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Snow Falls
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Snow Falls
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Sólo pueden postear aquellos que hayan recibido instrucciones vía MPATENCIÓN: Para aquellos que ven la serie, el post contiene spoilers e información (ligeramente variada) del capítulo 3 "Snow Falls" de Once Upon a Time/Érase una vez. Si lo lees y no has visto aún el capítulo, es bajo tu propia responsabilidad.
Narrador- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: Snow Falls
Todo había pasado tan rápido que no sabía exactamente como había llegado a ese punto.
El origen por supuesto que estaba en las decisiones que tomaba el rey George. Eso si que lo tenía bastante claro. Su padre siempre había tenido la mala costumbre de entrometerse en su vida con una facilidad que James encontraba tanto asombrosa como terriblemente molesta.
Tampoco sabía muy bien el motivo de ello, podía ser que todo fuese por la costumbre del rey y al hecho que la palabra del monarca siempre se cumpliese de manera tan total y completa, nadie podía reclamar, nadie podía siquiera proponer alguna alternativa que muchas veces bien podía ser mejor a la idea original. Parte de ese absolutismo era lo que molestaba a James y el rey lo percibía, precisamente por eso a su modo de ver el tipo de decisiones que George tomaba que lo involucraban directamente solo tenían por objeto doblegar su voluntad.
Pero claro, el rey George era hábil y como no, mentía bien. Todo había sido argumentado desde el punto de vista que sería lo mejor para el reino, que se evitarían conflictos, que ya no habrían guerras en mucho tiempo, que sería la mejor época que ambos reinos jamás habrían visto en toda su historia, y que estaba sobre sus hombros el poder concretar tal sublime hecho con una decisión que George había clasificado como “pequeñez, solo un detalle” en comparación con el bienestar del futuro de todos los súbditos. En un principio James no concebía la idea pero inteligentemente la parte contraria había apelado llamándole cosas como: egoísta, egocéntrico, inmaduro y demás adjetivos que realmente el creía que no lo describían para nada.
La gente, su reino, la que era su tierra… ¿eso podía pesar más que su propia voluntad?. No, y es que precisamente por eso tenía que aceptar. La amenaza que su padre había hecho varias veces en el pasado realmente se había materializado de manera categórica y completa ante el compromiso que había hecho con el rey Midas.
Acababa de conocer a Abigail hace tan poco tiempo que no tenía idea de cómo sería todo a partir de ese día. Sin embargo la primera impresión había sido bastante buena. Abigail era una mujer muy guapa y seguro que también tenía el bienestar de su gente en mente ya que había aceptado la propuesta (u orden) de su padre. Eso era todo lo que podía decir que tenían en común hasta el momento.
Un bache fue el que lo sacó de aquellos pensamientos y de inmediato y casi de manera automática empezó a palpar si es que el joyero que contenía el anillo que alguna vez había recibido su madre seguía ahí. Pensó en su madre y si es que ella lo habría apoyado… estaba casi seguro que sí. Giró la cabeza y se encontró con la princesa Abigail a su costado, hermosa sin dudas pero le intrigaba saber qué era lo que pasaba por su mente en esos momentos además del aburrimiento que causaba el viaje tan largo con un séquito de escoltas a caballo incluidos. Ir rompiendo el hielo sería lo mejor ya que tendrían técnicamente el resto de sus vidas para empezar a amarse, también.
-Seguro que no tardaremos mucho más. Cuando lleguemos espero enseñarte mejor el palacio… o bueno, el reino. Y me da curiosidad… ¿Qué piensas de todo esto? Me gustaría que seas sincera…-
Pregunta inconexa pero que sentía que debía hacer, se preguntaba si es que ella estaba completamente de acuerdo con la decisión o si es que también había puesto algo de resistencia en primera instancia. Esperaba también que en medio de la tertulia pudiera conocerla un poco mejor.
William P. Sullivan- Realeza
- Soy : Príncipe Encantador/James
Mensajes : 27
Empleo /Ocio : Médico
Fecha de inscripción : 26/06/2012
Re: Snow Falls
Para Abbigail el aceptar los deseos de su padre no había sido algo que tuviera que meditar mucho…
Nada de rebeldía ni la vana ilusión romántica y absurda de que ella merecía más que el desposarse con un desconocido por el bienestar de acuerdos políticos. Como si fuera un objeto a intercambiar, una de las joyas que su padre guardara, una escultura de oro de aquellas que tenía de sobra y por lo mismo se permitía desechar sin siquiera parpadear. No, ella merecía más…
… y lo había tenido… y de la misma manera lo había perdido…
Pues con el correr de los meses no quedaba otro remedio más que aceptar y resignarse. ¿Acaso no decían que era mejor haber amado y perdido que nunca haber amado? No estaba segura. Pero bien querría tener en frente al autor de tan peculiar frase para mandarlo decapitar con el peor de sus verdugos. No podía imaginar cómo el dolor que sentía a cada día pudiera ser el mejor de los escenarios.
Debió haberlo supuesto. Que a cambio de sus privilegios le correspondía renunciar a otros derechos, derechos que el resto de la persona tenía y que a ella le habían sido arrebatados de manera tan cruel. El corazón lo tenía destrozado, y era tal su dolor que por protegerse y tratar de ya no sufrir más se había encerrado en sí misma. Algunos le consideraban más dócil de lo que había sido nunca. Otros tantos decían que su altivez era peor que nunca, que miraba a todos por sobre los hombros, emitiendo juicios como si el resto fueran tan poca cosa, como si no estuvieran a su nivel. Y no era que creyera que nadie estuviera a su altura, era que nadie llegaba a la de él.
Cuando ya no quedaba nada que perder ni por lo que luchar, cuando se habían esfumado todas las ilusiones y su única promesa de felicidad descansaba petrificada en oro en las profundidades de un bosque oscuro, acatar órdenes y hacer lo que se esperaba de ella por el bienestar de su gente no era algo tan trágico. Así que se casaría con un hombre que no conocía, y yacería con él en la cama deseando que fuera alguien más, le daría hijos que probablemente irían a ser lo único que derretiría la armadura en su pecho por el hecho de ser sangre de su sangre y carne de su carne, y reinaría. Para eso había nacido, y su padre no se cansaba de repetirlo en ningún momento.
¿Qué si creía poder amar a James con el paso del tiempo? ¿Cómo lo había amado a él?
No.
Le tomaría cariño, eso seguro. Tenía apenas unos días de conocerlo, y le daba la impresión de ser una buena persona. Tenía ojos gentiles y ella creía ciegamente en el viejo dicho que decía que los ojos eran la ventana al alma. Siempre se había preguntado que leerían en sus propios ojos, de un color miel tan claro que bajo la luz del sol refulgían como el mismísimo oro que el toque de su padre creaba. James la trataba bien, era atento y caballeroso y parecía ser comprensivo. Aún así, Abigail pretendía engañarlo: no podía fiarse de alguien a quien no conocía y nada le garantizaba que el confesarle que había amado a alguien antes que a él, más que a su vida misma, fuera a parecerle correcto. Lo embriagaría hasta lo indecible en su noche de bodas, mancharía la sábanas con tintura y al amanecer lo elogiaría por haberla hecho estremecer entre sus brazos. Y listo. Nunca se enteraría de que alguien más la había tenido antes. Le haría creer que era el primero en su cuerpo y su corazón, y todo seguiría su cauce pretendido. ¿Demasiado cínico y manipulador? Guerras se habían declarado por menos.
Estaba odiando hasta lo indecible aquel viaje. No entendía porque habían insistido en tomar aquella ruta cuando sabía de sobra que a través del puente llegarían más pronto a su destino. “Es más seguro así, su Alteza.’. Tonterías. Estaba convencida que había sido designio de su padre o el mismo Rey James para forzarlos a estarse así por incontables horas, con la esperanza de que al no tener nada más que hacer se pusieran a conversar, a conocerse. Pero Abbigail en realidad no tenía intención de tal cosa…
La manera en que la carroza se sacudió a causa de aquel bache interrumpió el hilo de sus pensamientos a causa de la brusquedad de la sacudida. No estaba acostumbrada a aquella clase de turbulencias. A ella siempre le habían tratado entre plumas y sábanas de seda, incluso su silla de montar había sido diseñada con la más absoluta delicadeza. Ahora, estaba convencida, terminaría con todo el cuerpo adolorido al llegar al Castillo que sería su nuevo hogar, y eso no hacía otra cosa más que contribuir a su creciente mal humor.
Le sonrió cordialmente al Príncipe cuando se dirigía a ella. Estaba aburrida, estaba enfadada, pero no iba a descargarse con él. Sus problemas nada tenían que ver con el noble James, y si estaban encerrados ambos en aquel matrimonio sin sentimientos no quería comenzarlo de mala manera. Haría un esfuerzo, pero todo porque honestamente creía que no le quedaba más. – Eso me gustaría. He escuchado maravillas de sus Jardínes. – La sonrisa gentil era para disimular el que se hacía la desentendida a la pregunta que le hacía, pidiendo sinceridad, sobre lo que pensaba ella de toda aquella situación. Si tan sólo lo supiera…
- Puedo preguntar, si no es mucho atrevimiento, ¿qué es lo que guardas tan celosamente en ese joyero? - Le había llamado la atención desde el primer momento en que se subieron al carruaje, pero había preferido no preguntar nada al respecto. Ahora, que si él insistía en conversar para matar el tiempo…
Nada de rebeldía ni la vana ilusión romántica y absurda de que ella merecía más que el desposarse con un desconocido por el bienestar de acuerdos políticos. Como si fuera un objeto a intercambiar, una de las joyas que su padre guardara, una escultura de oro de aquellas que tenía de sobra y por lo mismo se permitía desechar sin siquiera parpadear. No, ella merecía más…
… y lo había tenido… y de la misma manera lo había perdido…
Pues con el correr de los meses no quedaba otro remedio más que aceptar y resignarse. ¿Acaso no decían que era mejor haber amado y perdido que nunca haber amado? No estaba segura. Pero bien querría tener en frente al autor de tan peculiar frase para mandarlo decapitar con el peor de sus verdugos. No podía imaginar cómo el dolor que sentía a cada día pudiera ser el mejor de los escenarios.
Debió haberlo supuesto. Que a cambio de sus privilegios le correspondía renunciar a otros derechos, derechos que el resto de la persona tenía y que a ella le habían sido arrebatados de manera tan cruel. El corazón lo tenía destrozado, y era tal su dolor que por protegerse y tratar de ya no sufrir más se había encerrado en sí misma. Algunos le consideraban más dócil de lo que había sido nunca. Otros tantos decían que su altivez era peor que nunca, que miraba a todos por sobre los hombros, emitiendo juicios como si el resto fueran tan poca cosa, como si no estuvieran a su nivel. Y no era que creyera que nadie estuviera a su altura, era que nadie llegaba a la de él.
Cuando ya no quedaba nada que perder ni por lo que luchar, cuando se habían esfumado todas las ilusiones y su única promesa de felicidad descansaba petrificada en oro en las profundidades de un bosque oscuro, acatar órdenes y hacer lo que se esperaba de ella por el bienestar de su gente no era algo tan trágico. Así que se casaría con un hombre que no conocía, y yacería con él en la cama deseando que fuera alguien más, le daría hijos que probablemente irían a ser lo único que derretiría la armadura en su pecho por el hecho de ser sangre de su sangre y carne de su carne, y reinaría. Para eso había nacido, y su padre no se cansaba de repetirlo en ningún momento.
¿Qué si creía poder amar a James con el paso del tiempo? ¿Cómo lo había amado a él?
No.
Le tomaría cariño, eso seguro. Tenía apenas unos días de conocerlo, y le daba la impresión de ser una buena persona. Tenía ojos gentiles y ella creía ciegamente en el viejo dicho que decía que los ojos eran la ventana al alma. Siempre se había preguntado que leerían en sus propios ojos, de un color miel tan claro que bajo la luz del sol refulgían como el mismísimo oro que el toque de su padre creaba. James la trataba bien, era atento y caballeroso y parecía ser comprensivo. Aún así, Abigail pretendía engañarlo: no podía fiarse de alguien a quien no conocía y nada le garantizaba que el confesarle que había amado a alguien antes que a él, más que a su vida misma, fuera a parecerle correcto. Lo embriagaría hasta lo indecible en su noche de bodas, mancharía la sábanas con tintura y al amanecer lo elogiaría por haberla hecho estremecer entre sus brazos. Y listo. Nunca se enteraría de que alguien más la había tenido antes. Le haría creer que era el primero en su cuerpo y su corazón, y todo seguiría su cauce pretendido. ¿Demasiado cínico y manipulador? Guerras se habían declarado por menos.
Estaba odiando hasta lo indecible aquel viaje. No entendía porque habían insistido en tomar aquella ruta cuando sabía de sobra que a través del puente llegarían más pronto a su destino. “Es más seguro así, su Alteza.’. Tonterías. Estaba convencida que había sido designio de su padre o el mismo Rey James para forzarlos a estarse así por incontables horas, con la esperanza de que al no tener nada más que hacer se pusieran a conversar, a conocerse. Pero Abbigail en realidad no tenía intención de tal cosa…
La manera en que la carroza se sacudió a causa de aquel bache interrumpió el hilo de sus pensamientos a causa de la brusquedad de la sacudida. No estaba acostumbrada a aquella clase de turbulencias. A ella siempre le habían tratado entre plumas y sábanas de seda, incluso su silla de montar había sido diseñada con la más absoluta delicadeza. Ahora, estaba convencida, terminaría con todo el cuerpo adolorido al llegar al Castillo que sería su nuevo hogar, y eso no hacía otra cosa más que contribuir a su creciente mal humor.
Le sonrió cordialmente al Príncipe cuando se dirigía a ella. Estaba aburrida, estaba enfadada, pero no iba a descargarse con él. Sus problemas nada tenían que ver con el noble James, y si estaban encerrados ambos en aquel matrimonio sin sentimientos no quería comenzarlo de mala manera. Haría un esfuerzo, pero todo porque honestamente creía que no le quedaba más. – Eso me gustaría. He escuchado maravillas de sus Jardínes. – La sonrisa gentil era para disimular el que se hacía la desentendida a la pregunta que le hacía, pidiendo sinceridad, sobre lo que pensaba ella de toda aquella situación. Si tan sólo lo supiera…
- Puedo preguntar, si no es mucho atrevimiento, ¿qué es lo que guardas tan celosamente en ese joyero? - Le había llamado la atención desde el primer momento en que se subieron al carruaje, pero había preferido no preguntar nada al respecto. Ahora, que si él insistía en conversar para matar el tiempo…
Evelyn D. Aldridge- Realeza
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Fecha de inscripción : 10/07/2012
Re: Snow Falls
Sonrió de soslayo, el podía captar la mas sutil de las evasivas y sin a pesar que había sido un buen intento el hecho de no querer responder le daba parte de la información necesaria que estaba buscando.
En parte era porque supo que realmente toda la situación le era molesta o sino totalmente indiferente al punto de no querer decir nada, ni siquiera tratar de darse el trabajo de ensayar alguna mentira o por lo menos el intento de una respuesta vaga o general. Ni siquiera eso. No obstante, esa sinceridad camuflada le gustó a James. Al final de cuentas más que una esposa podría tener en Abigail a una aliada, y si, ya no resultaba tan descabellada la idea de tratar de librarse una vez más de la presión, o mejor dicho opresión que el rey George aplicaba sobre él. Que quizás no era necesario llegar al matrimonio sin un ápice de amor al que estarían forzados si es que cedían solo un poco. Eso lo tenía que averiguar.
-Si, supongo que habrá tiempo para ver los jardines y más… Y bueno, en este joyero está el anillo de mi madre, una de las posesiones más preciadas que tengo-
Frenó un poco porque en ese momento el sentimiento de nostalgia se hacía cada vez más fuerte en el con el recuerdo de su madre y lo que pensaría ella de toda la situación, que seguramente ella hubiera querido que entregase ese anillo, su anillo a alguien a quien amase de verdad, con toda el alma.
Y es que la idea de ese matrimonio, arreglado y todo, no asentaba todavía en su cabeza no por falta de comprensión del estado actual sino mas bien por tener y guardar todavía la esperanza de poder hacer algo para evitarlo… o postergarlo algún tiempo hasta que se le ocurriera un plan mas definitivo. Ya estaba, tenía que decir algo, lo peor que pudiera pasar era que ella se enojara, que se indignara y que pidiera cancelar el matrimonio, cosa que al fin y al cabo era lo buscaba.
-Además, como comprenderás tiene un valor sentimental incalculable. No es algo que quisiera dar a la ligera, se lo daría a alguien que amara de verdad. Nosotros recién nos conocemos y ya se ha arreglado que nos casemos por lo que te podrás imaginar que yo no estoy de acuerdo. No sé que pienses tu ¿No ha ocupado ya alguien tu corazón?-
Había sido completamente franco y sincero, eso era lo que él pensaba y lo había dicho así sin mas. Esperaba que no se enojara y que además lo que le planteaba era muy posible. Era hermosa y evidentemente educada como princesa, la idea de ella tuviera muchos pretendientes era más que obvia. En fin, algo podrían arreglar.
William P. Sullivan- Realeza
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Re: Snow Falls
El anillo de la Reina, decía. Abbigail suavizó, por primera vez durante todo aquel viaje, un poco su expresión. Su madre había muerto hacía tiempo también, y ni que decir que la extrañaba demasiado. Perderla a ella fue la primera vez que le habían roto el corazón, y aún así no se comparaba en nada a lo que había sufrido al perder a Frederick, pues sabía que contra la enfermedad había poco que se pudiera hacer. Pero cuando la diferencia entre respirar o no residía en algo tan sencillo en apariencia como el toque de una mano…
Esa había sido el día en el que había comprendido a plenitud el porqué llamaban al Don del Rey Midas una maldición.
- Imagino que lo sea. Mi madre no era muy adepta a las joyas, a decir verdad. – Acotó con un tono de voz gentil, y si, también nostálgico, desviando la mirada hacia la ventana del carruaje por un instante. Cuando en el castillo encontrar piezas de oro era algo tan cotidiano como las rocas de las que estaba construida la misma edificación, dejabas de asombrarte con él. Su madre era la clase de mujer que había preferido y por mucho recibir una flor como obsequio en vez de joyas suntuosas. Que las tenían, y a montones. La corona, los anillos, los mismos vestidos cocidos con hilo de oro… tenían una imagen que mantener.
Claro que a menudo se preguntaba lo que ella hubiera pensado de verla enamorada de un simple guardia. Al Príncipe Thomas no le habían puesto ni una traba cuando decidió tomar a una plebeya –y una criada, para mayor escándalo – como esposa, no obstante, las libertades que un Futuro Rey tenía eran muy distintas a las de una Futura Reina. Ellas no escogían, eran escogidas. Pues ella había escogido a un hombre sin una gota de sangre azul para compartir su vida con él, para iniciar una familia a su lado…
Se llevó una mano al vientre en un gesto sutil. Dolía cada vez que lo recordaba. Los había perdido a los dos.
Las palabras de James en un principio le sonaron lejanas, puesto que se había ausentado, encerrado en las memorias de los días en que más feliz había sido. Al volver al aquí y el ahora, tenía que decir que se sorprendía de la franqueza con la que James se expresaba. Claro que no iba a ofenderse porque insinuara – o mejor dicho porque dejara tan en claro – que a ella no la amaba. Tan simple y sencillo como que ella no lo amaba a él. Si de Abbigail dependiera, en vez de preocuparse por bodas e invitados, habría cogido su caballo y se habría marchado hasta la otra punta del mundo buscando una manera de revertir la maldición. Había escuchado rumores sobre un tal hechicero adepto a realizar tratos engañosos… lo había considerado seriamente. Lo que fuera a cambio de recuperar a Frederick. ¿Su reino? ¿Su oro? El problema era que como la maldición de su padre le había enseñado, de una manera demasiado literal, no todo lo que brilla es oro, y si alguien te ofrece algo demasiado bueno para ser verdad, no le creas nunca. Nada llegaba gratis en esta vida.
- Una vez… – Respondió con total franqueza, una que resultaba incluso dura, cortante, Mantenía el rostro en algo, orgullosa como era, adquiriendo un porte casi de escultura altiva mientras sus ojos dorados observaban muy fijamente al príncipe frente a ella. – Pero murió. – Y es que prefería hacerse a aquella idea, porque la otra alternativa, la de convencerse que debajo del oro su corazón aún latía y volvería a hacerlo junto al de ella si tan solo encontrara la manera de romper el encantamiento, era demasiado dolorosa.
- Pero esto no se trata solamente de amores, Príncipe. Tu pueblo cuenta contigo. El mío, conmigo. Tu gente necesita oro. La mía campos y recursos. Tenemos una responsabilidad que cumplir y yo no pienso defraudar a mi gente. – Por eso había accedido a toda aquella farsa sin protestar ni una sola vez. Porque su Reino lo necesitaba. Serían inmensamente ricos, pero su extensión era poca, sus ejércitos no eran numerosos, y siempre había alguien deseando apoderarse de la Mano de Oro. Estaban constantemente expuestos a amenazas a peligro. Y Abbigail no iría a ser quien antepusiera sus deseos al bienestar y la tranquilidad de su gente. No podía hacer tal cosa.
Quizá la principal diferencia que existía en la manera en que enfocaban la inminente boda, era que él se mostraba reticente al anhelar sentir aquella dicha total cuando sabes que has encontrado a esa persona que te completa, que es una parte de ti mismo que ni siquiera estabas consciente te hacía falta. Ella lo había encontrado, y le había sido arrebatado de las manos, y sabiendo que nunca más iría a volver a sentirse de aquella manera, cumplir con el deber no suponía ningún sacrificio. Sería infeliz de una u otra manera, pero casándose con James aseguraba a su gente el futuro que se merecían.
Esa había sido el día en el que había comprendido a plenitud el porqué llamaban al Don del Rey Midas una maldición.
- Imagino que lo sea. Mi madre no era muy adepta a las joyas, a decir verdad. – Acotó con un tono de voz gentil, y si, también nostálgico, desviando la mirada hacia la ventana del carruaje por un instante. Cuando en el castillo encontrar piezas de oro era algo tan cotidiano como las rocas de las que estaba construida la misma edificación, dejabas de asombrarte con él. Su madre era la clase de mujer que había preferido y por mucho recibir una flor como obsequio en vez de joyas suntuosas. Que las tenían, y a montones. La corona, los anillos, los mismos vestidos cocidos con hilo de oro… tenían una imagen que mantener.
Claro que a menudo se preguntaba lo que ella hubiera pensado de verla enamorada de un simple guardia. Al Príncipe Thomas no le habían puesto ni una traba cuando decidió tomar a una plebeya –y una criada, para mayor escándalo – como esposa, no obstante, las libertades que un Futuro Rey tenía eran muy distintas a las de una Futura Reina. Ellas no escogían, eran escogidas. Pues ella había escogido a un hombre sin una gota de sangre azul para compartir su vida con él, para iniciar una familia a su lado…
Se llevó una mano al vientre en un gesto sutil. Dolía cada vez que lo recordaba. Los había perdido a los dos.
Las palabras de James en un principio le sonaron lejanas, puesto que se había ausentado, encerrado en las memorias de los días en que más feliz había sido. Al volver al aquí y el ahora, tenía que decir que se sorprendía de la franqueza con la que James se expresaba. Claro que no iba a ofenderse porque insinuara – o mejor dicho porque dejara tan en claro – que a ella no la amaba. Tan simple y sencillo como que ella no lo amaba a él. Si de Abbigail dependiera, en vez de preocuparse por bodas e invitados, habría cogido su caballo y se habría marchado hasta la otra punta del mundo buscando una manera de revertir la maldición. Había escuchado rumores sobre un tal hechicero adepto a realizar tratos engañosos… lo había considerado seriamente. Lo que fuera a cambio de recuperar a Frederick. ¿Su reino? ¿Su oro? El problema era que como la maldición de su padre le había enseñado, de una manera demasiado literal, no todo lo que brilla es oro, y si alguien te ofrece algo demasiado bueno para ser verdad, no le creas nunca. Nada llegaba gratis en esta vida.
- Una vez… – Respondió con total franqueza, una que resultaba incluso dura, cortante, Mantenía el rostro en algo, orgullosa como era, adquiriendo un porte casi de escultura altiva mientras sus ojos dorados observaban muy fijamente al príncipe frente a ella. – Pero murió. – Y es que prefería hacerse a aquella idea, porque la otra alternativa, la de convencerse que debajo del oro su corazón aún latía y volvería a hacerlo junto al de ella si tan solo encontrara la manera de romper el encantamiento, era demasiado dolorosa.
