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Decid adiós a vuestra Caja de Cartón
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:: Storybrooke :: Urbanización :: La caja de cartón
Página 1 de 1.
Decid adiós a vuestra Caja de Cartón
Había pasado a ver como estaba la pequeña Eva, que había sido acogida por el señor Anderson. Gold había pensado en él, porque sabía perfectamente que se trataba de Gepetto y que en su otra vida había deseado siempre tener un hijo que cuidar. Se la había dado por ese motivo y porque así nadie se preguntaría qué hacia de repente con un bebé. Estando con August incluso podría vigilarla de cerca.
¿Qué cómo se sentía con respecto a todo aquello? Victorioso. Había vuelto a ganar una apuesta, aunque eso para él no fuese ninguna novedad, puesto que todos los tratos que él hacía acababan cumpliéndose de una manera u otra y lo mejor de todo es que el más beneficiado de aquellas situaciones era él mismo, aunque en aquella ocasión también había habido cierto beneficio para su majestad, puesto que sin su pequeña, Grace Sullivan jamás encontraría la felicidad completa por mucho que acabase siendo la pareja de Sebastian Jones.
Sí, Arthur también era de ese tipo de personas que se enteraba de todo. Siempre sabía todo lo que pasaba en aquel pueblo y de alguna manera (aunque siempre por su propio beneficio) se hacia cómplice de los planes y los trapicheos que hacia la alcaldesa con tal de que todo siguiera tal y como ella quería, y como él mismo quería. Siempre tenía sus ventajas y sus recompensas en todo lo que hacía.
Dejó el bastón apoyado contra la barandilla del porche de la casa en la que acababa de estar, mientras se metía el sobre con el dinero del alquiler en el bolsillo interior de la chaqueta sonriendo ligeramente y sacando una hoja de papel comprobando a quién tenía que ir a visitar y a quién no. Esbozó una sonrisa ciertamente canalla mientras comprobaba los siguientes en su lista, además estaban escritos en color rojo por encima del bolígrafo, señal de que no era un “pequeño retraso” sino de que era algo más…
Ya iba siendo hora de que él recuperase lo que era suyo.
Tomó el bastón y ayudándose de él (aunque lo hacia más porque quedaba elegante que por otra cosa) se encaminó hasta la casa de Everett O’Connor y Matthew Barlow, a ver que excusa le ponían aquella vez, porque recordaba haber ido un mes antes y que les dijeran que iban justos. ¿El problema? Que ahora era el doble lo que tenían que pagarle o incluso el triple si él lo decidía así.Después de todo el I.V.A ha subido.
Distinguió su querida posesión que había “sido” de ellos durante veintiséis años y no dejaba de hacérsele curioso el hecho de que justo en el momento en que había aparecido Lucy Roberts y el tiempo hubiese empezado a correr otra vez, fuera el momento en que aquellos dos gandules habían dejado de pagar. Gandules si, porque para Gold cualquiera que no le pagase dentro del plazo establecido y que encima se retrasase dos meses (podrían haberle llevado el dinero perfectamente a la tienda de antigüedades, pero ni eso, ya se veía lo que les importaba su casa) era eso, un gandul. Aquellos dos desde luego no se iban a librar de ese palabro.
Llegó hasta la casa en cuestión y sin borrar la sonrisa de su rostro tocó al timbre del lugar, esperando que uno (o los dos) le abriese la puerta y no, aquella sonrisa no era augurio de una buena noticia, lo que iba a darles aquella tarde era la peor noticia… Porque si, ya se podían despedir los dos de su querida casa durante un tiempo indefinido…
Nunca se sabía cuando Arthur Gold te iba a dar el perdón.
¿Qué cómo se sentía con respecto a todo aquello? Victorioso. Había vuelto a ganar una apuesta, aunque eso para él no fuese ninguna novedad, puesto que todos los tratos que él hacía acababan cumpliéndose de una manera u otra y lo mejor de todo es que el más beneficiado de aquellas situaciones era él mismo, aunque en aquella ocasión también había habido cierto beneficio para su majestad, puesto que sin su pequeña, Grace Sullivan jamás encontraría la felicidad completa por mucho que acabase siendo la pareja de Sebastian Jones.
Sí, Arthur también era de ese tipo de personas que se enteraba de todo. Siempre sabía todo lo que pasaba en aquel pueblo y de alguna manera (aunque siempre por su propio beneficio) se hacia cómplice de los planes y los trapicheos que hacia la alcaldesa con tal de que todo siguiera tal y como ella quería, y como él mismo quería. Siempre tenía sus ventajas y sus recompensas en todo lo que hacía.
Dejó el bastón apoyado contra la barandilla del porche de la casa en la que acababa de estar, mientras se metía el sobre con el dinero del alquiler en el bolsillo interior de la chaqueta sonriendo ligeramente y sacando una hoja de papel comprobando a quién tenía que ir a visitar y a quién no. Esbozó una sonrisa ciertamente canalla mientras comprobaba los siguientes en su lista, además estaban escritos en color rojo por encima del bolígrafo, señal de que no era un “pequeño retraso” sino de que era algo más…
Ya iba siendo hora de que él recuperase lo que era suyo.
Tomó el bastón y ayudándose de él (aunque lo hacia más porque quedaba elegante que por otra cosa) se encaminó hasta la casa de Everett O’Connor y Matthew Barlow, a ver que excusa le ponían aquella vez, porque recordaba haber ido un mes antes y que les dijeran que iban justos. ¿El problema? Que ahora era el doble lo que tenían que pagarle o incluso el triple si él lo decidía así.
