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Mensaje por Enya A. Lévesque Sáb Nov 17, 2012 11:07 am

La morena no tenía un trabajo fijo, algunas veces escribía alguna que otra cosa para el periódico local, pero más se dedicaba a hacer fotografía independiente y a dibujar. Por eso siempre llevaba una pequeña bandolera con sus cosas dentro. Le gustaba pasearse por las calles de Storybrooke, pasarse horas y horas entre los edificios de la ciudad, fotografiando cualquier cosa. Además, cómo vivía sola y nunca había tenido demasiadas amistades en el pueblo, nadie se preocupaba por lo que hacía o por lo que dejaba de hacer.

Guardó su cámara, unos lápices y un cuaderno con algunos dibujos en la bandolera, colgándosela del cuello, por encima de la chaqueta marrón que siempre solía llevar puesta. Colocó un gorro sobre su lacio pelo negro y abrió la puerta de su casa, saliendo a la calle. Su apartamento no era muy grande, pero ella no conservaba muchas cosas a si que, ¿qué más le daba? Metió sus manos en los bolsillos de la chaqueta y emprendió el camino por las calles, observando el cielo, la gente y los edificios. No había grandes cosas a aquellas horas, ya que era por la mañana y la gente andaría en el trabajo, a si que no sabía qué hacer. Sacó la cámara de la bolsa, colgándosela en el cuello, destapando el objetivo, mientras se agachaba, apoyando las rodillas en el suelo y… listo. Un pequeño gato que dormía debajo de un bando había sido la primera foto que Enya había hecho en toda la mañana, aunque no supiera muy bien para qé la iba a utilizar. Suspiró, cada día se aburría más y más en aquel sitio, no tenía nada que hacer, se conocía todos los sitios a los que poder ir a fotografiar y a dibujar y los armarios de su casa parecían almacenes llenos de carpetas con todos sus retratos.

Mientras volvía a pasear por las aceras del pueblo, iba mirando los escaparates de las tiendas que tenía a los lados. Claro, siempre hacía el mismo camino, salía de su casa, hacía alguna que otra foto y se dirigía ya, de manera inconsciente a la pastelería. Los dulces eran uno de sus puntos débiles, a si que no podía evitar entrar para poder llevarse a la boca alguna de aquellas delicias que siempre preparaban en aquel lugar. Antes de que pudiera darse cuenta, estaba empujando la puerta del local, con una bolsa de papel en la mano, en la cual llevaba algunas de las cosas que acababa de comprar.

Ya vale, sí, volvió a la calle, a hacer lo de siempre. Metió la mano dentro de la bolsita de papel, sacando uno de los dulces, con la parte de arriba de color rosa. Se quedó mirándolo unos segundos, antes de llevarlo a sus labios y devorarlo por completo en unos instantes. A veces era preocupante.

En cuestión de minutos no le quedaban más de 3 o 4 en la bolsa, de todos los que tenía. Vale, debería plantearse buscar un trabajo si quería seguir comiendo toda esa cantidad de dulces diarios, antes de que se la tuvieran que llevar al hospital, obviamente. Se quedó parada en medio de la calle, por la que sólo se oían sus zapatos sobre la piedra del suelo y las hojas moverse por el viento. Su vista se había quedado fija en un cristal, bueno, detrás. Era la tienda de antigüedades, otra cosa que le encantaba, aunque nunca o casi nunca había entrado a la tienda, porque el señor Gold le inspiraba un poco de miedo, como su fuera de aquellos señores que si te quedas mirándole a los ojos más de unos minutos se fueran a quitar el alma. O algo así. El caso es que siempre había tenido curiosidad por entrar, y supuso que era un buen momento, aunque sólo fuera por poco tiempo, si es que estaba Gold dentro.

Estiró la mano libre, empujando la puerta y haciendo que unas suaves campanillas chocasen entre ellas, produciendo un bonito sonido. Sus ojos se engrandecieron por momentos, no paraba de ir de unas cosas a otras y sus botas comenzaron a hacer algún que otro ruido en el suelo, mientras se acercaba a una estantería de cristal, la cual tenía unos relojes preciosos. O al menos preciosos para Enya. Sus ojos fueron recorriendo los objetos, sin atreverse a tocarlos, por miedo a que les pudieran pasar algo. Poco a poco, se fue agachando, observando las demás baldas de la estantería, las cuales empezaban a mostrar otro tipo de cosas… diferentes a relojes.

Ella seguía absorta en las cosas que tenía delante, tanto que se terminó cayendo, hacia detrás, haciendo que su trasero y ella quedaran en medio de la tienda, mirando al hombre que estaba a unos metros.
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Mensaje por Malcolm A. Lynch Vie Nov 23, 2012 3:37 pm

Una vez más, sí, allí estaba enclaustrado en la tienda, si no era suficiente con su casucha, una casucha que poca gente había podido ver, al menos el interior. Malcolm podía llegar a ser muy receloso con su vida personal, y más con la fama que tenía entre esa gente del pueblo. A lo que íbamos, en el negocio se volvía a encontrar él, y para variar el señor Gold volvió a ausentarse para hacer Dios sabe qué; Seguramente un pobre desgraciado no había podido pagar la hipoteca, y pronto acabaría en la calle… Uno más. A este paso Storybrooke no tendría habitantes, tendría vagabundos. Pero bueno, tampoco era algo que fuera de vital incumbencia para Malcolm, él simplemente se dedicaba a sobrevivir el día a día, con su mocho, su cubo, vigilando la tienda… No, no hacía de chacha todos los días, pero cuando estaba aburrido… ¿Qué era lo que le quedaba? Quizás la confección, aunque siempre acabara con cien mil hilos alrededor de su cuerpo, no sería la primera vez que entraba un cliente y volvía a salir al segundo siguiente después de verlo hecho una momia. Eso sí, por su bien era mejor que no tuviera esa apariencia delante de Gold o lo encerraría para siempre en la trastienda.

Se hallaba apoyado en el recibidor, rozando con los dedos la campanita que había encima de la mesa de cristal y aguantándose la cabeza con la otra mano, mientras observaba aburrido, incluso suspirando.

- Mendy el mendigón, buscaba un perdigón, pero el pobre tontorrón, caminando dio un tropezón y rodó sobre su enorme barrigón… - canturreaba con una voz apagada, perdiendo su vista en un punto invisible del suelo, mientras jugueteaba con el timbre. Sentía nostalgia, melancolía… Pero no eran sentimientos nuevos en su vida. Parecía como si en ese pueblo tampoco fuera el único que se sentía así, especialmente en las últimas semanas, justo cuando habían venido forasteros a Storybrooke. ¿Simple casualidad? Podía ser, o podía ser que no. La cuestión es que el reloj había comenzado a funcionar, así como así, y eso era algo que lo tenía mosca desde que lo vio. No es que Malcolm quizás fuera un experto en relojes, pero estaba muy familiarizado con ellos –no es que en la tienda escasearan, precisamente – y bueno, en algunas ocasiones funcionaban por sí solos, así porque sí, pero en muy pocas… Y ese reloj de la plaza no era como cualquier otro, no, estaba totalmente convencido de que algo sucedía, pero… ¿El qué?