- Pero esto no se trata solamente de amores, Príncipe. Tu pueblo cuenta contigo. El mío, conmigo. Tu gente necesita oro. La mía campos y recursos. Tenemos una responsabilidad que cumplir y yo no pienso defraudar a mi gente. – Por eso había accedido a toda aquella farsa sin protestar ni una sola vez. Porque su Reino lo necesitaba. Serían inmensamente ricos, pero su extensión era poca, sus ejércitos no eran numerosos, y siempre había alguien deseando apoderarse de la Mano de Oro. Estaban constantemente expuestos a amenazas a peligro. Y Abbigail no iría a ser quien antepusiera sus deseos al bienestar y la tranquilidad de su gente. No podía hacer tal cosa.
Quizá la principal diferencia que existía en la manera en que enfocaban la inminente boda, era que él se mostraba reticente al anhelar sentir aquella dicha total cuando sabes que has encontrado a esa persona que te completa, que es una parte de ti mismo que ni siquiera estabas consciente te hacía falta. Ella lo había encontrado, y le había sido arrebatado de las manos, y sabiendo que nunca más iría a volver a sentirse de aquella manera, cumplir con el deber no suponía ningún sacrificio. Sería infeliz de una u otra manera, pero casándose con James aseguraba a su gente el futuro que se merecían.
Evelyn D. Aldridge- Realeza
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Re: Snow Falls
Le había preguntado acerca de amores, y si, era natural que a ella ya le hubiera pasado. Asintió con la cabeza y trató de no interrumpir nada hasta que ella terminara de decir todo lo que quería antes de realizar la argumentación contraria por su parte, ya que no, que no estaba del todo de acuerdo con ella. Le parecía en extremo noble el hecho que ella estuviera dispuesta a sacrificarse de esa manera por su pueblo, por el bienestar futuro de todos sus habitantes. Que si es que todo iba según los planes de George y del Rey Midas iban a ser ellos, James y Abigail, que como pareja quienes reinarían los destinos de aquella alianza consolidada precisamente con su unión. ¿Pero es que eso era suficiente para hacer algo así?.
James pensaba que no y quizás podía darse el lujo de ser algo egoísta pero no podía desechar el resto de sus días en un matrimonio sin amor como si se tratara de un trueque de mutua conveniencia. Y tenía totalmente en claro que sería un afortunado si es que alguna vez llegara a amar a una mujer como la princesa Abigail pero es que ese era un proceso por el que él quería pasar. Conocer una doncella, que se enamoraran… su padre le había dicho que el hecho que le pudieran romper el corazón era un riesgo que no querría asumir, pero bien valía el riesgo con la contraposición de poder sentir la experiencia.
-Lamento mucho oír eso, que su amor haya muerto. Pero verás, yo no he conocido algo así de profundo e intenso, y quiero poder experimentarlo…-
Y si, había tenido novias. Muchas de ellas escondidas del conocimiento de su padre y varias de ellas en decisiones que solo eran demostraciones de rebeldía y del hecho de desafiarlo demostrándole que él no controlaba su destino. Otras habían sido doncellas que según el criterio parcializado de George eran chicas que le “convenían”. Y a pesar que había desarrollado cierto afecto por algunas de ellas, no había sido amor. Abigail debía entenderlo, saber que seguro que el tiempo que había estado con su novio había sido el más maravilloso de su vida y que daría cualquier cosa para que estuviera a su lado otra vez. James quería experimentar como se sentía eso.
-¿De verdad crees que casarnos es la única manera de que nuestros pueblos crezcan y estén en completo bienestar?. Yo creo que no, que si hay varias otras maneras que los sabios podrían proponer… solo que casarnos definitivamente es la más fácil…-
Eso era verdad. Lo intuía con toda claridad. Podían hacer acuerdos mutuos, parlamentar, designar embajadores, pero no. Casar a la princesa y al príncipe era más seguro y más fácil ¿A cambio de qué? De la felicidad de ambos, del resto de sus vidas. No era un trato justo. James miró fijamente a la princesa, le pareció notar destellos de remembranza y nostalgia en sus ojos color ámbar.
-¿Puedo preguntarte algo?... ¿Qué harías si él estuviera vivo?. No hay nada que el amor verdadero no pueda vencer-
Alguna vez había oído esa frase. De niño le contaron cuentos en los que el amor podía vencer hasta la muerte ¿Por qué nadie lo intentaba? ¿Solo él era el iluso que creía cosas como esa? Esperaba que no, algo que la gente siempre necesita es esperanza.
William P. Sullivan- Realeza
- Soy : Príncipe Encantador/James
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Re: Snow Falls
No era que no pudiera entender el deseo de James de poder vivir en carne propia lo que era el amor genuino. Ese que te llenaba de valor para enfrentar cualquier cosa y que llegabas a necesitar tanto o más que el aire que respirabas, que cada momento apartado de aquel a quien pertenecía tu corazón era tortura y no había paz más absoluta que el recostarte en su pecho y escuchar su respiración y latidos que se sincronizan a la perfección con los tuyos y se vuelven uno solo. En algo James tenía razón, y es que ella no había sido tan feliz en toda su vida como lo había sido en brazos de Frederick, por muy erróneo que hubiera sido visto a ojos de la sociedad: porque él era un plebeyo, un guardia real que debía haber estado custodiando su puerta por las noches, no adentrándose en la cama de sábanas de seda y almohadas de finas plumas en las que Abigail dormía. Extrañaba incluso la manera en que se reía de ella cada que recordaba aquella vez que se había quejado hasta el cansancio de lo mal que había dormido solo para descubrir una diminuta e insignificante piedrecita que de alguna manera se había metido bajo su colchón.
Había amado a ese hombre con todas sus fuerzas y Abigail estaba decidida. Iría a casarse con él y con nadie más, y no le importaban las objeciones que el consejo o su propio padre pudieran dar. Él no había ambicionado la corona, solamente deseaba estar con ella, y Abigail se sabía más que capaz para regir el reino sin tener que depender de un hombre para tomar las decisiones. Si aquella era la condición para que les permitieran estar juntos a ninguno le importaba; Frederick seguiría siendo soldado porque era lo que amaba, y ella reinaría como había nacido para hacer. Pero más que eso, no le cabía ni la más mínima duda de que en realidad había nacido para estar con él.
Había planeado hacer el anuncio oficial de que lo tomaría por esposo y planear la boda cuanto antes. El día que descubrió que esperaba un hijo suyo había sido el más feliz, pero entendía a su vez que no sería bien visto que la futura Reina cargara un hijo fuera de matrimonio. Todo iba bien para ellos, todo era como debía ser, y en cuestión de un abrir y cerrar de ojos todo lo había perdido.
Así que sabía de primera mano lo doloroso que era tener el corazón destrozado en piezas tan fines que era imposible volverlo a unir. Y a base de lágrimas le habían hecho entender algo que quizá a James no le quedaba claro aún: Que la realeza tenía responsabilidades con las que cumplir que eran más grandes que ellos mismos como individuos. Que a cambio de todos los privilegios de los que gozaban algo se esperaba de ellos, y el pueblo de Abigail tenía en aquel matrimonio la esperanza de una vida más pacífica.
- Creo que ni tus sabios ni tu rey ni los de nadie más enviaría tropas a defender a mi gente ni a mi Padre la próxima vez que un demente intente arrancarle la mano, sin obtener nada a cambio. - Miró fijamente a James. Ese "algo" era, obviamente ella. Era crudo exponerlo así, pero las cosas eran como eran. Podían llamarla cínica, le daba igual, pero ningún tratado ni parlamento iría a garantizar los mismos resultados que tendrían con aquella boda.
La última pregunta que James le hacía había hecho aparecer en el rostro de Abigail una mirada penetrante y que asemejaba a llamas ardiendo, como la de una fiera que comienza a ponerse a la defensiva. Estaba siendo sincera con él, pero o le parecía que tuviera ningún derecho a tratar de manipularla con la ausencia de Frederick para hacerla desistir de la boda. Si su amado estuviera con ella Abigail ahora mismo estaría casada y con el vientre abultado, preparándose para suceder a su padre en el trono y buscando la manera de fortalecer a su ejército de tal manera de no tener que depender de tratos como este en el que se desposaba con alguien por quien no sentía nada. Porque él hubiera estado con ella, y Frederick no había sido un soldado cualquiera. Había sido el guardia más brillante de su regimiento. No por nada le había sido encomendado de protegerla y cuidarla personalmente después de que, como Abigail decía, el último hechicero oscuro trató de asesinar a su padre y cortarle la mano. Nadie tenía la certeza de como funcionaba la maldición. Tal vez moriría con su padre... tal vez pasaría a ella... pero lo que no cambiaba es que Abigail era la Princesa Heredera y por ello un blanco muy preciado.
- Tal vez sea tiempo de dejar de creer leyendas y fantasía, príncipe. El amor verdadero no hace que los muertos vuelvan a respirar.- Respondió con frialdad, desviando la mirada hacia la ventanilla del carruaje y, de nuevo, a aquel paisaje monótono y aburrido.
... si hubiera manera de despertarlo estaría ahora misma atravesando todos los Reinos con tal de encontrar aquel contra encantamiento que fuera a liberarlo de su prisión de oro. Pero Abigail había gastado ya todos sus recursos...
... era hora de enfrentar la realidad.
Había amado a ese hombre con todas sus fuerzas y Abigail estaba decidida. Iría a casarse con él y con nadie más, y no le importaban las objeciones que el consejo o su propio padre pudieran dar. Él no había ambicionado la corona, solamente deseaba estar con ella, y Abigail se sabía más que capaz para regir el reino sin tener que depender de un hombre para tomar las decisiones. Si aquella era la condición para que les permitieran estar juntos a ninguno le importaba; Frederick seguiría siendo soldado porque era lo que amaba, y ella reinaría como había nacido para hacer. Pero más que eso, no le cabía ni la más mínima duda de que en realidad había nacido para estar con él.
Había planeado hacer el anuncio oficial de que lo tomaría por esposo y planear la boda cuanto antes. El día que descubrió que esperaba un hijo suyo había sido el más feliz, pero entendía a su vez que no sería bien visto que la futura Reina cargara un hijo fuera de matrimonio. Todo iba bien para ellos, todo era como debía ser, y en cuestión de un abrir y cerrar de ojos todo lo había perdido.
Así que sabía de primera mano lo doloroso que era tener el corazón destrozado en piezas tan fines que era imposible volverlo a unir. Y a base de lágrimas le habían hecho entender algo que quizá a James no le quedaba claro aún: Que la realeza tenía responsabilidades con las que cumplir que eran más grandes que ellos mismos como individuos. Que a cambio de todos los privilegios de los que gozaban algo se esperaba de ellos, y el pueblo de Abigail tenía en aquel matrimonio la esperanza de una vida más pacífica.
- Creo que ni tus sabios ni tu rey ni los de nadie más enviaría tropas a defender a mi gente ni a mi Padre la próxima vez que un demente intente arrancarle la mano, sin obtener nada a cambio. - Miró fijamente a James. Ese "algo" era, obviamente ella. Era crudo exponerlo así, pero las cosas eran como eran. Podían llamarla cínica, le daba igual, pero ningún tratado ni parlamento iría a garantizar los mismos resultados que tendrían con aquella boda.
La última pregunta que James le hacía había hecho aparecer en el rostro de Abigail una mirada penetrante y que asemejaba a llamas ardiendo, como la de una fiera que comienza a ponerse a la defensiva. Estaba siendo sincera con él, pero o le parecía que tuviera ningún derecho a tratar de manipularla con la ausencia de Frederick para hacerla desistir de la boda. Si su amado estuviera con ella Abigail ahora mismo estaría casada y con el vientre abultado, preparándose para suceder a su padre en el trono y buscando la manera de fortalecer a su ejército de tal manera de no tener que depender de tratos como este en el que se desposaba con alguien por quien no sentía nada. Porque él hubiera estado con ella, y Frederick no había sido un soldado cualquiera. Había sido el guardia más brillante de su regimiento. No por nada le había sido encomendado de protegerla y cuidarla personalmente después de que, como Abigail decía, el último hechicero oscuro trató de asesinar a su padre y cortarle la mano. Nadie tenía la certeza de como funcionaba la maldición. Tal vez moriría con su padre... tal vez pasaría a ella... pero lo que no cambiaba es que Abigail era la Princesa Heredera y por ello un blanco muy preciado.
- Tal vez sea tiempo de dejar de creer leyendas y fantasía, príncipe. El amor verdadero no hace que los muertos vuelvan a respirar.- Respondió con frialdad, desviando la mirada hacia la ventanilla del carruaje y, de nuevo, a aquel paisaje monótono y aburrido.
... si hubiera manera de despertarlo estaría ahora misma atravesando todos los Reinos con tal de encontrar aquel contra encantamiento que fuera a liberarlo de su prisión de oro. Pero Abigail había gastado ya todos sus recursos...
... era hora de enfrentar la realidad.
Evelyn D. Aldridge- Realeza
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Fecha de inscripción : 10/07/2012
Re: Snow Falls
Escuché atentamente sus palabras, que resonaban en mi mente con un eco como si se tratase de una gran y profunda cueva. Sí, desde luego, aquello simplemente era un acuerdo financiero entre ambos reinos por unos servicios que había prestado el rey George para proteger el reino de Midas. Todo aquello había comenzado cuando había matado a aquel dragón... no, incluso antes. Mejor dicho, había empezado cuando había aceptado la proposición de aquel extraño ser que se hacía llamar Rumpelstiltskin. "La magia viene con un precio" Recordé aquella frase que se había grabado a fuego en mi mente, en mis recuerdos; que surgía cada vez que esa extraña figura se presentaba en mis pensamientos o en mis sueños. No pude evitar estremecerme: era un hombre cuya presencia lograba turbarme y ante el que me encontraba bastante incómodo.
Todo lo había hecho para que mi madre pudiera conservar aquella granja que tanto le había costado mantener, el sudor y el sacrificio con el que había tenido que vivir su vida. La pesadumbre de perder a un hijo y, ahora, a otro. Pero otra parte de mi también había deseado aquello, quizás más pequeña, pero quería experimentar lo que se sentía. Ahora me arrepentía, en parte, ya que no había sido como lo habría imaginado y estaba atrapado. Después de todo, si mi vida fuese la que estuviese en juego me habría dado más igual. Pero era la vida y felicidad de mi madre la que se hallaba en juego y no estaba dispuesto a perjudicarla mis acciones egoístas. Si mi destino era el de no encontrar el amor verdadero, debería someterme a él. Quizás con suerte hallaría la felicidad junto a Abigail, aunque yo mismo pensaba que ni ella lo creyese. - Aunque la boda no llegase a celebrarse y vuestro pueblo se hallase en peligro, pondría mi acero y mi vida en juego para no permitir que os sucediese algo a vos o a vuestros súbditos - Afirmé categóricamente, completamente serio. No lo decía en broma. No buscaba la fama ni que se escribiesen grandes epopeyas sobre mi hazaña. Simplemente había sido criado de esa forma, la humildad y dar lo que pudiese para ayudar a otras personas se me habían inculcado de pequeño y quería respetar la memoria de mi madre. Agradecer aquella educación que me había sido brindada. Quizás no hubiese criado como alguien de alta cuna, pero consideraba que tenía mayores valores que muchas personas de las que había conocido. Entre ellos el rey George, que solo velaba por su propio interés. Y aunque fuese increíble debía reconocer que sus palabras eran ciertas: de no ser por aquel contrato, seguramente el rey no se hubiese molestado en movilizarse tanto para dar fin a la vida de aquel dragón que había atemorizado al pueblo del rey Midas.
Al recordar a mi madre no pude evitar desviar nuevamente mi mirada hacia la bolsa de las joyas. En su interior, el anillo de compromiso de mis padres aguardaba ocupar el dedo de alguna dama. Quizás no pudiese cumplir el deseo de mi madre de que encontrase el amor verdadero. Pero estaba seguro de que Abigail era una buena muchacha. Bajo mi punto de vista algo fría para su edad, pero por lo que sabía la perseguía la sombra de la pérdida de su ser amado y aunque n pudiese llegara comprender lo que se podía llegar a sentir por ello, podía hacerme una idea.
Parecía que mis palabras habían molestado a la princesa. Mordí mis labios y me llamé a mi mismo estúpido para mis adentros por haber hablado demasiado. Había sido descortés por mi parte haber intentado inmiscuirme en asuntos que no me concernían. Baje mi vista, algo avergonzado por mi comportamiento. - Ruego que me perdone mi insolencia, princesa. No deseaba sonar desconsiderado. Siempre se me había descrito el amor verdadero como la magia más poderosa, pero no quería insinuar nada que pudiera molestarla - alcé mi vista y la miré fija y profundamente a los ojos, para que pudiese ver en mi rostro dibujado el arrepentimiento de mis palabras. - Espero que acepte mis disculpas
En todo momento me esforzaba para hablar de forma correcta e interpretar adecuadamente el papel de James. Al fin y al cabo yo no había adquirido aquella educación y, la mayor parte de las veces, temía que mi comportamiento no fuese el adecuado y que alguien me descubriese por ello. Iba a añadir algo más, cuando noté que el carruaje aminoraba la marcha. Insintivamente llevé mi mano derecha hacia la vaina de mi espada y dirigí mi vista por la ventana, observando el bosque que nos rodeaba. Realmente era un paisaje hermoso.
Cuando se detuvo del todo, abrí la puerta para bajar y ver que sucedía, dejando en el interior el paquete con las joyas. Me aproximé los hombres que iban ante nuestro carruaje asegurando el camino para saber que era lo que nos había obligado a detenernos. Sin embargo, no hicieron falta las palabras. Ante nosotros se encontraba un árbol caído que bloqueaba el camino - Princesa Abigail, se trata de un árbol en la mitad del camino. Lo apartaremos en seguida para poder proseguir con nuestro viaje - Dije elevando la voz para que ella me escuchase y pudiese tranquilizase en caso de estar preocupada. Junto a los guardas me acerqué al tronco para valorar su grosor y, por tanto su peso. Con suerte, entre todos los que éramos seríamos capaces se apartarlo de nuestro camino.
No obstante, algo llamó mi atención. Me aproximé hacia el inicio del tronco, observando el punto por el que se había roto el tronco y, extrañamente, se observaba una superficie lisa. De haberse roto de forma accidental, eso habría sido imposible. Fruncí el ceño, dando un par de pasos hacia atrás - El árbol... el árbol ha sido talado. Es una emboscada - Pronuncié con énfasis las últimas palabras, reclamando la atención del resto de guardas para que mantuviesen los ojos abiertos, atentos a cualquier movimiento extraño. Mi mano volvió a dirigirse hacia la empuñadura de la espada, dispuesto a desenvainarla en caso de ser preciso.
Todo lo había hecho para que mi madre pudiera conservar aquella granja que tanto le había costado mantener, el sudor y el sacrificio con el que había tenido que vivir su vida. La pesadumbre de perder a un hijo y, ahora, a otro. Pero otra parte de mi también había deseado aquello, quizás más pequeña, pero quería experimentar lo que se sentía. Ahora me arrepentía, en parte, ya que no había sido como lo habría imaginado y estaba atrapado. Después de todo, si mi vida fuese la que estuviese en juego me habría dado más igual. Pero era la vida y felicidad de mi madre la que se hallaba en juego y no estaba dispuesto a perjudicarla mis acciones egoístas. Si mi destino era el de no encontrar el amor verdadero, debería someterme a él. Quizás con suerte hallaría la felicidad junto a Abigail, aunque yo mismo pensaba que ni ella lo creyese. - Aunque la boda no llegase a celebrarse y vuestro pueblo se hallase en peligro, pondría mi acero y mi vida en juego para no permitir que os sucediese algo a vos o a vuestros súbditos - Afirmé categóricamente, completamente serio. No lo decía en broma. No buscaba la fama ni que se escribiesen grandes epopeyas sobre mi hazaña. Simplemente había sido criado de esa forma, la humildad y dar lo que pudiese para ayudar a otras personas se me habían inculcado de pequeño y quería respetar la memoria de mi madre. Agradecer aquella educación que me había sido brindada. Quizás no hubiese criado como alguien de alta cuna, pero consideraba que tenía mayores valores que muchas personas de las que había conocido. Entre ellos el rey George, que solo velaba por su propio interés. Y aunque fuese increíble debía reconocer que sus palabras eran ciertas: de no ser por aquel contrato, seguramente el rey no se hubiese molestado en movilizarse tanto para dar fin a la vida de aquel dragón que había atemorizado al pueblo del rey Midas.
Al recordar a mi madre no pude evitar desviar nuevamente mi mirada hacia la bolsa de las joyas. En su interior, el anillo de compromiso de mis padres aguardaba ocupar el dedo de alguna dama. Quizás no pudiese cumplir el deseo de mi madre de que encontrase el amor verdadero. Pero estaba seguro de que Abigail era una buena muchacha. Bajo mi punto de vista algo fría para su edad, pero por lo que sabía la perseguía la sombra de la pérdida de su ser amado y aunque n pudiese llegara comprender lo que se podía llegar a sentir por ello, podía hacerme una idea.
Parecía que mis palabras habían molestado a la princesa. Mordí mis labios y me llamé a mi mismo estúpido para mis adentros por haber hablado demasiado. Había sido descortés por mi parte haber intentado inmiscuirme en asuntos que no me concernían. Baje mi vista, algo avergonzado por mi comportamiento. - Ruego que me perdone mi insolencia, princesa. No deseaba sonar desconsiderado. Siempre se me había descrito el amor verdadero como la magia más poderosa, pero no quería insinuar nada que pudiera molestarla - alcé mi vista y la miré fija y profundamente a los ojos, para que pudiese ver en mi rostro dibujado el arrepentimiento de mis palabras. - Espero que acepte mis disculpas
En todo momento me esforzaba para hablar de forma correcta e interpretar adecuadamente el papel de James. Al fin y al cabo yo no había adquirido aquella educación y, la mayor parte de las veces, temía que mi comportamiento no fuese el adecuado y que alguien me descubriese por ello. Iba a añadir algo más, cuando noté que el carruaje aminoraba la marcha. Insintivamente llevé mi mano derecha hacia la vaina de mi espada y dirigí mi vista por la ventana, observando el bosque que nos rodeaba. Realmente era un paisaje hermoso.
Cuando se detuvo del todo, abrí la puerta para bajar y ver que sucedía, dejando en el interior el paquete con las joyas. Me aproximé los hombres que iban ante nuestro carruaje asegurando el camino para saber que era lo que nos había obligado a detenernos. Sin embargo, no hicieron falta las palabras. Ante nosotros se encontraba un árbol caído que bloqueaba el camino - Princesa Abigail, se trata de un árbol en la mitad del camino. Lo apartaremos en seguida para poder proseguir con nuestro viaje - Dije elevando la voz para que ella me escuchase y pudiese tranquilizase en caso de estar preocupada. Junto a los guardas me acerqué al tronco para valorar su grosor y, por tanto su peso. Con suerte, entre todos los que éramos seríamos capaces se apartarlo de nuestro camino.
No obstante, algo llamó mi atención. Me aproximé hacia el inicio del tronco, observando el punto por el que se había roto el tronco y, extrañamente, se observaba una superficie lisa. De haberse roto de forma accidental, eso habría sido imposible. Fruncí el ceño, dando un par de pasos hacia atrás - El árbol... el árbol ha sido talado. Es una emboscada - Pronuncié con énfasis las últimas palabras, reclamando la atención del resto de guardas para que mantuviesen los ojos abiertos, atentos a cualquier movimiento extraño. Mi mano volvió a dirigirse hacia la empuñadura de la espada, dispuesto a desenvainarla en caso de ser preciso.
William A. Sullivan- Realeza
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Re: Snow Falls
Eso que el príncipe afirmaba con tanta vehemencia, que en efecto se arriesgaría él mismo por su padre, por su gente y por ella aún y si no hubiera matrimonio de por medio, le gustaría creerlo pero no era capaz. Podían llamarle cínica y desconfiada y en verdad que no estarían muy errados en esa opinión sobre ella, pero a su parecer un futuro regente no podía darse el lujo de pecar de ingenuidad y confiar en las primeras palabras noves que les fueran dirigidas. Conocía vagamente al Rey George puesto que el trato diplomático había sido casi en exclusividad sólo con su padre. Ella solamente había sido convocada al salón donde se discutieron los términos del acuerdo para exhibirla y que el padre de James pudiera apreciar por cuenta propia que la joya que se llevaba a su Reino y con la cual el trato quedaba sellado era todo lo que habría podido esperar e incluso más.
Había crecido en un mundo de intrigas y en donde los buenos gestos eran siempre motivados por intereses personales y ganancia propia, no existía tal cosa como el altruismo desinteresado y esa era la verdad. Pero de alguna manera que no podía descifrar percibía algo en James muy distinto a lo que ella conocía. Transmitía una sinceridad de la que desconfiaba, una especie de transparencia velada por neblina al mismo tiempo, por muy contradictorio que aquello pudiera escucharse. Y eso le tenía confusa.
