por la playa disfrutando de la sensación de el aire salado golpeándome el rostro. A lo lejos pude ver una figura de cabello rubio y sonreí acercándome rápidamente. "Hey Ren, tiempo sin verte" dije emocionado por la perceptiva de haber encontrado a alguien conocido. Pero me di cuenta de que no se trataba de Serena sino de otra chica y que el sol me había jugado una mala pasada. "Ups, lo siento, te he confundido con alguien" me disculpe con una sonrisa avergonzada. No se daban muy a menudo en mi esa clase de errores por lo que lo tome como una señal del destino, quizás esa chica pudiera enseñarme algo nuevo. De repente note que no era solo una sino dos, a su lado estaba una muchacha de cabello castaño oscuro y ojos entre el verde y el gris, le sonreí y sacudí la mano en señal de saludo.

Se rió un poco por el susto que le había dado a la otra chica. Sabía que la había visto por el pueblo más de una vez, como era de esperar era fácil tener fichado a todo el mundo viviendo en un pueblo pequeño. Creía que se llamaba Lena, le sonaba haber oído a alguien llamarla por ese nombre, pero no quería meter la pata así que sería mejor esperar a ver si se presentaba.

- Nuevos lugares… - Se sorprendió un poco con las palabras de la rubia; ella misma a veces también sentía esa necesidad y, como sabía que si se iba de Storybrooke a su padre le daría un cubrimiento de corazón se contentaba con pasear por el bosque o sitios que todavía no conociera. – Sé qué sensación es esa. Querer ver qué hay más allá. – Sonrió a la otra con complicidad.

Con la aparición de un chico se cortó el ensoñamiento. ¿Ren? Pues si que había sido mejor que Kara se quedara callada, si, por primera vez había pensado antes de actuar y le había funcionado bien; tenía que habituarse a hacerlo. Respondió al saludo del recién llegado.

- Yo soy Kara. – Dijo a su vez mientras se levantaba y se unía a los otros dos. Al estar sentada se había quedado un poco apartada. - ¿Eres profesor? ¿De qué materia? – Tenía idea de quienes eran profesores y quienes tenderos más o menos, pero llegar a relacionar cada persona con su sitio sin conocerlas era demasiado.

La verdad era que a veces sentía que se pasaba demasiado tiempo encerrada en el hospital con sus prácticas y, que el resto del tiempo tuviera que pelear con su padre para salir de casa no ayudaba nada. Claro que Kara era un poco exagerada y enseguida encontraba una manera de estar fuera entreteniéndose muy fácilmente.

¿Y qué haces por aquí? ¿Un paseo melancólico?