Bueno, de momento lo mejor sería ir a la trastienda para ver qué podía hacer. No es que Gold le dejara mucha libertad, tenía su propio espacio ahí atrás que solía cerrar bajo llave mientras estaba ausente. ¿Qué diablos escondería detrás de esa puerta? ¿Un Mordefló? Podían llegar a ser muy peligrosos, cuando los oías reír, significaba que estaban enfadados, y te metían tenedores en la nariz. Pero Malcolm tenía una ligera intuición que, aparte de que pudiera tener ahí a un Mordefló, guardaba algo más, algo más importante… Pero posiblemente se quedaría con la duda un buen rato largo. Le lanzó una mirada resignada a su compañero, sí, llamado mocho. Ahí estaba, ya se lo podía imaginar con ojos y mirándolo, mientras susurraba un “cógeme, sé que lo estás deseando, darme esas vueltas mientras me escurres y ese ejercicio de para delante, para atrás, para delante, para atrás”… Hasta que resonaron unas campanitas justo cuando estaba a punto de cogerlo.

- ¿Un cliente? – murmuró para sí mismo, frunciendo el ceño extrañado y asomándose sutilmente, como si en un principio no quisiera que esa persona lo viera. Se trataba de una chica, una chica joven que no había visto antes –cosa que no era muy extraña en él, a decir verdad– vestida de una forma bastante sencilla, con una bandolera y una bolsa que bien podía identificar de la pastelería, ¡La de veces que él había estado allí! Incluso ayudando a Savannah. Pero desde la conversación que habían tenido en el parque, no se había vuelto a acercar al lugar, ni a Savannah… Y no, iba a confesar que no era algo tan fácil, le había cogido cariño a la mujer, eso era lo preocupante de todo el asunto, y en cierta manera, Malcolm creía haber hecho lo correcto cortando su relación de amistad que habían mantenido hasta ahora.

Y si hubiera sido una persona más risueña, lo más seguro es que se hubiera reído un rato largo con la caída tan absurda de la joven, cayendo de culo sobre el suelo de la tienda. Malcolm decidió que era el momento propicio de acercarse, siempre con ese porte de aires misteriosos y con sus extravagantes ropas.

- Ha sido un Mordefló, ¿Has oído hablar sobre ellos? – preguntó, ofreciendo sin prisa su mano para que la chica se pudiera levantar con más facilidad. Ahora que veía su rostro de cerca, cayó en la cuenta de que sí la había visto, en la pastelería, en varias ocasiones… pero no recordaba bien su nombre… Tal vez… ¿Elena? - ¿Te gusta lo que ves? Son todos objetos antiguos. ¿Hay alguno que haya captado tu atención? Tenemos relojes que van al contrario del habitual. ¿No es fascinante? Y muy útil. – igual y sería su oportunidad de vender algo por primera vez en semanas. No le pasó por alto esa cámara que llevaba colgando de su cuello - O quizás te interesan más antiguas cámaras fotofóricas. Por cierto, tienes algo rosa, aquí - le señaló a un lado de la barbilla, aunque en realidad no tenía nada.
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Mensaje por Enya A. Lévesque Sáb Dic 08, 2012 2:03 am

Frunció el ceño, mirando al hombre que estaba delante de ella. Ah sí. Sabía quién era, de cuando se quedaba mirando en la tienda, pero se escabullía cuando veía que aparecía alguien. Pero no sabía cómo se llamaba. Aceptó la mano del desconocido y se incorporó, recogiendo la bolsita con los pasteles que se le habían caído a un par de metros. -No, no sé qué es un Mordefló. Nunca oí hablar de ellos –ladeó la cabeza con una ceja alzada, mientras miraba con curiosidad la ropa que vestía. Bueno, trabajando en una tienda de antigüedades era normal que acabase así, porque Enya iba por el mismo camino, sólo que más… bohemio, por decirlo de alguna manera. Abrió la bandolera y metió la pequeña bolsita marrón de la tienda de pasteles, quitándose así algo de las manos por si acaso otro Mordefló a tiraba al suelo. -Te diría que me gusta, pero es que no me ha dado tiempo siquiera a mirar más de tres minutos. Ha sido culpa del Mordefló, si me hubiera dejado seguir mirando ahora sabría qué decirte –La chica se encogió de hombros como si fuera lo más normal del mundo. Supuso que el chico era un tanto rarito, tanto por la forma de hablar, como por la de vestir. Aunque a ella eso no me importaba, porque ella también era bastante rara.

Arrugó la nariz y cogió la cámara con una de sus manos, por el objetivo, levantándola. La miró unos segundos y sonrió, antes de volver a fruncir el ceño y llevarse una mano a la cara. -¿Que tengo algo? ¿Dónde? –soltó la cámara, volviendo a notar el peso sobre su cuello, mientras frotaba el lado de la barbilla que le había indicado, quitándose lo que suponía que tenía. Después de un rato, retiró la mano. -¿Ya? –se acercó a uno de los espejos antiguos que colgaban de una de las paredes de la tienda y se miró. No antes no tenía nada rosa, pero ahora lo tenía rojo del contacto de la tela del guante contra su cara. Puso los ojos en blanco con una sonrisa y se giró, con los brazos cruzados por debajo de la cámara. Intentó parecer enfadada, puesto que la había engañado, aunque sonrió, puesto que había sido ella la que había caído. -Podrías enseñarme algo sobre las cámaras o los relojes esos, aunque prefiero que me hables de los Mordefló esos que dices. Parecen interesantes, puesto que me han tirado al suelo –se quedó pensativa, mirando el techo de la tienda, imaginándoselo. ¿En serio iba a creer al loco ese? Bueno, daba igual, el caso es que era una palabra graciosa, a si que no le importaría investigar sobre aquellos bichos, si es que existían.

Comenzó a balancearse sobre sus botas, haciendo que cada vez que el talón de éstas tocase el suelo de nuevo sonara por todos los rincones de la tienda. Paseaba la mirada por las paredes, por las estanterías, era un lugar bastante extraño, tenía de todo lo imaginable. Desde relojes, cámaras, molinos de madera, instrumentos antiguos, cuadros y barcos. Eh, espera. Barcos. ¡Barcos! Una de las grandes pasiones de Enya, a si que cuando vio una pequeña botella con un barquito dentro, no dudó en acercarse rápidamente. Se quedó mirándola, anonadada, como si fuera lo más interesante del momento. Supuso que había dejado al chico con la palabra en la boca, aunque ser de mente dispersa era uno de los rasgos más fuertes de la personalidad de la fotógrafa. La botella era preciosa, y muy pequeña. No era mucho más grande que la palma de su mano.

Cuando dejó de admirarla, se incorporó, llevándose una mano al gorro que le cubría el lacio pelo negro, sonriendo.- Eh, lo siento, es que… bueno –se rió, porque había sido gracioso. Se rascó uno de los lados de la cara y miró al chico, que parecía más raro que ella, cada uno a su manera.
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Mensaje por Sutton N. Faraday Lun Dic 10, 2012 7:23 am

Aquel que diga que la música NO mueve nuestras vidas esta totalmente equivocado. Lo primero que suena cuando me despierto después de las pocas horas dormidas, es una canción que me acompaña, mientras me desperezo en la cama y en algunas ocasiones agito las piernas en el aire a su ritmo en un movimiento totalmente random, antes de levantarme de la cama definitivamente y dirigirme al baño con la canción entera rondándome por la cabeza. ” Couldn't help it when we met, I was playing hard to get.” Me miro en el espejo unos segundos antes de tomar el cepillo de pelo y pasármelo por mis ahora castaños cabello. ”But one look and that was it. Now it doesn’t matter”.. Una, dos, treces veces hasta que con la otra mano cojo uno de los coloteros y me hago una rápida pero precisa coleta que aún así deja uno cuantos mechones fuera.”Drinking wine on the cement, outsider 7-11. Fell in love on accident, now it doesn’t matter”. Sonrío con ese primer verso sonando dentro de mi cabeza. Me doy la vuelta y camino con soltura hasta la cocina, tarareando… ”You got me, you saw through me, you’re in for it now”.