Podría jurar incluso que hasta la manera en que se expresaba había cambiado. Sutil, sí, pero con una formalidad que hacía apenas unos instantes no se encontraba ahí, como si acabase de recordar cuál era el comportamiento que se esperaba que tuviera. O sería, lo más seguro, que al ver como sus intentos por disuadirla no rendían fruto prefería adoptar distancia y ejercer el control de daños. Mejor así. No quería empezar aquel matrimonio de mala manera. No consideraba las confesiones hechas como algo perjudicial, creía de hecho que si ambos eran honestos era ya un lujo que muchas otras parejas reales no podían darse, pero algo a lo que Abigail no reaccionaba de buena manera era el develar un intento de manipularle, de engañarla y hacer perder su tiempo. Ella tenía que casarse con quien matara el dragón. Él lo había hecho. Así las cosas y ya, no había porque seguirse torturando ni entre ellos ni por cuentas separadas. Ya los bardos se encargarían de escribir canciones que hablaran sobre la historia de amor que nacía entre el valiente príncipe y la hermosa princesa. No importaba que ellos supieran que no era verdad, pero el pueblo así lo necesitaba.
La disculpa que daba hizo que Abigail dirigiera su mirada desde el camino hacia él por tan solo un instante. Si el gesto había sido aceptando sus palabras o uno de recelo era difícil de decir. Ni siquiera ella misma lo tenía en claro.
¿Qué podía decir? Claro que ella también había crecido con aquellas historias sobre el amor verdadero como la magia más poderosa y el tesoro más valioso, pero llegaba el momento en el que era necesario enfrentarse a la realidad y el aceptar que esas historias no eran más que eso. Estaba por responderle que aceptaba sus disculpas a favor de una convivencia tranquila y un viaje más llevadero, cuando sintió que el carruaje empezaba a detenerse, y eso, como era de esperarse, le alarmó, mucho más al observarlo sujetar la empuñadura de su espada.
Se mantuvo en silencio y quieta cuando él bajaba del carruaje notando como cierto nerviosismo iba creciendo en ella a pesar que su rostro pareciera igual de imperturbable que siempre. Escuchar a James anunciar que se trataba de algo tan simple como un tronco mal posicionado le alivió, puesto que de todas las cosas que podían ocasionar la demora, desde un caballo herido a algo más serio, aquello debía ser lo más sencillo de solucionar.
Su tranquilidad duró poco. La voz del príncipe la escuchó un poco más lejana, pero escucho con claridad como anunciaba una emboscada. Abigail tuvo miedo, muchísimo miedo, y es que la lista de enemigos tanto de su Padre como el Rey George era extensa y no dudaba que alguno se hubiera enterado de la presencia –vulnerable al no llevar escolta militar – de los príncipes herederos en el bosque.
Al instante corrió las cortinas del carruaje para impedir que nadie mirara hacia adentro. Odió en ese momento, al sentirse indefensa, el no llevar consigo nada con que defenderse. Frederick alguna vez le había dejado tomar su espada pero era todo un juego, no había pretendido enseñarla a usarla en realidad, porque ella había sido su Princesa delicada y él siempre iba a estar para protegerla, esa había sido su promesa.
Por un instante contuvo la respiración a la espera de lo que fuera a pasar. Si era una emboscada pronto escucharía los gritos y las espadas chocando, y alguien trataría de abrir las puertas del carruaje a la fuerza. Fueran enemigos del reino o simples saqueadores ella temía, y entonces prestó atención al joyero que tanto cuidaba James. Dentro llevaba el anillo de su madre y aquello más allá del valor que aquella joya pudiera tener como la joya de una reina era una posesión preciada por la carga sentimental que llevaba. Aunque no amara al Príncipe no podía permitir que le arrebataran algo tan querido. Así que tomó el joyero y lo abrió, sin siquiera detenerse a contemplar el anillo dada la urgencia que le invadía, y lo escondió dentro de la manga de su vestido. Que se llevaran la el joyero si deseaban y cada una de las piezas que ella misma llevaba, que para ella el oro en realidad no valía nada, pero no algo tan importante para él como lo que ese anillo representaba.
Había crecido en un mundo de intrigas y en donde los buenos gestos eran siempre motivados por intereses personales y ganancia propia, no existía tal cosa como el altruismo desinteresado y esa era la verdad. Pero de alguna manera que no podía descifrar percibía algo en James muy distinto a lo que ella conocía. Transmitía una sinceridad de la que desconfiaba, una especie de transparencia velada por neblina al mismo tiempo, por muy contradictorio que aquello pudiera escucharse. Y eso le tenía confusa.
Podría jurar incluso que hasta la manera en que se expresaba había cambiado. Sutil, sí, pero con una formalidad que hacía apenas unos instantes no se encontraba ahí, como si acabase de recordar cuál era el comportamiento que se esperaba que tuviera. O sería, lo más seguro, que al ver como sus intentos por disuadirla no rendían fruto prefería adoptar distancia y ejercer el control de daños. Mejor así. No quería empezar aquel matrimonio de mala manera. No consideraba las confesiones hechas como algo perjudicial, creía de hecho que si ambos eran honestos era ya un lujo que muchas otras parejas reales no podían darse, pero algo a lo que Abigail no reaccionaba de buena manera era el develar un intento de manipularle, de engañarla y hacer perder su tiempo. Ella tenía que casarse con quien matara el dragón. Él lo había hecho. Así las cosas y ya, no había porque seguirse torturando ni entre ellos ni por cuentas separadas. Ya los bardos se encargarían de escribir canciones que hablaran sobre la historia de amor que nacía entre el valiente príncipe y la hermosa princesa. No importaba que ellos supieran que no era verdad, pero el pueblo así lo necesitaba.
La disculpa que daba hizo que Abigail dirigiera su mirada desde el camino hacia él por tan solo un instante. Si el gesto había sido aceptando sus palabras o uno de recelo era difícil de decir. Ni siquiera ella misma lo tenía en claro.
¿Qué podía decir? Claro que ella también había crecido con aquellas historias sobre el amor verdadero como la magia más poderosa y el tesoro más valioso, pero llegaba el momento en el que era necesario enfrentarse a la realidad y el aceptar que esas historias no eran más que eso. Estaba por responderle que aceptaba sus disculpas a favor de una convivencia tranquila y un viaje más llevadero, cuando sintió que el carruaje empezaba a detenerse, y eso, como era de esperarse, le alarmó, mucho más al observarlo sujetar la empuñadura de su espada.
Se mantuvo en silencio y quieta cuando él bajaba del carruaje notando como cierto nerviosismo iba creciendo en ella a pesar que su rostro pareciera igual de imperturbable que siempre. Escuchar a James anunciar que se trataba de algo tan simple como un tronco mal posicionado le alivió, puesto que de todas las cosas que podían ocasionar la demora, desde un caballo herido a algo más serio, aquello debía ser lo más sencillo de solucionar.
Su tranquilidad duró poco. La voz del príncipe la escuchó un poco más lejana, pero escucho con claridad como anunciaba una emboscada. Abigail tuvo miedo, muchísimo miedo, y es que la lista de enemigos tanto de su Padre como el Rey George era extensa y no dudaba que alguno se hubiera enterado de la presencia –vulnerable al no llevar escolta militar – de los príncipes herederos en el bosque.
Al instante corrió las cortinas del carruaje para impedir que nadie mirara hacia adentro. Odió en ese momento, al sentirse indefensa, el no llevar consigo nada con que defenderse. Frederick alguna vez le había dejado tomar su espada pero era todo un juego, no había pretendido enseñarla a usarla en realidad, porque ella había sido su Princesa delicada y él siempre iba a estar para protegerla, esa había sido su promesa.
Por un instante contuvo la respiración a la espera de lo que fuera a pasar. Si era una emboscada pronto escucharía los gritos y las espadas chocando, y alguien trataría de abrir las puertas del carruaje a la fuerza. Fueran enemigos del reino o simples saqueadores ella temía, y entonces prestó atención al joyero que tanto cuidaba James. Dentro llevaba el anillo de su madre y aquello más allá del valor que aquella joya pudiera tener como la joya de una reina era una posesión preciada por la carga sentimental que llevaba. Aunque no amara al Príncipe no podía permitir que le arrebataran algo tan querido. Así que tomó el joyero y lo abrió, sin siquiera detenerse a contemplar el anillo dada la urgencia que le invadía, y lo escondió dentro de la manga de su vestido. Que se llevaran la el joyero si deseaban y cada una de las piezas que ella misma llevaba, que para ella el oro en realidad no valía nada, pero no algo tan importante para él como lo que ese anillo representaba.
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Re: Snow Falls
Me había habituado a la vida en el bosque, me había adaptado a ella y había aprendido a camuflarme con mi entorno. Ya no llevaba la llamativa capa roja que en algún momento perteneció a mi madre, se la había dejado a Lydia aunque me doliera enormemente deshacerme de ella. Sabía que la jovencita la necesitaba. Había cambiado aquella vestimenta por otra de color verdoso que me ayudaba a pasar desapercibida con mayor facilidad. Desde luego, después de tanto tiempo escondida de ella, no iba a permitir que una capa roja y la imprudencia fuesen el motivo por el cual al fin me encontrara.
Había arrancado aquella misma mañana otro cartel de aquellos en los que salía mi imagen y el famoso “Se busca”. La primera vez que me había encontrado con uno había sonreído irónicamente. Me parecía una ironía que ella me acusara de asesinato, traición cuando no había sido otra persona sino ella la que había cometido aquellos delitos. De alguna manera había convencido a mi pueblo, a todos los miembros de la corte, al personal del castillo y de un día a otro había pasado de ser la princesa querida por todo el reino a ser la princesa que huía, se escondía en el bosque y acababa viviendo allí porque su propia gente la perseguía.
Me hallaba sentada en la rama de uno de los árboles que estaban situados junto a la carretera que la Reina Siobhan y los suyos tanto usaban, esperando oír el sonido de cascos. Sabía perfectamente que ella nunca usaría la carretera de los trolls, así como tampoco aquellos que le servían, así que si quería robarle algo a la reina debía hacerlo en aquel camino. Mis ojos marrones viajaban por el camino, desde el árbol caído (que yo misma había hecho caer) hasta lo que podía ver desde allí del camino. Sonreí manteniéndome en todo momento atenta a cualquier sonido que pudiera llamarme la atención.
Y en el momento menos esperado lo hizo…
Me incliné ligeramente hacía delante (aunque teniendo cuidado en todo momento de no caerme) como si de aquella manera pudiera escuchar mejor aquel sonido y cerciorarme de que era lo que yo creía: cascos de caballos. El eco de un “arre” hizo que una nueva sonrisa apareciera en mi rostro mientras pasaba una última vez la mirada al árbol que los retendría y entretendría mientras yo me hacia con el botín.
Lo que no me esperaba en absoluto era que no fuese un carruaje de ella, pero eso en esos momentos era lo que menos me importaba. Cualquiera que pasara por allí tendría que pagar “el precio”. Observé a los caballos, el carruaje blanco y como se detenían justo delante de mí. Escuché su conversación y como un joven bajaba del carruaje. Le mire unos segundos, los justos para asegurarme de que se iba con sus guardias. Los seguía con la mirada hasta que llegaron hasta el árbol.
Calculé la distancia, me levanté con cuidado y mantuve el equilibrio durante unos segundos antes de saltar y dejarme caer sobre el carruaje blanco, apoyando ambas manos en su techo. Levanté la mirada hacia el caballero y sus guardias unos segundos. La capa me tapaba el rostro y escondía todo mi cabello negro azabache bajo el, por lo que desde aquella distancia y por mis ropajes podrían haberme confundido perfectamente con un hombre. Decidí que no era momento de perder el tiempo, volví a levantarme y volví a saltar aunque esta vez para caer de pie en el suelo. Había saltado en el lado en el que la puerta estaba abierta. Una sonrisa curvo mis labios escondidos bajo aquella capa. Había calculado perfectamente y mis ojos marrones desde allí enseguida vieron algo que llamó mi atención, el problema fui que cerraron las puertas y las cortinas. Volví a mirarles unos segundos antes de decidirme y abrir la puerta del carruaje (tantos años viajando en ellos ni necesitaba forzarlos) encontrándome con una princesita. Pude percibir su último movimiento y aunque ella no lo vio volví a sonreír mientras le sujetaba con fuerza la mano por la muñeca y se la empotraba con furia contra la pared del carruaje. Que gritase, que llorase… Me daba igual, a mis ojos en esos momentos no era más que una princesa remilgada y caprichosa, algo que yo nunca había sido. Algo en lo que no quería convertirme. Ni siquiera el hecho de que intentase defenderse con su otra mano iba a impedir que me hiciera con la bolsa usando mi mano libre. Unos manotazos de princesita no iban a conseguir nada.
Llevaba mucho tiempo robando y había adquirido cierta habilidad para salirme con la mía. Mis dedos rozaron la tela de la bolsa que cogí después de unos segundos y saqué rápidamente – Gracias – Le dije con voz ronca, soltándole la muñeca y saliendo del carruaje. A esas alturas ya habían descubierto que aquello se trataba de una emboscada y pude ver por el rabillo del ojo como se percataban de mi presencia. Miré unos segundos a mí alrededor hasta que mis ojos captaron un corcel blanco cerca mía.
Subí al animal sin pararme a mirarles, sin pararme a pensar y en cuanto estuve montada le instigué a correr para huir del lugar. No podía permitir que me cogieran, no podía permitir que me llevaran ante ella, no antes de que encontrase una manera de hacerle pagar por todo lo que había hecho.
Por su traición.
Había arrancado aquella misma mañana otro cartel de aquellos en los que salía mi imagen y el famoso “Se busca”. La primera vez que me había encontrado con uno había sonreído irónicamente. Me parecía una ironía que ella me acusara de asesinato, traición cuando no había sido otra persona sino ella la que había cometido aquellos delitos. De alguna manera había convencido a mi pueblo, a todos los miembros de la corte, al personal del castillo y de un día a otro había pasado de ser la princesa querida por todo el reino a ser la princesa que huía, se escondía en el bosque y acababa viviendo allí porque su propia gente la perseguía.
Me hallaba sentada en la rama de uno de los árboles que estaban situados junto a la carretera que la Reina Siobhan y los suyos tanto usaban, esperando oír el sonido de cascos. Sabía perfectamente que ella nunca usaría la carretera de los trolls, así como tampoco aquellos que le servían, así que si quería robarle algo a la reina debía hacerlo en aquel camino. Mis ojos marrones viajaban por el camino, desde el árbol caído (que yo misma había hecho caer) hasta lo que podía ver desde allí del camino. Sonreí manteniéndome en todo momento atenta a cualquier sonido que pudiera llamarme la atención.
Y en el momento menos esperado lo hizo…
Me incliné ligeramente hacía delante (aunque teniendo cuidado en todo momento de no caerme) como si de aquella manera pudiera escuchar mejor aquel sonido y cerciorarme de que era lo que yo creía: cascos de caballos. El eco de un “arre” hizo que una nueva sonrisa apareciera en mi rostro mientras pasaba una última vez la mirada al árbol que los retendría y entretendría mientras yo me hacia con el botín.
Lo que no me esperaba en absoluto era que no fuese un carruaje de ella, pero eso en esos momentos era lo que menos me importaba. Cualquiera que pasara por allí tendría que pagar “el precio”. Observé a los caballos, el carruaje blanco y como se detenían justo delante de mí. Escuché su conversación y como un joven bajaba del carruaje. Le mire unos segundos, los justos para asegurarme de que se iba con sus guardias. Los seguía con la mirada hasta que llegaron hasta el árbol.
Calculé la distancia, me levanté con cuidado y mantuve el equilibrio durante unos segundos antes de saltar y dejarme caer sobre el carruaje blanco, apoyando ambas manos en su techo. Levanté la mirada hacia el caballero y sus guardias unos segundos. La capa me tapaba el rostro y escondía todo mi cabello negro azabache bajo el, por lo que desde aquella distancia y por mis ropajes podrían haberme confundido perfectamente con un hombre. Decidí que no era momento de perder el tiempo, volví a levantarme y volví a saltar aunque esta vez para caer de pie en el suelo. Había saltado en el lado en el que la puerta estaba abierta. Una sonrisa curvo mis labios escondidos bajo aquella capa. Había calculado perfectamente y mis ojos marrones desde allí enseguida vieron algo que llamó mi atención, el problema fui que cerraron las puertas y las cortinas. Volví a mirarles unos segundos antes de decidirme y abrir la puerta del carruaje (tantos años viajando en ellos ni necesitaba forzarlos) encontrándome con una princesita. Pude percibir su último movimiento y aunque ella no lo vio volví a sonreír mientras le sujetaba con fuerza la mano por la muñeca y se la empotraba con furia contra la pared del carruaje. Que gritase, que llorase… Me daba igual, a mis ojos en esos momentos no era más que una princesa remilgada y caprichosa, algo que yo nunca había sido. Algo en lo que no quería convertirme. Ni siquiera el hecho de que intentase defenderse con su otra mano iba a impedir que me hiciera con la bolsa usando mi mano libre. Unos manotazos de princesita no iban a conseguir nada.
Llevaba mucho tiempo robando y había adquirido cierta habilidad para salirme con la mía. Mis dedos rozaron la tela de la bolsa que cogí después de unos segundos y saqué rápidamente – Gracias – Le dije con voz ronca, soltándole la muñeca y saliendo del carruaje. A esas alturas ya habían descubierto que aquello se trataba de una emboscada y pude ver por el rabillo del ojo como se percataban de mi presencia. Miré unos segundos a mí alrededor hasta que mis ojos captaron un corcel blanco cerca mía.
Subí al animal sin pararme a mirarles, sin pararme a pensar y en cuanto estuve montada le instigué a correr para huir del lugar. No podía permitir que me cogieran, no podía permitir que me llevaran ante ella, no antes de que encontrase una manera de hacerle pagar por todo lo que había hecho.
Por su traición.
Re: Snow Falls
La princesa Abigail parecía haberse quedado sin habla, demasiado absorta en sus pensamientos como para responderme. No tenía ni idea de lo que se le podía pasar por su mente en esos momentos y, aunque intentase analizar su rostro, la ausencia de emoción del que estaba desprovisto, incluso su mirada que semejaba vacía salvo en los pequeños espacios de tiempo que parecía enojada y se cargaban con un fuego propio del peor de los infiernos. Resultaba una mujer infranqueable, al menos para mí.
Me gustaba que la gente me mostrase su verdaderos pensamientos o que, por lo menos, fueran fácil averiguarlos a través de sus gestos. Yo me consideraba una persona honesta y sincera que no tenía por costumbre ocultar ese tipo de cosas. Quizás algunos lo viesen como un defecto o como una debilidad, pero yo simplemente sabía que era mi forma de ser, de actuar, y que nada podría cambiarlo. Nada, salvo por ejemplo el contrato al que me había sometido mi "padre" por el que me obligaba a casarme con la princesa Abigail con el fin de proteger a mi madre. Ese tipo de acciones me parecían algo desdeñoso e imperdonable, poco propias de un hombre de valor y moralidad como debía ser un rey. Por mucho que desease el bienestar de su pueblo, aunque en mi opinión velaba únicamente por el suyo propio, no estaba bien obligar a nadie a que se casase con otra persona. Si firmasen una alianza entre ambos reinos, proporcionándose lo que necesitaba el uno del otro... Aunque estaba claro que nuestro matrimonio no era más que una alianza que implicaría, a mayores, la unión de los reinos.
Yo, por mi parte, tampoco deseaba extenderme demasiado en mis conversaciones con ella. No porque me desagradase, ni mucho menos, aunque si debía decir mi opinión sobre ella alegaría que era una persona un poco frivola y distante; más bien se debía al simple factor de que, a pesar de que toda la corte de confianza del rey se había volcado en enseñarme modales, elegancia y a ponerme en situaciones hipotéticas para saber desenvolverme bien en aquel mundo tan lleno de hipocresía, temía hacerlo mal y que mi pobre madre pagase las consecuencias. Una parte de mí, después de aquellos días que había pasado, podía entender el comportamiento de Abigail. Si aquello era lo único que había visto desde que había nacido, sumado a la muerte de aquel ser querido, de su verdadero amor, debía de haber resultado una experiencia demasiado demoledora como para querer mostrar al mundo una sonrisa. Quizás simplemente levaba aquella máscara de frialdad sobre el rostro para ocultar la angustia que sentía por la decisión de su padre y por la muerte de aquel joven. Después de todo ¿quien era yo para juzgarla? Nadie más que un simple campesino que, de la noche a la mañana, se había convertido en príncipe por arte de magia.
Después de que se hubiese detenido el carruaje y que hubiese comprobado yo mismo que el árbol que se hallaba bloqueando el camino, por el aspecto del borde, había sido cortado a propósito para detener el carruaje me precipité a prisa con la guardia hacia el carruaje de la princesa. Sin embargo, parecía que era demasiado tarde. Ví la figura de un hombre saliendo de allí y como se montaba sobre un caballo. Instintivamente, comencé acorrer hacia un corcel marrón, que era el que se hallaba más próximo a mí, y me subí a él de un salto. - Proteged a la princesa y retomad el camino al castillo, yo me reuniré con vosotros más adelante - Exclamé mientras me echaba hacia delante en el caballo y me agarraba con cuidado a las riendas. Le di un suave golpe en el tórax para que comenzase a correr tras el caballo blanco de aquel desconocido. - Arre. - Grité, dándole enfasis como si con eso pudiese hacer que el caballo corriese más velozmente.
Estábamos yendo justo por el camino por el que habíamos venido Abigail y yo. Poco a poco recorté distancias con aquel vulgar ladrón hasta que me coloqué a su lado. Entonces, sin meditarlo demasiado, me lancé contra él, cayendo ambos a un lado del camino y cayendo sobre la hierba. Me di un buen golpe en la espalda pero tan si quiera me importó. Lo único que deseaba era recuperar aquello que nos había robado, aquello que me era tan preciado y que simbolizaba el único recuerdo que conservaba de mi madre. Me levanté y me dirigí hacia el desconocido. - Muestra tu cara, ladrón - exclamé mientras forcejeaba con él para retirar su capucha y levantaba mi brazo para asestarle un puñetazo. Sin embargo, algo me retuvo.
Se trataba de una joven que, debía añadir, parecía apuesta. En ella destacaba una larga melena azabache, ondulada, que rivalizaba con su piel, blanca como la nieve. La miré unos segundos, extrañado, sin saber bien que decir mientras parpadeaba varias veces rápidamente, como si intentase despejar un espejismo. - Pero... Tu eres... una.. - dije entrecortadamente y muy extrañado. Jamás podría haberme imaginado que el autor de aquel hurto.. 1en realidad era autora! En ese caso, con que me devolviese solo las joyas estaríamos en paz; no permitiría que la encarcelasen por aquello.
Me gustaba que la gente me mostrase su verdaderos pensamientos o que, por lo menos, fueran fácil averiguarlos a través de sus gestos. Yo me consideraba una persona honesta y sincera que no tenía por costumbre ocultar ese tipo de cosas. Quizás algunos lo viesen como un defecto o como una debilidad, pero yo simplemente sabía que era mi forma de ser, de actuar, y que nada podría cambiarlo. Nada, salvo por ejemplo el contrato al que me había sometido mi "padre" por el que me obligaba a casarme con la princesa Abigail con el fin de proteger a mi madre. Ese tipo de acciones me parecían algo desdeñoso e imperdonable, poco propias de un hombre de valor y moralidad como debía ser un rey. Por mucho que desease el bienestar de su pueblo, aunque en mi opinión velaba únicamente por el suyo propio, no estaba bien obligar a nadie a que se casase con otra persona. Si firmasen una alianza entre ambos reinos, proporcionándose lo que necesitaba el uno del otro... Aunque estaba claro que nuestro matrimonio no era más que una alianza que implicaría, a mayores, la unión de los reinos.
Yo, por mi parte, tampoco deseaba extenderme demasiado en mis conversaciones con ella. No porque me desagradase, ni mucho menos, aunque si debía decir mi opinión sobre ella alegaría que era una persona un poco frivola y distante; más bien se debía al simple factor de que, a pesar de que toda la corte de confianza del rey se había volcado en enseñarme modales, elegancia y a ponerme en situaciones hipotéticas para saber desenvolverme bien en aquel mundo tan lleno de hipocresía, temía hacerlo mal y que mi pobre madre pagase las consecuencias. Una parte de mí, después de aquellos días que había pasado, podía entender el comportamiento de Abigail. Si aquello era lo único que había visto desde que había nacido, sumado a la muerte de aquel ser querido, de su verdadero amor, debía de haber resultado una experiencia demasiado demoledora como para querer mostrar al mundo una sonrisa. Quizás simplemente levaba aquella máscara de frialdad sobre el rostro para ocultar la angustia que sentía por la decisión de su padre y por la muerte de aquel joven. Después de todo ¿quien era yo para juzgarla? Nadie más que un simple campesino que, de la noche a la mañana, se había convertido en príncipe por arte de magia.