Distinguió su querida posesión que había “sido” de ellos durante veintiséis años y no dejaba de hacérsele curioso el hecho de que justo en el momento en que había aparecido Lucy Roberts y el tiempo hubiese empezado a correr otra vez, fuera el momento en que aquellos dos gandules habían dejado de pagar. Gandules si, porque para Gold cualquiera que no le pagase dentro del plazo establecido y que encima se retrasase dos meses (podrían haberle llevado el dinero perfectamente a la tienda de antigüedades, pero ni eso, ya se veía lo que les importaba su casa) era eso, un gandul. Aquellos dos desde luego no se iban a librar de ese palabro.
Llegó hasta la casa en cuestión y sin borrar la sonrisa de su rostro tocó al timbre del lugar, esperando que uno (o los dos) le abriese la puerta y no, aquella sonrisa no era augurio de una buena noticia, lo que iba a darles aquella tarde era la peor noticia… Porque si, ya se podían despedir los dos de su querida casa durante un tiempo indefinido…
Nunca se sabía cuando Arthur Gold te iba a dar el perdón.
Última edición por Arthur S. Gold el Lun Sep 10, 2012 4:00 am, editado 1 vez
Arthur S. Gold- Hechiceros/Magos
- Soy : Rumplestiltskin
Mensajes : 23
Empleo /Ocio : Dueño tienda de Antigüedades
Fecha de inscripción : 26/06/2012
Re: Decid adiós a vuestra Caja de Cartón
Después de salir de trabajar, Matt tomó un pequeño desvío para pasar por una de las tiendas de golosinas. Él iba más bien a por los huevos kinder, más acertadamente por los juguetes para armar que traían dentro, pero también quería hacerle una sorpresa a Everett llevándole alguna de sus golosinas favoritas. Últimamente el científico estaba de capa caída, puesto que ya llevaba dos meses sin cobrar y ambos, tanto él como Matt, tenían que sobrevivir con el sueldo del bombero, que era más bien modesto. Por eso quería regalarle las golosinas, permitirse un pequeño capricho para ambos, para sonreír durante un rato. Cogió unas cuantas, salteadas sin detenerse muy bien en observar lo que cogía y lo que no, compró su huevo y salió corriendo de la tienda, agitando la bolsa. Quería llegar cuanto antes a casa y sorprender a su amigo.
A lo lejos, a medida que se acercaba, vio a alguien en la puerta y se puso en guardia. Lo reconoció al instante y la piel se le puso de gallina. Llevaban dos meses sin pagar el alquiler, dando largas porque no tenían dinero con e que pagarlo, no sin el suelo de Everett. Y la visita del señor Gold era de todo menos alentadora. Significaba malas noticias, muy malas noticias. Se agachó y dio la vuelta a la casa oculto de las miradas de Gold. Se le daba muy bien ocultarse, pasar desapercibido. Cuando estuvo a un lado de la casa, abrió la ventana lentamente y entró por ella, cayendo boca abajo contra el suelo, restregando la cara contra el suelo frío de su humilde morada. Le encantaba esta casa aunque no fuera nada fuera de lo normal y le gustaba compartirla con Everett. No quería que los separaran a ambos y mucho menos perder un lugar que había significado tanto para él.
Dejó la bolsa en la mesa y llamó a Everett entre susurros, para comunicarle quién los esperaba al otro lado de la puerta. Finalmente, tras coger aire y valentía, caminó hacia la puerta, tropezando, como siempre, con la alfombra que le hacía tanto la vida imposible. Incluso a ella la extrañaría si los echaban. No es que le gustara caerse ni tropezarse con el trozo de tela, pero era algo que podía soportar si estaba con Everett y justamente en esa casa. Se levantó del suelo y abrió la puerta conteniendo la respiración.
-Esto…buen día, señor Gold- y empezó a reír como un estúpido, completamente nervioso.
A lo lejos, a medida que se acercaba, vio a alguien en la puerta y se puso en guardia. Lo reconoció al instante y la piel se le puso de gallina. Llevaban dos meses sin pagar el alquiler, dando largas porque no tenían dinero con e que pagarlo, no sin el suelo de Everett. Y la visita del señor Gold era de todo menos alentadora. Significaba malas noticias, muy malas noticias. Se agachó y dio la vuelta a la casa oculto de las miradas de Gold. Se le daba muy bien ocultarse, pasar desapercibido. Cuando estuvo a un lado de la casa, abrió la ventana lentamente y entró por ella, cayendo boca abajo contra el suelo, restregando la cara contra el suelo frío de su humilde morada. Le encantaba esta casa aunque no fuera nada fuera de lo normal y le gustaba compartirla con Everett. No quería que los separaran a ambos y mucho menos perder un lugar que había significado tanto para él.
Dejó la bolsa en la mesa y llamó a Everett entre susurros, para comunicarle quién los esperaba al otro lado de la puerta. Finalmente, tras coger aire y valentía, caminó hacia la puerta, tropezando, como siempre, con la alfombra que le hacía tanto la vida imposible. Incluso a ella la extrañaría si los echaban. No es que le gustara caerse ni tropezarse con el trozo de tela, pero era algo que podía soportar si estaba con Everett y justamente en esa casa. Se levantó del suelo y abrió la puerta conteniendo la respiración.
-Esto…buen día, señor Gold- y empezó a reír como un estúpido, completamente nervioso.