- Cereales, cereales, cereales – Camino hasta los armarios y cojo un bol para luego ir a por la caja de cereales moviéndome al ritmo de la música que sigue sonando en mi cabeza. Me siento a la mesa con mi vaso de zumo de naranja y el bol de cereales comiendo al tiempo que muevo con ritmo uno de los pies debajo de la mesa y muevo la cabeza. ”You’re all I wanna do. I Only wanna dance with you. Whatever I got to do.” – I want you to myself tonight, all right. I only wanna dance with you… – Termino cantando cuando me levanto para llevar hasta el fregadero el vaso y el bol. Lo lavaré después ir a recoger a Vincent al que no veo desde que entré ayer a trabajar en el hospital, además tengo pensado ir a la Tienda de Antigüedades, ya que hace tiempo que deseo darle la bufanda que guardo desde hace semanas en el armario la misma que en otra vida he ido a robar de un chico llamado Asier Lévesque y que viajaba en el Titanic en una bolsa y que ahora mismo se ha cruzado con mi mirada azul. Extiendo el brazo y la cojo dejándola sobre la cama….

Luego me quedo mirando el armario. Lo miro con atención intentando averiguar que podría ponerme – Used to being on the road, crazy nights and playings shows. – Canto al tiempo que mi mirada se posa sobre un vestido de color azul cielo. Tomo la percha y decido que si…, eso es lo que me voy a poner. Hace juego con mis ojos. “Used to dancing all alone, now it doesn’t matter”. Me muevo al ritmo de la canción que si, aún resuena en mi cabeza como si la tuviese puesta en este mismo mientras deslizo con cuidado el vestido por mi cuerpo y busco unos tacones que peguen. ”Since you got a hold of me, I’m talking about you in my sleep”.. Deslizo los pies en su interior antes de coger la bolsa, el bolso y dirigirme a la entrada, donde tomo de la percha el abrigo y un gorro que me pongo con cuidado. Una última mirada en el espejo y voilà. Abro la puerta encontrándome el sol en lo alto a pesar de que hace un poco de frío. ”What the hell did you do to me? Oh, it doesn’t matter. I fell for you, yeah…” Echo a andar por la calle, los acordes siguen en mi cabeza, a veces me pregunto como puedo recordar tan bien las canciones de una manera que parece que ahora mismo este oyendo ese ”Boy you’re so screwed, so you’re in for it now. You’re all I wanna do. I only wanna dance with you… Whatever I got to do. I want you to myself tonight, all right, I only wanna dance with you”. como si realmente llevase el mp3 puesto y la canción estuviese sonando inundando mis oídos con la música.

Stop right know, thank you very much. I need somebody with the human touch.

Deja de sonar en la cabeza en el preciso instante en que llego hasta el destino y abro la puerta. Ahora mi cabeza es una página en blanco, sin sonidos, sin nada. Otra de las ventajas de haber aprendido a llegar a esos recuerdos y memorias solo cuando yo quiero. – Hola… - Noto como en mis labios se dibuja una sonrisa al tiempo que mis ojos azules viajan hasta la chica. ¡Bendita memoria! No me hace falta mirarla más de un segundo para saber de quién se trata. – Hola Enya. ¿Cómo estás? – Le pregunto antes de volverme a Malcolm, pues en este tiempo ya me he acercado hasta donde están ambos. – ¿Y tú? ¿Cómo estás? Supongo que bien teniendo en cuenta que hace tiempo que no te veo por el hospital. – Y esa sonrisa que ha aparecido antes permanece e incluso se podría decir que se ensancha ligeramente. Realmente el hecho de que no haya acudido en un tiempo es más que positivo, a no ser que sea porque no ha querido ir, claro.


Última edición por Sutton N. Faraday el Miér Dic 19, 2012 10:48 am, editado 1 vez
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Mensaje por Malcolm A. Lynch Sáb Dic 15, 2012 7:06 am

Se le antojó curioso, no iba a negarlo. ¿El qué? Pues el hecho de que la joven de oscuros cabellos fuera incluso capaz de repetir el nombre del bicho al que Malcolm había hecho referencia. No todos reaccionaban de una manera tan positiva a sus palabras, incontables veces lo miraban con reparo y se apartaban como si su rareza aparente se pudiera contagiar. Pero tampoco le afectaba, pues muchas veces Malcolm decía esas cosas porque le hacía gracia, le hacía gracia ver la reacción de la gente, sus expresiones, siendo realmente él quien se reía de los demás, y una forma muy eficaz de quitarte la gente de encima si te agobiaba, como aquellos forasteros que paseaban de vez en cuando por Storybrooke preguntando por un local. Pesados. Y no iba a negar tampoco que en aquella ocasión, también lo había hecho para divertirse un poco con esa joven de peculiar y característico peinado.

- ¿Mordefló? ¿Has dicho Mordefló? ¿Quién es ese? ¿Un primo tuyo? – comentó intentando mantener el rostro serio mientras la chica recogía la bolsa que le había caído al suelo. – Siento decirte que no hay nadie más que tú y yo aquí. En mi caso, acabo de venir desde la trastienda, y respecto a ti, nadie te ha seguido, sólo una persona ha pasado esa puerta, y has sido tú – contempló como la persona más racional del mundo, como si, una vez más, quisiera volver loca a la persona con la que hablaba, quedando él por encima. Era algo que sacaba de quicio a cualquiera a quien se lo hiciera, y no sería extraño que la chica reaccionara igual. Así estaba la tienda, que nadie pensaba en cruzar el umbral de la entrada si Malcolm andaba cerca para “atenderlos”. – Tampoco es tan malo reconocer la torpeza de uno mismo, ¿no?

Aprovechó el momento para dar unos pasos, mirando unas estanterías distraídamente. Observó con el rabillo del ojo como la joven cliente trataba de limpiarse esa mancha invisible que se suponía tenía en el rostro, consiguiendo tan sólo ponerse esa zona roja debido al roce intentando limpiárselo. No hizo comentario alguno cuando le pregunto si ya no lo tenía, puesto que además ésta se dirigió a uno de los antiguos espejos de la tienda que, como la mayoría de objetos en ese local, tenía una gran historia detrás. No escatimó a la hora de ensanchar una sonrisa ladeada, de esas que siempre te hacían dudar si Malcolm no era más que un tipo rarito, o si de verdad se burlaba de cuantos tuviera a su alrededor y era más listo que todos ellos juntos. No disimuló esa sonrisa ni siquiera cuando la muchacha se dio la vuelta.

- ¿Quieres que te hable de Margaritas? – frunció el ceño, volviendo a cambiar lo que le decían y las palabras a su antojo, de esa manera tan desconcertante porque ni siquiera él, por mucho que dijera, sabía si realmente lo hacía a propósito o era algo compulsivo – No sabía que tenía pintas de jardinero. De hecho las hormigas hacen más en mi jardín que yo mismo – confesó entre unas sutiles risas. En eso sí que había sido sincero. Sólo había un tipo de flor que pudiera poblar su jardín, un tipo del que sólo Malcolm tenía constancia, no cualquiera era capaz de tener vistas hacia su jardín.