Después de que se hubiese detenido el carruaje y que hubiese comprobado yo mismo que el árbol que se hallaba bloqueando el camino, por el aspecto del borde, había sido cortado a propósito para detener el carruaje me precipité a prisa con la guardia hacia el carruaje de la princesa. Sin embargo, parecía que era demasiado tarde. Ví la figura de un hombre saliendo de allí y como se montaba sobre un caballo. Instintivamente, comencé acorrer hacia un corcel marrón, que era el que se hallaba más próximo a mí, y me subí a él de un salto. - Proteged a la princesa y retomad el camino al castillo, yo me reuniré con vosotros más adelante - Exclamé mientras me echaba hacia delante en el caballo y me agarraba con cuidado a las riendas. Le di un suave golpe en el tórax para que comenzase a correr tras el caballo blanco de aquel desconocido. - Arre. - Grité, dándole enfasis como si con eso pudiese hacer que el caballo corriese más velozmente.
Estábamos yendo justo por el camino por el que habíamos venido Abigail y yo. Poco a poco recorté distancias con aquel vulgar ladrón hasta que me coloqué a su lado. Entonces, sin meditarlo demasiado, me lancé contra él, cayendo ambos a un lado del camino y cayendo sobre la hierba. Me di un buen golpe en la espalda pero tan si quiera me importó. Lo único que deseaba era recuperar aquello que nos había robado, aquello que me era tan preciado y que simbolizaba el único recuerdo que conservaba de mi madre. Me levanté y me dirigí hacia el desconocido. - Muestra tu cara, ladrón - exclamé mientras forcejeaba con él para retirar su capucha y levantaba mi brazo para asestarle un puñetazo. Sin embargo, algo me retuvo.
Se trataba de una joven que, debía añadir, parecía apuesta. En ella destacaba una larga melena azabache, ondulada, que rivalizaba con su piel, blanca como la nieve. La miré unos segundos, extrañado, sin saber bien que decir mientras parpadeaba varias veces rápidamente, como si intentase despejar un espejismo. - Pero... Tu eres... una.. - dije entrecortadamente y muy extrañado. Jamás podría haberme imaginado que el autor de aquel hurto.. 1en realidad era autora! En ese caso, con que me devolviese solo las joyas estaríamos en paz; no permitiría que la encarcelasen por aquello.
William A. Sullivan- Realeza
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Fecha de inscripción : 23/08/2012
Re: Snow Falls
El golpe seco que escuchó en el techo del carruaje le alertó. Oh, claro que tenía miedo, ¿cómo no sentirlo cuando James estaba fuera junto con los conductores y el enemigo se decidía atacar primero ahí donde ella estaba sola? No obstante, Abigail estaba tan habituada a aquel entumecimiento en su pecho desde que había perdido a Frederick que, como bien había percibido James, las únicas emociones que su rostro y su mirada parecían reflejar era ira y una perpetua apatía que no le abandonaba en ningún momento. Indiferencia, aburrimiento, hastío… pero nunca miedo en su mirada.
En eso la puerta del carruaje se abría y quedaba frente a ella la figura de su atacante, su rostro oculto bajo una gruesa capucha bajo la cual lo único que alcanzaba a percibirse y no muy nítidamente era una media sonrisa torcida. ¿Venía por ella? ¿Era eso? Midas pagaría su Reino y más, daría su mano por su hija. Sin embargo Abigail no iba a dejar las cosas sencillas a aquel truhán. Podía ser que Frederick hubiera dejado un vacío enorme en su vida que cada día era más grande y le consumía por dentro, pero no tenía la más mínima intención de ser prisionera de nadie.
El hombre se cernía sobre ella y Abigail trató de patearle para impedírselo, pero el volumen del lujoso vestido que llevaba le impedía moverse con libertad. Gritó el nombre del Príncipe para que se percatara de lo que ocurría y llegara inmediatamente a clavar su espada en el costado de aquel rufián. ¿Qué quería? ¿Qué pretendía? Trató de distinguir cualquier indicio que pudiera delatarlo, algún movimiento sospechoso o el resplandor del filo de una daga, pero nada de eso ocurrió. En vez de ello, durante el forcejeo le sujetaba por la muñeca con fuerza y se hacía con el anillo que había intentado proteger. Trató de recuperarlo, pero fue inútil. El ladrón huía ya.
- Escoria rastrera, pagarás por esto. – Le había lastimado la mano al azotársela con tanto desdén contra, pero aquello era lo que menos le interesaba. De todas las joyas que llevaba encima justo la que le había interesado fue el anillo del Príncipe, ¡maldita sea! Para cuando salía del carruaje el ladrón robaba uno de sus caballos y emprendía la huida. Cobarde despreciable, aquello no quedaría así. Abigail llevaba a su gente y su bienestar siempre presente, pero la clemencia contra quienes le ofendían nunca había sido una de sus virtudes…
- ¡James! ¡Se ha llevado tu anillo! – Le urgió a darse prisa y en cuestión de segundos ya montaba en un segundo caballo y emprendía carrera para alcanzar al criminal. Los conductores permanecían anonadados ante lo ocurrido, confusos y algo atemorizados, como a la espera de que algo más aconteciese y más ladrones aparecieran de entre las profundidades del bosque a atacarlos también. Tan solo reaccionaron cuando les llegó la orden de llevarla de vuelta al castillo donde su padre.
No podía irse así nada más. Le constaba que James era un guerrero muy capaz. Después de todo el trato había sido Princesa a cambio de dragón muerto. Pero si aquel iba a ser su marido no podía simplemente marcharse y perderlo de vista sin saber de él. – Tú, ve tras del Príncipe y asístelo. Quiero la cabeza de ese ladrón por atreverse a faltarnos el respeto de esa manera. – Le ordenó a uno de los conductores de aquella manera que le era tan natural, a lo que el hombre respondió con una expresión mezcla de estupefacción y miedo. Él no era soldado. No obstante al ver que la princesa se quitaba el collar de oro que adornaba su cuello y se lo tendía sus ánimos cambiaron. – Sírveme bien y serás recompensado. – Sí, volvería al castillo con el segundo conductor, pero algo dentro de ella, una corazonada quizá, le decía que no debía arriesgarse a perder el rastro de su “Amado”.
En eso la puerta del carruaje se abría y quedaba frente a ella la figura de su atacante, su rostro oculto bajo una gruesa capucha bajo la cual lo único que alcanzaba a percibirse y no muy nítidamente era una media sonrisa torcida. ¿Venía por ella? ¿Era eso? Midas pagaría su Reino y más, daría su mano por su hija. Sin embargo Abigail no iba a dejar las cosas sencillas a aquel truhán. Podía ser que Frederick hubiera dejado un vacío enorme en su vida que cada día era más grande y le consumía por dentro, pero no tenía la más mínima intención de ser prisionera de nadie.
El hombre se cernía sobre ella y Abigail trató de patearle para impedírselo, pero el volumen del lujoso vestido que llevaba le impedía moverse con libertad. Gritó el nombre del Príncipe para que se percatara de lo que ocurría y llegara inmediatamente a clavar su espada en el costado de aquel rufián. ¿Qué quería? ¿Qué pretendía? Trató de distinguir cualquier indicio que pudiera delatarlo, algún movimiento sospechoso o el resplandor del filo de una daga, pero nada de eso ocurrió. En vez de ello, durante el forcejeo le sujetaba por la muñeca con fuerza y se hacía con el anillo que había intentado proteger. Trató de recuperarlo, pero fue inútil. El ladrón huía ya.
- Escoria rastrera, pagarás por esto. – Le había lastimado la mano al azotársela con tanto desdén contra, pero aquello era lo que menos le interesaba. De todas las joyas que llevaba encima justo la que le había interesado fue el anillo del Príncipe, ¡maldita sea! Para cuando salía del carruaje el ladrón robaba uno de sus caballos y emprendía la huida. Cobarde despreciable, aquello no quedaría así. Abigail llevaba a su gente y su bienestar siempre presente, pero la clemencia contra quienes le ofendían nunca había sido una de sus virtudes…
- ¡James! ¡Se ha llevado tu anillo! – Le urgió a darse prisa y en cuestión de segundos ya montaba en un segundo caballo y emprendía carrera para alcanzar al criminal. Los conductores permanecían anonadados ante lo ocurrido, confusos y algo atemorizados, como a la espera de que algo más aconteciese y más ladrones aparecieran de entre las profundidades del bosque a atacarlos también. Tan solo reaccionaron cuando les llegó la orden de llevarla de vuelta al castillo donde su padre.
No podía irse así nada más. Le constaba que James era un guerrero muy capaz. Después de todo el trato había sido Princesa a cambio de dragón muerto. Pero si aquel iba a ser su marido no podía simplemente marcharse y perderlo de vista sin saber de él. – Tú, ve tras del Príncipe y asístelo. Quiero la cabeza de ese ladrón por atreverse a faltarnos el respeto de esa manera. – Le ordenó a uno de los conductores de aquella manera que le era tan natural, a lo que el hombre respondió con una expresión mezcla de estupefacción y miedo. Él no era soldado. No obstante al ver que la princesa se quitaba el collar de oro que adornaba su cuello y se lo tendía sus ánimos cambiaron. – Sírveme bien y serás recompensado. – Sí, volvería al castillo con el segundo conductor, pero algo dentro de ella, una corazonada quizá, le decía que no debía arriesgarse a perder el rastro de su “Amado”.
Evelyn D. Aldridge- Realeza
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Re: Snow Falls
No me hizo falta volverme, casi en el momento supe que él había sido más rápido de lo que yo había pensado. Noté su presencia detrás de mí, la presencia del otro corcel y no pude evitar espolear al que yo montaba con la intención de que corriera más, aunque no estaba del todo segura de que eso fuera a ayudarme. Era rápido, muy rápido y aunque yo me conocía posiblemente mejor el bosque que él, parecía que sabía perfectamente por donde iba a tirar yo.
Lo que más me sorprendió sin embargo fue notar su presencia y oír los cascos de su caballo justo a mi lado. Habíamos quedado totalmente en paralelo. Sabía que tenía que hacer algo… ¿instar al caballo a correr más? Eso o cogerme algún camino oculto que él no pudiera adivinar con tiempo, de manera que pudiera alejarme de él lo suficiente como para que no me alcanzara aunque tomase luego ese camino. Estaba pensando con rapidez, con toda la que era capaz, pero él simplemente fue más rápido que yo y se lanzó contra mí cayendo ambos al suelo.
El golpe contra el suelo dolió pero eso no iba a pararme. Tomé la bolsa que se me había caído con la caída y me la metí en el bolsillo pero antes de poder levantarme, él se acercó hasta mí y empezamos a forcejear. Sabía que quería descubrirme, verme el rostro y yo estaba dispuesta a impedirlo... O al menos lo intenté pues a los pocos segundos note como mi rostro quedaba al descubierto. Incluso vi su brazo levantado totalmente dispuesto a golpearme en el rostro. ¿Se atrevería a pegarle a una mujer?
Pero sus siguientes palabras me lo aclararon...
Mujer... ¿Tanto te...? - Moví una de sus manos por la tierra, buscando, tanteando hasta que dieron con una piedra redonda. La cogí con fuerza y después así mi mano hacia el rostro de él golpeándole con la piedra - ¿Sorprende? - Esbocé una media sonrisa al tiempo que me deshacía de él aprovechando el atontamiento que le había causado de forma momentánea. Me levanté del suelo como pude y caminé con rapidez hasta el caballo sobre el que me volví a montar. Volví la mirada unos segundos hacía él, observándole desde ahí arriba con una media sonrisa dibujada en mi rostro, sin molestarme siquiera en volver a taparme la cabeza con la capa verdosa que llevaba en aquella ocasión.
Permanecí unos segundos allí mirándole, antes de volver a espolear el caballo para alejarme del lugar. No iba a permitir que me pillara dos veces en un mismo día y menos aún por la misma persona. Solamente me volví cuando le oí decirme aquellas palabras esbozando una sonrisa, de alguna manera le estaba retando a cumplirlas.
Lo que más me sorprendió sin embargo fue notar su presencia y oír los cascos de su caballo justo a mi lado. Habíamos quedado totalmente en paralelo. Sabía que tenía que hacer algo… ¿instar al caballo a correr más? Eso o cogerme algún camino oculto que él no pudiera adivinar con tiempo, de manera que pudiera alejarme de él lo suficiente como para que no me alcanzara aunque tomase luego ese camino. Estaba pensando con rapidez, con toda la que era capaz, pero él simplemente fue más rápido que yo y se lanzó contra mí cayendo ambos al suelo.
El golpe contra el suelo dolió pero eso no iba a pararme. Tomé la bolsa que se me había caído con la caída y me la metí en el bolsillo pero antes de poder levantarme, él se acercó hasta mí y empezamos a forcejear. Sabía que quería descubrirme, verme el rostro y yo estaba dispuesta a impedirlo... O al menos lo intenté pues a los pocos segundos note como mi rostro quedaba al descubierto. Incluso vi su brazo levantado totalmente dispuesto a golpearme en el rostro. ¿Se atrevería a pegarle a una mujer?
Pero sus siguientes palabras me lo aclararon...
Mujer... ¿Tanto te...? - Moví una de sus manos por la tierra, buscando, tanteando hasta que dieron con una piedra redonda. La cogí con fuerza y después así mi mano hacia el rostro de él golpeándole con la piedra - ¿Sorprende? - Esbocé una media sonrisa al tiempo que me deshacía de él aprovechando el atontamiento que le había causado de forma momentánea. Me levanté del suelo como pude y caminé con rapidez hasta el caballo sobre el que me volví a montar. Volví la mirada unos segundos hacía él, observándole desde ahí arriba con una media sonrisa dibujada en mi rostro, sin molestarme siquiera en volver a taparme la cabeza con la capa verdosa que llevaba en aquella ocasión.
Permanecí unos segundos allí mirándole, antes de volver a espolear el caballo para alejarme del lugar. No iba a permitir que me pillara dos veces en un mismo día y menos aún por la misma persona. Solamente me volví cuando le oí decirme aquellas palabras esbozando una sonrisa, de alguna manera le estaba retando a cumplirlas.
Re: Snow Falls
Pese a que aquel hombre parecía rápido sobre su corcel, yo lo era más. Si bien no tenía demasiado entrenamiento en cuestiones de protocolo y saber cómo comportarse en ocasiones que implicasen sacar a relucir la galantería propia de un príncipe, podría decir que lo compensaba con habilidades como aquella. El haber sido criado durante mi vida en una granja me había asegurado un buen dominio con los animales. Si a ello le sumábamos lo que la princesa Abigail le había gritado sobre su anillo, se había traducido en un fervor y unas ansias completamente renovadas para alcanzar aquel objetivo, a aquel truhán que quería despojarlo de sus últimos recuerdos.
La sorpresa había sido cuando, al destapar su rostro, pude observar las facciones de una mujer. La lentitud de mi reacción y la rapidez por parte suya habían llevado a que me golpease la cabeza con una piedra, haciendo que me cayese hacia su derecha. Llevé mi mano derecha hacia el mentón, acariciando la dolorida zona y notando como un líquido escarlata fluía por una pequeña herida. Como acordándome de repente de donde estaba y el motivo, me levanté del suelo justo a tiempo para ver como la muchacha volvía a estar sobre sus monturas. Me levanté del suelo casi de un salto y clavé mi mirada en la suya. Pude ver un aire de reto en sus ojos. Yo tenía el ceño fruncido y los puños cerrados; no podía negar que estaba de muy mal humor por la situación - No te vas a poder esconder eternamente - Le grité mientras daba unos pasos rápidos hacia delante, observando como comenzaba a espolear a su caballo - Estés donde estés, ¡te encontraré! - Acabé sentenciando, amenazante. Puse observar como se volvía para mirarme con una sonrisa, como si me retase a ello. Sabía que esa no sería la última vez que la vería y que las cosas serían diferentes.
Por la frustración, di una patada contra una piedra del camino, lanzándola hacia uno de los lados. Vi como un conejo se alejaba de aquella zona, raudo. Seguramente la piedra había estado apunto de alcanzarlo. Maldije en mi interior aquella situación cuando uno de los soldados llegó a junto mía - No te preocupes, estoy bien... Pero quiero encontrar a la ladrona. - Quizás ella se lo estuviese tomando como un juego, pero aquel anillo era demasiado importante como para que lo fuese.
_________________________________________________
Una vez hubo regresado al castillo, no me detuve hasta conocer la identidad de la mujer que los había asaltado y no se puede decir que hubiese tenido demasiados problemas para ello. Por primera vez, debía estarle agradecido a la Reina por algo. Y es que le había proporcionado la verdadera identidad de la muchacha. Justo al llegar al castillo no pude evitar fijarse en un cartel de" Se busca" con el rostro inconfundible de, según rezaba el cartel, Snow White. Tuvo que acercarse hasta él y arrancarlo, guardándolo en el bolsillo de sus pantalones para tenerlo bien presente.
Al día siguiente me había dedicado a preguntar a los guardas sobre todos los asaltos de los que habían tenido noticia por los bosques que rodeaban la carretera de los Trolls. Me había regocijado al enterarme de que había habido unos cuantos en los que siempre se relataban la vista de una figura encapuchada que actuaba en solitario. Tenía que tratarse de ella, no había ninguna duda. Además, algunos vendedores que acudían al reino a comerciar en el mercado también habían visto aquella extraña figura alguna vez. Recopilando todos los datos con un mapa de la zona, no le fue demasiado difícil diseñar algunas zonas en las que podría tener una guarida aquella muchacha para poder recuperar aquello que era mio y para demostrarle que aquello no era un juego.
Después de un par de días visitando el bosque durante todo el día, observando todas las zonas que él mismo había escogido y tras empezar a creer que quizás debería ampliar el área de búsqueda, logré discernir entre la maleza la figura de la joven adentrándose en una cueva oculta por unas rocas. Por un momento, estuve a punto de ir en su busca sin pensárselo dos veces aunque tenía una idea mejor. Ese día decidí volver al castillo a por algunas provisiones y una red, esperando hasta el anochecer para actuar. Seguramente se moviese de día y de noche usara aquel escondite para resguardarse. Esa era una ventaja que pensaba aprovechar, usándola para crear una trampa para capturarla. Y así fue. Cuando las últimas luces del crepúsculo cayeron por el horizonte, salí del castillo con todo preparado.
Pasé parte de la noche construyendo aquello, colocando la red en el suelo del bosque, atándola a las ramas de un árbol y cubriéndola con maleza y hojas para que no la descubriese. Cuando hube terminado, me escondí tras unos arbustos dispuesto a esperar a que saliese de su escondite al dia siguiente y se llevase la sorpresa de su vida. No pude evitar esbozar una sonrisa, pensando en aquel momento. Tenía que reconocer que había sido un golpe de suerte y pensaba aprovecharlo.
Con las primeras luces del alba,no pude evitar estirarse y frotar mis ojos enérgicamente, ya que el cansancio de haber pasado la noche en vela había sido agotador, pese a que había llegado a dormitar en alguna ocasión. No tardé demasiado en distinguir la figura a la que estaba esperando precipitarse al exterior. Llevaba la capucha puesta, pero podía adivinarse bajo ella la larga melena negra que rivalizaba con su piel. Crucé mis dedos, deseando que cayese en la trampa y, como había esperado, así fue.
Comencé a reírme suavemente mientras salía de mi escondite, alzando mi cabeza para verla suspendida en aquella trampa. - Te dije que te encontraría... Sin importar lo que hagas, siempre te encontraré - Esbocé una sonrisa mientras me cruzaba de brazos, sin apartar ni por un segundo mi vista de ella - ¿Te ha gustado mi pequeña sorpresa? Soy una persona bastante persistente.
La sorpresa había sido cuando, al destapar su rostro, pude observar las facciones de una mujer. La lentitud de mi reacción y la rapidez por parte suya habían llevado a que me golpease la cabeza con una piedra, haciendo que me cayese hacia su derecha. Llevé mi mano derecha hacia el mentón, acariciando la dolorida zona y notando como un líquido escarlata fluía por una pequeña herida. Como acordándome de repente de donde estaba y el motivo, me levanté del suelo justo a tiempo para ver como la muchacha volvía a estar sobre sus monturas. Me levanté del suelo casi de un salto y clavé mi mirada en la suya. Pude ver un aire de reto en sus ojos. Yo tenía el ceño fruncido y los puños cerrados; no podía negar que estaba de muy mal humor por la situación - No te vas a poder esconder eternamente - Le grité mientras daba unos pasos rápidos hacia delante, observando como comenzaba a espolear a su caballo - Estés donde estés, ¡te encontraré! - Acabé sentenciando, amenazante. Puse observar como se volvía para mirarme con una sonrisa, como si me retase a ello. Sabía que esa no sería la última vez que la vería y que las cosas serían diferentes.
Por la frustración, di una patada contra una piedra del camino, lanzándola hacia uno de los lados. Vi como un conejo se alejaba de aquella zona, raudo. Seguramente la piedra había estado apunto de alcanzarlo. Maldije en mi interior aquella situación cuando uno de los soldados llegó a junto mía - No te preocupes, estoy bien... Pero quiero encontrar a la ladrona. - Quizás ella se lo estuviese tomando como un juego, pero aquel anillo era demasiado importante como para que lo fuese.
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Una vez hubo regresado al castillo, no me detuve hasta conocer la identidad de la mujer que los había asaltado y no se puede decir que hubiese tenido demasiados problemas para ello. Por primera vez, debía estarle agradecido a la Reina por algo. Y es que le había proporcionado la verdadera identidad de la muchacha. Justo al llegar al castillo no pude evitar fijarse en un cartel de" Se busca" con el rostro inconfundible de, según rezaba el cartel, Snow White. Tuvo que acercarse hasta él y arrancarlo, guardándolo en el bolsillo de sus pantalones para tenerlo bien presente.
Al día siguiente me había dedicado a preguntar a los guardas sobre todos los asaltos de los que habían tenido noticia por los bosques que rodeaban la carretera de los Trolls. Me había regocijado al enterarme de que había habido unos cuantos en los que siempre se relataban la vista de una figura encapuchada que actuaba en solitario. Tenía que tratarse de ella, no había ninguna duda. Además, algunos vendedores que acudían al reino a comerciar en el mercado también habían visto aquella extraña figura alguna vez. Recopilando todos los datos con un mapa de la zona, no le fue demasiado difícil diseñar algunas zonas en las que podría tener una guarida aquella muchacha para poder recuperar aquello que era mio y para demostrarle que aquello no era un juego.
Después de un par de días visitando el bosque durante todo el día, observando todas las zonas que él mismo había escogido y tras empezar a creer que quizás debería ampliar el área de búsqueda, logré discernir entre la maleza la figura de la joven adentrándose en una cueva oculta por unas rocas. Por un momento, estuve a punto de ir en su busca sin pensárselo dos veces aunque tenía una idea mejor. Ese día decidí volver al castillo a por algunas provisiones y una red, esperando hasta el anochecer para actuar. Seguramente se moviese de día y de noche usara aquel escondite para resguardarse. Esa era una ventaja que pensaba aprovechar, usándola para crear una trampa para capturarla. Y así fue. Cuando las últimas luces del crepúsculo cayeron por el horizonte, salí del castillo con todo preparado.
Pasé parte de la noche construyendo aquello, colocando la red en el suelo del bosque, atándola a las ramas de un árbol y cubriéndola con maleza y hojas para que no la descubriese. Cuando hube terminado, me escondí tras unos arbustos dispuesto a esperar a que saliese de su escondite al dia siguiente y se llevase la sorpresa de su vida. No pude evitar esbozar una sonrisa, pensando en aquel momento. Tenía que reconocer que había sido un golpe de suerte y pensaba aprovecharlo.
Con las primeras luces del alba,no pude evitar estirarse y frotar mis ojos enérgicamente, ya que el cansancio de haber pasado la noche en vela había sido agotador, pese a que había llegado a dormitar en alguna ocasión. No tardé demasiado en distinguir la figura a la que estaba esperando precipitarse al exterior. Llevaba la capucha puesta, pero podía adivinarse bajo ella la larga melena negra que rivalizaba con su piel. Crucé mis dedos, deseando que cayese en la trampa y, como había esperado, así fue.
Comencé a reírme suavemente mientras salía de mi escondite, alzando mi cabeza para verla suspendida en aquella trampa. - Te dije que te encontraría... Sin importar lo que hagas, siempre te encontraré - Esbocé una sonrisa mientras me cruzaba de brazos, sin apartar ni por un segundo mi vista de ella - ¿Te ha gustado mi pequeña sorpresa? Soy una persona bastante persistente.
