¡A escoger!

La verdad era que le había sorprendido un poco que, mientras estaba fingiendo tomarse un café tranquilamente en Granny’s para ver si se encontraba casualmente con Phoebe, apareciera Paula de la nada pidiéndole que la acompañara a comprar un perro. Se la quedó mirando un momento extrañado; ¿realmente la alcaldesa quería un perro correteando por su casa? No la veía muy amante de los animales y no quería ser partícipe de algo que la enfureciera. Pero lo que sí que veía era la ilusión que le hacía a ella, así que supuso que lo habría hecho para contentar a su hija.

Además, desde que había empezado esa pequeña obsesión por su camarera, como decía Benjamin, solo veía a Paula de vez en cuando en Granny’s; bastante poco contando en lo divertido que era estar con ella, básicamente porque a Lucas le costaba más bien poco volverse un poco crío. Así que como era de esperar, le dijo que se verían cuando acabaran las clases, cuando fuera un poco más mayor ya la instaría a hacer campana algún día, pero con ocho años no.

Y allí estaba, esperándola apoyado a la pared del refugio con los brazos cruzados sobre el pecho; ya había llegado tarde a su cita con Phoebe, no quería que la pequeñaja también tuviera que esperarse. Cuando le vino a la mente la cita sonrió como un tonto. Podía contarle a Paula la idea que había tenido Phoebe sobre cenicienta, quizás les encontraba un hueco en su libro, sonaba bien lo de ser un príncipe.

- Hola Pauly, también me alegro de verte. – Dijo riendo con sarcasmo viéndose arrastrado al interior del edificio. Paula había llegado corriendo en un visto y no visto, y de la misma manera Lucas había pasado de contemplar arboles a ver ojitos de perros que decían “cómprame, cómprame”.

¿Qué qué sabia de perros? Pues más bien poco. Había un par de perros sueltos por su casa que compraron sus padres hace tiempo, pero él no les tenía mucho cariño porque de pequeño siempre le ladraban... Por no saber no sabía ni sus nombres.

- ¡Ha de ser un cachorro bien mono! – Se entusiasmó enseguida con Paula. – Y ya que paga tu madre que sea de los más caros. – Le sonrió con malicia mientras le daba un codazo de complicidad. Allí había perros de todo tipo, color, edad, tamaño y de todo precio también. – Pero… ¿Grande o pequeño? – Luego se fijó en unos en especial, de color negro y muy feos. – Esos son como los de mis padres, - hizo una pausa teatral – ni se te ocurra comprar de esos.

Me estaba quedando sin ideas, sin planes, sin posibilidades. Lo había comprendido cuando aquella mañana me había levantado con aquel mismo dolor en mi pierna izquierda, era terrible y sabía perfectamente lo que me estaba pasando. Había dormido apenas cuatro horas y probablemente no podría dormir más durante toda la mañana. Inspiraba y espiraba, intentando relajarme. Apoyé el pie derecho en el suelo, y después el izquierdo, para después agacharme y levantar un poco el pantalón de mi pijama. Lo sabía, lo sabía perfectamente y aún así había tenido que mirarlo para entenderlo. Madera. ¿Demasiado rápido? ¿O demasiado lento? Tragué saliva y volví a ponerme el pantalón tal cual estaba para evitar aquella visión tan terrible y que pretendía decidir mi destino de una vez por todas. Me pasé la mano por el pelo, por la cara. Necesitaba despejarme de cualquier manera, la que fuera, porque estaba claro que estaba estresado. No estaba consiguiendo resultados algunos.

