¿Qué hace la artista callejera en medio de la plaza?

Había sido otro duro día haciendo una de mis actuaciones en la calle, con uno de mis números favoritos respecto al mundo de los mimos. Me encantaba la concentración que ponía por el entusiasmo de realizar cada uno de los gestos en completo silencio, sintiendo como si mi boca estuviera totalmente sellada bajo una llave invisible. Había conseguido una buena audiencia en el día de hoy, me había esforzado casi más que el resto de veces en esta semana, perdurándome el silencio que cultivé dentro de la biblioteca horas antes. Pero todo lo bueno es breve, y en algún momento debía acabar la actuación de hoy de Midnight Circus.

- Ah... ha estado ¡fantástico! - Exclamé, llevándome a los labios la pajita para dar un nuevo sorbo a mi batido de fresa. Observaba con tranquilidad, quizá con algo de recelo, a cada persona que estaba pasando ahora mismo por la plaza principal de este pueblo. La gente no solía acercarse a mí para conocerme, normalmente se rehusaban a mí una vez conocían mi verdadera personalidad. No era un inconveniente para mí, siempre había gente distinta dispuesta a conocerme -. Maldita sea... ¡quiero comer chorizo! Pero no tengo dinero, ¿podré pagar con fichas de poker? Oh, mai gad, se me olvidó que la ardilla del vecino se las comió ayer - hablaba conmigo misma en voz alta, sin preocuparme en las miradas furtivas y confusas de los allí paseantes.

Me levanté de un salto del banco en el que estaba, con el batido bien cogido, agachándome para quedar a gatas sobre aquel suelo empedrado. Buscaba algo con bastante intensidad, sin dejar quietos mis ojos por ningún momento, con la boca ocupada deleitándose con el sabor del batido y la mano que me quedaba libre tanteando en terreno cautelosamente.

- ¡Duendes, donde estáis! ¡Sé que me robásteis la Harley!

Había sido otro día bastante duro para el joven profesor de ciencias. Hoy se había encargado de preparar un proyecto para los alumnos de último año a modo de despedida. Los había llevado al laboratorio que él mismo había "contruido" (parte del dinero invertido era el suyo, de amigos suyos y de la administración del colegio. Era una sala bastante grande y ahí habían muebles y todo tipo de aparatos científicos necesarios para hacer sencillos experimentos. Pues bien, les había pedido a sus alumnos que llevasen una moneda de cobre (que no tuviera mucho valor, por supuesto) y tras indicarles el proceso e imitarle a la perfección, los alumnos salieron de sus aulas con una brillante moneda de "oro". Estaban impresionados y les dijo que al siguiente día les explicaría la teoría de aquel pequeño experimento, también les aconsejó que no utilizasen esas monedas como si fueran ahora de verdad, puesto que lo único que habían conseguido era que sus monedas obtuvieran una leve capa de latón (que se parecía mucho al oro).

Cuando salió de la escuela con el propósito de ir a su casa, como no, volvió a perderse tras encontrarse con un conocido. ¿Dónde estaba? ¿Dónde quedaban el norte y el sur? Lo desconocía por completo y aunque había conseguido olvidarse levemente de todas sus sensaciones tan paranoicas, todavía se encontraba mal, afectado. Suspiró y no se dio cuenta de que había acabado en la plaza de Storybrooke. Aquel lugar le traía malos recuerdos, sin embargo no podía huir de ellos. Alegró el ánimo y aplaudió uniéndose al resto del público. Al parecer había un artista callejero, pero Everett no alcanzaba a verle. Entonces, poco a poco la gente se fue dispersando, dejando ver a una muchacha que parecía estar hablando sola. Le resultó bastante divertida a Everett y por ese mismo motivo se acercó a ella sonriente.

-¿Duendes? ¿Aquí, en Storybrooke? Di mejor pequeños ratoncitos o algo parecido... ¿Te puedo ayudar? -después de todo se había perdido, ¿qué mejor manera de malgastar su tiempo que ayudando a otros?

Seguía tanteando el terreno, sin apartar mi agudizada vista del entorno, ¿dónde se habían metido esos malditos duendes? Deben devolverme mi Harley, o no me dejarán entrar en mi el hotel donde venden de forma clandestina los clásicos que robaron de la biblioteca... ¡espera! ¿Cuándo robaron a la biblioteca? ¡Maldita sea! Todo esto es por culpa de la farmacia de la esquina, siempre está llena de gente rara.

Seguía diciendo cosas sin sentido, intentando amenazar o provocar a los duendes para salir finalmente de su maldito escondite, que dieran la cara si son tan pillos como para actuar a las espaldas de la gente. ¡Cobardes, eso es lo que son! Y tan concentrada estaba en mi búsqueda de un ser inimaginablemente irreal, que no me di cuenta de que alguien se me acercó, una persona que quizá habría visto por Storybrooke pero que no había mantenido una conversación conmigo de forma directa creo yo.