William A. Sullivan- Realeza
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Re: Snow Falls
Tenía que darme prisa si quería encontrar otro lugar donde resguardarme. Durante todos los meses que llevaba huyendo y escondiéndome de Siobhan desde que el Cazador me dejase huir, había aprendido que lo mejor era moverme de un lugar a otro cada determinado tiempo si no quería que me encontrasen. Empecé a meter todo lo robado esos últimos días dentro de un saco de tela que me colgué por encima de uno de los hombros. Tomé el collar con el colgante de cristal que contenía el polvo de hadas colgándomelo alrededor del cuello, antes de taparme la cabeza con la capa y salir de aquella cueva, dispuesta a irme muy lejos.
Es más, cuando salí del lugar no pude evitar volverme unos segundos y observar la entrada oscura a aquella cueva donde había estado refugiada el último mes. Me mordí ligeramente el labio inferior y pensé durante unos segundos en mi padre. Estaba segura de que la vida que estaba llevando ahora no era la que él había querido para mí, en absoluto. Yo no pertenecía a aquel lugar. Esa no era mi vida... Mi destino tendría que haber sido muy distinto. Pudiera ser perfectamente que en el momento de llevar a cabo algunas de las obligaciones reales, como casarme con otro príncipe de forma concertada y tener que llevar a cabo una serie de responsabilidades, me hubiese rebelado. Posiblemente no hubiese querido cumplir con todo aquello, no al menos en un principio, pero... me habría resignado, porque había nacido con unos privilegios pero al mismo con unas obligaciones que no podía eludir y eso, eso lo sabía desde muy corta edad.
Además ahora hubiese dado lo que fuera por estar cumpliendo esas obligaciones en palacio con mi padre al lado..., pero ella, ella me lo había arrebatado todo. Era consciente de que estaba enfadada conmigo aún, que yo no podía cambiar lo que había hecho años atrás. Nadie podía cambiarlo. Yo solo era una niña que no entendía las consecuencias de sus actos y sus palabras. No entendía hasta donde podía llegar la tiranía de una persona... Ahora lo entendía de tal manera que me dolía y me hacia sentir rabia. Rabia hacia ella. Rabia porque realmente nunca me había querido de la manera en que yo la había querido a ella... ni siquiera a mi padre, aunque él tampoco se libraba. Había tenido parte de culpa en todo aquello y yo era más que consciente.
Pero..., ella había sido la única madre que había tenido, puesto que a mi madre no la recordaba en absoluto. Sabía las cosas que me habían dicho sobre ella, pero nada más. ¿Tanto pedir era que me hubiese querido aunque fuese un mínimo? ¿qué hubiese entendido que yo no había hecho lo que hice de forma consciente? Mi intención nunca fue dañarla, para nada. Simplemente era demasiado pequeña para entender.
Di unos cuantos pasos con todo aquello aún recorriendo mi mente hasta que noté como algo me tiraba hacia arriba. No pude evitar gritar de la impresión y el susto. Me removí inquieta unos segundos intentando sentarme, agarrándome a las cuerdas hasta que oí esa voz. “Asomé” la cabeza por entre uno de los agujeros de la red y entorné los ojos. ¡Era él! ¡Maldita sea! ¿Cómo diantres me había encontrado? Bufé ligeramente molesta, por no decir MUY molesta y le dediqué una mirada asesina entrecerrando los ojos mientras le escuchaba hablar.
¡Qué encantador! Irónicamente hablando, por supuesto. Solté una pequeña carcajada. ¿Persistente? De aquello no cabía la menor duda.
- ¡Me ha encantado! ¡Me encontraste! - Esbocé una sonrisa burlona al tiempo que me agarraba con más fuerza a las cuerdas - ¿De verdad? ¿Sólo consigues a una mujer atrapándola en una red? - Sí, en cierto modo me estaba burlando de él – Que lástima, pensaba que cuando me encontrases sería de otra manera... más... ¿formal quizás? - Le miraba directamente a los ojos. Una parte de mí le estaba desafiando y otra sabía perfectamente que tendría que haberme mordido la lengua en alguna parte de mi “discursito” pero sencillamente no había podido evitarlo. ¡Me estaba poniendo de los nervios y eso que acababa de “llegar”! - ¿Eres un Prince Charming de verdad? - Otra vez aquella nota de burla en mi voz... ¿qué príncipe sabía construir aquellas trampas con sus propias manos y él solo? Yo había tenido que aprender a moverme en el bosque porque no me había quedado otra...
Es más, cuando salí del lugar no pude evitar volverme unos segundos y observar la entrada oscura a aquella cueva donde había estado refugiada el último mes. Me mordí ligeramente el labio inferior y pensé durante unos segundos en mi padre. Estaba segura de que la vida que estaba llevando ahora no era la que él había querido para mí, en absoluto. Yo no pertenecía a aquel lugar. Esa no era mi vida... Mi destino tendría que haber sido muy distinto. Pudiera ser perfectamente que en el momento de llevar a cabo algunas de las obligaciones reales, como casarme con otro príncipe de forma concertada y tener que llevar a cabo una serie de responsabilidades, me hubiese rebelado. Posiblemente no hubiese querido cumplir con todo aquello, no al menos en un principio, pero... me habría resignado, porque había nacido con unos privilegios pero al mismo con unas obligaciones que no podía eludir y eso, eso lo sabía desde muy corta edad.
Además ahora hubiese dado lo que fuera por estar cumpliendo esas obligaciones en palacio con mi padre al lado..., pero ella, ella me lo había arrebatado todo. Era consciente de que estaba enfadada conmigo aún, que yo no podía cambiar lo que había hecho años atrás. Nadie podía cambiarlo. Yo solo era una niña que no entendía las consecuencias de sus actos y sus palabras. No entendía hasta donde podía llegar la tiranía de una persona... Ahora lo entendía de tal manera que me dolía y me hacia sentir rabia. Rabia hacia ella. Rabia porque realmente nunca me había querido de la manera en que yo la había querido a ella... ni siquiera a mi padre, aunque él tampoco se libraba. Había tenido parte de culpa en todo aquello y yo era más que consciente.
Pero..., ella había sido la única madre que había tenido, puesto que a mi madre no la recordaba en absoluto. Sabía las cosas que me habían dicho sobre ella, pero nada más. ¿Tanto pedir era que me hubiese querido aunque fuese un mínimo? ¿qué hubiese entendido que yo no había hecho lo que hice de forma consciente? Mi intención nunca fue dañarla, para nada. Simplemente era demasiado pequeña para entender.
Di unos cuantos pasos con todo aquello aún recorriendo mi mente hasta que noté como algo me tiraba hacia arriba. No pude evitar gritar de la impresión y el susto. Me removí inquieta unos segundos intentando sentarme, agarrándome a las cuerdas hasta que oí esa voz. “Asomé” la cabeza por entre uno de los agujeros de la red y entorné los ojos. ¡Era él! ¡Maldita sea! ¿Cómo diantres me había encontrado? Bufé ligeramente molesta, por no decir MUY molesta y le dediqué una mirada asesina entrecerrando los ojos mientras le escuchaba hablar.
¡Qué encantador! Irónicamente hablando, por supuesto. Solté una pequeña carcajada. ¿Persistente? De aquello no cabía la menor duda.
- ¡Me ha encantado! ¡Me encontraste! - Esbocé una sonrisa burlona al tiempo que me agarraba con más fuerza a las cuerdas - ¿De verdad? ¿Sólo consigues a una mujer atrapándola en una red? - Sí, en cierto modo me estaba burlando de él – Que lástima, pensaba que cuando me encontrases sería de otra manera... más... ¿formal quizás? - Le miraba directamente a los ojos. Una parte de mí le estaba desafiando y otra sabía perfectamente que tendría que haberme mordido la lengua en alguna parte de mi “discursito” pero sencillamente no había podido evitarlo. ¡Me estaba poniendo de los nervios y eso que acababa de “llegar”! - ¿Eres un Prince Charming de verdad? - Otra vez aquella nota de burla en mi voz... ¿qué príncipe sabía construir aquellas trampas con sus propias manos y él solo? Yo había tenido que aprender a moverme en el bosque porque no me había quedado otra...
Re: Snow Falls
Haber visto desde aquella posición como la red se cerraba, atrapando a aquella ladronzuela había sido lo que necesitaba. Me había alegrado el día y, desde luego, había visto mi esfuerzo recompensando. Quizás no fuese demasiado encantador de mi parte pero, al fin y al cabo, era una ladrona, no merecía ningún trato de favor. Y más cuando entre sus pertenencias se hallaba aquel anillo tan valioso para mí. Mi único interes era recuperarlo, después la dejaría en libertad. No la encarcelaría por aquello pese a que las leyes del reino lo dictasen. Seguramente por habérmelo hecho a mi el castigo sería la horca y no deseaba cargar con la muerte de aquella joven muchacha. Además, no creía que lo necesitase. A veces aquellos decretos podían llegar a ser demasiado crueles.
Y allí estaba, ante ella, intentando ocultar mi risa aunque sin demasiado éxito. Haberla capturado en aquel truco tan fácil había sido una victoria que me había sabido a poco; tras haberla conocido por primera vez había creído que me daría más guerra de lo que al final había resultado. Y pese a todo, debía reconocer que la muchacha tenía agallas por quedarse en el camino para asaltar el carro de la realeza para quedarse con unas cuantas joyas y, más aún, sola. Seguramente necesitase aquello, aunque eso no la exculpaba de sus crímenes. De todas formas, yo era un impostor así que tampoco creía que pudiese hablar de buenos y malos actos. Quizás ella, como yo, se había visto obligada a actuar de aquella forma. Sin embargo, era algo que no iba a averiguar. En cuando me devolviera lo que me pertenecía, podría volver cada uno a sus quehaceres y, seguramente, no volviésemos a vernos jamás. No podía negar, aún así, que había algo en ella que había transformado lo que debería haber sido un enfado en un simple reto. Quizás fuese aquella mirada que parecía estar retándome en todo momento, creyéndose mejor que yo. Aún así, el juego del gato y el ratón parecía haber llegado a su fin con la victoria del felino.
La chica, que parecía haberse dado ya cuenta de mi presencia, se movía con avidez en la trampa como si intentase zafarse de ella, aunque sin éxito. Sentí su mirada furiosa clavada en mi. En respuesta, mi sonrisa se ensancho dejando ver ambas filas de dientes. Debía de reconocer que estaba pletórico y hasta satisfecho con el resultado de aquel improvisado plan. - Parece que no te gusta el nuevo hogar que te he procurado - Añadí al ver aquella mirada, con cierto retintín en mi voz. Seguía con mis brazos cruzados bajo mi pecho. Ladeé la cabeza disfrutando de aquel momento.
La chica parecía que, pese a su situación, no había perdido ni un ápice de su arrogancia y sarcasmo. No pude evitar otra risa cuando me preguntó si eso era lo que hacía para conseguir a alguna mujer. Negué zarandeando mi cabeza, sin perder en ningún momento aquella sonrisa - Es la única forma para atrapar a una escurridiza ladrona - Añadí con el mismo tono que ella había empleado y arqueé las cejas, claramente divertido por la situación. Debería de haberse planteado mejor a que carro atacaba. Ella no me conocía. No era como un príncipe cualquiera que enviaba a sus soldados a hacer su trabajo. Prefería hacerlo él mismo. Y aquello era una suerte para ella ya que si la hubiesen capturado, no serían tan benevolentes con ella. Escuché sus palabras con atención, manteniendo su mirada sin ceder en ningún momento. Tenía sentido del humor, eso era visible - El problema es que no sabía si te gustaba más el vino o el champán... Así que preferí algo más informal para no meterte en ningún compromiso. - Le guiñé un ojo.
Me preguntó si era un Prince Charming. Me rasqué la nuca y me encogí de hombros. - ¿Sabes? Tengo un nombre - Añadí. acaricié con mi mano derecha mi mentón, no pudiendo evitar acariciar también la cicatriz que tenía hacia el lado derecho de este. Recordé la mirada que me había dirigido cuando estaba en los lomos de su caballo, después de haberme golpeado. Esa mirada que había recordado con ansia y que me indicaba las ganas que tenía de recuperar mis posesiones. - La conversación es muy interesante, "Milady" - Dije aquello último con un tono sarcástico - pero ¿por qué no me devuelves el saco con las joyas que me has robado para que te libere y así cada uno pueda regresar a sus quehaceres?
Y allí estaba, ante ella, intentando ocultar mi risa aunque sin demasiado éxito. Haberla capturado en aquel truco tan fácil había sido una victoria que me había sabido a poco; tras haberla conocido por primera vez había creído que me daría más guerra de lo que al final había resultado. Y pese a todo, debía reconocer que la muchacha tenía agallas por quedarse en el camino para asaltar el carro de la realeza para quedarse con unas cuantas joyas y, más aún, sola. Seguramente necesitase aquello, aunque eso no la exculpaba de sus crímenes. De todas formas, yo era un impostor así que tampoco creía que pudiese hablar de buenos y malos actos. Quizás ella, como yo, se había visto obligada a actuar de aquella forma. Sin embargo, era algo que no iba a averiguar. En cuando me devolviera lo que me pertenecía, podría volver cada uno a sus quehaceres y, seguramente, no volviésemos a vernos jamás. No podía negar, aún así, que había algo en ella que había transformado lo que debería haber sido un enfado en un simple reto. Quizás fuese aquella mirada que parecía estar retándome en todo momento, creyéndose mejor que yo. Aún así, el juego del gato y el ratón parecía haber llegado a su fin con la victoria del felino.
La chica, que parecía haberse dado ya cuenta de mi presencia, se movía con avidez en la trampa como si intentase zafarse de ella, aunque sin éxito. Sentí su mirada furiosa clavada en mi. En respuesta, mi sonrisa se ensancho dejando ver ambas filas de dientes. Debía de reconocer que estaba pletórico y hasta satisfecho con el resultado de aquel improvisado plan. - Parece que no te gusta el nuevo hogar que te he procurado - Añadí al ver aquella mirada, con cierto retintín en mi voz. Seguía con mis brazos cruzados bajo mi pecho. Ladeé la cabeza disfrutando de aquel momento.
La chica parecía que, pese a su situación, no había perdido ni un ápice de su arrogancia y sarcasmo. No pude evitar otra risa cuando me preguntó si eso era lo que hacía para conseguir a alguna mujer. Negué zarandeando mi cabeza, sin perder en ningún momento aquella sonrisa - Es la única forma para atrapar a una escurridiza ladrona - Añadí con el mismo tono que ella había empleado y arqueé las cejas, claramente divertido por la situación. Debería de haberse planteado mejor a que carro atacaba. Ella no me conocía. No era como un príncipe cualquiera que enviaba a sus soldados a hacer su trabajo. Prefería hacerlo él mismo. Y aquello era una suerte para ella ya que si la hubiesen capturado, no serían tan benevolentes con ella. Escuché sus palabras con atención, manteniendo su mirada sin ceder en ningún momento. Tenía sentido del humor, eso era visible - El problema es que no sabía si te gustaba más el vino o el champán... Así que preferí algo más informal para no meterte en ningún compromiso. - Le guiñé un ojo.
Me preguntó si era un Prince Charming. Me rasqué la nuca y me encogí de hombros. - ¿Sabes? Tengo un nombre - Añadí. acaricié con mi mano derecha mi mentón, no pudiendo evitar acariciar también la cicatriz que tenía hacia el lado derecho de este. Recordé la mirada que me había dirigido cuando estaba en los lomos de su caballo, después de haberme golpeado. Esa mirada que había recordado con ansia y que me indicaba las ganas que tenía de recuperar mis posesiones. - La conversación es muy interesante, "Milady" - Dije aquello último con un tono sarcástico - pero ¿por qué no me devuelves el saco con las joyas que me has robado para que te libere y así cada uno pueda regresar a sus quehaceres?
William A. Sullivan- Realeza
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Re: Snow Falls
¿Ladrona? ¿ME ACABABA DE LLAMAR LADRONA? “Disculpa querido, pero lo único que hago yo, es tomar prestado a aquellos que tienen demasiado”. Incluso en mi propia cabeza soné como que muy... como aquel tipo del que había oído hablar: Robin Hood. Ladee ligeramente el rostro aunque sin apartar mi mirada de él. - Nimiedades – Respondí como si realmente no hubiese hecho algo TAN sumamente grave como el parecía decir. Lo peor de toda aquella situación es que daba la sensación de que ambos no estábamos divirtiendo con todo aquello y yo ya no sabía si eso era bueno o malo. - Champán habría estado bien..., por si vuelves a tener la brillante idea de buscarme.- Respondí con una sonrisa divertida. Realmente el saberme atrapada no me asustaba, ni siquiera me hacía sentirme inferior o desprotegida. Sabía perfectamente que si quisiera lo que quisiera de mí iba a tener que bajarme. Estaba casi completamente segura.
Menudo chasco me hubiese llevado de no ser así, la verdad.
Me suponía que tendría un nombre, como todo el mundo, como yo misma, el caso era que... - No me importa. “Charming” te describe perfectamente – Dije con sarcasmo y un ligero tono de mofa en mi voz y en la forma de decirlo. Estaba usando aquella palabra de forma despectiva, más como un insulto que como otra cosa, era un medio que estaba usando para mofarme de él de una forma... ¿elegante? Aunque la verdad es que, el apodo después de todo no le quedaba del todo mal, en absoluto. Esbocé una nueva sonrisita divertida al tiempo que soltaba un poco las cuerdas. Tampoco quería hacerme heridas en las manos, y agarrándolas con tanta fuerza era justo lo que iba a conseguir. - Ahora, bájame... Charming- Lo dije con un toque de rabia en la voz así como también como si se tratara de una orden, al menos mi voz llevaba la suficiente tonalidad para considerarlo una orden en toda regla, que me fuera a hacer caso era otra muy distinta y..., por como iban las cosas me parecía a mí, que caso, era lo último que iba a hacerme. Aún así mis ojos no dejaban de mirarle fijamente con una mezcla de diversión y reto.
¿Milady? Una media sonrisa se dibujó en mi rostro – Eso es porque yo la hago interesante... - Le respondí, me gustaba ser de aquel tipo de personas descaradas, sobretodo ahora que no tenía que regirme por ningún tipo de protocolo, puesto que los forasteros apenas debían recordar quien era yo. Él desde luego que no. No le había visto en mi vida, cosa quizá extraña, pero cierta. Siobhan me había librado de todo aquello, aunque no se lo agradecería en la vida. Librarme del protocolo y del ser educada las veinticuatro horas del día no compensaba en absoluto todo lo que había perdido. Incluido el cariño y amor de la gente de mi pueblo que parecían haberse vuelto en contra mía. Llegué a pensar que estaban bajo un hechizo, después de todo, si tenemos en cuenta que Siobhan era la Reina, no era tan raro pensar aquello...
¿Devolverle aquella preciosa bolsa de cuero y todas las joyas que había en su interior? Vaya... Eso iba a ser un tanto más difícil. Se las había vendido a los Trolls días atrás y no creía que fuese tan fácil recuperarlas. Por algo estábamos hablando (más bien pensando) de Trolls. - Eso..., eso va a ser un poco complicado, sí. - Respondí asintiendo sin poder evitar seguir usando un tono ligeramente desafiante. Me quedé unos segundos callada, pero no el suficiente tiempo como para que pudiera responderme y acerqué mi rostro a la red, hasta uno de los huecos mirando a través, mirándole directamente a él – Las vendí.
Estaba siendo sincera, ¿qué más quería de mí? Alejé mi rostro de aquel hueco, aunque seguía pendiente de él, de su reacción, de sus movimientos. Desde mi posición podía hacer todo aquello perfectamente y quizá tenía un foco de visión que me lo facilitaba mucho más. - Además... - Añadí en el último momento analizándole con mi mirada de arriba abajo – No eres de los que llevan joyas. - Para nada. En absoluto. Pensar que yo hubo una época que las llevaba - ¿Qué más te dará? ¿No tienes un Palacio lleno de joyas y todo lo que tu quieras en algún lugar? - Uno muy parecido al que yo había perdido a manos de Siobhan.
Menudo chasco me hubiese llevado de no ser así, la verdad.
Me suponía que tendría un nombre, como todo el mundo, como yo misma, el caso era que... - No me importa. “Charming” te describe perfectamente – Dije con sarcasmo y un ligero tono de mofa en mi voz y en la forma de decirlo. Estaba usando aquella palabra de forma despectiva, más como un insulto que como otra cosa, era un medio que estaba usando para mofarme de él de una forma... ¿elegante? Aunque la verdad es que, el apodo después de todo no le quedaba del todo mal, en absoluto. Esbocé una nueva sonrisita divertida al tiempo que soltaba un poco las cuerdas. Tampoco quería hacerme heridas en las manos, y agarrándolas con tanta fuerza era justo lo que iba a conseguir. - Ahora, bájame... Charming- Lo dije con un toque de rabia en la voz así como también como si se tratara de una orden, al menos mi voz llevaba la suficiente tonalidad para considerarlo una orden en toda regla, que me fuera a hacer caso era otra muy distinta y..., por como iban las cosas me parecía a mí, que caso, era lo último que iba a hacerme. Aún así mis ojos no dejaban de mirarle fijamente con una mezcla de diversión y reto.
¿Milady? Una media sonrisa se dibujó en mi rostro – Eso es porque yo la hago interesante... - Le respondí, me gustaba ser de aquel tipo de personas descaradas, sobretodo ahora que no tenía que regirme por ningún tipo de protocolo, puesto que los forasteros apenas debían recordar quien era yo. Él desde luego que no. No le había visto en mi vida, cosa quizá extraña, pero cierta. Siobhan me había librado de todo aquello, aunque no se lo agradecería en la vida. Librarme del protocolo y del ser educada las veinticuatro horas del día no compensaba en absoluto todo lo que había perdido. Incluido el cariño y amor de la gente de mi pueblo que parecían haberse vuelto en contra mía. Llegué a pensar que estaban bajo un hechizo, después de todo, si tenemos en cuenta que Siobhan era la Reina, no era tan raro pensar aquello...
¿Devolverle aquella preciosa bolsa de cuero y todas las joyas que había en su interior? Vaya... Eso iba a ser un tanto más difícil. Se las había vendido a los Trolls días atrás y no creía que fuese tan fácil recuperarlas. Por algo estábamos hablando (más bien pensando) de Trolls. - Eso..., eso va a ser un poco complicado, sí. - Respondí asintiendo sin poder evitar seguir usando un tono ligeramente desafiante. Me quedé unos segundos callada, pero no el suficiente tiempo como para que pudiera responderme y acerqué mi rostro a la red, hasta uno de los huecos mirando a través, mirándole directamente a él – Las vendí.
Estaba siendo sincera, ¿qué más quería de mí? Alejé mi rostro de aquel hueco, aunque seguía pendiente de él, de su reacción, de sus movimientos. Desde mi posición podía hacer todo aquello perfectamente y quizá tenía un foco de visión que me lo facilitaba mucho más. - Además... - Añadí en el último momento analizándole con mi mirada de arriba abajo – No eres de los que llevan joyas. - Para nada. En absoluto. Pensar que yo hubo una época que las llevaba - ¿Qué más te dará? ¿No tienes un Palacio lleno de joyas y todo lo que tu quieras en algún lugar? - Uno muy parecido al que yo había perdido a manos de Siobhan.
Última edición por Savannah L. Hastings el Jue Sep 13, 2012 10:45 am, editado 1 vez
Re: Snow Falls
Parecía extraño como podía hallar una especie de satisfacción personal en sacar de quicio a aquella mujer. Normalmente no solía ser así y, debía reconocer, que estaba teniendo un comportamiento un poco infantil. Pero algo en mi interior me obligaba a ello. Aquel juego que estábamos interpretando, viendo cuál de los dos decía la frase más ocurrente, estaba comenzando a alargarse demasiado. Aún así no me importaba. Había acudido por una razón y no me iría de allí con las manos vacías. - Lo tendré en cuenta aunque, realmente, espero que no haya próxima vez, sin ánimo de ofender - Añadí lo último apresuradamente, antes de que le diera tiempo a responder mientras una sonrisa recorría mi rostro. Ella parecía estárselo tomando también como si fuese un juego pese a estar encerrada en una red. Debía admitir que parecía tener mucho coraje y que no se dejaba amedrentar con facilidad. Ahora mismo no sabía si me sorprendía más aquello o la aparente falta de sentimientos de la princesa Abigail. Eran dos personas completamente diferentes...