Me puse la misma ropa que el día anterior ya que no tenía ganas ninguna de pensar. Salí del hostal y me encontré con la visión de la cafetería, ¿iría a desayunar? No, no tenía ganas tampoco de encontrarme con personas "conocidas", saludarlas amablemente y preguntarles por el día. No quería fingir, y si no quería fingir no debía encontrarme con nadie. Cogí mi casco y llegué hasta mi moto ahí aparcada. Quizás fuera lo único que me pudiera alegrar el día. Dar una vuelta por aquel maldito pueblo y no pensar en lo que me estaba pasando. Fui a una velocidad prudente mientras estuve en Storybrooke, pero cuando salí a la carretera, apreté el acelerador a más no poder y sintiendo la presión del aire contra mi chaqueta. No pensar, no pensar, eso me repetía. No estaba consiguiendo con Lucy, era como si tuviera una capa protectora que le impedía creer, y no sabía de dónde sacar magia o alguna prueba que le hiciera creer. El libro. Necesitaba el libro. Eso era, ¿pero cómo iba a conseguirlo? Paula lo custodiaba día y noche, era su objeto más preciado (o eso al menos me había hecho creer).

Quise darme cabezazos contra el suelo por el estrés y por todo. Entonces, llegué a un lugar que me llamó la atención. Parecía ser que había llegado a la protectora de animales. Nunca había estado allí, no había tenido tiempo ni interés. Quizás los animales también consiguieran alegrarme el día aparte de mi vuelta en moto. Me quité el casco y me adentré en la protectora. ¡Qué casualidad! Sonreí ampliamente cuando me topé con la espalda de Paula acompañada por un joven rubio que no conocía. Iba a saludarles, pero entonces mis pies chocaron con algo que llamó tremendamente mi atención. La mochila de Paula. Era su mochila y en su interior estaba el libro de cuentos. ¿Sería aquel mi día? Lo dudaba.

Cogí un asa de la mochila para mirar su interior. Miré a Paula que parecía demasiado pendiente de lo que estaba haciendo que de su mochila, vaya, pensaba que lo tendría más vigilado. No debía desaprovechar esa oportunidad. Cogí el pesado libro de cuentos que tanto me había fascinado cuando Paula me lo enseñó por primera vez y me lo metí bajo el brazo para después salir sigiloso de la protectora. Me sentía mal por Paula. Le tenía mucho cariño a aquel libro, pero ella no se estaba convirtiendo en madera como yo. Tenía un plan, un plan que debía desarrollarse poco a poco, pero no me quedaba tiempo. Regresé a mi moto y salí de aquella zona para regresar al hostal. Iba a tener unos días bastante entretenidos a partir de ahora... Ya pensaría después cómo me las iba a ingeniar para devolverle el libro a Paula.

- Pauly, Pauly, Pauly – repitió varias veces mientras le daba golpecitos en la mejilla con el dedo índice para molestarla. Era graciosa cuando se enfadaba.

Lucas se dedicó a seguir a Paula que iba correteando por toda la tienda, pues si que le hacía ilusión tener un perro. La verdad era que había muchísimos perros mucho más bonitos y con pinta de ser más simpáticos que los que escogieron sus padres. Seguro que ella tendría más buen gusto, estaba claro que los grandes y peludos eran los que de cachorros hacían que las chicas dijeran: “oh! Que mono!”

- ¿Sí? – Se sorprendió con la salida de Paula. Estaba claro que no se refería a que sabía que eran novios, lo que quería decir era que les había situado en una de las historias de su libro. - ¿Y quienes…?

Pero no le dio tiempo de acabar de formular la pregunta porque la niña se había ido ya en frente de una de las jaulas y le señalaba al perro que había dentro. Lucas se acercó rápidamente y se encontró con un cachorro pequeño, pero que iba a ser un perro enorme.

- Me parece que va a ser más grande que tu dentro de poco. – Se agachó para quedar a la altura de Paula y del perro. – Y tiene pinta de ser de lo más achuchable, como tú. – Abrazó a la niña y la estrujó un poco, no demasiado fuerte que no quería hacerle daño. – Pauly. – Acabó mientras la soltaba. Algún día de esos se las cargaría si seguía molestándola.

Dejó a Paula tranquila un momento y ladeó la cabeza hacia el perro. Miró al animal pensando en cómo podía estar tan contento encerrado allí dentro con dos personas con sus enormes cabezas delante mirándolo expectantes por si hacia algo con las manos apoyadas en el cristal; él se estresaría.