Matthew J. Barlow- Humanos
- Soy : Aladdin
Mensajes : 60
Empleo /Ocio : Bombero
Fecha de inscripción : 30/06/2012
Re: Decid adiós a vuestra Caja de Cartón
Cualquier otra persona que se encontrase en la misma situación que Everett, habría montado en cólera hacía mucho tiempo. Pero no, él se mantenía tranquilo, como si en verdad no tuviera ningún problema. La directora Pierce le había informado de que debido a los recortes que se había tenido que hacer en la escuela, su sueldo sufriría una serie de modificaciones y que por lo tanto tardaría bastante en pagarle. Desde ese momento habían pasado dos meses. Cualquier habría ido a pedirle explicaciones a la directora, pero Everett confiaba en la mujer, ya que le había salvado de algunos problemas que había ocasionado en el laboratorio y en la propia escuela. Después de todo, compartía casa con su mejor amigo, Matthew y aunque su sueldo como bombero no fuera el mejor del mundo, habían podido llevar una vida austera gracias al dinero que llevaba a casa. Pero no habían podido pagar el alquiler de aquellos dos meses, no les había llegado el dinero.
Por supuesto, otra persona en su lugar habría pedido ayuda de sus amigos... Él tenía a Sydney, Charlie y muchos más, pero el joven profesor era demasiado independiente. Le gustaba tener su espacio, su dinero y no le gustaba pedir prestado el dinero, puesto que conocía que el dinero causaba disputas y rompía relaciones. Tenía unos ahorrillos sí, pero prefería esperar a que la escuela le pagase su sueldo retrasado de dos meses ya que después de todo, el señor Gold todavía no había pedido el pago de la casa. Aquella era otra cosa que odiaba, Caja de Cartón tampoco era su casa, era una casa alquilada. Sabía, todos sabían que más de la mitad del pueblo pertenecía a aquel hombre tan misterioso y que caminaba con el bastón. El señor Gold cumplía con la fisionomía y psicología del perfecto villano, de aquellos villanos de tantos cómics que había leído.
El joven profesor de ciencias se encontraba tumbado en su cama, leyendo un cómic de Lobezno, de sus orígenes. Se sentía mal por los traspiés que había tenido que pasar Matthew por su tranquilidad, por su confianza en la escuela, ya que él no sospechaba de ninguna conspiración ni nada por el estilo. Nadie tenía nada contra él, por supuesto. Suspiró profundamente, cansado, algo preocupado ya que tenía una intuición, algo vago. Vio a Matthew al final de la escalera, en el piso de abajo, le estaba llamando, no le había escuchado entrar... ¿Por qué hablaba en susurros? Bajó las escaleras frunciendo el ceño, bastante extraño y cuando fue a preguntarle, Matt le dijo que el señor Gold se encontraba en la puerta de Caja de Cartón. Everett comprendió entonces lo que tendría que hacer. Subió las escaleras de nuevo y escuchó a su amigo tropezarse con la alfombra. Matthew tenía un magnetismo con aquella alfombra, era algo digno de investigación, pero no había tiempo para pensar.
Entró en su habitación, esperando que Matthew entretuviera al señor Gold. Estaba nerviosa, ¡nunca se ponía así! Rebuscó en su armario, sacando su ropa, sus planos y encontrando al fin una caja verde con un candado. La cogió entre sus manos y suspiró. No había querido utilizar esa posibilidad, pero ambos estaban pelados...
Iba a tener que sacrificar sus ahorros para viajar a la luna. Los ahorros de su vida.
Por supuesto, otra persona en su lugar habría pedido ayuda de sus amigos... Él tenía a Sydney, Charlie y muchos más, pero el joven profesor era demasiado independiente. Le gustaba tener su espacio, su dinero y no le gustaba pedir prestado el dinero, puesto que conocía que el dinero causaba disputas y rompía relaciones. Tenía unos ahorrillos sí, pero prefería esperar a que la escuela le pagase su sueldo retrasado de dos meses ya que después de todo, el señor Gold todavía no había pedido el pago de la casa. Aquella era otra cosa que odiaba, Caja de Cartón tampoco era su casa, era una casa alquilada. Sabía, todos sabían que más de la mitad del pueblo pertenecía a aquel hombre tan misterioso y que caminaba con el bastón. El señor Gold cumplía con la fisionomía y psicología del perfecto villano, de aquellos villanos de tantos cómics que había leído.
El joven profesor de ciencias se encontraba tumbado en su cama, leyendo un cómic de Lobezno, de sus orígenes. Se sentía mal por los traspiés que había tenido que pasar Matthew por su tranquilidad, por su confianza en la escuela, ya que él no sospechaba de ninguna conspiración ni nada por el estilo. Nadie tenía nada contra él, por supuesto. Suspiró profundamente, cansado, algo preocupado ya que tenía una intuición, algo vago. Vio a Matthew al final de la escalera, en el piso de abajo, le estaba llamando, no le había escuchado entrar... ¿Por qué hablaba en susurros? Bajó las escaleras frunciendo el ceño, bastante extraño y cuando fue a preguntarle, Matt le dijo que el señor Gold se encontraba en la puerta de Caja de Cartón. Everett comprendió entonces lo que tendría que hacer. Subió las escaleras de nuevo y escuchó a su amigo tropezarse con la alfombra. Matthew tenía un magnetismo con aquella alfombra, era algo digno de investigación, pero no había tiempo para pensar.
Entró en su habitación, esperando que Matthew entretuviera al señor Gold. Estaba nerviosa, ¡nunca se ponía así! Rebuscó en su armario, sacando su ropa, sus planos y encontrando al fin una caja verde con un candado. La cogió entre sus manos y suspiró. No había querido utilizar esa posibilidad, pero ambos estaban pelados...