Escuché como decía que no le importaba mi nombre. Alcé mi vista hacia ella, esbozando una sonrisa para añadir algo aunque, pensándolo mejor, decidí no malgastar el tiempo en hacerlo. Negué casi imperceptiblemente, ignorando aquellas palabras. Me ordenó que la bajase de allí lo cual me hizo bastante gracia. Sí, definitivamente tenía mucho carácter. No todo el mundo le ordenaría a quién lo capturo que lo bajase de esa forma y, mucho menos, desde su posición. La mayoría de la gente estaría rogando por su vida o, en tal caso, que no se le hiciese daño. Ella era distinta. Si las circunstancias también lo fuese, debería reconocer que me habría gustado aquel carácter. Me limité a encogerme de hombros sin apartar mi vista de ella, aún con la cabeza alzada - Ya sabes lo que tienes que hacer para que eso ocurra. Está en tus manos, no en las mías. Digamos... que tu misma te has encarcelado.
Reí nuevamente con sus palabras. Ni las muchachas del pueblo en el que me había criado hablaban con tanto desparpajo como ellas. Hasta ellas habían sido educadas para tener una especial cortesía con los hombres para poder así desposarse con un hombre para poder prosperar. Si una muchacha era bella y tenía una buena educación, casi tenía asegurado el cumplir el deseo de sus padres de desposarse con un hombre que pudiese mantener a su familia. Si a ello le sumábamos el poseer una buena dote, la posibilidad de hacerlo con alguien de alta cuna aumentaban. Desde luego, mi primera impresión sobre la desconocida es que o no había adquirido la educación correcta o no tenía ningún tipo de intereses futuro en casarse. O quizás... Tendría ya un hombre en su vida. - Desde luego, no voy a negar que no tengas gracia. Pese a ello, quizás tu lengua sea demasiado viperina para mi gusto. - Ahí quizás había sido yo el descortés, pero de todas formas ella era una ladrona y podía comportarme de esa forma... más cuando tenía entre su posesión aquel anillo. Sino mis palabras hubieran sido diferentes y tan si quiera este encuentro estaría teniendo lugar.
Cuando a mis oídos llegó el será complicado automáticamente fruncí el ceño y aquel gesto gentil dio lugar a uno ligeramente más rudo. - ¿Cómo? - Lo que salió de mis labios, sin embargo, estaba más cargado de sorpresa. No esperaba que las hubiese vendido tan pronto. Tenía que ser una broma. No podía estar hablando en serio... No, no, no. Sí, era eso. Seguramente se estaría burlando de mi ya que parecía tener una extraña habilidad para aquello. No podía ser que desde que había accedido a aquel trato hubiese tenido tan mala suerte. "All magic comes with a price..." Recordaba aquellas palabras que se me habían tatuado en lo más hondo de su ser, ya que parecían completamente ciertas. A veces recordaba a mi madre y deseaba poder viajar en el tiempo para haber hecho las cosas de distinta forma. Haber escapado con ella de allí para que todos aquellos acontecimientos no hubiesen tenido lugar.
Suspiré profundamente y bajé mi vista hacia el suelo. Le di una patada a una piedra, maldiciendo mi suerte e intentando descargar algo de toda aquella frustración que había acumulado desde el día en que la joven ladrona había entrado en mi vida. No, desde hace mucho más. Odiaba estar en aquella posición. Se sentía atrapado, capturado en aquella vida que no era la suya y en la que el único atisbo para recordarle quien era había desaparecido. Más bien, había sido robado. Alcé mi vista hacia ella - Si, me he dado cuenta - Mi voz había sonado más fría, más borde. Ladeé mi rostro y decidí calmar un poco todo aquello, ya que por mucho que me enfureciese no lograría nada con ello - En cambio tu pareces más del tipo de utilizarlas, ¿no? - Dije con sorna observando su capa y ropas mugrientas. Sí, había sido un ataque un poco bajo. Pero ella me había provocado. Era difícil de explicar pero aquella mujer lograba sacar todo lo que tenía dentro, que sintiese emociones más fuertes.
Ella parecía escudarse en aquellas riquezas que tenía en palacio, como intentando excusarse de sus actos por aquello. sinceramente, si hubiese sio otra cosa no me habría dolido. Pero no aquello. - Esas joyas eran especiales. Entre ellas había un anillo que perteneció a mi madre, un anillo que estaba a punto de darle a... - Me quedé en silencio, valorando mis siguientes palabras. En realidad, no tenía porque decirle nada más, no eran sus asuntos. aunque una parte de mi sabía que me había interrumpido porque yo mismo no quería reconocer que la futura dueña de aquel anillo sería Abigail por el pacto que habían hecho nuestros padres.
Escuché como decía que no le importaba mi nombre. Alcé mi vista hacia ella, esbozando una sonrisa para añadir algo aunque, pensándolo mejor, decidí no malgastar el tiempo en hacerlo. Negué casi imperceptiblemente, ignorando aquellas palabras. Me ordenó que la bajase de allí lo cual me hizo bastante gracia. Sí, definitivamente tenía mucho carácter. No todo el mundo le ordenaría a quién lo capturo que lo bajase de esa forma y, mucho menos, desde su posición. La mayoría de la gente estaría rogando por su vida o, en tal caso, que no se le hiciese daño. Ella era distinta. Si las circunstancias también lo fuese, debería reconocer que me habría gustado aquel carácter. Me limité a encogerme de hombros sin apartar mi vista de ella, aún con la cabeza alzada - Ya sabes lo que tienes que hacer para que eso ocurra. Está en tus manos, no en las mías. Digamos... que tu misma te has encarcelado.
Reí nuevamente con sus palabras. Ni las muchachas del pueblo en el que me había criado hablaban con tanto desparpajo como ellas. Hasta ellas habían sido educadas para tener una especial cortesía con los hombres para poder así desposarse con un hombre para poder prosperar. Si una muchacha era bella y tenía una buena educación, casi tenía asegurado el cumplir el deseo de sus padres de desposarse con un hombre que pudiese mantener a su familia. Si a ello le sumábamos el poseer una buena dote, la posibilidad de hacerlo con alguien de alta cuna aumentaban. Desde luego, mi primera impresión sobre la desconocida es que o no había adquirido la educación correcta o no tenía ningún tipo de intereses futuro en casarse. O quizás... Tendría ya un hombre en su vida. - Desde luego, no voy a negar que no tengas gracia. Pese a ello, quizás tu lengua sea demasiado viperina para mi gusto. - Ahí quizás había sido yo el descortés, pero de todas formas ella era una ladrona y podía comportarme de esa forma... más cuando tenía entre su posesión aquel anillo. Sino mis palabras hubieran sido diferentes y tan si quiera este encuentro estaría teniendo lugar.
Cuando a mis oídos llegó el será complicado automáticamente fruncí el ceño y aquel gesto gentil dio lugar a uno ligeramente más rudo. - ¿Cómo? - Lo que salió de mis labios, sin embargo, estaba más cargado de sorpresa. No esperaba que las hubiese vendido tan pronto. Tenía que ser una broma. No podía estar hablando en serio... No, no, no. Sí, era eso. Seguramente se estaría burlando de mi ya que parecía tener una extraña habilidad para aquello. No podía ser que desde que había accedido a aquel trato hubiese tenido tan mala suerte. "All magic comes with a price..." Recordaba aquellas palabras que se me habían tatuado en lo más hondo de su ser, ya que parecían completamente ciertas. A veces recordaba a mi madre y deseaba poder viajar en el tiempo para haber hecho las cosas de distinta forma. Haber escapado con ella de allí para que todos aquellos acontecimientos no hubiesen tenido lugar.
Suspiré profundamente y bajé mi vista hacia el suelo. Le di una patada a una piedra, maldiciendo mi suerte e intentando descargar algo de toda aquella frustración que había acumulado desde el día en que la joven ladrona había entrado en mi vida. No, desde hace mucho más. Odiaba estar en aquella posición. Se sentía atrapado, capturado en aquella vida que no era la suya y en la que el único atisbo para recordarle quien era había desaparecido. Más bien, había sido robado. Alcé mi vista hacia ella - Si, me he dado cuenta - Mi voz había sonado más fría, más borde. Ladeé mi rostro y decidí calmar un poco todo aquello, ya que por mucho que me enfureciese no lograría nada con ello - En cambio tu pareces más del tipo de utilizarlas, ¿no? - Dije con sorna observando su capa y ropas mugrientas. Sí, había sido un ataque un poco bajo. Pero ella me había provocado. Era difícil de explicar pero aquella mujer lograba sacar todo lo que tenía dentro, que sintiese emociones más fuertes.
Ella parecía escudarse en aquellas riquezas que tenía en palacio, como intentando excusarse de sus actos por aquello. sinceramente, si hubiese sio otra cosa no me habría dolido. Pero no aquello. - Esas joyas eran especiales. Entre ellas había un anillo que perteneció a mi madre, un anillo que estaba a punto de darle a... - Me quedé en silencio, valorando mis siguientes palabras. En realidad, no tenía porque decirle nada más, no eran sus asuntos. aunque una parte de mi sabía que me había interrumpido porque yo mismo no quería reconocer que la futura dueña de aquel anillo sería Abigail por el pacto que habían hecho nuestros padres.
William A. Sullivan- Realeza
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Fecha de inscripción : 23/08/2012
Re: Snow Falls
No me podía creer que pudiera ser tan tozudo. Le miré unos segundos reparando en sus vestimentas. Si Siobhan le viese seguro que habría puesto el grito en el cielo, para ella los príncipes y princesas (yo incluida hasta que ella me había echado de mi hogar) tenían que ir de punto en blanco, con ropas de seda o telas suaves, pero sobretodo caras. Nunca había entendido aquella manía suya, a pesar de que yo misma antes de haber sido abandonada en el bosque había sido una persona bastante coqueta y que se arreglaba. Pudiera ser que a ojos del aquel Charming no fuese más que una ladronzuela cualquiera, porque esa era la apariencia que daba en esos momentos, pero bajo todas aquellas capas de ropa de plebeya se escondía una princesa.
Mi corazón y mi alma siempre serían de la realeza. No importaba cuan lejos ella me hiciera huir, yo siempre sería la legítima heredera y la sucesora al trono del Reino de mi padre, por mucho que ella me hubiese reemplazada y se hubiese hecho con el mando y el cariño de los habitantes del reino, ¿o quizá simplemente le tenían miedo y por eso no se atrevían a ir contra ella? En realidad, no lo sabía, pero si sabía que algún día recuperaría mis tierras y mi honor.
- Ya... - Musité en voz baja mientras volvía a analizar mis posibilidades, las cuales eran: cero. Estaba colgada de un árbol y dentro de una red y para mi desgracia no llevaba ningún cuchillo ni nada lo suficientemente afilado como para cortar aquellas cuerdas que me mantenían presa, porque lo de caer desde esa altura al suelo no me habría supuesto ningún problema, desde luego. - No me ha quedado otro remedio que tener una lengua viperina si quiero sobrevivir por aquí – Porque con los Trolls desde luego, fácil, no era de tratar. Había tenido que aprender a defenderme de ellos con algo más que buenos modales y protocolo – Quizá si me llegases a conocer de verdad te sorprendería lo poco viperina que puede llegar a ser mi lengua – No supe realmente porque había dicho, mi boca me había traicionado en el último momento, mezclándose con los pensamientos que estaban poblando mi cabeza. Me quedé seria sin dejar de mirarle, porque tampoco es que tuviera muchos lugares hacia donde mirar, pero sobretodo mantuve mi mirada sobre él cuando hizo aquella pregunta. La sorpresa en su voz me sorprendió hasta a mí y aunque podría haberme quedado sorprendida con aquello, lo que realmente me sorprendió fueron sus siguientes palabras. - ¿Qué se supone que significa eso? ¿Me estás insultando? - Otra vez, mi boca se había adelantado a mis pensamientos, a mi razonamiento y a la fuerza de voluntad para hacerme callar, pero en el fondo me daba igual, que pensara de mí lo que se le antojara, en cuanto me bajara de allí no volvería a verle más.
Oh..., espera, había más - ¿La gruñona histérica de mala actitud que se encierra dentro del carruaje como la hijita malcriada de papá qué es? ¿Es de lo que va esto? - Pregunté y no me importó faltarle el respeto a aquella remilgada que seguro que estaba pidiendo mi cabeza por haberle dejado un poco rojas sus delicadas muñequitas. Pobrecita... Pudiera ser que yo fuese una princesa, pero desde luego jamás había sido tan estirada como ella. Además de que tenía una cara que te hacía ver que era una persona seria y posiblemente hasta apática. No me había hecho falta intercambiar palabra alguna con ella.
Ahora aún me diría “Ella tiene un nombre, ¿sabes?” la voz del joven hizo rintintin en mi cabeza al tiempo que pensaba en aquellas palabras. Ni que me importara que ella tuviese nombre. - Déjame adivinar... ¿Es tu prometida? - Y en ese momento cuando vi la respuesta en su rostro no pude evitar soltar una risita por lo bajo que ni tan siquiera intente disimular – Buena suerte con ello – Dije con cierta sorna. Tener que aguantar a una persona como aquella... - Debes de conseguir algo digno de admiración para estar de acuerdo con esta unión. Sé perfectamente como funciona esto. Como funciona el mundo. ¿El amor verdadero? No existe. Solo existe en los cuentos que nos cuentan cuando somos pequeñas y nos hacen soñar despiertas. En el mundo real, en la vida real, todo son matrimonio por conveniencia y transacciones empresariales, siempre se consigue algo a cambio. No hay nada como el amor a primera vista o el primer beso, porque no existe. - A esa conclusión había llegado después de ver lo que había pasado con mi padre y Siobhan. Yo había visto el amor, cuando era pequeña, había visto el amor en los ahora ojos fríos de la Reina, pero había desaparecido... ¿El amor? No existía. Me había quedado demasiado claro después de convivir con dos personas que se habían casado mediante un acuerdo y no habían llegado a conocer el amor entre ellas.
Y entonces una nueva bombilla pareció encenderse en mi cabeza. De repente algo dentro de mí me decía que estaba ganando aquella batalla de palabras – Ya sé... Su Reino quiere quedarse el tuyo, y esto es... ¿qué, la última oportunidad a la desesperada de evitar la guerra? - Sabía perfectamente como funcionaba todo aquello, como se “solucionaban” los problemas políticos y se evitaban las guerras entre reinos. Era tan sencillo como un trato, normalmente matrimonios de conveniencia.
Mi corazón y mi alma siempre serían de la realeza. No importaba cuan lejos ella me hiciera huir, yo siempre sería la legítima heredera y la sucesora al trono del Reino de mi padre, por mucho que ella me hubiese reemplazada y se hubiese hecho con el mando y el cariño de los habitantes del reino, ¿o quizá simplemente le tenían miedo y por eso no se atrevían a ir contra ella? En realidad, no lo sabía, pero si sabía que algún día recuperaría mis tierras y mi honor.
- Ya... - Musité en voz baja mientras volvía a analizar mis posibilidades, las cuales eran: cero. Estaba colgada de un árbol y dentro de una red y para mi desgracia no llevaba ningún cuchillo ni nada lo suficientemente afilado como para cortar aquellas cuerdas que me mantenían presa, porque lo de caer desde esa altura al suelo no me habría supuesto ningún problema, desde luego. - No me ha quedado otro remedio que tener una lengua viperina si quiero sobrevivir por aquí – Porque con los Trolls desde luego, fácil, no era de tratar. Había tenido que aprender a defenderme de ellos con algo más que buenos modales y protocolo – Quizá si me llegases a conocer de verdad te sorprendería lo poco viperina que puede llegar a ser mi lengua – No supe realmente porque había dicho, mi boca me había traicionado en el último momento, mezclándose con los pensamientos que estaban poblando mi cabeza. Me quedé seria sin dejar de mirarle, porque tampoco es que tuviera muchos lugares hacia donde mirar, pero sobretodo mantuve mi mirada sobre él cuando hizo aquella pregunta. La sorpresa en su voz me sorprendió hasta a mí y aunque podría haberme quedado sorprendida con aquello, lo que realmente me sorprendió fueron sus siguientes palabras. - ¿Qué se supone que significa eso? ¿Me estás insultando? - Otra vez, mi boca se había adelantado a mis pensamientos, a mi razonamiento y a la fuerza de voluntad para hacerme callar, pero en el fondo me daba igual, que pensara de mí lo que se le antojara, en cuanto me bajara de allí no volvería a verle más.
Oh..., espera, había más - ¿La gruñona histérica de mala actitud que se encierra dentro del carruaje como la hijita malcriada de papá qué es? ¿Es de lo que va esto? - Pregunté y no me importó faltarle el respeto a aquella remilgada que seguro que estaba pidiendo mi cabeza por haberle dejado un poco rojas sus delicadas muñequitas. Pobrecita... Pudiera ser que yo fuese una princesa, pero desde luego jamás había sido tan estirada como ella. Además de que tenía una cara que te hacía ver que era una persona seria y posiblemente hasta apática. No me había hecho falta intercambiar palabra alguna con ella.
Ahora aún me diría “Ella tiene un nombre, ¿sabes?” la voz del joven hizo rintintin en mi cabeza al tiempo que pensaba en aquellas palabras. Ni que me importara que ella tuviese nombre. - Déjame adivinar... ¿Es tu prometida? - Y en ese momento cuando vi la respuesta en su rostro no pude evitar soltar una risita por lo bajo que ni tan siquiera intente disimular – Buena suerte con ello – Dije con cierta sorna. Tener que aguantar a una persona como aquella... - Debes de conseguir algo digno de admiración para estar de acuerdo con esta unión. Sé perfectamente como funciona esto. Como funciona el mundo. ¿El amor verdadero? No existe. Solo existe en los cuentos que nos cuentan cuando somos pequeñas y nos hacen soñar despiertas. En el mundo real, en la vida real, todo son matrimonio por conveniencia y transacciones empresariales, siempre se consigue algo a cambio. No hay nada como el amor a primera vista o el primer beso, porque no existe. - A esa conclusión había llegado después de ver lo que había pasado con mi padre y Siobhan. Yo había visto el amor, cuando era pequeña, había visto el amor en los ahora ojos fríos de la Reina, pero había desaparecido... ¿El amor? No existía. Me había quedado demasiado claro después de convivir con dos personas que se habían casado mediante un acuerdo y no habían llegado a conocer el amor entre ellas.
Y entonces una nueva bombilla pareció encenderse en mi cabeza. De repente algo dentro de mí me decía que estaba ganando aquella batalla de palabras – Ya sé... Su Reino quiere quedarse el tuyo, y esto es... ¿qué, la última oportunidad a la desesperada de evitar la guerra? - Sabía perfectamente como funcionaba todo aquello, como se “solucionaban” los problemas políticos y se evitaban las guerras entre reinos. Era tan sencillo como un trato, normalmente matrimonios de conveniencia.
Re: Snow Falls
La conversación tomaba cada vez un camino más inesperado. Por primera vez desde que me había encontrado con ella me habían asaltado las dudas sobre si lo que hacía estaba siendo correcto. Sí, podría haberme robado... Pero el haberle colocado aquella trampa para atraparla no me estaba dejando en mejor posición. Se suponía que era un príncipe, aunque realmente no fuese así, por lo que no debería de actuar de aquella forma. En el fondo prefería pensar que esto era a causa de que fuese una mujer, que como el caballero que era mi comportamiento debiese ser completamente diferente. Aunque cuanto más la miraba me costaba más apartar mi vista de ella. Era una sensación extraña que no podría explicar con palabras.. O sí, solo que no estaba dispuesto a admitirlo. Algo dentro de mi parecía bloquear aquella sensación como si fuese algo malo, prohibido.
Después de todo, nada de aquello importaba. Al haber aceptado aquel trato y después de la encerrona que el rey George me había jugado, todo lo que hacía debería ser para y por el pueblo: siempre pensando en sus beneficios y prosperidad. Solo el pensar que por cometer un error ellos también pagarían las consecuencias hacían que se estremeciese hasta mi alma. En cambio, mi vida perdía más sentido cada día que pasaba encerrado en aquella engañosa jaula disfrazada de riquezas y poder. Podría ser que no hubiese nacido príncipe ni héroe pero allí estaba tras haber matado a un dragón con su espada y a punto de desposarse con una princesa. Otros pagarían por estar en su sitio mas él pagaría todo el oro del mundo por luchar por un amor verdadero, tal y como no hacía mucos días le había dicho a su madre cuando le había dado la idea de desposarse con la hija del granero. Pese a ser una vida sin tantas riquezas ni lujos, podía decidir casi con total libertad con quien casarse mientras fuese correspondido; aquello valía más que todo aquello.
Miré extrañado su rostro mientras hablaba y, por un segundo, mis ojos se llenaron de compasión. Aquel gesto casi imperceptible desapareció al momento, intentando recuperar la gallardía que debía caracterizarme. Por un instante me dieron ganas de bajarla de aquella red y escuchar su historia, quizás para comprenderla mejor. Pero el anillo.. era demasiado valioso. Lo necesitaba. - Conozco la sensación mejor de lo que podrías llegar a imaginarte. - comenté simplemente, deseando que el viento se llevase aquellas palabras que se habían desprendido de sus labios casi sin pensar. La vida en la granja tampoco había sido fácil: siempre había gente, nobles en su mayoría, que se creían con el poder de arruinar todavía más a los pobres granjeros por sus posiciones como arrendatarios. Hacerte valer en aquellas ocasiones era crucial y podía llegar a salvarte de pasar hambre.
Lo miré ligeramente sorprendido por aquellas palabras. Acto seguido, puse cara de falsa comprensión, siguiendo con mi actuación - Oh, lo siento. por favor admite mis disculpas - Me crucé de brazos y miré hacia la copa del árbol en la que se hallaba suspendida unos segundos, para regresar mi mirada hacia ella - ¿Cómo he podido decir eso de la persona que me ha robado? - Dije enfatizando mis últimas palabras. La desfachatez con la que hablaba me parecía francamente como una broma. ¿Acaso había olvidado el porqué nos encontrábamos en aquella situación?
No pude evitar emitir un suspiro de sorpresa ante aquellas palabras. Iba a responderle que era mi prometida, pero antes de que pudiese hacerlo continuó con su discurso. Evidentemente no podía negarle todo aquello que me estaba diciendo porque estaba acertando completamente. Tuve que ladear mi cabeza, mirar hacia otro lado para dejar de sentir su mirada. Sus palabras eran como dagas que se me clavaban y las sentía como un duro golpe de realidad. Sí, todo era cierto pero aquello no había sido exactamente mi decisión. Tan si quiera era mi reino pese a residir en él. Pero así había sido el destino y no podía tampoco rebatirle aquello sobre el amor verdadero. Sin embargo, no podía mantenerme callado ante aquello que había dicho. Giré mi cabeza hacia ella nuevamente, aunque mi rostro mostraba el ceño fruncido en señal de desagrado por sus palabras - Yo sí creo en el amor verdadero. En que las personas que están destinadas a ello cuando se encuentran lo sienten desde un primer momento. En la magia del primer beso. El poder del amor verdadero que puede destruir cualquier maldición. Pero a veces, el amor tiene que crearse...- Iba a añadir que no todos eran tan afortunados de poder encontrarlo, pero no quería darle más armas para que me atacase mostrándole mi debilidad. Mientras había pronunciado aquello había aparecido la imagen de mi madre dándome la razón cuando le había contado lo que deseaba en realidad. Posteriormente la sombra del rey George la borró e hizo que me enfrentase a la realidad.
Arqueé las cejas notablemente al escuchar su siguiente intervención. Parecía conocer muy bien los entresijos de la realeza, aunque era evidente el motivo. - Es una unión, no una absorción... - dije como algo distraído. Sacudí mi cabeza ligeramente, intentando enfocarme a lo que me había llevado hasta allí. Mi paciencia comenzaba a acabarse. - Lo cual no es francamente de tu incumbencia - Mi tono de voz también se había endurecido - Bien, esto es lo que va a pasar. Te voy a liberar y me llevarás a quién sea que tenga mis joyas, y entonces recuperarás el anillo - Me encogí de hombros, como si todo aquello fuese lo más simple y normal del mundo. Entonces, me crucé de brazos y mi rostro se relajo, mostrando una sonrisa cargada de cinismo - Porque sino... tu no quieres que le diga a nadie quien eres de verdad, ¿no? - Mi sonrisa se amplió notablemente mientras rebuscaba en mis bolsillos aquel cartel que había encontrado. Lo extraje y lo extendí mostrándoselo a ella - Snow White - Ladeé la cabeza mostrándome completamente complacido. Mi voz volvió a tornarse más seria - Me vas a ayudar a encontrar mi anillo o sino.... te entregaré al ejercito de la reina. Y creo que la Reina no es tan... charming como yo - Había terminando ironizando mis últimas palabras. Extraje la espada de su vaina y me acerqué a la cuerda que soportaba la red donde se hallaba presa - La decisión es tuya.