La clienta parecía bastante interesada sobre todo lo que la rodeaba en aquella tienda. Desde luego ese local tenía algo... Mágico, algo que seguramente no poseían otras tiendas. Malcolm no despegaba sus ojos de la chica, imitándola en algún momento para mirar hacia el techo y pensar en qué era lo que podía llamarle la atención. Pocos de esos objetos podían serles de utilidad a los ciudadanos que poblaban Storybrooke. El joven se acercó a uno de los estantes, donde había cámaras antiguas, algunas más llenas de polvo que otras, pero aún así no dudó en echarle mano con un poco de cuidado, no fuera que se le desmontara aquella que había cogido y Gold le formara el pollo del siglo.

- Tal vez te... – se giró hacia ella aún con la cámara entre las manos, con intención de mostrársela, pero silenció sus palabras al presenciar el interés que sentía por un barco embotellado, uno que a Malcolm no le llamaba la atención especialmente. No es que él sintiera atracción por cualquier cosa, a decir verdad, pero a ella parecía embobarle. Era obvio a juzgar por la cara de la cliente que apenas le prestaba atención a Malcolm. Aún así tuvo el detalle de disculparse con él. ¿Qué bicho Mordefló le habría picado a esa joven? – Interesante, ¿eh? Historia pura plasmada en un objeto... Y en su polvo, también – asintió sutilmente tras su disculpa - Le estaba diciendo que...

Fue otro intento por enseñarle la cámara, pero en eso se quedó al verse nuevamente interrumpido, esta vez por las campanitas que indicaban que un nuevo cliente había entrado, o quizás era Gold. Seguramente fue por ese último pensamiento que dirigió sus ojos hasta la entrada sin muchas ganas, pero su cara de aburrido cambió a una de sorpresa, alzando las cejas al ver quién entraba por la puerta.

- ¿Sutton? – masculló casi de forma inaudible, totalmente sorprendido. No se la hubiera esperado nunca. ¿Ella? ¿Allí? Bueno, quizás alguna vez pero... Más bien era él quien se acercaba al hospital, quién sabe si para verla a ella, a pesar de que era muy receloso y por mucho que las articulaciones le dolieran, se resistía a pisar el hospital en numerosas ocasiones. Sentía algo con ella que no sentía con los demás, era por eso que en muchas ocasiones creía que lo mejor era alejarse de la joven, como había hecho con Savannah. - Hola – pronunció con algo de inseguridad - ¿Os conocéis? – preguntó con cierta curiosidad y un sutil, muy sutil recelo que aumentaba en su interior. Bueno, ya recordaba el nombre de la primera clienta: Enya. Podría bien jurar que dio un pequeño respingo cuando sintió que Sutton se dirigía a él, con aquella sonrisa, su vestimenta, su aura tan positiva.

- ¿Yo? Ehm... Yo... Pues bien, sí. No he tenido a penas que – miró sutilmente a la desconocida, Enya. No era su plan ir gritando a los cuatro vientos sus intimidades, pero suponía que por decir aquello no pasaría nada – ponerme vendas y esas cosas tan ridículas y que entorpecen a uno. Con un poco de suerte no tendrás que dedicarme tiempo en... El hospital

Lo primero que hizo fue asegurarse de que las mangas de su camisa blanca tapaban aquellos vendajes que había negado llevar en las muñecas, antes de dirigir con mucho disimulo las manos hacia su espalda, manos con las cuales aún sujetaba la antigua cámara.

- Y a ti... ¿Cómo te va todo? – preguntó con pocas ganas, sin saber aún si la entrada de Sutton había sido algo positivo... O más bien todo lo contrario. - ¿Por qué has venido aquí? - preguntó de una forma que dejaba entrever cierta hostilidad debido a sus dudas en su interior.

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Mensaje por Enya A. Lévesque Vie Dic 21, 2012 3:48 am

Volvió a mirar al techo. La chica era bastante peculiar, y no era de locos pensar que todas las conversaciones que se podían tener con aquella chica terminaban siendo como la que estaba teniendo lugar en aquel preciso momento. Se quedó con la boca abierta, pasando la mirada por las distintas cosas que colgaban. –Los Mordefló son mis amigos. ¿No son los tuyos? Si son muy majos - Las conversaciones podían dar giros de 360 grados de un momento a otro, sin necesidad de pensar cómo había que actuar o qué había que decir. Bajó la cabeza y la mirada al chico, un momento. Luego se giró y miró a la puerta, al suelo, y dio una vuelta sobre ella misma. –En efecto, creo que he venido sola –Seguro que si te metías en la mente de Enya sería como una especie de biblioteca o despacho, lleno de papeles y todo tirado por el suelo. Y si hubiera sillas estarían rotas, seguro. Caos podría ser la palabra que definiese el estado de su mente y el por qué de su comportamiento poco normal.

Frunció el ceño y se cruzó de brazos, mientras le miraba intentando aparentar que estaba enfadada. A veces se le podía antojar como una niña cría, como si en vez de tener la edad que se supone que tenía, se le podía decir que no llegaba a los 5 años de edad mental. Se llevó las manos a la cabeza mientras se colocaba bien el gorro sobre su lacio pelo negro. -No soy torpe. Sólo es que sé cuando el suelo necesita un abrazo, ¿sabes? –Otro de los grandes factores de Enya es que dice las cosas menos apropiadas en el momento menos apropiado, igual que siempre responde muchísimo más tarde de cuando fue planteada la pregunta. Y cuando piensa que no va a responder porque se le debe de haber olvidado, te responde. Te responde sea cual fuese la pregunta. Eso sí, eso no garantiza que la respuesta tenga un sentido completo.

-¿Pero las Margaritas no se llaman Margaflores? –ladeó la cabeza abriendo mucho los ojos, como si ella le hubiese descubierto en algo. Desvió la mirada a la cámara que le estaba enseñando el chico, o bueno, la capa de polvo con máquina fotográfica debajo. Depende de cómo lo mirases. Asentía a cada palabra del joven, antes de girarse hacia la puerta al oí el ruido de las campanitas que colgaban por encima del marco de la puerta repiquetear al abrirse ésta. Miraba la puerta con expectación, más por el hecho de quién podría ser quien se decidiese a entrar en aquel extraño lugar teniendo al señor Gold por ahí pululando, que podría volver de un momento a otro. Quién sabe. Frunció el ceño, mirando los zapatos que entraban a la antigua tienda. Se le iluminó la cara nada más oír su nombre, porque por fin alguien se acordaba de él. -Suuuuuuuttoooooooon –comentó, de manera cantarina. Se inclinó hacia delante, como haciendo una reverencia, sería para completar el saludo, o algo así.

Les miró a ambos, primero a uno, después a otro, mientras iban hablando. Poco a poco su cerebro fue desconectando, pues no le interesaba mucho de lo que fuera que estuviesen hablando. Se encogió de hombros y agarró la corea de su bandolera, echándola hacia detrás. Se giró y comenzó a dar saltitos entre las láminas de madera del suelo, intentando no pisar las uniones entre éstas. Poco a poco les fue dejando atrás, mientras se ponía a cotillear por la tienda. Para más inri, Enya no era de aquellas personas que mantenían la atención en algo centrado mucho tiempo, si no que en un momento dado podía estar mirando otra cosa completamente diferente y estar pensando en las farolas de la calle. A saber.