- ¿Qué nombre le pondrías? – Preguntó. – Parece que le caes bien. – El cachorro no paraba de mover la cola y dar vueltas de arriba abajo. – Haz una cosa, llámale, si te hace caso es que será tu perro. – Alguien le había dicho una vez que siempre escogía así a los animales, pero no recordaba quien había sido.

Luego se entretuvo para mirar el precio del animal. Buff, era de raza, y eso llevaba su consecuencia económica; la alcaldesa no estaría nada contenta. Esperaba que Paula no le hubiera dicho que iba con él a comprar el perro, no quería ser cómplice en un agujero económico. Y cuando pensó en la alcaldesa le vino a la mente la operación cobra y que Paula se había quedado sin decirle qué teoría tenía sobre él y Phoebe.

- Pero antes que nada dime quiénes somos. – La cogió de los hombros y la giró hacia él para que dejara de embobarse con el perro, no se iba a mover de allí. Sonrió. – Phoebe también tuvo una idea.




U: pero que cosa mas monaaa *___*

Se rió cuando el perro empezó a lamerle la mano a Paula, y ella parecía encantada, no paraba de acariciar al cachorro ni siquiera cuando hablaba y el animal estaba contentísimo. Realmente, parecía hechos el uno para el otro.

- Mejor pensemos un nombre que no esté relacionado con cuentos… - Hizo una mueca. No le gustaría nada que un perro llevara su nombre. – Y también descartamos los nombres tipo Peludo o Blackie, que dentro de unos años te dará vergüenza llamarle por la calle. – Era muy triste ver a un hombre de cuarenta años gritando nombres así por la calle, y quería que la Paula adolescente pasara vergüenza. - ¿Algún personaje de película con nombre raro? Así seguro que nadie se ofende. – Él podía haberle puesto cualquier nombre, pero eso era cosa de Paula.

La miró con los ojos muy abiertos al escuchar su teoría. ¿En serio? Era lo mismo que había dicho Phoebe en Granny’s, y luego había habido ese incidente con el zapato que se cayó del tejado… La verdad era que tenía sentido. Por un momento se imaginó a él mismo vestido con lo que suponía se llevaba en otra época bailando con Phoebe en un salón enorme lleno de gente que les miraba. Pues no estaba nada mal la idea de ser un príncipe, sonrió satisfecho con sus pensamientos.

- Así que soy un príncipe. ¡Me gusta! Además de ser rico ahora soy de la realeza. – Apoyó la cabeza en el hombro de Paula y le rascó un poco la mejilla con la barba riéndose. - Bueno, Phoebe no tenía exactamente una teoría, era más bien una comparación… Y dijo lo mismo que tú… Además, si que perdió un zapato. – Miró a Paula sonriente, sabía que le iba a hacer ilusión que las cosas le cuadraran. – Aunque según la maldición no hay finales felices, ¿no? Pero nosotros dos estamos saliendo. ¿No se considera eso un final feliz?

Paula le había contado que la bruja malvada les había quitado a todos los finales felices, pero desde luego Lucas creía que ya había tenido el suyo, conseguir que Phoebe fuera su novia después de sentirse rechazado bastantes veces podía ser visto como un final feliz. No quería que las cosas se torcieran, ahora que por fin estaba con ella no quería que la apartaran de su lado nunca. Y si ella tenía razón, el destino quería que estuvieran juntos.

Su mente había volado demasiado lejos con Phoebe, príncipes y cenicientas, necesitó la pregunta de Paula para volver a aterrizar en la tienda de animales. Todavía un poco descolocado.

- Es muy fácil, solo hay que mirar si tiene… - Se paró de golpe recordando que estaba hablando con una niña de ocho años. Rápidamente cambió de estrategia. – Vamos a preguntar al encargado mejor. – Cogió a Paula de la mano y cuando llegaron al mostrador la aupó para que hablara ella directamente con el empleado.