Iba a tener que sacrificar sus ahorros para viajar a la luna. Los ahorros de su vida.
Everett N. O'Connor- Humanos
- Soy : Hansel
Mensajes : 339
Empleo /Ocio : Profesor de Ciencias
Localización : Perdido por Storybrooke
Fecha de inscripción : 29/06/2012
Re: Decid adiós a vuestra Caja de Cartón
Cuando Gold vio que se abría la puerta y aparecía Matthew Barlow la sonrisa en su rostro se podría decir que incluso se ensanchó ligeramente. Sentía que estaba rozando con la punta de sus dedos otro triunfo. Triunfo que luego incluso podría restregarle a Siobhan por la cara. De cara a los habitantes de Storybrooke ellos eran simplemente alcaldesa y el hombre más rico de todo el pueblo, pero de puertas adentro había una relación extraña entre ambos. Se podría decir que había ocasiones en las que se aliaban pues para conseguir sus fines necesitaban ayuda mutua, pero al mismo tiempo había ocasiones y situaciones mediante las cuales era obvia la rivalidad entre ambos.
Aquello venía sobretodo del mundo donde la magia había existido. Desde que ella le anunciara que ella había muerto y nunca volvería, unido al hecho de haber perdido a Baelfire. Sin embargo, el poder era lo que lo había llenado todos esos años. ¿Qué más podía pedirle a la vida si tenía todo el poder que quería? Tenía incluso más poder que la Reina y eso era lo que más le gustaba de toda aquella situación, había incluso conseguido engañarla, había encontrado la brecha en la maldición (su maldición) y había conseguido que con un “por favor” ella tuviese que obedecer todas sus órdenes, por mucho que ella fuese la alcaldesa de aquel lugar.
Poder. Todo se resumía en eso.
Buenos días señor Barlow... - Frunció el entrecejo unos segundos ante aquella risa nerviosa que parecía haberle entrado al bombero - ¿Qué se le hace tan gracioso? - Movió su bastón señalando al joven unos segundos con el objeto – A mí, mi propia visita no me haría gracia alguna – Sentenció después notando la presencia también del profesor de ciencias. - ¡Ah...! ¡Señor O'Connor! Me he enterado del pequeño problema que tienen en el colegio con las nóminas de los trabajadores – Se podría decir que incluso había dicho ese comentario con malicia en su voz. Le encantaba ver sufrir a los demás. Le encantaba salir victorioso de las situaciones y no dudaba en que aquella sería una de esas situaciones. ¿Quién le iba a decir que el excéntrico profesor iba a sacrificar sus ahorros para cumplir un sueño, para así no perder la casa? - Pero... como entenderán, ese no es mi problema – Continúo diciendo jugando con el bastón y mirando alternativamente a los dos jóvenes – Y como no es mi problema no ha de preocuparme tampoco, ni tan siquiera el hecho de que por ello sea posible que tengan que dormir bajo un puente... - Levantó un dedo cuando vio que uno de los dos iba a abrir la boca – Claro que... todo esto se puede solucionar si de alguna manera consiguen darme lo que me deben, porque además creo que he sido demasiado benevolente con ustedes dos, teniendo en cuenta que al señor O'Connor no le pagaban por problemas administrativos y aún así no era problema mío. Es culpa de la alcaldesa y lo mal que lleva este pueblo - ¡Oh si! Si tenía que cubrir a Siobhan de mierda lo haría, pero él se limpiaba las manos. Como siempre.
Al pobre de los perritos calientes (?) le “secuestre” el camión de las salchichas por no poder pagarme el alquiler de su casa, así que ya ven lo bueno que he sido con ustedes... Bien podría haber tomado prestado algo de valor para cualquiera de los dos. - Y aún recordaba perfectamente la cara de aquel regordete, suplicándole que le devolviese el medio de transporte con el cual vendía los dichosos perritos calientes (¡Que encima estaban asquerosos) y lo mucho que había disfrutado él, cogiendo, subiéndose en el camión y arrancándolo alejándose del hombre que se llevaba las manos a la cabeza y caía de rodillas sobre el asfalto.
Aquellas eran del tipo de imágenes que nunca olvidaría.
- Así que..., ustedes dirán si tienen lo que me deben o tengo que buscar nuevos inquilinos para la casa – Y la sonrisa que se dibujo en su rostro fue de todo menos amistosa.
Aquello venía sobretodo del mundo donde la magia había existido. Desde que ella le anunciara que ella había muerto y nunca volvería, unido al hecho de haber perdido a Baelfire. Sin embargo, el poder era lo que lo había llenado todos esos años. ¿Qué más podía pedirle a la vida si tenía todo el poder que quería? Tenía incluso más poder que la Reina y eso era lo que más le gustaba de toda aquella situación, había incluso conseguido engañarla, había encontrado la brecha en la maldición (su maldición) y había conseguido que con un “por favor” ella tuviese que obedecer todas sus órdenes, por mucho que ella fuese la alcaldesa de aquel lugar.
Poder. Todo se resumía en eso.