Dio un pequeño salto hasta una estantería y se agachó enfrente del cristal, de tal manera que se quedó mirando una pequeña colección de relojes antiguos, bueno, se podría decir que otra. Seguía oyendo las voces de los dos chicos de fondo, pero no les prestaba demasiada atención. -Oooooooh, ese es de bronce, qué bonito… –y así con todos y cada uno de los relojes.
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Mensaje por Sutton N. Faraday Dom Dic 23, 2012 11:14 am

La forma cantarina con la que Enya dice mi nombre consigue arrancarme una renovada sonrisa. Lo que no me espero es el hecho de que se incline hacia delante en una especie de reverencia que consigue que arquee una de mis cejas durante unos segundos, el tiempo suficiente para que ella no se de cuenta de que ese gesto ha aparecido en mi rostro. – Pues…, tengo buena memoria. Demasiada, quizá. – Una sonrisa nerviosa aparece en mi rostro. Poca gente conoce el hecho de que sufro el Síndrome Hipermnésico y quiero que siga siendo así. – Creo que…, alguna vez la he visto por la calle. – Podría haber dicho, día, hora, mes, año, lugar exacto, incluso la ropa y peinado que había llevado la jovencita aquel día en concreto, pero me abstengo por razones bastantes obvias.

Noto perfectamente como parece pararse a mirar unos segundos a la joven antes de acabar la frase, como si no quisiera ir contando ese tipo de cosas delante de muchacha, que sí, por una parte lo entiendo, pero tampoco es que sea la GRAN cosa. Además, hay algo que no me cuadra del todo. Frunzo el ceño unos segundos aunque decido restarle importancia, posiblemente sea verdad que este bien por lo que debería alegrarme, ¿no? – No son ridículas, son necesarias. – Me encojo de hombros porque eso es lo que mi mente de enfermera opina y me dice. – En realidad es bueno que no vayas por el hospital. – Positivo cuanto menos.

No se me escapa el detalle de que esconde las manos a la espalda pero decido restarle importancia al tiempo que echo un vistazo hacia Enya que se ha alejado y ha empezado a dar saltitos entre las láminas de madera de la tienda. – Me va bastante bien. No me quejo. – Respondo cuando vuelvo nuevamente mis ojos azules hacia él. Sin embargo la “brusquedad” de la siguiente pregunta me deja ligeramente anonadada, tanto es así que incluso bajo la mirada unos segundos. El caso es que no puedo contestar porque las palabras de Enya hace que me vuelva mirándola y desde esa posición consigo distinguir a través de los cristales que dan a la calle la rubia melena de Phoebe.

No pasan ni treinta segundos cuando la puerta de la tienda vuelve a abrirse haciendo que las campanas suenen. Intercambio una sonrisa con Phoebe que me saluda desde la puerta y articulo un “gracias” con los labios antes de agacharme – ¡Mamá! – Oigo que alcanza a decir Vincent antes de llegar a la carrera hasta donde yo estoy y colgarse de mi cuello. Aspiro el aroma del pequeño mientras me aferro a él con fuerza y le susurro al oído de manera que ninguno de los presentes es capaz de oír ese “hola tesoro” con el que lo he saludado.

Me levanto con el pequeño aún en brazos quedando cara a cara nuevamente con Malcolm. – ¿Te acuerdas de Malcolm? – Le pregunto al tiempo que noto como mis mejillas tiran ligeramente indicándome que ha aparecido una nueva sonrisa. Cuando esta él alrededor es imposible no sonreír. Es la vitalidad personificada. Me mira unos segundos y después esboza una sonrisilla asintiendo antes de virar sus ojos azules hacia Malcolm.

- ¡Si! ¡Hola Malcolm! – Exclama con su voz infantil aún agarrado a mi cuello como si tuviese miedo de soltarse. – ¡Hola Enya! – Dice justo después pues parece haber atisbado a la joven detrás de nosotros, aunque yo casi hubiese jurado que no la había visto al entrar. Entonces recuerdo que aún llevo la bolsa con la bufanda que traía para Malcolm colgada de uno de mis brazos, pero antes de poder hacer nada, los ojos de Vincent me vuelven a mirar y por su rostro diría que le pasa algo. – ¡Mamá! ¡Phoebe no sabe contar el cuento de Alicia! ¡Les cambia los nombres a los personajes! Y nunca recuerda el nombre de los gemelos. – En ese momento se cruza de brazos soltándose de mi cuello, con cara de pocos amigos. - Dice que la Reina Blanca es mala y la Reina Roja buena. ¡Es al revés! – La indignación se ve de tal manera en su rostro que a pesar de todo no puedo evitar que una sonrisa asome en mi rostro.

- Bueno, es que Phoebe no te ha leído el cuento tantas veces como yo. – Respondo intentando razonar de alguna manera con él. Siempre he oído decir que hay que tratarles como niños hasta cierto punto. – La próxima vez cuéntaselo tú y le dices quien es la buena y quien es la mala.

- ¡Abajo con la sangre roja! – Dice entre risas volviendo a cogerse a mi cuello donde también esconde la cabeza en el hueco unos segundos.

- Pero no lo digas muy alto o la Reina Roja mandara que te corten la cabeza y no queremos eso ¿verdad? – Niega con la cabeza unos segundos antes de volver a echarse a reír de una manera que consigue que a mí también se me escape una risa. – Lo siento. – Me dirijo entonces a Malcolm – Niños… - De repente tengo que rebobinar en mi cabeza hasta el momento antes de que mi hijo ha entrado en la tienda y recuerdo perfectamente la pregunta de Malcolm, la hostilidad en la forma de preguntarlo. Dejo al pequeño en el suelo que sale corriendo hasta donde esta Enya.

- ¿Qué es eso? – Le pregunta a la joven poniéndose ligeramente de puntillas, pues con su baja estatura no alcanzaba a verlo del todo bien. – ¿Es un reloj? El conejo blanco tenía uno y siempre llegaba tarde. – Dijo como si fuese lo más normal del mundo que un conejo tuviese un reloj y encima… ¡Encima llegase tarde!

- Me pasaba por aquí para traerte esto. En realidad es una tontería.– Me encojo de hombros al tiempo que le tiendo la bolsa que hasta ese momento ha permanecido todo ese tiempo colgando de uno de mis brazos. Sí, en el fondo es una tontería, pero seguro que él la encuentra útil. Lo que no sé es como se lo va a tomar dada la extraña brusquedad con la que me ha tratado.
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Mensaje por Ferdynand G. Farraige Sáb Dic 29, 2012 9:26 am

Si no recibía una llamada porque a alguien del pueblo se le había perdido el gato o el perro, pocas veces tenía que trabajar. Era lo “bueno” de vivir en Storybrooke, que como todo el mundo conocía a todo el mundo, pues pocas veces hacía falta que le llamasen para algo urgente. Así que sí, normalmente se aburría, y no hacía nada más que hacer que salir a dar unas vueltas por el pueblo, por si acaso pasaba algo interesante… o, en cambio, algo en lo que tuviese que intervenir. Normalmente prefería salir por las callejuelas del pueblo a tener que pasar las horas muertas esperando a que alguien se acercase a él o recibir una llamada para algo especialmente importante.