Después de todo, nada de aquello importaba. Al haber aceptado aquel trato y después de la encerrona que el rey George me había jugado, todo lo que hacía debería ser para y por el pueblo: siempre pensando en sus beneficios y prosperidad. Solo el pensar que por cometer un error ellos también pagarían las consecuencias hacían que se estremeciese hasta mi alma. En cambio, mi vida perdía más sentido cada día que pasaba encerrado en aquella engañosa jaula disfrazada de riquezas y poder. Podría ser que no hubiese nacido príncipe ni héroe pero allí estaba tras haber matado a un dragón con su espada y a punto de desposarse con una princesa. Otros pagarían por estar en su sitio mas él pagaría todo el oro del mundo por luchar por un amor verdadero, tal y como no hacía mucos días le había dicho a su madre cuando le había dado la idea de desposarse con la hija del granero. Pese a ser una vida sin tantas riquezas ni lujos, podía decidir casi con total libertad con quien casarse mientras fuese correspondido; aquello valía más que todo aquello.
Miré extrañado su rostro mientras hablaba y, por un segundo, mis ojos se llenaron de compasión. Aquel gesto casi imperceptible desapareció al momento, intentando recuperar la gallardía que debía caracterizarme. Por un instante me dieron ganas de bajarla de aquella red y escuchar su historia, quizás para comprenderla mejor. Pero el anillo.. era demasiado valioso. Lo necesitaba. - Conozco la sensación mejor de lo que podrías llegar a imaginarte. - comenté simplemente, deseando que el viento se llevase aquellas palabras que se habían desprendido de sus labios casi sin pensar. La vida en la granja tampoco había sido fácil: siempre había gente, nobles en su mayoría, que se creían con el poder de arruinar todavía más a los pobres granjeros por sus posiciones como arrendatarios. Hacerte valer en aquellas ocasiones era crucial y podía llegar a salvarte de pasar hambre.
Lo miré ligeramente sorprendido por aquellas palabras. Acto seguido, puse cara de falsa comprensión, siguiendo con mi actuación - Oh, lo siento. por favor admite mis disculpas - Me crucé de brazos y miré hacia la copa del árbol en la que se hallaba suspendida unos segundos, para regresar mi mirada hacia ella - ¿Cómo he podido decir eso de la persona que me ha robado? - Dije enfatizando mis últimas palabras. La desfachatez con la que hablaba me parecía francamente como una broma. ¿Acaso había olvidado el porqué nos encontrábamos en aquella situación?
No pude evitar emitir un suspiro de sorpresa ante aquellas palabras. Iba a responderle que era mi prometida, pero antes de que pudiese hacerlo continuó con su discurso. Evidentemente no podía negarle todo aquello que me estaba diciendo porque estaba acertando completamente. Tuve que ladear mi cabeza, mirar hacia otro lado para dejar de sentir su mirada. Sus palabras eran como dagas que se me clavaban y las sentía como un duro golpe de realidad. Sí, todo era cierto pero aquello no había sido exactamente mi decisión. Tan si quiera era mi reino pese a residir en él. Pero así había sido el destino y no podía tampoco rebatirle aquello sobre el amor verdadero. Sin embargo, no podía mantenerme callado ante aquello que había dicho. Giré mi cabeza hacia ella nuevamente, aunque mi rostro mostraba el ceño fruncido en señal de desagrado por sus palabras - Yo sí creo en el amor verdadero. En que las personas que están destinadas a ello cuando se encuentran lo sienten desde un primer momento. En la magia del primer beso. El poder del amor verdadero que puede destruir cualquier maldición. Pero a veces, el amor tiene que crearse...- Iba a añadir que no todos eran tan afortunados de poder encontrarlo, pero no quería darle más armas para que me atacase mostrándole mi debilidad. Mientras había pronunciado aquello había aparecido la imagen de mi madre dándome la razón cuando le había contado lo que deseaba en realidad. Posteriormente la sombra del rey George la borró e hizo que me enfrentase a la realidad.
Arqueé las cejas notablemente al escuchar su siguiente intervención. Parecía conocer muy bien los entresijos de la realeza, aunque era evidente el motivo. - Es una unión, no una absorción... - dije como algo distraído. Sacudí mi cabeza ligeramente, intentando enfocarme a lo que me había llevado hasta allí. Mi paciencia comenzaba a acabarse. - Lo cual no es francamente de tu incumbencia - Mi tono de voz también se había endurecido - Bien, esto es lo que va a pasar. Te voy a liberar y me llevarás a quién sea que tenga mis joyas, y entonces recuperarás el anillo - Me encogí de hombros, como si todo aquello fuese lo más simple y normal del mundo. Entonces, me crucé de brazos y mi rostro se relajo, mostrando una sonrisa cargada de cinismo - Porque sino... tu no quieres que le diga a nadie quien eres de verdad, ¿no? - Mi sonrisa se amplió notablemente mientras rebuscaba en mis bolsillos aquel cartel que había encontrado. Lo extraje y lo extendí mostrándoselo a ella - Snow White - Ladeé la cabeza mostrándome completamente complacido. Mi voz volvió a tornarse más seria - Me vas a ayudar a encontrar mi anillo o sino.... te entregaré al ejercito de la reina. Y creo que la Reina no es tan... charming como yo - Había terminando ironizando mis últimas palabras. Extraje la espada de su vaina y me acerqué a la cuerda que soportaba la red donde se hallaba presa - La decisión es tuya.
William A. Sullivan- Realeza
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Re: Snow Falls
Sentía que se estaba burlando de mí y un sentimiento de impotencia me invadió por completo y aunque por mi cabeza pasaran muchas maneras mediante las cuales podía contestarles decidí morderme mi lengua viperina y ahorrarme la saliva para alguien que de verdad lo mereciese y no un príncipe. Escuché apoyando el mentón en uno de los trozos de cuerda todo aquel discurso que estaba soltándome sobre que si existía el amor verdadero y a saber cuantas pamplinas más, cosas que a mí ni me iban ni me venían en ese momento. Yo solo quería una cosa: que me bajase y poder alejarme de aquel sitio. Los guardias habían empezado a patrullar la zona y yo no quería que me encontrasen.
- Entonces eres un iluso – Le respondí sin ánimo de ofenderle, simplemente era lo que pensaba sobre aquellas personas que creían tan fervientemente en algo como el amor. No es que quisiera hacerlas cambiar de opinión pero me parecía que vivían en base de los cuentos que contaban de jóvenes - ¿Cualquier maldición? Eso me habría ahorrado muchos problemas – Y aquello no era ninguna ironía, lo estaba diciendo en serio, porque cada vez estaba más convencida que lo que había recaído sobre mi familia después de conocer a Siobhan había sido una maldición que había ido oscureciendo todo aquello que tocaba poco a poco, de forma sutil pero efectiva.
¿Por qué tenía que poner él las normas? Vale, en cierto modo tenía su sentido puesto que yo era la atrapada y él el cazador. La palabra cazador en mi mente me hizo estremecerme unos segundos. Rodé los ojos antes de volver a clavarlos en él - ¿Por qué debería hacer eso? - Le pregunté completamente segura de que no iba a tener una buena respuesta a aquella pregunta, tanto que en mis labios apareció una sonrisa que desapareció conforme sus siguientes palabras salían de sus labios. Me aferré con más fuerza a las cuerdas e incluso estiré ligeramente el cuello cuando vi aquel pergamino que desenrrollaba y me mostraba. Me quedé helada al ver mi rostro dibujado en el pergamino. Era uno de los muchos carteles que yo había ido haciendo desaparecer. “Se busca por crimenes contra la reina: asesinato y traición” leer aquello casi hizo que otra risotada saliera de mis labios, pero estaba demasiado sorprendida ante el hallazgo del príncipe como para hacerle. Le miré sorprendida durante unos segundos más. No, yo no quería que le dijera a nadie quien era yo, ni que me entregase a Siobhan, no después de tantos meses escondida en aquel bosque.
Definitivamente, ayudarle a recuperar aquel anillo era la única manera que tenía de librarme de aquella trampa y de ser llevada ante la Reina. - Bueno... - Musité mientras apartaba la mirada de él y la escondía en la red desviándola a ningún punto en concreto – No querría interponerme en tu camino por encontrar el “amor verdadero”. - Le respondí sintiendo el sonido de la espada al ser sustraída de su vaina, un sonido que había oído muchas veces. De súbito y sin que me lo esperará noté como caía hacia el suelo dando contra el mismo en un duro golpe. Solté un gemido, era algo inconsciente antes de salir sola de aquel entramado de cuerda. No quería su ayuda. Mi mirada dura se clavó en la de él. Ahora estábamos cara a cara e incluso podría haber tenido la loca idea de intentar robarle la espada y usarla contra él. Sabía manejarla así que no me habría supuesto mucho problema – No va a ser fácil recuperar ese anillo. - Y era mejor que se fuese haciendo a la idea – Vamos – Le dije antes de echar a andar por el bosque.
Estuvimos andando cerca de una hora y aún quedaba camino por delante. Normalmente yo iba por delante, esquivando las ramas bajas y saltando las raíces que sobresalían de la tierra. En algún momento deseé que tropezara accidentalmente con alguna de ellas para poder reírme internamente de él, pero no tuve esa suerte, parecía que sabía moverse con bastante naturalidad entre aquellos páramos lo que despertó cierta curiosidad en mí sobre su identidad. Desde luego, no es que se comportase del todo como un príncipe, no al menos como los que había conocido a lo largo de mi vida.
Me detuve observando nuestro alrededor cuando llegamos a un paso a través del cual solo se podía pasar por encima de un tronco caído. Antes de que pudiera dar paso alguno se me adelantó caminando por encima del tronco con una agilidad que hizo que me volviese a replantear cosas sobre él. Sacudí la cabeza y me encaminé por encima del tronco, vigilando mis pies y donde los colocaba hasta que vi una de sus manos aparecer en mi campo visual. Levanté la mirada hacia él al tiempo que extendía mi mano, pero cuando casi tomé la suya volví a acercarla hacía mí. Dude unos segundos antes de tomar definitivamente la mano del joven príncipe y que así pudiera ayudarme a cruzar.
- Gracias – Le dije y no tenía ni la más remota idea de cuánto me había costado decir aquella simple palabra a alguien como él, cuya sola presencia hora atrás me molestaba. Ahora solo era un “compañero de viaje temporal” con el que “viajaba” para recuperar un objeto suyo. Nada más. Ni siquiera intentaba intercambiar demasiadas palabras con él y me mantenía prácticamente callada todo el trayecto. Le miré unos segundos sin mostrar expresión alguna en mi rostro, manteniéndome totalmente neutra antes de volver a reanudar mis pasos hacia el puente de los Trolls.
Mi paso era ligero, es decir ni rápido ni lento y podía oír sus pisadas sobre la tierra, así como sentir su presencia a mi lado, pero ya no era algo que me molestase. Sabía que aquello era solamente algo temporal. En determinado momento y sin saber realmente por qué, quizá porque necesitaba tener mis manos ocupadas con algo empecé a juguetear con el colgante del collar que llevaba al cuello, haciéndolo girar entre mis dedos, totalmente embelesada, al menos hasta que la voz del príncipe me saco de aquel ensimismamiento haciendo que volviese mi mirada hacia él.
- Entonces eres un iluso – Le respondí sin ánimo de ofenderle, simplemente era lo que pensaba sobre aquellas personas que creían tan fervientemente en algo como el amor. No es que quisiera hacerlas cambiar de opinión pero me parecía que vivían en base de los cuentos que contaban de jóvenes - ¿Cualquier maldición? Eso me habría ahorrado muchos problemas – Y aquello no era ninguna ironía, lo estaba diciendo en serio, porque cada vez estaba más convencida que lo que había recaído sobre mi familia después de conocer a Siobhan había sido una maldición que había ido oscureciendo todo aquello que tocaba poco a poco, de forma sutil pero efectiva.
¿Por qué tenía que poner él las normas? Vale, en cierto modo tenía su sentido puesto que yo era la atrapada y él el cazador. La palabra cazador en mi mente me hizo estremecerme unos segundos. Rodé los ojos antes de volver a clavarlos en él - ¿Por qué debería hacer eso? - Le pregunté completamente segura de que no iba a tener una buena respuesta a aquella pregunta, tanto que en mis labios apareció una sonrisa que desapareció conforme sus siguientes palabras salían de sus labios. Me aferré con más fuerza a las cuerdas e incluso estiré ligeramente el cuello cuando vi aquel pergamino que desenrrollaba y me mostraba. Me quedé helada al ver mi rostro dibujado en el pergamino. Era uno de los muchos carteles que yo había ido haciendo desaparecer. “Se busca por crimenes contra la reina: asesinato y traición” leer aquello casi hizo que otra risotada saliera de mis labios, pero estaba demasiado sorprendida ante el hallazgo del príncipe como para hacerle. Le miré sorprendida durante unos segundos más. No, yo no quería que le dijera a nadie quien era yo, ni que me entregase a Siobhan, no después de tantos meses escondida en aquel bosque.
Definitivamente, ayudarle a recuperar aquel anillo era la única manera que tenía de librarme de aquella trampa y de ser llevada ante la Reina. - Bueno... - Musité mientras apartaba la mirada de él y la escondía en la red desviándola a ningún punto en concreto – No querría interponerme en tu camino por encontrar el “amor verdadero”. - Le respondí sintiendo el sonido de la espada al ser sustraída de su vaina, un sonido que había oído muchas veces. De súbito y sin que me lo esperará noté como caía hacia el suelo dando contra el mismo en un duro golpe. Solté un gemido, era algo inconsciente antes de salir sola de aquel entramado de cuerda. No quería su ayuda. Mi mirada dura se clavó en la de él. Ahora estábamos cara a cara e incluso podría haber tenido la loca idea de intentar robarle la espada y usarla contra él. Sabía manejarla así que no me habría supuesto mucho problema – No va a ser fácil recuperar ese anillo. - Y era mejor que se fuese haciendo a la idea – Vamos – Le dije antes de echar a andar por el bosque.
Estuvimos andando cerca de una hora y aún quedaba camino por delante. Normalmente yo iba por delante, esquivando las ramas bajas y saltando las raíces que sobresalían de la tierra. En algún momento deseé que tropezara accidentalmente con alguna de ellas para poder reírme internamente de él, pero no tuve esa suerte, parecía que sabía moverse con bastante naturalidad entre aquellos páramos lo que despertó cierta curiosidad en mí sobre su identidad. Desde luego, no es que se comportase del todo como un príncipe, no al menos como los que había conocido a lo largo de mi vida.
Me detuve observando nuestro alrededor cuando llegamos a un paso a través del cual solo se podía pasar por encima de un tronco caído. Antes de que pudiera dar paso alguno se me adelantó caminando por encima del tronco con una agilidad que hizo que me volviese a replantear cosas sobre él. Sacudí la cabeza y me encaminé por encima del tronco, vigilando mis pies y donde los colocaba hasta que vi una de sus manos aparecer en mi campo visual. Levanté la mirada hacia él al tiempo que extendía mi mano, pero cuando casi tomé la suya volví a acercarla hacía mí. Dude unos segundos antes de tomar definitivamente la mano del joven príncipe y que así pudiera ayudarme a cruzar.
- Gracias – Le dije y no tenía ni la más remota idea de cuánto me había costado decir aquella simple palabra a alguien como él, cuya sola presencia hora atrás me molestaba. Ahora solo era un “compañero de viaje temporal” con el que “viajaba” para recuperar un objeto suyo. Nada más. Ni siquiera intentaba intercambiar demasiadas palabras con él y me mantenía prácticamente callada todo el trayecto. Le miré unos segundos sin mostrar expresión alguna en mi rostro, manteniéndome totalmente neutra antes de volver a reanudar mis pasos hacia el puente de los Trolls.
Mi paso era ligero, es decir ni rápido ni lento y podía oír sus pisadas sobre la tierra, así como sentir su presencia a mi lado, pero ya no era algo que me molestase. Sabía que aquello era solamente algo temporal. En determinado momento y sin saber realmente por qué, quizá porque necesitaba tener mis manos ocupadas con algo empecé a juguetear con el colgante del collar que llevaba al cuello, haciéndolo girar entre mis dedos, totalmente embelesada, al menos hasta que la voz del príncipe me saco de aquel ensimismamiento haciendo que volviese mi mirada hacia él.
Re: Snow Falls
Fardo y Loin eran dos trolls hermanos que vivían bajo el puente del acantilado. ¿Por qué existiría un puente en un acantilado? Básicamente porque cuando los dos hermanos se independizaron del puente de su madre, el puente donde habían crecido, donde habían dado sus primeros sustos y donde habían probado a los primeros humanos, decidieron que un acantilado era un lugar lo suficientemente peligroso como para que solamente la gente realmente interesante se les acercase. ¿Y a qué se dedicando dos hermanos que viven bajo un puente en un acantilado que mataría a cualquier otra criatura? Pues bien, ellos habían aprendido el sutil arte de los negocios, del trueque... Largo tiempo tuvieron que gastar para aprender técnicas de intercambio, para que al final tuvieran que conservar a sus clientes más habituales y no comérselos porque se aprovechaban de ellos.
Últimamente una jovencita de cabellos negros y rostro tan blanco como la nieve había estado haciendo tratos habituales con ellos dos. Hacía un par de días, se les acercó bastante apurada para intercambiar un botín que había conseguido. ¿Cómo? Eso a Fardo y a Loin les daba lo mismo, por supuesto. Ellos normalmente aceptaban cosas de gran valor, ¡tenían un gran baúl de madera donde guardaban todos sus obsequios intercambiados! ¿Y por qué se dedicaban a ese negocio? ¿Buscaban la riqueza? ¿El poder? No, los trolls no eran tan complicados (sí, eso es complicado para ellos). Lo hacían simplemente para entretenerse, para conocer a apetitosos futuros platos, a relacionarse y a sentirse listos cuando opinaban que podían a estafar a una determinada persona.
Ambos trolls eran grandes, como los trolls normales. Sus brazos eran tan gruesos como los troncos de los árboles, sus piernas las cuales parecían torponas, eran de las más ágiles que te podías encontrar por la zona. Su cabeza era pequeñísima en comparación a su cuerpo, tenían los ojos marrones, muy parecido al color de la defecación y tan juntos, que desde una distancia de tres metros, parecía que en verdad tuvieran un único ojo. Su boca ocupaba casi todo su rostro, justo encima de su diminuta nariz (mucos científicos estaban estudiando cómo podían respirar y se está teorizando que lo hacen por sus enormes y peludas orejas), y cuando la abrían de ahí salía una pestilencia que tumbaría hasta a una mofeta. Mientras que Fardo tenía la mayoría de sus dientes (diez), Loin había perdido casi todos debido a su terrible manía de roer los pequeños huesos de los niños que se topaban (desgraciadamente) con ellos. ¿Tenéis la imagen en vuestras cabezas? Pues bien, añadidles en su cogorota cuatro pelos mal colocados, reacios a caerse y a mostrar su gran calva verde. Su vestimenta consistía en un chaleco hecho de piel de anciano (tenía bastante tiempo aquellos chalecos, al igual que el hombre que mataron para hacer ese chaleco) y había veces, que se ponían zapatos para tapar sus horrorosos pies, con juanetes y con las uñas rotas.
Como todo troll, Fardo y Loin no eran para nada las criaturas más afables del lugar. Sí, en un principio trataban de una manera afable a sus clientes, pero en cuanto razonaban la situación o intentaban estafar a la otra persona o le atacaban si se estaban sintiendo estafados ellos. ¡Eran terribles! Además tal era su estupidez que apenas conocían el idioma de los humanos, les parecía un lenguaje demasiado complejo, con demasiadas vocales, adjetivos... ¡Y ese orden de palabras! ¿Para qué ordenar las palabras?
Pues bien, tras haberos presentado a Fardo y Loin, contaros que los dos hermanos se encontraban sentados sobre unas rocas gigantescas que habían arrancado ellos mismos del acantilado y estaban rodenaod una pequeña fogata, preparando el que sería su segundo desayuno (hacían tres). Aquel segundo desayuno consistía en una deliciosa sopa de mujer embarazada (la pobre no había tenido oportunidad de escapar de ellos) con unas cortas ramas de tomillo. ¡Delicioso! Entonces, escucharon ruidos entre los arbustos y se pusieron en alerta. Mientras que Loin (el más glotón), protegía su pequeña cazuela, Fardo se acercó hasta estos matorrales para encontrarse con la jovencita Blancanieves. El troll sonrió abiertamente, dejando pasar su mal aliento y enseñando sus diez dientes putrefactos.
-¡Loin! ¡Mira a quién tenemos aquí! ¡Nieve blanca, nieve blanca! ¡Y nos trae a un suculento hombre! ¿Qué nos pedirá esta vez a cambio? -le gritó en el idioma troll a su hermano. Después inclinó su portentoso cuerpo, moviendo su gorda barriga para ver más de cerca a aquellas dos diminutas personas-. ¿Querer tú esta vez, Nieveblanca? ¡Compañía viene contigo!
Por supuesto, el anillo del príncipe James se encontraba en ese baúl de madera del que os he hablado antes... Aunque bueno, Fardo y Loin no se podían ni imaginar que aquellas dos personas estaban allí por eso.
Últimamente una jovencita de cabellos negros y rostro tan blanco como la nieve había estado haciendo tratos habituales con ellos dos. Hacía un par de días, se les acercó bastante apurada para intercambiar un botín que había conseguido. ¿Cómo? Eso a Fardo y a Loin les daba lo mismo, por supuesto. Ellos normalmente aceptaban cosas de gran valor, ¡tenían un gran baúl de madera donde guardaban todos sus obsequios intercambiados! ¿Y por qué se dedicaban a ese negocio? ¿Buscaban la riqueza? ¿El poder? No, los trolls no eran tan complicados (sí, eso es complicado para ellos). Lo hacían simplemente para entretenerse, para conocer a apetitosos futuros platos, a relacionarse y a sentirse listos cuando opinaban que podían a estafar a una determinada persona.
Ambos trolls eran grandes, como los trolls normales. Sus brazos eran tan gruesos como los troncos de los árboles, sus piernas las cuales parecían torponas, eran de las más ágiles que te podías encontrar por la zona. Su cabeza era pequeñísima en comparación a su cuerpo, tenían los ojos marrones, muy parecido al color de la defecación y tan juntos, que desde una distancia de tres metros, parecía que en verdad tuvieran un único ojo. Su boca ocupaba casi todo su rostro, justo encima de su diminuta nariz (mucos científicos estaban estudiando cómo podían respirar y se está teorizando que lo hacen por sus enormes y peludas orejas), y cuando la abrían de ahí salía una pestilencia que tumbaría hasta a una mofeta. Mientras que Fardo tenía la mayoría de sus dientes (diez), Loin había perdido casi todos debido a su terrible manía de roer los pequeños huesos de los niños que se topaban (desgraciadamente) con ellos. ¿Tenéis la imagen en vuestras cabezas? Pues bien, añadidles en su cogorota cuatro pelos mal colocados, reacios a caerse y a mostrar su gran calva verde. Su vestimenta consistía en un chaleco hecho de piel de anciano (tenía bastante tiempo aquellos chalecos, al igual que el hombre que mataron para hacer ese chaleco) y había veces, que se ponían zapatos para tapar sus horrorosos pies, con juanetes y con las uñas rotas.
Como todo troll, Fardo y Loin no eran para nada las criaturas más afables del lugar. Sí, en un principio trataban de una manera afable a sus clientes, pero en cuanto razonaban la situación o intentaban estafar a la otra persona o le atacaban si se estaban sintiendo estafados ellos. ¡Eran terribles! Además tal era su estupidez que apenas conocían el idioma de los humanos, les parecía un lenguaje demasiado complejo, con demasiadas vocales, adjetivos... ¡Y ese orden de palabras! ¿Para qué ordenar las palabras?
Pues bien, tras haberos presentado a Fardo y Loin, contaros que los dos hermanos se encontraban sentados sobre unas rocas gigantescas que habían arrancado ellos mismos del acantilado y estaban rodenaod una pequeña fogata, preparando el que sería su segundo desayuno (hacían tres). Aquel segundo desayuno consistía en una deliciosa sopa de mujer embarazada (la pobre no había tenido oportunidad de escapar de ellos) con unas cortas ramas de tomillo. ¡Delicioso! Entonces, escucharon ruidos entre los arbustos y se pusieron en alerta. Mientras que Loin (el más glotón), protegía su pequeña cazuela, Fardo se acercó hasta estos matorrales para encontrarse con la jovencita Blancanieves. El troll sonrió abiertamente, dejando pasar su mal aliento y enseñando sus diez dientes putrefactos.
-¡Loin! ¡Mira a quién tenemos aquí! ¡Nieve blanca, nieve blanca! ¡Y nos trae a un suculento hombre! ¿Qué nos pedirá esta vez a cambio? -le gritó en el idioma troll a su hermano. Después inclinó su portentoso cuerpo, moviendo su gorda barriga para ver más de cerca a aquellas dos diminutas personas-. ¿Querer tú esta vez, Nieveblanca? ¡Compañía viene contigo!