Buenos días señor Barlow... - Frunció el entrecejo unos segundos ante aquella risa nerviosa que parecía haberle entrado al bombero - ¿Qué se le hace tan gracioso? - Movió su bastón señalando al joven unos segundos con el objeto – A mí, mi propia visita no me haría gracia alguna – Sentenció después notando la presencia también del profesor de ciencias. - ¡Ah...! ¡Señor O'Connor! Me he enterado del pequeño problema que tienen en el colegio con las nóminas de los trabajadores – Se podría decir que incluso había dicho ese comentario con malicia en su voz. Le encantaba ver sufrir a los demás. Le encantaba salir victorioso de las situaciones y no dudaba en que aquella sería una de esas situaciones. ¿Quién le iba a decir que el excéntrico profesor iba a sacrificar sus ahorros para cumplir un sueño, para así no perder la casa? - Pero... como entenderán, ese no es mi problema – Continúo diciendo jugando con el bastón y mirando alternativamente a los dos jóvenes – Y como no es mi problema no ha de preocuparme tampoco, ni tan siquiera el hecho de que por ello sea posible que tengan que dormir bajo un puente... - Levantó un dedo cuando vio que uno de los dos iba a abrir la boca – Claro que... todo esto se puede solucionar si de alguna manera consiguen darme lo que me deben, porque además creo que he sido demasiado benevolente con ustedes dos, teniendo en cuenta que al señor O'Connor no le pagaban por problemas administrativos y aún así no era problema mío. Es culpa de la alcaldesa y lo mal que lleva este pueblo - ¡Oh si! Si tenía que cubrir a Siobhan de mierda lo haría, pero él se limpiaba las manos. Como siempre.
Al pobre de los perritos calientes (?) le “secuestre” el camión de las salchichas por no poder pagarme el alquiler de su casa, así que ya ven lo bueno que he sido con ustedes... Bien podría haber tomado prestado algo de valor para cualquiera de los dos. - Y aún recordaba perfectamente la cara de aquel regordete, suplicándole que le devolviese el medio de transporte con el cual vendía los dichosos perritos calientes (¡Que encima estaban asquerosos) y lo mucho que había disfrutado él, cogiendo, subiéndose en el camión y arrancándolo alejándose del hombre que se llevaba las manos a la cabeza y caía de rodillas sobre el asfalto.
Aquellas eran del tipo de imágenes que nunca olvidaría.
- Así que..., ustedes dirán si tienen lo que me deben o tengo que buscar nuevos inquilinos para la casa – Y la sonrisa que se dibujo en su rostro fue de todo menos amistosa.
Última edición por Arthur S. Gold el Lun Sep 10, 2012 4:01 am, editado 1 vez
Arthur S. Gold- Hechiceros/Magos
- Soy : Rumplestiltskin
Mensajes : 23
Empleo /Ocio : Dueño tienda de Antigüedades
Fecha de inscripción : 26/06/2012
Re: Decid adiós a vuestra Caja de Cartón
El Señor Gold le infundía mucho respeto, sobre todo su nariz. Tenía algo, infundía algún tipo de "hechizo" sobre él que hacía que cuando hablara con él, lo mirara directamente ahí. Era como si su nariz fuera un imán enorme y sus ojos un pequeño trozo de metal, atraídos sin poder resistirlo. Además, saber que en sus manos estaba acabar en la calle o continuar bajo techo con Everett, era motivo para preocuparse y estar nervioso. Con su pregunta dejó de respirar un rato, pero cuando se dio cuenta, volvió a respirar, algo más agitado. Estaba nervioso, obviamente estaba ahí por el pago y no tenían dinero. ¿Qué iban a hacer? Acabaría en la calle, alejado de su mejor amigo, que era realmente como un hermano para él. Everett moriría sin saber orientarse, sin tener su ayuda y él…él moriría de hambre. Aunque alguna que otra vez había cogido algo de la basura, un trozo jugoso de comida en perfecto estado. Vale, sonaba asqueroso pero aquella hamburguesa había estado para chuparse los dedos.
-Tiene un moco aquí- señaló con un dedo la parte superior del labio, mostrándole al señor Gold dónde tenía el pequeño "bicho" verde, que en realidad no tenía nada de pequeño-. ¿Quiere un pañuelo? Pues tiene que pagarlo, así que descuéntelo del alquiler…¿por favor?- dijo con una sonrisa vergonzosa. Puede que la broma no le gustara al señor Gold y enfadarlo no era bueno-. Era broma, lo siento. Pero lo del moco no, creo que me saluda-. Cuando se ponía nervioso empezaba a hablar sin saber lo que decía, andándose por las ramas, avergonzándose a sí mismo. No lo hacía queriendo.
Pronto apareció Everett y se sintió aliviado, liberando mucho aire de sus pulmones de golpe, aliviado. Lidiar él solo con Gold le daba miedo. Puede que Everett tuviera alguna idea para solucionar el problema. Everett era muy inteligente y siempre los sacaba a ambos de los problemas (menos en aquellos problemas que consistían en leer mapas). Se hizo a un lado en la puerta para que Everett se colocara a su lado, hombro con hombro para apoyarse el uno al otro. Le ponía nervioso con el bastón. Se vio a si mismo lanzándose con la boca abierta, atrapándolo entre sus dientes para luego escupirlo a un lado. Pero eso supondría que les quitaran la casa sin poder recuperarlo. El Señor Gold tenía muy mal genio y no quería despertarlo. Cuando nombró el puente abrió la boca para aclarar que bajo un puente pasaba el agua y no podrían vivir ahí y que los patos atacarían sus ropas o sus cadáveres flotando en el agua del río. ¡Patos! Eran terroríficos, el peor animal del mundo. Eran malvados, malignos y querían comer carne humana. Reprimió un escalofrío. ¡El carrito de salchichas no! Le encantaban esas salchichas, eran baratas y le llenaban mucho. Aunque a saber qué llevaban dentro.