Cerró la puerta de la comisaría mientras se terminaba de colocar el abrigo sobre los hombros y decidía por donde podía ir. Si pudiera irse de Stroybrooke lo haría, pero tampoco tenía una motivación extremadamente grande como para irse a otro lado a vivir. Suspiró mientras bajaba la vista al suelo de la calle, mirando sus zapatos que avanzaban por la calle. ¿Dónde podría ir? Se paró en seco, mientras daba media vuelta y volvía a la comisaría, se le había olvidado algo imprescindible para la idea que se le acababa de ocurrir. Metió de nuevo la llave en la cerradura y la giró suavemente, empujando la madera y recorriendo de nuevo la sala y abriendo uno de los cajones de la mesa. Sacó una rosa blanca que le habían dado a su compañero aquella mañana, la verdad no la iba a echar de menos, a si que se la iba a quedar Fer, ¿qué más daba?

Volvió a salir de allí y volvió a hacer el mismo camino, mientras pensaba que quizás debería ir al hospital. No por nada en especial, si no porque le apetecía. Había gente maja en aquel lugar, aunque él no fuera muy dado a hacer amigos o mantener relaciones sociales, había una chica, sí, una chica con al que había congeniado cuando hacía visitas al hospital porque tenía que llevar a alguien que se encontraba o porque tenía que ir él mismo a hacer alguna revisión. En fin, pues iría al hospital y… bueno, si no tenía nada mejor que hacer, se quedaría un rato hablando con ella y luego volvería a la aburrida oficina.

Antes de que pudiera darse cuenta, vio a Phoebe, la rubia de la que de vez en cuando había oído hablar con un niño. Frunció el ceño, no recordaba que ella hubiera tenido ningún hijo, pero bueno, tampoco es que le interesase sobremanera o que pasase o dejara de pasar en el pueblo. No, pero el niño… estaba entrando a la tienda, a la vieja tienda del señor Gold. Espera, ¿ese no era Vincent? El pequeño de Sutton, sí, debería de ser él. Cruzó la calle rápidamente, a la vez que se acercaba a la tienda y cotilleaba un poquito, para ver si de verdad no estaba equivocado y estaba Sue allí dentro. Era probable, si no, ¿por qué iba a dejar la rubia al niño en aquella tienda? Se decidió a entrar, total, ¿qué podía perder? Porque el tiempo ya lo estaba haciendo y eso le ponía de los nervios.

Ojeó el interior de la tienda rápidamente, una chica… ¿la cartera? Tirada en el suelo, en frente de un escaparate con el niño al lado, Malcolm, el rarito, que debía trabajar en la tienda y Sue. Sonrió y se acercó a ella por la espalda, mientras con una de sus manos le rodeaba suavemente la cintura y luego le depositaba un corto besito en la mejilla, a la vez de que estiraba la mano con la rosa y se la enseñaba. -Buenas, querida –cambió la mirada de sitio, para mirar al rarito. -Malcolm, si no recuerdo mal - hizo una reverencia hacia delante, como si fuese un saludo. Antaño probablemente lo hubiese sido, ¿no?

Alzó una ceja a modo de saludo hacia la chica que estaba tirada en el suelo junto al niño, a la vez que llevaba sus manos a la espalda y se ponía a mirar las distintas cosas que había por allí. La mayoría no le llegaban a agradar del todo, pero no ponía mala cara. Era lo bueno de él, como casi nunca mostraba sus expresiones siempre le resultaba difícil a la gente llegar a saber qué pensaba, tramaba o a saber qué.
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Mensaje por Malcolm A. Lynch Dom Dic 30, 2012 2:21 pm

Vale, vale… En esa ocasión no iba a negarlo; era una chica o con bastante ingenio, o mucho más rara de lo que él hubiera creído hasta el momento. ¿Y a él lo llamaban loco? ¿Y esa chica? ¿De dónde diablos habría salido?... No, espera: ¿Y si resulta que se estaba burlando en realidad? ¿Y si sólo había venido a la tienda para reírse un rato y luego ir con el chisme a sus amigos? En tal caso Malcolm le haría escarmentar un poco… Pero de momento, sólo se limitó a observar como respondía con total naturalidad las preguntas desvariadas del pelinegro. Se sorprendió incluso cuando la chica desconocida parecía enfadarse como una cría. Tal vez era así por naturaleza, y sin duda bastante diferente a las jóvenes que había conocido hasta ahora, muy peculiar a su manera, sí.

- Amargaflores, sí – comentó enarcando una ceja. Tampoco es que le diera demasiado tiempo más para contestar, pues fue cuando Malcolm se encontró de frente con aquel rostro familiar, tan familiar que resultaba muy difícil reprimirse un abrazo hacia ella, Sutton. Le había pillado por total sorpresa su presencia, e incluso le costaba reaccionar. Tal vez le fue bien que ambas mujeres fueran conocidas, e incluso le resultó entrañable la manera en que Enya había saludado a Sutton, pero… Pronto la más joven se perdió por la tienda, mirando las estanterías. Malcolm no le quitaría el ojo de encima, no se podía vagar con total libertad por ese local, a saber lo que habría en realidad por ahí escondido. Se preguntaba qué edad tendría en realidad aquella joven, que parecía que se hubiera tragado al conejo blanco, tanto ir de allí para allá tararí y ta… No, debía volver la mente al lugar y… ¿Mirar a Sutton? ¿A los ojos? Una tarea demasiado difícil. El resultado de ello era fruncir el ceño como si le costara aguantar la mirada, mientras preguntó con aquél tono hostil mientras trataba de disimular sus vendajes en las muñecas. ¿Odiarla? No, en absoluto era por eso… Más bien al contrario. Conocía el pequeño secreto de Sutton, estaba seguro que aún en ese mundo, conservaba una prodigiosa memoria con la que Malcolm tenía que ir con cuidado. No quería que recapacitara, que atara cabos, que se diera cuenta de que algo extraño sucedía en sus vidas y… De vez en cuando pensaba que Sutton era más feliz así, sin compartir vida con Malcolm. Tal vez él no la merecía.

¿Y por qué esconder aquellos vendajes? Pues, igual que ella podía seguir teniendo su inusual memoria, como ella misma acababa de hacer mención, Malcolm también llevaba arrastrando aquellos problemas de articulaciones desde que tenía uso de razón. Cierto era que muy pocas veces se quejaba, pero también podría influir si Sutton le daba demasiadas vueltas. Por ello Malcolm siempre evitaba ir al hospital si tenía oportunidad, pero en ocasiones no podía evitar visitarla, necesitaba ver que estaba bien, verla de nuevo… Pero tal vez sólo estaba actuando de forma egoísta, y se repetía una y otra vez que, de alguna manera, tenía que separarse. Se sintió algo aliviado cuando ella no parecía darle demasiada importancia a lo que Malcolm decía, parecía tan calmada como de costumbre y la presencia de Enya parecía también alegrarla un poco.

Asintió un poco cuando dijo que todo le iba bien. Una vez más podía parecer un egoísta, pero no sabía si sentirse bien por ello o por el contrario, empezar a lanzar maldiciones mentales a diestro y siniestro. Su objetivo ahora se había centrado en echarla, sí, echarla de aquella tienda. Malcolm odiaba los imprevistos, de toda la vida eran algo que le habían sentado como una patada. Sólo recordaba uno que le hubiera sentado como una bocanada de aire fresco; La segunda vez que Alicia llegó a Wonderland. Por el resto, solían sacar lo más perturbado de su mente, y aquella ocasión podía ser uno más.

- No está bien, no está bien, no está bien… - murmuraba continuamente como si hubiera entrado en una especie de bucle del que su mente no podía salir, no al menos hasta que una vocecilla irrumpió en su mente, otra vocecilla muy familiar que provocó que sus ojos se abrieran como platos sin separarlos del suelo al que ahora miraba, totalmente concentrado en los sonidos que llegaban hasta sus oídos.

