¿Silencio? -Godric

Mi turno en la estación de bomberos ya había acabado hacía unas horas y ahora me encontraba sin nada que hacer. Eso no podía ser, necesitaba moverme, aunque medio tirado en el sofá de casa no se estaba nada mal, sobretodo acompañado de un helado de tuttifruti. Tenía que reconocer que me pirraban los dulces, sobre todo los helados. Eran tan deliciosos que se me hacía la boca agua. Mientras me comía aquella tarrina no dejaba de pensar en qué podría hacer aquella tarde. Miraba en todas direcciones en mi casa como si así fuera a encontrar la solución, pero se ve que las ideas no caían del cielo. Decidí que saldría y dónde me llevara el viento sería dónde acabaría. Obviamente no me iba a llevar el viento, era una forma de decir que iría sin rumbo.

Subí a vestirme, nada, algo simple, una camiseta de tirantes blanca y unas bermudas. Hacía algo de calor así que iría perfectamente así. Bajé corriendo por las escaleras cuando estuve listo, tiré la tarrina a la basura, cogí las llaves de casa y salí con la cucharilla en la boca. Era una manía un poco tonta aquella, pero siempre me gustaba juguetear con la cucharilla una vez acabado el helado. Caminaba con una sonrisa en mis labios mirando cada lugar por el que pasaba. Era un pueblo con encanto, como lo llamarían ahora, me gustaba vivir allí, no era demasiado grande y la gente solía ser muy agradable. A excepción de algunos, pero bueno eran los menos y ellos se lo perdían, porque vivir amargado es peor.

Tanto pensar en el pueblo acabé en frente de la biblioteca. Admiré aquel edificio como si nunca lo hubiera visto. Lo cierto es que había pasado muchas veces por delante. Tiré la cucharilla en un lugar cercano y me decidí a entrar. Era bastante grande la verdad, me la esperaba algo más pequeña. Si ardía como no controlásemos pronto el fuego se iba a quemar rápido con tanto libro. Saludé a la bibliotecaria con una sonrisa -¡Buenos días tenga! Me adentré en aquel mundo lleno de historias, aburridas, divertidas, misteriosas, científicas... de todo. Como debía ser. Opté por irme a los de misterio, me gustaban porque te enganchaban desde la primera línea. Cogí uno que se titulaba "¿Dónde están los niños?" de Mary Higgins Clark, ya había leído algunos de esa autora y me gustaba su forma de escribir. Me senté en una mesa cercana y comencé a devorar el libro como si se me fuera la vida en ello.

No me lo había llevado a casa porque luego se me olvidaría devolverlo, seguro. Preferí leerlo ahí, total tenía toda la tarde y si no podría volver al día siguiente. A medida que iba leyendo me iba metiendo de lleno en la historia, y así se podía notar en mis expresiones de sorpresa que iban acompañadas con sus típicos ruidos. De momento estaba muy tranquilo, aunque en el lugar había gente que parecía estar estudiando, u otros que también parecían enfrascados en la lectura como yo.

¿Recordáis esa suerte y ese buen humor que tenía la semana pasada y que logró hacer que consiguiera sacar todas mis noticias en un tiempo record? Si, se había esfumado.

Aquella semana había amanecido gris. No gris del cielo, el cielo estaba pletórico, irradiando sol y calor por los cuatro costados. Era yo el que caminaba como si tuviera una nube encima y solo lloviera por donde paso. Me había levantado y había visto de nuevo aquél montón de noticias a entregar antes del Domingo. Como todos los Lunes, recibía una gran cantidad. Y yo dudaba de que lo que quisiera hacer el resto de mi vida fuera eso. Pero me faltaba coraje para lanzarme a la calle, a la vida...

Para confirmar noticias y redactarlas bien, no tuve más remedio que levantarme casi con ganas, tropezar con Rush, mi gato, rodar por el suelo, torcerme el tobillo, ponerme unos pantalones rasgados al final del todo, una camiseta blanca y una camisa de cuadros y enfrentarme a la calle. Ni siquiera me había peinado. Eso significaba día perro en mi vida. No me quedaba mal, solo distinto.

Enfilé la biblioteca con solo tres noticias bajo el brazo. Las demás esperarían a mañana. Durante la primera hora, conseguí hacer dos noticias. La tercera se me hizo pesada y comencé a divagar por las estanterías, aburrido. Pasé las áreas de historia, ciencias, matemáticas... increíble que existan áreas como estas... hasta llegar a la zona de novelas, narrativas y misterios. Me fijé en un alto libro al que no llegaba de puntillas, así que agarré unas escaleras enanas y subí. Al tirar del libro, no pude sacarlo. Sin embargo, me fijé a través de los huecos libres, que justo al otro lado, había un chico con cara de preocupado. Tiré del libro como pude y sobre mi cabeza cayó un libro antes de golpear el suelo.

-Maldita sea...-maldije bajandome y agarrando ambos libros. Uno era un cuento, y el otro, solo una versión mal forrada de El Señor de los Anillos. Volví a guardar los libros en la estantería y caminé lentamente hacía el pasillo contiguo.-Esto... ¿Te encuentras bien? No tienes buena cara.-Habló el chico ojeroso y despeinado. Entonces me fijé que en sus manos tenía un libro, y no sabía si sus reacciones venían a cuento de lo que leía.

Mientras leía y me metía de lleno en la historia escuchaba de fondo el ruido que estaba armando alguien con los libros. Parecía que no iba a ser el único que formara escándalo allí dentro. Alcé la mirada por si veía a alguien pero no vi nada raro, ni quién había sido el artífice de tanto ruido. Seguí concentrado en mi lectura, sorprendiéndome con las cosas que iban pasando, y sobretodo porque mis sospechas siempre se arruinaban por algún dato nuevo que aparecía en el libro. Era genial cómo podía conducir aquellas historias tan bien. Si yo tuviera que escribir algo así me volvería loco para relacionarlo todo.

Entonces escuché una voz que parecía hablar conmigo, era la misma voz que había soltado una maldición segundos antes cuando el escándalo que provocó el choque del libro con el suelo, seguramente se le habría caído a esa persona. Un chico que parecía cansado y que no se hubiera peinado, sonreí un poco porque lo curioso es que él me preguntaba a mi si estaba bien. -De fábula, ¿Y tú? Pareces cansado. Comenté con una sonrisa intentando hablar bajo para no molestar a nadie. ¿Tan mala cara tenía? Si cuando me había levantado me había visto bien. Tampoco podía tener cara de dormido porque hacía rato que me había levantado, así que no sabía por qué me había preguntado aquello, aunque no me importó puesto que así podía entablar conversación con alguien que siempre era mucho más interesante hablar con alguien. Cerré el libro dejando un dedo por la página dónde me había quedado.

-¿Te ayudo a buscar algo? Dije sin borrar mi sonrisa de la cara, no me importaría ayudarle por más enfrascado que estuviera en aquella lectura. Podría seguir en cualquier momento e incluso hacer el esfuerzo de llevarmelo a casa y recordar devolverlo después. Además era divertido buscar libros allí, era como un juego, me gustaba competir, eso a veces hacía que pareciera un niño, cosa que no lo era tanto, pero bueno, la gente no tenía término medio. Si eras divertido y alegre eras un crío, y si eras negativo y serio eras un amargado. Suerte que medio sabía estar serio cuando la ocasión lo requería, eso solía sorprender porque nadie se esperaba que yo me pusiera serio. Me quedé esperando su respuesta, me gustaba ayudar a la gente y más viendo que había tenido problemillas con los libros, lo que me resultaba gracioso.