-Yo…¿Puedo pagarle con caramelos? ¡Le regalo una alfombra! Mi colección de antiguos coches de juguete, estoy seguro de que algún valor tendrán…- los coches de juguete eran muy importantes para él, pero estaría dispuesto a sacrificarlos. También la alfombra dañina que tanto lo maltrataba, aunque le tenía cierto cariño. Había pasado muchos momentos agradables, más aún vergonzosos, realmente inolvidables.
-Tiene un moco aquí- señaló con un dedo la parte superior del labio, mostrándole al señor Gold dónde tenía el pequeño "bicho" verde, que en realidad no tenía nada de pequeño-. ¿Quiere un pañuelo? Pues tiene que pagarlo, así que descuéntelo del alquiler…¿por favor?- dijo con una sonrisa vergonzosa. Puede que la broma no le gustara al señor Gold y enfadarlo no era bueno-. Era broma, lo siento. Pero lo del moco no, creo que me saluda-. Cuando se ponía nervioso empezaba a hablar sin saber lo que decía, andándose por las ramas, avergonzándose a sí mismo. No lo hacía queriendo.
Pronto apareció Everett y se sintió aliviado, liberando mucho aire de sus pulmones de golpe, aliviado. Lidiar él solo con Gold le daba miedo. Puede que Everett tuviera alguna idea para solucionar el problema. Everett era muy inteligente y siempre los sacaba a ambos de los problemas (menos en aquellos problemas que consistían en leer mapas). Se hizo a un lado en la puerta para que Everett se colocara a su lado, hombro con hombro para apoyarse el uno al otro. Le ponía nervioso con el bastón. Se vio a si mismo lanzándose con la boca abierta, atrapándolo entre sus dientes para luego escupirlo a un lado. Pero eso supondría que les quitaran la casa sin poder recuperarlo. El Señor Gold tenía muy mal genio y no quería despertarlo. Cuando nombró el puente abrió la boca para aclarar que bajo un puente pasaba el agua y no podrían vivir ahí y que los patos atacarían sus ropas o sus cadáveres flotando en el agua del río. ¡Patos! Eran terroríficos, el peor animal del mundo. Eran malvados, malignos y querían comer carne humana. Reprimió un escalofrío. ¡El carrito de salchichas no! Le encantaban esas salchichas, eran baratas y le llenaban mucho. Aunque a saber qué llevaban dentro.
-Yo…¿Puedo pagarle con caramelos? ¡Le regalo una alfombra! Mi colección de antiguos coches de juguete, estoy seguro de que algún valor tendrán…- los coches de juguete eran muy importantes para él, pero estaría dispuesto a sacrificarlos. También la alfombra dañina que tanto lo maltrataba, aunque le tenía cierto cariño. Había pasado muchos momentos agradables, más aún vergonzosos, realmente inolvidables.
Matthew J. Barlow- Humanos
- Soy : Aladdin
Mensajes : 60
Empleo /Ocio : Bombero
Fecha de inscripción : 30/06/2012
Re: Decid adiós a vuestra Caja de Cartón
Buscó entre su desorden ordenado de su escritorio la llave que abriría la caja verde, para darle su contenido al señor Gold. Así no tendría que echarles de su casa, así ni Matthew ni él tendrían que buscarse la vida debajo de un puente. Le costó muchísimo abrir su caja de ahorros y suspiró cuando observó todas las monedas y billetes de un dólar que había ahí dentro. No contaba el dinero cada noche, pero hace varias semanas que ya había pasado un tope y era justo el que tenían que pagarle al señor Gold. Mientras bajaba las escaleras le susurraba cosas a la caja, como si se estuviera despidiéndose de su dinero. Un dinero que tanto le había costado ahorrar... Matt y Eve eran jóvenes, con el sueldo de ambos vivían bastante bien, no se podían permitir muchos lujos pero en cuanto tenían algo que gastar, se lo gastaban. Por eso mismo le había costado tanto ahorrar a Everett y dudaba mucho que su mejor amigo conociera la existencia de esos ahorros.
Escondió la caja detrás de su espalda y se colocó al lado de su amigo, metiéndose en plena conversación del hombre y de su amigo. ¿Un moco? ¿Qué pasaba con el moco, siempre compañero del señor Gold? Everett lo saludó alzando las cejas y mirando dubitativo a ambos lados. El propietario de la tienda de antigüedades no le causaba temor, tampoco odio, por eso mismo no le había dado mucha importancia al hecho de pagarle lo antes posible la renta de los dos meses anteriores. No era culpa de Everett que se hubiera retrasado su nómina, y esperaba que al menos el señor Gold tuviera algo de empatía o amabilidad. Pero al parecer no había sido así. Matthew seguía hablando del moco y Everett tuvo que hacer enormes esfuerzos para no reírse. Aunque pareciera que su amigo se estuviera riendo de él, no era así. Esa cosa verde que atrapaba toda la suciedad que entraba a su nariz ya les estaba saludando, y en un momento u otro cobraría vida y los asaltaría para obligarles a pagar.