No quería alzar el rostro, temor sentía por ver sus facciones, no podía ser quien creía que era. Pero entonces Sutton pronunció su nombre, y le resultó imposible no hacerlo, no dirigir sus ojos a quienes, en realidad, no era ni más ni menos que su mujer y su hijo. Ellos, que ahora eran como desconocidos. Un sutil temblor recorrió los labios de Malcolm, cuando lo oyó pronunciar su nombre, como si fuera alguien más de aquél pueblo. Ni rastro de aquél ‘Papá’ al que había estado acostumbrado desde hacía años. Trató de sonreír, de veras que lo intentó, e incluso de responderle al crío, pero apenas duró un segundo que bajó la mirada el suelo, mientras el niño le explicaba sus cosas a su madre. ¿El libro de Alicia? ¿Le leían ese libro?... Bueno, al menos algo bueno en todo aquél asunto: que Sutton y Vincent se mantenían juntos y aparentemente felices, un detalle considerado por parte de Siobhan, algo que no se veía todos los días. O tal vez también era una manera más de torturar a Malcolm, ¡quién sabía lo que se cocía en la mente de aquella bruja!

Negó con la cabeza, tratando de olvidar cualquier recuerdo que enturbiara su mente en aquellos momentos, intentando pensar que no eran más que clientes, unos ciudadanos más de Storybrooke, mientras Sutton se disculpaba. Le alivió bastante que el niño se alejara y se fuera a hablar con la chica rara, a decir verdad. Siempre le costaba entablar conversación con Sutton, no sabía ni por dónde empezar ni qué decirle, pero en esa ocasión fue ella quién dio el primer paso, con una cosa que a Malcolm le sorprendió bastante.

- ¿Para mí? ¿Por qué…? – en ese momento se colocó la cámara fotográfica debajo del brazo para poder coger la bolsa y sacar el contenido que había en ella, descuidando que sus manos y por consiguiente, vendajes maltrechos, quedaban a la vista - ¿Una bufanda? ¿La has hecho tú? – preguntó observándola con curiosidad. Y él que había sido la persona más simpática del mundo al verla entrar por la puerta… Irónicamente hablando, por supuesto. – Es…

Había incluso pensado en agradecerle, mientras seguía observando la prenda, pero la razón por la que no lo hizo fue que, una vez más, se vio interrumpido por las campanitas que indicaba que alguien más había entrado. No le extrañaría que fuera el señor Gold, así que se tomó en calma el hecho de alzar la vista de nuevo. Pero cuando lo hizo se llevó una de sus mayores sorpresas: Ni era el señor Gold, ni parecía ser un completo desconocido, sobre todo para Sutton. Oh sí, era la imagen que le faltaba para sí, exactamente, dicho con propiedad: volverse loco, completamente loco. ¿Sería él el “nuevo” padre de Vincent? ¿La nueva pareja de Sutton?...

Asintió cuando el hombre pronunció su nombre “Malcolm esto” “¿Te acuerdas de Malcolm?” “¡Hola, Malcolm!” “Malcolm lo otro” “Malcolm, Malcolm, Malcolm, Malcolm, Malcolm, Malcolm…” Y la cabeza le iba a explotar.

- Si me permiten – pronunció de forma casi inaudible, intentando disimular todo el remolino de sentimientos que se acumulaban dentro de él, sentimientos difíciles de reprimir. Sin perder más tiempo, se dirigió rápidamente a la trastienda, donde podría encontrar algo más de intimidad. Nada más pasar el umbral de la puerta y retirándose hacia el interior, Malcolm se apoyó en una de las paredes, sin disimular entonces cuánto le había llegado a afectar todo aquello. Era evidente, que después de más de dos décadas, Sutton volviera a rehacer su vida. Y “Malcolm”, ese “Malcolm” al que ahora todo el mundo saludaba… No, no era el mismo de antes, incluso su nombre le resultaba desconocido en boca de aquellas personas, en boca de su hijo, de su mujer. Mirarles a los ojos sabiendo que ellos ya no sentían lo mismo que él, que Malcolm los había traicionado. No sabía qué es lo que tenía que hacer, qué era lo correcto y qué era la opción de ser egoísta. ¿Pensar en él y mantener el contacto con ellos? ¿O dejar de verlos para que siguieran con su nueva vida y que al menos así, fueran felices?...

Se apegó a la pared como si fuera lo único por lo que se mantenía en pie en ese momento, con un brazo apoyado en ella y seguidamente su cabeza. No pudo reprimir la rabia que le entró en ese instante y lanzó la cámara hacia el fondo, haciendo un pequeño estruendo. Estuvo a punto de hacer lo mismo con la bufanda, pero se detuvo justo a tiempo, reparando de nuevo en ella y clavando sus ojos en la prenda. Lentamente se la acercó al rostro, pudiendo apreciar, por primera vez, aquel aroma que sólo podía ser de Sutton. Debía asimilarlo, debía asimilar que nunca volverían a estar como antes, ni siquiera si se rompía la maldición. Él los había traicionado, tampoco querrían saber de Malcolm, no después de que él se comportara como un egoísta.

- El reloj… ¡El reloj! – exclamó a susurros, recordando entonces algo en lo que no había caído antes. Quizás no todo estaba perdido, pero…

Empezó a rebuscar con desespero entre los miles de objetos que había ahí, sin pensar en si podía desordenar o tocar algo que podría ser valioso. Pero tal vez ahí podía encontrar algo que pudiera serle de gran utilidad en un futuro muy próximo. Tal vez no todo estaba completamente sumido en la oscuridad como Malcolm creía.

- Ouch… - se quejó al tocar algo punzante, parecido a una gran aguja que había allí pero no le dio demasiada importancia, ni siquiera al hecho de que se había hecho daño en la mano derecha, pero con un poco de suerte las vendas harían su trabajo absorbiendo en caso de que sangrara, pero no era nada importante para él en ese momento.

Una vez rebuscó, volvió a apoyarse en la pared, esta vez de espaldas, soltando un largo suspiro. ¿Y ahora quién le mandaría a volver a la tienda donde estaba aquél “hermoso” panorama? Se asomó sutilmente, procurando que no se le viera y fijando su vista en el pequeño, que estaba justo en medio de su campo de visión. No pudo evitar mirarlo con melancolía y enternecido. Deseaba tanto poder cogerlo como lo hacía antaño, y robarle la nariz, y cambiarle el nombre, y recoger setas juntos, y asustarle con Escosamuza… Y luego estaban aquellos dos, ese hombre al que Malcolm no conocía aún demasiado y Sutton. Era como si algo suyo ahora fuera vulnerable, como si realmente nunca hubiera vivido todo el tiempo que había pasado con su familia, como si todo hubiera sido un simple sueño, y como si el destino de él no fuera el que hubiera parecido en cierto momento de su vida.