- ¿Duendes? ¿Aquí, en Storybrooke? Di mejor pequeños ratoncitos o algo parecido... ¿Te puedo ayudar? - Levanté la vista hacia él, primeramente no me quedé con su cara encogiéndome de hombros tomando la decisión de que era un fantasma o un espejismo, pero luego me levanté de un salto con una sonrisa radiante en respuesta a la suya propia recordando sus palabras con cierta dificultad pese a haber sido hace apenas dos segundos. Del impulso, el batido saltó de su sitio y acabó en el suelo de la plaza.

- ¿Ayudar? ¡Claro que sí! Tengo que encontrar a esos duendes... no son ratas, no no, se parecen más como a dragones de color plateado con patas de lagarto y ojos de saltamontes - asentí, totalmente convencida -. ¿Cómo te llamas? Eres un hombre apuesto, ¡como cualquier protagonista de libro! - Exclamaba a la vez que me acercaba a su rostro poniéndome levemente de puntillas para observar bien todas sus facciones. ¿La cercanía? No era un problema para mí, aunque no me agradaba demasiado invadir el espacio personal de la gente.

Di una vuelta a su alrededor, llevándome de nuevo la pajita a mis labios, con cuidado de no destrozar el maquillaje de mimo que aún había en mí, dándome cuenta de que ya no había pajita alguna... ni recipiente en mi mano. ¿Qué había pasado? Me puse a buscar eso que estaba bebiendo, me gustaba bastante, no podía ser que el duende hubiera aparecido y me robase de nuevo... ¡lo había desperdigado por el suelo!

- ¡Oh, dios! ¡Cómo se le ocurre! Tsk... tendré que hacer algo contra ese bicho - me crucé de brazos, mordiéndome el labio inferior con el ceño levemente fruncido -. ¿Tienes chicles? Tengo ganas de mascar algo, y lo único que hay en mi bolsillo es una tarjeta vieja de monorrail - suspiré, rodando los ojos con toda la molestia del mundo hacia ese ser imaginario -. Me llamo Dafrosia, por cierto, aunque me gusta que me llamen Nalina... suena como a gomina, pero yo no llevo eso, aunque muchas veces me han dado ganas de hacer esculturas con ese líquido viscoso transparente... ¡pero mi nombre artístico es Midnight Circus!

La joven tan risueña con la que se había encontrado Everett en la plaza aceptó de buen grado su ayuda, y por ese mismo motivo Everett le mostró una gran sonrisa. El profesor se rascó la mejilla cuando seguía diciendo lo mismo: que los duendes no eran ratas, que se parecían a unos dragones con patas de lagarto y ojos de saltamontes. Un problema de biología, con lo que le gustaban a Everett (en realidad le gustaba todo lo que tuviera que ver con la ciencia). Sí, y parecía segura de sus palabras. ¡Qué bien le estaba cayendo aquella chica! Por mucho que lo dijeran, Everett no se creía que las personas de Storybrooke estuvieran mal de la cabeza (quizás un poco), pero el profesor se llevaba bien con todos. Además, le gustaba la personalidad de la joven, parecía activa y muy extrovertida. Quizás Everett se hubiera perdido, pero ahora tendría un buen motivo para pasar la tarde, ayudar a aquella chica.

Se acercó demasiado a Everett, pero como aquel comportamiento le pareció tan gracioso, ni siquiera apartó el rostro. Se rascó la barba cuando le soltó aquel halago y en esos momentos Everett pudo contemplar mejor el maquillaje de la chica. Sí, una artista de la calle, ¡un mimo! Y él se había perdido su espectáculo...

-Entonces quizás busquemos unas lagartijas, es lo más parecido a los dragones que tenemos aquí en Storybrooke...

Se podía decir que el joven profesor conocía bastante bien la fauna del pueblo porque la había estudiado. Rió levemente cuando la muchacha intentó beber de su batido o lo que fuera, pero claro, lo había desparramado por toda la acera, ¡y no se había dado cuenta! Intentaba beber y beber, hasta que se dio cuenta. Hablaba de bichos y no paraba de dejar algo descolocado al profesor, ¡le suponía todo un reto! Sin embargo a Everett los retos le fascinaban, además aquella chica necesitaba ayuda de verdad. Se palpó los bolsillos, intentando comprobar si llevaba chicles, pero en su lugar encontró caramelos. ¿Caramelos? ¿Desde cuándo llevaba él caramelos? Sacó tres y se quedó observándolos un poco confuso, le restó importancia y le tendió uno de fresa.

-No es un chicle, pero... seguro que es mejor que una tarjeta de un monorrail -la artista callejera se presentó como Dafrosia, aunque prefería que la llamasen Nalina porque... ¿sonaba a gominola? Everett no pudo contener una carcajada ante tal explicación-. ¿Midnight Circus? Vaya... ¿Y siempre haces tus actos aquí? Nunca te había visto, la verdad... -aunque quizás sí y Everett iba tan perdido que ni cuenta se había dado-. Yo soy Everett, y la verdad es que no tengo otros nombres por los que se me conozcan. A diferencia de ti, yo soy profesor, de ciencias, para ser exactos. Un placer... ¿Por dónde empezamos a buscar a las lagartijas?