Parecía que el señor Gold estuviera disfrutando con aquello, al escuchar sus palabras. ¿Ni siquiera iba a ser un poco comprensivo? Matt y Eve siempre habían pagado el alquiler en su momento, sin retrasos, este había sido el único y esperaba algo de confianza del hombre. "Ese no es mi problema" había dicho él, y esas palabras podrían haber molestado a Everett, pero... ¿Para qué molestarse cuando había encontrado la solución a su problema? Por mucho que le doliera, prefería renunciar de su viaje a la luna que de su fantástica y acogedora casa con Matt. Everett fue a decir algo, pero el señor Gold continuó con su parafernalia. ¿Es que nunca se iba a callar? Mencionó el caso del vendedor de perritos calientes, ese hecho había traumatizado mucho a su mejor amigo y dudaba que lo hubiera superado hoy en día. El profesor de ciencias suspiró y colocó una mano sobre el hombro de Matthew para que se tranquilizara. Le tendió la caja verde, sin el candado, al señor Gold y explicó:
-Aquí tiene su dinero. Esperaba no tener que desprenderme de estos ahorros, pero al parecer me será imposible. Disfrute contando las monedas, puede que incluso se encuentre con más dinero del que toca -mostró una de sus mejores sonrisas, apartó a Matt de la puerta y cerró esta delante la enorme nariz del señor Gold, seguramente del susto se le haya caído el moco de la nariz. Después de todo, dudaba mucho que al cobar el señor Gold quisiera quedarse a tomar té o algo así con ellos. Everett tampoco quería pasar su tiempo libre con él. Apoyó la espalda sobre la puerta y respiró profundamente tras mirar a su amigo. No se separaría de la puerta hasta que no escuchara los pasos del señor Gold alejarse de Caja de Cartón. La casa seguía siendo de ellos dos. E incluso puede que con los ahorros de Everett no tuvieran que pagar el mes siguiente...-. Relájate, no nos vamos a vivir debajo de un puente, pero yo tampoco voy a viajar a la luna. ¿Te apetece venirte al laboratorio conmigo? Necesito explotar cosas -Everett no estaba enfadado, rara vez lo estaba, pero necesitaba desahogarse.
Escondió la caja detrás de su espalda y se colocó al lado de su amigo, metiéndose en plena conversación del hombre y de su amigo. ¿Un moco? ¿Qué pasaba con el moco, siempre compañero del señor Gold? Everett lo saludó alzando las cejas y mirando dubitativo a ambos lados. El propietario de la tienda de antigüedades no le causaba temor, tampoco odio, por eso mismo no le había dado mucha importancia al hecho de pagarle lo antes posible la renta de los dos meses anteriores. No era culpa de Everett que se hubiera retrasado su nómina, y esperaba que al menos el señor Gold tuviera algo de empatía o amabilidad. Pero al parecer no había sido así. Matthew seguía hablando del moco y Everett tuvo que hacer enormes esfuerzos para no reírse. Aunque pareciera que su amigo se estuviera riendo de él, no era así. Esa cosa verde que atrapaba toda la suciedad que entraba a su nariz ya les estaba saludando, y en un momento u otro cobraría vida y los asaltaría para obligarles a pagar.
Parecía que el señor Gold estuviera disfrutando con aquello, al escuchar sus palabras. ¿Ni siquiera iba a ser un poco comprensivo? Matt y Eve siempre habían pagado el alquiler en su momento, sin retrasos, este había sido el único y esperaba algo de confianza del hombre. "Ese no es mi problema" había dicho él, y esas palabras podrían haber molestado a Everett, pero... ¿Para qué molestarse cuando había encontrado la solución a su problema? Por mucho que le doliera, prefería renunciar de su viaje a la luna que de su fantástica y acogedora casa con Matt. Everett fue a decir algo, pero el señor Gold continuó con su parafernalia. ¿Es que nunca se iba a callar? Mencionó el caso del vendedor de perritos calientes, ese hecho había traumatizado mucho a su mejor amigo y dudaba que lo hubiera superado hoy en día. El profesor de ciencias suspiró y colocó una mano sobre el hombro de Matthew para que se tranquilizara. Le tendió la caja verde, sin el candado, al señor Gold y explicó:
-Aquí tiene su dinero. Esperaba no tener que desprenderme de estos ahorros, pero al parecer me será imposible. Disfrute contando las monedas, puede que incluso se encuentre con más dinero del que toca -mostró una de sus mejores sonrisas, apartó a Matt de la puerta y cerró esta delante la enorme nariz del señor Gold, seguramente del susto se le haya caído el moco de la nariz. Después de todo, dudaba mucho que al cobar el señor Gold quisiera quedarse a tomar té o algo así con ellos. Everett tampoco quería pasar su tiempo libre con él. Apoyó la espalda sobre la puerta y respiró profundamente tras mirar a su amigo. No se separaría de la puerta hasta que no escuchara los pasos del señor Gold alejarse de Caja de Cartón. La casa seguía siendo de ellos dos. E incluso puede que con los ahorros de Everett no tuvieran que pagar el mes siguiente...-. Relájate, no nos vamos a vivir debajo de un puente, pero yo tampoco voy a viajar a la luna. ¿Te apetece venirte al laboratorio conmigo? Necesito explotar cosas -Everett no estaba enfadado, rara vez lo estaba, pero necesitaba desahogarse.
Everett N. O'Connor- Humanos
- Soy : Hansel
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Empleo /Ocio : Profesor de Ciencias
Localización : Perdido por Storybrooke
Fecha de inscripción : 29/06/2012
Re: Decid adiós a vuestra Caja de Cartón
Arthur alzó ambas cejas entre sorprendido y con cierta antipatía hacia Barlow, sobretodo cuando dijo aquello antes de que apareciera O'Connor. Podría haber sacado un pañuelo de encaje que llevaba en uno de los bolsillos de su chaqueta, pero decidió que no iba a darles esa satisfacción, él era demasiado orgulloso para caer en aquel en aquel tipo de tretas. Clavó su mirada fría en Matthew cuando le insinuó aquello de que debería pagar el pañuelo - ¿Acaso cree sinceramente que aceptaría algo de ustedes que no fuese el dinero del alquiler? - Preguntó con incluso cierto desprecio. Nunca había sido bueno ocultando sus sentimientos o pensamientos, ni ocultando reacciones ante la gente ordinaria.