Por supuesto, el anillo del príncipe James se encontraba en ese baúl de madera del que os he hablado antes... Aunque bueno, Fardo y Loin no se podían ni imaginar que aquellas dos personas estaban allí por eso.
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Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: Snow Falls
Suspiré ante las palabras de la chica. Parecía pensar que era un iluso al creer en el poder del amor verdadero, pero sabía que aquello que decía era completamente cierto. No discutiría con ella sobre aquello ya que no me parecía ni el lugar ni el momento. Mi mente me bombardeaba con cosas más importantes que debíamos de zanjar y si, en algún otro momento teníamos la oportunidad de reencontrarnos: tendrían tiempo de limar las asperezas sobre aquel tema para que creyera sobre la veracidad de sus palabras. Obviamente nunca había sentido en sus carnes aquella extraña fuerza pero no por ello negaría su existencia. Su madre le había hablado acerca de aquello y, sin duda, creía sus palabras. Pese a ello, pos sus palabras parecía haber vislumbrado un pequeño rastro de dolor en sus ojos. Quizás por las experiencias que había vivido no podía creer la veracidad de mis palabras. Pero el vivir una mala experiencia no significaba que hubiese que tener aquella visión tan oscura acerca del mundo. al fin y al cabo, yo estaba a punto de casarme por culpa de los designios de un hombre que se hacía llamar mi padre al que había conocido pocos días antes y, no por ello, renegaba de aquella fuerza. Que el no estuviese destinado a poder disfrutarla, era algo muy diferente.
Ante su pregunta no pude más que mostrar una sonrisa de autosuficiencia. Parecía olvidarse que ella era la prisionera y yo su captor, y que yo era quien tenía la voz cantante. Pero tras enseñarle el cartel con su rostro y descubrir que sabía su verdadero nombre, parecía que le había dado la vuelta a la tortilla. Pude distinguir una sombra de miedo en su mirada y en su gesto, parecía que ya había descubierto su punto débil lo cual casi me aseguraba que me fuese a ayudar. No me gustaba recurrir a métodos tan mezquinos, pero ella me había obligado a ello. Necesitaba recuperar aquel anilo a toda costa y no necesitaba que la joven que tenía cautiva se siguiese comportando de aquella forma tan altiva como si controlase la situación. Me pareció percibir que se sorprendía ante aquello, pues seguramente no se hubiese imaginado que yo conocía su verdadera identidad y que disponía de aquella baza sobre ella - ¿Te ha comido la lengua el gato? - Exclamé al ver que tardaba en reaccionar, dándole una señal para que saliese de su ensoñación y me diese una respuesta. No teníamos todo el día.
Al final pareció ceder, aunque pude notar que por su rostro no estaba muy conforme. De todas maneras, lo importante era el resultado y es que parecía que al final iba a ayudarme. Quisiese o no, no le quedaba alternativa. No la hubiese entregado, eso iba en contra de mis principios. No le deseaba ningún mal. Pero parecía que con aquella falsa amenaza había bastado y con eso era más que suficiente para alcanzar mi propósito. Corté la cuerda de la trampa y espere a que saliese para que se pusiese a mi altura y empezar a caminar. - Pues entonces, pongámonos en marcha. Cuando antes lo solucionemos, antes podremos volver cada uno a lo suyo - dije con una renovada esperanza de alcanzar mi preciado objetivo. Me hubiese gustado, de todas formas, que las cosas hubiesen sido diferentes. Pero ella tampoco me lo había puesto demasiado fácil.
Para tratarse de una princesa, debía reconocer que se movía bastante bien. Seguramente hubiese adquirido experiencia obligatoriamente en aquella odisea en la que se había embarcado escondiéndose de la Reina. Pese a parecerme una joven hostil dudada de la veracidad de los crímenes por los que se la acusaba, razón por la que lo de antes había sido realmente un farol. De ser de otra forma, la habría entregado. Pero no me parecía el tipo de persona capaz de aquella maldad que rezaba el cartel. Al llegar a una parte del sendero en la que había un tronco que debíamos atravesar, me adelanté viendo sus dudas. Caminé sobre el con naturalidad: mis días en el campo me habían proporcionado una gran seguridad para caminar sobre aquel tipo de caminos. Cuando se escapaba una oveja tenía que ir tras ella, ser más rápido y más ágil, por lo que para mi aquello me parecía un juego de niños. normalmente las ovejas acababan en parajes de acceso más complicado. Al llegar al otro extremo y, viendo sus pasos, le tendí una mano para que la agarrase y cruzase sin miedo. Parecía dudar aunque finalmente la aceptó. No se lo recriminaría ya que, anteriormente yo la había capturado. Aunque también ella me había robado. - No hay de que - Le contesté con educación mientras esbozaba una leve sonrisa. Realmente creía en aquellas palabras, parte del rencor había desaparecido al estar haciendo aquel camino para recuperar lo que le pertenecía. Y una vez lo hubiesen hecho, aquello quedaría en el pasado. No solía ser una persona rencorosa, y menos cuando no la conocía de nada. El mayor dolor me lo provocaban aquellos cercanos a mi que me traicionaban.
Mientras continuábamos, me fije en que Snow White comenzaba a juguetear con algo en sus manos. Giré mi vista hacia ella involuntariamente y me fijé en un colgante que parecía de cristal. La observe sorprendido - Pensé que eras del tipo de chicas que no llevaba joyas - Dije con sorna, aunque a diferencia de antes, ahora era sin malicia. Sin mediar palabra le arrebate el colgante con una rapidez y un cuidado que hasta me sorprendieron a mi mismo. Parecía exaltada por lo que acababa de hacer - ¿Qué es esto? ¿Es algo peligroso? - La miré fijamente a los ojos mientras continuaba sonriendo - Deberías de haberlo usado conmigo - Una suave sonrisa salió de mis labios y comencé a caminar, siguiendo sus pasos. No iba a seguir sus pasos, robándoselo para no devolvérmelo. Simplemente era una póliza de seguros para asegurarme de que, si lo recuperábamos, me lo devolvería. O que simplemente no desaparecería de pronto. Parecía ser importante para ella. - Parece que lo estás reservando para alguien. Puede ser.. ¿La Reina? Pregunté con curiosidad. No me consideraba una persona entrometida, pero no podía apartar de mi mente la pregunta de por qué Siobhan quería la muerte de aquella joven. Fuera de ser una ladrona, no parecía tener mal corazón.
Después de un rato más caminando, comenzamos a acercarnos a un puente. Justo al llegar a los matorrales mi nariz pareció capturar un olor.. Desagradable, por decirlo de alguna forma. Una extraña criatura salió de ellos y parecía conocer a Snow. Mi corazón dio un vuelco ya que por mi mente cruzó la idea de que ellos podrían tener mi anillo. Miré hacia ella con una expresión de duda. No sabía que decir. Había escuchado que los troles eran criaturas peligrosas y no quería causarle problemas - Si, en efecto, yo vengo con ella - Dije simplemente para que ella encauzase la conversación. Seguramente si ella había hecho el trato hablarían antes con ella que conmigo. Además, a mi no me conocían de nada y podían sentirse amenazados.
Ante su pregunta no pude más que mostrar una sonrisa de autosuficiencia. Parecía olvidarse que ella era la prisionera y yo su captor, y que yo era quien tenía la voz cantante. Pero tras enseñarle el cartel con su rostro y descubrir que sabía su verdadero nombre, parecía que le había dado la vuelta a la tortilla. Pude distinguir una sombra de miedo en su mirada y en su gesto, parecía que ya había descubierto su punto débil lo cual casi me aseguraba que me fuese a ayudar. No me gustaba recurrir a métodos tan mezquinos, pero ella me había obligado a ello. Necesitaba recuperar aquel anilo a toda costa y no necesitaba que la joven que tenía cautiva se siguiese comportando de aquella forma tan altiva como si controlase la situación. Me pareció percibir que se sorprendía ante aquello, pues seguramente no se hubiese imaginado que yo conocía su verdadera identidad y que disponía de aquella baza sobre ella - ¿Te ha comido la lengua el gato? - Exclamé al ver que tardaba en reaccionar, dándole una señal para que saliese de su ensoñación y me diese una respuesta. No teníamos todo el día.
Al final pareció ceder, aunque pude notar que por su rostro no estaba muy conforme. De todas maneras, lo importante era el resultado y es que parecía que al final iba a ayudarme. Quisiese o no, no le quedaba alternativa. No la hubiese entregado, eso iba en contra de mis principios. No le deseaba ningún mal. Pero parecía que con aquella falsa amenaza había bastado y con eso era más que suficiente para alcanzar mi propósito. Corté la cuerda de la trampa y espere a que saliese para que se pusiese a mi altura y empezar a caminar. - Pues entonces, pongámonos en marcha. Cuando antes lo solucionemos, antes podremos volver cada uno a lo suyo - dije con una renovada esperanza de alcanzar mi preciado objetivo. Me hubiese gustado, de todas formas, que las cosas hubiesen sido diferentes. Pero ella tampoco me lo había puesto demasiado fácil.
Para tratarse de una princesa, debía reconocer que se movía bastante bien. Seguramente hubiese adquirido experiencia obligatoriamente en aquella odisea en la que se había embarcado escondiéndose de la Reina. Pese a parecerme una joven hostil dudada de la veracidad de los crímenes por los que se la acusaba, razón por la que lo de antes había sido realmente un farol. De ser de otra forma, la habría entregado. Pero no me parecía el tipo de persona capaz de aquella maldad que rezaba el cartel. Al llegar a una parte del sendero en la que había un tronco que debíamos atravesar, me adelanté viendo sus dudas. Caminé sobre el con naturalidad: mis días en el campo me habían proporcionado una gran seguridad para caminar sobre aquel tipo de caminos. Cuando se escapaba una oveja tenía que ir tras ella, ser más rápido y más ágil, por lo que para mi aquello me parecía un juego de niños. normalmente las ovejas acababan en parajes de acceso más complicado. Al llegar al otro extremo y, viendo sus pasos, le tendí una mano para que la agarrase y cruzase sin miedo. Parecía dudar aunque finalmente la aceptó. No se lo recriminaría ya que, anteriormente yo la había capturado. Aunque también ella me había robado. - No hay de que - Le contesté con educación mientras esbozaba una leve sonrisa. Realmente creía en aquellas palabras, parte del rencor había desaparecido al estar haciendo aquel camino para recuperar lo que le pertenecía. Y una vez lo hubiesen hecho, aquello quedaría en el pasado. No solía ser una persona rencorosa, y menos cuando no la conocía de nada. El mayor dolor me lo provocaban aquellos cercanos a mi que me traicionaban.
Mientras continuábamos, me fije en que Snow White comenzaba a juguetear con algo en sus manos. Giré mi vista hacia ella involuntariamente y me fijé en un colgante que parecía de cristal. La observe sorprendido - Pensé que eras del tipo de chicas que no llevaba joyas - Dije con sorna, aunque a diferencia de antes, ahora era sin malicia. Sin mediar palabra le arrebate el colgante con una rapidez y un cuidado que hasta me sorprendieron a mi mismo. Parecía exaltada por lo que acababa de hacer - ¿Qué es esto? ¿Es algo peligroso? - La miré fijamente a los ojos mientras continuaba sonriendo - Deberías de haberlo usado conmigo - Una suave sonrisa salió de mis labios y comencé a caminar, siguiendo sus pasos. No iba a seguir sus pasos, robándoselo para no devolvérmelo. Simplemente era una póliza de seguros para asegurarme de que, si lo recuperábamos, me lo devolvería. O que simplemente no desaparecería de pronto. Parecía ser importante para ella. - Parece que lo estás reservando para alguien. Puede ser.. ¿La Reina? Pregunté con curiosidad. No me consideraba una persona entrometida, pero no podía apartar de mi mente la pregunta de por qué Siobhan quería la muerte de aquella joven. Fuera de ser una ladrona, no parecía tener mal corazón.
Después de un rato más caminando, comenzamos a acercarnos a un puente. Justo al llegar a los matorrales mi nariz pareció capturar un olor.. Desagradable, por decirlo de alguna forma. Una extraña criatura salió de ellos y parecía conocer a Snow. Mi corazón dio un vuelco ya que por mi mente cruzó la idea de que ellos podrían tener mi anillo. Miré hacia ella con una expresión de duda. No sabía que decir. Había escuchado que los troles eran criaturas peligrosas y no quería causarle problemas - Si, en efecto, yo vengo con ella - Dije simplemente para que ella encauzase la conversación. Seguramente si ella había hecho el trato hablarían antes con ella que conmigo. Además, a mi no me conocían de nada y podían sentirse amenazados.
William A. Sullivan- Realeza
- Soy : Prince Charming /James
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Re: Snow Falls
Posiblemente el hecho de estar jugueteando con el colgante entre mis dedos llamase la atención del principito pues de súbito y sin venir ni siquiera a cuenta me soltó aquella frase que me dejó descolocada. Bajé la mirada hasta el colgante soltándolo en el momento – Sí, bueno. Esta es especial. – Sonreí de una forma extraña, aunque dicha sonrisa me duró bien poco tiempo en el rostro puesto que sin tan siquiera darme opción alguna noté como me lo arrancaba del cuello – ¡Cuidado! ¡Es peligroso! – Le advertí justo cuando él me hizo aquella pregunta. Le miré con dureza aunque no pude evitar una media sonrisa con sus palabras –Hubiese sido una pérdida muy valiosa usarlo contigo… Es un arma y muy peligrosa – Le dije mientras tendía mi mano en señal de que me lo devolviese. Él, no obstante siguió caminando – ¡Oye! ¡Te he dicho que me lo devuelvas! – Espeté mientras le seguía – Es polvo de hadas. De un hada oscura… Eso es mortal. Transforma al más aterrador de los adversarios en algo que sea fácil de aplastar – Empecé a explicar al tiempo que caminaba detrás de él, como si de aquella manera pudiera conseguir de vuelta el colgante, pero estaba claro que no iba a ser tan fácil. No.
- Es muy difícil de conseguir… Más te vale… - No terminé la frase. Sus palabras hicieron que me quedase mirándole. ¿En serio? – ¿Cómo lo has sabido? – Le pregunté después del pequeño shock del momento antes de volver a echar a andar. – Deberías saber que esos cargos en sus carteles son mentiras. A ella no la detuvieron por mandar a su cazador para arrancarme el corazón, por suerte no todos son unos desalmados leales a la Reina – La palabra “Reina” la dije incluso con cierta ironía, después de todo yo conocía perfectamente los orígenes de Siobhan – Él se apiadó de mí y me dejó marchar…, pero… - Me detuve unos momentos en mis palabras – Yo sabía que si volvía con ella lo mataría sin piedad por no haber cumplido su palabra, así que le convencí de que se quedara conmigo. Me he estado escondiendo en el bosque desde entonces. Primero juntos…, pero unos guardias nos encontraron y tuvimos que separarnos. No sé que ha sido de él. – Me encogí de hombros levemente. Podía parecer que no me importaba, pero en realidad me preocupaba no saber que le había pasado a él. A la persona que me había perdonado la vida y había sido mi compañera en aquellos parajes durante unos meses. – Ahora estoy intentando acumular la suficiente fortuna para poder irme de aquí, escapar a otro reino… A un lugar lo suficiente aislado como para que no puedan volver a hacerme daño – Un lugar donde ella no me encontrara.
Me quería muerta, así que cuanto más me alejara de aquellas tierras más a salvo estaría, por mucho que me doliese tener que abandonar mi Reino, el que siempre había sido mi hogar. Allí ya no quedaba nada que me atase al lugar desde luego.
No tardamos demasiado en llegar hasta el puente donde yo sabía que estaban los hermanos trolls. La pestilencia llegaba hasta nuestras fosas nasales mucho antes de llegar al puente y aunque lo había olido muchas más veces no pude evitar arrugar unos segundos la nariz – Sígueme y no hagas ruido… - Le dije pero antes de poder salir de entre los arbustos uno de ellos los apartó encontrándose cara a cara conmigo. Inconscientemente di unos cuantos pasos hacia atrás cuando su pestilente aliento me abofeteó en la cara, antes de que empezará a gritarle al otro en un idioma que yo ni siquiera entendía – Sí, viene conmigo. – Reafirmé mirando unos segundos al principito encantador. – Quiero hacer otro intercambio – Volví a decir pasando mi mirada ahora hasta el Troll que tenía justo enfrente mía. – Quiero comprar de nuevo las joyas que os di.– La seguridad en mi voz no dejaba lugar a dudas. Había negociado lo suficiente con aquel tipo de criaturas como para saber que no tenía que dudar lo más mínimo a la hora de hablar. Tenía la sensación de que olían el miedo.
- Es muy difícil de conseguir… Más te vale… - No terminé la frase. Sus palabras hicieron que me quedase mirándole. ¿En serio? – ¿Cómo lo has sabido? – Le pregunté después del pequeño shock del momento antes de volver a echar a andar. – Deberías saber que esos cargos en sus carteles son mentiras. A ella no la detuvieron por mandar a su cazador para arrancarme el corazón, por suerte no todos son unos desalmados leales a la Reina – La palabra “Reina” la dije incluso con cierta ironía, después de todo yo conocía perfectamente los orígenes de Siobhan – Él se apiadó de mí y me dejó marchar…, pero… - Me detuve unos momentos en mis palabras – Yo sabía que si volvía con ella lo mataría sin piedad por no haber cumplido su palabra, así que le convencí de que se quedara conmigo. Me he estado escondiendo en el bosque desde entonces. Primero juntos…, pero unos guardias nos encontraron y tuvimos que separarnos. No sé que ha sido de él. – Me encogí de hombros levemente. Podía parecer que no me importaba, pero en realidad me preocupaba no saber que le había pasado a él. A la persona que me había perdonado la vida y había sido mi compañera en aquellos parajes durante unos meses. – Ahora estoy intentando acumular la suficiente fortuna para poder irme de aquí, escapar a otro reino… A un lugar lo suficiente aislado como para que no puedan volver a hacerme daño – Un lugar donde ella no me encontrara.
Me quería muerta, así que cuanto más me alejara de aquellas tierras más a salvo estaría, por mucho que me doliese tener que abandonar mi Reino, el que siempre había sido mi hogar. Allí ya no quedaba nada que me atase al lugar desde luego.
No tardamos demasiado en llegar hasta el puente donde yo sabía que estaban los hermanos trolls. La pestilencia llegaba hasta nuestras fosas nasales mucho antes de llegar al puente y aunque lo había olido muchas más veces no pude evitar arrugar unos segundos la nariz – Sígueme y no hagas ruido… - Le dije pero antes de poder salir de entre los arbustos uno de ellos los apartó encontrándose cara a cara conmigo. Inconscientemente di unos cuantos pasos hacia atrás cuando su pestilente aliento me abofeteó en la cara, antes de que empezará a gritarle al otro en un idioma que yo ni siquiera entendía – Sí, viene conmigo. – Reafirmé mirando unos segundos al principito encantador. – Quiero hacer otro intercambio – Volví a decir pasando mi mirada ahora hasta el Troll que tenía justo enfrente mía. – Quiero comprar de nuevo las joyas que os di.– La seguridad en mi voz no dejaba lugar a dudas. Había negociado lo suficiente con aquel tipo de criaturas como para saber que no tenía que dudar lo más mínimo a la hora de hablar. Tenía la sensación de que olían el miedo.
Re: Snow Falls
Fardo ni siquiera escuchó las "dulces" palabras del hombre que acompañaba a Blancanieves. Pocas veces hacía caso a la moneda de intercambio. Exactamente, justo lo que pensáis. Los hermanos trolls manejaban el poderoso arte del trueque, pero jamás de los jamases jugaban con dinero. Eran trozos inservibles de hierro que ni siquiera eran universales, ya que en un reino u otro las equivalencias de moneda eran muy distintas (aunque la explicación de este barullo de economía era mucho más sencilla en la cabeza de los trolls). En cambio las joyas, los objetos en sí, sí que eran valiosos, lo habían comprobado a lo largo del tiempo... Exacto también, tenían mucha experiencia ya con su "pequeño" negocio y no se dejaban engañar muy fácilmente (los que lo intentaban terminaban en su cazuela).
Así pues, cuando la joven Blancanieves abrió la boca para decirles qué era lo que quería esta vez de ellos, Fardo sonrió abiertamente (aún más), arrugando su rostro verde, sus verrugas y a su vez, enseñando sus dientes más que podridos. Quería un intercambio, y claro... Fardo pensó que Blancanieves quería cambiarles las joyas que les dio el otro día (a cambio de cuerdas y armas de poco valor), las quería de vuelta. ¿Y qué pensaba dar a cambio? Fardo pensó que había traído a aquel hombre con ella como intercambio, ¡y menudo intercambio! Ese hombre parecía algo mal cuidado, demasiado delgado, pero les daría para su tercer desayuno. Blancanieves sonó muy segura de sí misma, sin embargo a Fardo no le daba miedo, ni mucho menos. ¿Por qué iba a tener miedo de unos seres tan insignificantes? Con tan solo poner una mano sobre su cabeza y aplicar un poco de fuerza, se la destrozaría por completo.
-¿Comprar joyas? ¿Comprar joyas? Bien tú sabes que nosotros no queremos compras... ¿Nieve blanca quiere joyas de vuelta? Entonces, tendrá que dar algo a cambio... Joyas muy valiosas y poderosas, algo a cambio de gran valor, Nieve Blanca. Cuerdas que te dimos la otra vez, de gran calidad eran... -explicó con su grotesca y poderosa voz. Fardo continuaba inclinado sobre ellos, pero finalmente los dejó salir de los arbustos. Los hermanos trolls habían aprendido a ser civilizados con el tiempo, y los tratos les gustaba hacerlo con un "trato" formal-. ¡Loin! ¡Nieve blanca nos ofrecerá al hombrecito a cambio de las joyas! ¡Ve preparando la fogata para el tercer desayuno! ¡Y saca las especias! -Loin así hizo, y de mientras le dirigió la mirada a su baúl de madera. Eran desconfiados, sabían que Blancanieves podría intentar engañarles, y si lo intentaba mejor... Así tendrían más comida para el tercer desayuno-. Sentaos en el tronco y hablemos...
-¡Hermano! ¡La sopa es mía! ¡No les ofrezcas nada! -le profirió entre gritos mientras colocaba más madera sobre la fogata para continuar calentando su cocido de mujer embarazada-. ¿Qué ofrecer, Nieve Blanca?
Así pues, cuando la joven Blancanieves abrió la boca para decirles qué era lo que quería esta vez de ellos, Fardo sonrió abiertamente (aún más), arrugando su rostro verde, sus verrugas y a su vez, enseñando sus dientes más que podridos. Quería un intercambio, y claro... Fardo pensó que Blancanieves quería cambiarles las joyas que les dio el otro día (a cambio de cuerdas y armas de poco valor), las quería de vuelta. ¿Y qué pensaba dar a cambio? Fardo pensó que había traído a aquel hombre con ella como intercambio, ¡y menudo intercambio! Ese hombre parecía algo mal cuidado, demasiado delgado, pero les daría para su tercer desayuno. Blancanieves sonó muy segura de sí misma, sin embargo a Fardo no le daba miedo, ni mucho menos. ¿Por qué iba a tener miedo de unos seres tan insignificantes? Con tan solo poner una mano sobre su cabeza y aplicar un poco de fuerza, se la destrozaría por completo.
-¿Comprar joyas? ¿Comprar joyas? Bien tú sabes que nosotros no queremos compras... ¿Nieve blanca quiere joyas de vuelta? Entonces, tendrá que dar algo a cambio... Joyas muy valiosas y poderosas, algo a cambio de gran valor, Nieve Blanca. Cuerdas que te dimos la otra vez, de gran calidad eran... -explicó con su grotesca y poderosa voz. Fardo continuaba inclinado sobre ellos, pero finalmente los dejó salir de los arbustos. Los hermanos trolls habían aprendido a ser civilizados con el tiempo, y los tratos les gustaba hacerlo con un "trato" formal-. ¡Loin! ¡Nieve blanca nos ofrecerá al hombrecito a cambio de las joyas! ¡Ve preparando la fogata para el tercer desayuno! ¡Y saca las especias! -Loin así hizo, y de mientras le dirigió la mirada a su baúl de madera. Eran desconfiados, sabían que Blancanieves podría intentar engañarles, y si lo intentaba mejor... Así tendrían más comida para el tercer desayuno-. Sentaos en el tronco y hablemos...
-¡Hermano! ¡La sopa es mía! ¡No les ofrezcas nada! -le profirió entre gritos mientras colocaba más madera sobre la fogata para continuar calentando su cocido de mujer embarazada-. ¿Qué ofrecer, Nieve Blanca?
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