La única persona ante la cual guardaba las formas era Siobhan. Esa mujer ejercía cierto poder sobre él, el mismo poder que ejercía él sobre ella y es que..., un trato era un trato y casi cada día se aseguraba de que la Reina no se olvidase del trato que habían hecho cuando le había ido a visitar a aquella sucia y mugrienta celda que había ocupado durante la gestación de la salvadora y durante sus últimos días en aquel mundo. Un mundo con magia. Un mundo que todos allí menos él y su majestad habían olvidado. Por eso se sentía poderoso con respecto a los ciudadanos de Storybrooke, ni siquiera le importaba menospreciarles. No quería el cariño de nadie, ni el amor de otra persona. Eso ya lo había y lo había perdido, no una, sino tres veces. Recordaba perfectamente la cara de sorpresa (falsa diría él) de Siobhan cuando le había dado aquel horrible comunicado hacia ahora ya muchos años.
- ]¿De verdad... se cree que esto es un juego señor Barlow? - Preguntó acercándose ligeramente al muchacho inclinándose hacia delante, una actitud sin duda amenazante - ¡No me venga con estupideces! - Le espetó y se tuvo que contener por no darle un golpe con el bastón. Menos mal que en aquella casa parecía que había al menos alguien que respetaba a su casero. A aquel que les estaba dando un techo donde alojarse. Eso sin mencionar que ya habían ido retrasados y no había venido antes.
Después de ese comportamiento por parte del señor Barlow desde luego que no iba a ser tan benevolente la próxima vez.
¿Por qué debería serlo cuando estaba haciéndose el gracioso con él de aquella manera tan descarada? Entrecerró los ojos y volvió a su posición antes de volver la mirada a O'Connor que le tendía una caja de metal verde que él no dudo un segundo en tomar. Escucho las palabras del joven profesor de ciencias y no pudo evitar sonreír ligeramente. Una sonrisa que ni tan siquiera desapareció de su rostro cuando le cerró la puerta en sus narices. Ni siquiera se inmutó los más mínimo. Dio unos cuantos golpes con el bastón contra el suelo antes de ahora si, sacar el pañuelo que tenía en uno de sus bolsillos y limpiarse la nariz para volver a meterle en el bolsillo. Tomó la caja con fuerza, se agarró a su bastón y se alejó caminando de Caja de Cartón.
Eso sí, no iba a olvidar la forma en cómo se había dirigido Barlow a él, ni las sandeces que le había soltado. Nunca había sido de aquellas personas que se dejaran hacer así sin más, así que, aunque el bombero no lo supiera, si Siobhan le pedía algún tipo de favor escabroso en el que estuviera involucrado él, no dudaría en llevarlo a cabo.
La única persona ante la cual guardaba las formas era Siobhan. Esa mujer ejercía cierto poder sobre él, el mismo poder que ejercía él sobre ella y es que..., un trato era un trato y casi cada día se aseguraba de que la Reina no se olvidase del trato que habían hecho cuando le había ido a visitar a aquella sucia y mugrienta celda que había ocupado durante la gestación de la salvadora y durante sus últimos días en aquel mundo. Un mundo con magia. Un mundo que todos allí menos él y su majestad habían olvidado. Por eso se sentía poderoso con respecto a los ciudadanos de Storybrooke, ni siquiera le importaba menospreciarles. No quería el cariño de nadie, ni el amor de otra persona. Eso ya lo había y lo había perdido, no una, sino tres veces. Recordaba perfectamente la cara de sorpresa (falsa diría él) de Siobhan cuando le había dado aquel horrible comunicado hacia ahora ya muchos años.
- ]¿De verdad... se cree que esto es un juego señor Barlow? - Preguntó acercándose ligeramente al muchacho inclinándose hacia delante, una actitud sin duda amenazante - ¡No me venga con estupideces! - Le espetó y se tuvo que contener por no darle un golpe con el bastón. Menos mal que en aquella casa parecía que había al menos alguien que respetaba a su casero. A aquel que les estaba dando un techo donde alojarse. Eso sin mencionar que ya habían ido retrasados y no había venido antes.
Después de ese comportamiento por parte del señor Barlow desde luego que no iba a ser tan benevolente la próxima vez.
¿Por qué debería serlo cuando estaba haciéndose el gracioso con él de aquella manera tan descarada? Entrecerró los ojos y volvió a su posición antes de volver la mirada a O'Connor que le tendía una caja de metal verde que él no dudo un segundo en tomar. Escucho las palabras del joven profesor de ciencias y no pudo evitar sonreír ligeramente. Una sonrisa que ni tan siquiera desapareció de su rostro cuando le cerró la puerta en sus narices. Ni siquiera se inmutó los más mínimo. Dio unos cuantos golpes con el bastón contra el suelo antes de ahora si, sacar el pañuelo que tenía en uno de sus bolsillos y limpiarse la nariz para volver a meterle en el bolsillo. Tomó la caja con fuerza, se agarró a su bastón y se alejó caminando de Caja de Cartón.
Eso sí, no iba a olvidar la forma en cómo se había dirigido Barlow a él, ni las sandeces que le había soltado. Nunca había sido de aquellas personas que se dejaran hacer así sin más, así que, aunque el bombero no lo supiera, si Siobhan le pedía algún tipo de favor escabroso en el que estuviera involucrado él, no dudaría en llevarlo a cabo.
Arthur S. Gold- Hechiceros/Magos
- Soy : Rumplestiltskin
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Empleo /Ocio : Dueño tienda de Antigüedades
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