Volvió a apoyarse en la pared, mirando hacia el techo, cerrando momentáneamente los ojos y procurando calmarse, mientras que su mano se deslizaba hasta uno de sus bolsillos, depositando en él algo de lo que podría hacer mucho uso en un futuro. Suspiró de alivio al notar cómo dicho bolsillo ahora pesaba más. Esperanza, aquella bocana de aire que tomó se llamaba esperanza…
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Mensaje por Enya A. Lévesque Lun Ene 07, 2013 1:40 am

Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, en frente de una de las vitrinas. Si ya se había ensimismado antes con un reloj de bronce ahora ya no había ni que contarlo con un viejo reloj de pared de madera. El tema de los relojes era una cosa que a Enya le traía de cabeza desde que tenía uso de razón. Bueno, quizá lo de el uso de la razón no, por cómo es, pero desde que se acordaba. Las campanitas de la tienda que eran ya la tercera vez que sonaban hicieron que la chica girase la cabeza un poco, y se asomase a ver quién era. Observo a ver una larga cabellera rubia que se iba y había dejado a un niño. Enya frunció el ceño y le observó, cómo iba corriendo hacia Sutton y lo cogía en brazos, hasta que la chica se dio cuenta de que era su hijo, Vincent. Cuando se pusieron a hablar, como tampoco era una cosa que le llama muchísimo la atención volvió a girarse hacia los relojes, intentando recordar cada uno de los grabados que tenían en la madera, en las tapas de metal de los relojes de bolsillo y en el fondo. La voz del chiquitín la volvió a sacar de sus pensamientos, cuando la saludó, llamándola por su nombre. Aquel niño e había caído bien desde el principio, aunque supuso que sería por su carácter, que era como el de una niña pequeña en muchos de los ratos. Los niños siempre se sienten más confiados si ven que un adulto se comporta como ellos, aunque eso normalmente no suele ser muy buena influencia.

Escuchó las palabras indignadas del niño, diciendo que, ahora sabía que la chica rubia que había visto hace unos minutos era Phoebe, que trabajaba en el hostal y a la que de vez en cuando llevaba tanto algunas cartas para ella tanto como para el hostal, la rubia no sabía contar el cuento de Alicia. Alzó las cejas ante la indignación del niño, y no pudo evitar sonreír ante aquel gesto. Ella tenía un estante de su casa repleto de cuantos y libros, porque era una cosa que le gustaba bastante, y aunque no recordara el nombre de ciertas personas ni ciertos momentos, los libros y los cuentos se los sabía de memoria. Cualquier libro que caía en sus manos pasaba a formar parte de su cuerpo hasta que se lo terminaba. Entonces pasaba a formar parte de la estantería.

Sutton dejó a Vincent en el suelo, la única persona que había conseguido atraer la atención de Enya por más de unos segundos. Sonrió ampliamente cuando le señaló uno de los relojes, y se puso de rodillas en el suelo, para estar a su altura. Aún así seguía siendo más alta que él, a si que le agarró de uno de sus bracitos y le acercó a ella, para subirle un poco y que viese lo que estaba en el estante. -Efectivamente, pequeño, aquello es un reloj. –una vez que se hubo cerciorado de que el pequeño los había visto bien, le bajó de nuevo al suelo y le miró con curiosidad. -El conejo blanco siempre llegaba tarde. Y eso no puede ser. En algunos aspectos soy como él, siempre llego tarde cuando tengo que repartir las cartas por el pueblo –se rascó la cabeza con una sonrisa en los labios, y el gorro de lana se deslizó por su pelo, hasta caer al suelo. Lo cogió con una mano y lo dejó en su regazo. -Siempre me ha gustado ese cuento hmm… -se quedó mirando al techo unos segundos, mientras se podía ver cómo lentamente su faceta de niña pequea iba desapareciendo e iba saliendo la de amante de los libros. -Mi personaje favorito siempre fue el Sombrerero Loco. –acompañó aquella frase de un movimiento afirmativo de su cabeza, dándole seguridad a sus palabras a la vez que miraba al niñito.

Ladeó la cabeza a la puerta de nuevo cuando oyó por cuarta vez las campanitas en la puerta. Hoy la tienda estaba de suerte, Enya no creía recordar que hubiese habido tantas personas ahí dentro en mucho tiempo. Enarcó una de sus cejas y miró a la persona que entraba ahora. Uno de los inspectores del pueblo. Frunció los labios y movió la cabeza casi imperceptiblemente como respuesta al saludo que él le había hecho. Nunca habían tratado demasiado, a no ser que fuese absolutamente necesario para ambos. Colocó una mano en el hombro del pequeño y se levantó, dirigiéndose a otra de las estanterías, justo después de que Malcolm decidiese irse a la trastienda o donde quiera que fuese. -Mira Vincent, ven –hizo un gesto con una de sus manos esperando a que el niño viniese a su lado. Nunca había tenido la oportunidad de hablar con nadie de cuentos. Tampoco es que hablase con muchas personas en el pueblo, pero con las que hablaba solía ser de cartas, pagos, facturas y cosas que para Enya no tenían nada más que ver con que la pagaran a final de mes.

Si por fin había encontrado a alguien con quien hablar de cuentos, sería gracioso. Además de que fuera un niño, y ellos tenían mucha imaginación, se lo iba a pasar requetebién. Alzó al niño de nuevo, para que pudiese ver un antiguo juego de té que había en otra estantería. -¿No te recuerda a algo, pequeño? –ella muchas veces se tenía que callar lo que pensaba, cuando veía algo que le recordaba a algún libro o a algún cuento. Podía haber trabajado en la biblioteca, pero no quiso, porque al final le terminaría haciendo más caso a los libros que a la gente que iría a pedir algo. Dejó al niño en el suelo mientras sonrió, a la vez que le revolvía el pelo con una de sus manos, y observaba los detalles del juego de té que le acababa de enseñar al niño.
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Mensaje por Sutton N. Faraday Jue Ene 10, 2013 1:52 pm

Vincent’s Point of View

Mamá me deja en el suelo y no espero ni un solo segundo antes de salir casi corriendo hasta donde esta Enya. Le señalo la vitrina de los relojes poco antes de que se ponga de rodillas, de modo que puedo verla directamente a los ojos. Ojos. Mamá siempre dice que son… son… las puertas ¿del alma? ¿Del corazón? ¡No sé! Dice algo y siempre me hace sonreír. Mamá siempre me hace sonreír y dice que tengo una sonrisa muy muy muy bonita.

- A mi mamá le gustan mucho los relojes – Asiento con la cabeza varias veces y de entre mis labios se escapa incluso una risita infantil. ¡Soy un niño pequeño! ¡El niño de mamá! Desde donde estaba ahora gracias a Enya podía verlo muy bien. ¡Era genial! - ¿Repartes las cartas del pueblo? ¿En serio? – Esa última pregunta me sale con una voz chillona y bastante más alta de lo que debería. No puedo evitarlo, tengo cuatro años, ¿no? Ni siquiera debería ser capaz de estar escribiendo o pensando todo esto (?) Mi boca se ha abierto y seguro que podrían entrar en ella unos cuantos coches de juguete de los que tengo por casa. Prefiero eso a las moscas que dice mamá que me entraran por tenerla abierta. ¡Reparte cartas! ¡Es guay! - ¿A ti también te siguen los perros? – Pregunto abriendo un poco más de lo que debería. Recuerdo perfectamente que en los dibujos que mamá me deja ver en la tele los perros siempre salen corriendo detrás de las personas que reparten cartas.

- ¿El Sombrerero? ¿Y la liebre? - ¡Al fin alguien que me entiende! Mamá finge que me entiende, pero en el fondo solo piensa que es otro cuento, pero para mí es especial. A lo mejor es porque el que más veces me ha contado y lo hacía antes de que fuera a dormir. El sombrerero siempre siempre me ha hecho reír mucho, mucho, mucho. Bueno, el Sombrerero y la Liebre de Marzo. Son divertidos. Mamá dice que es bueno, muy bueno ser divertido.

Las campanitas de la tienda vuelven a sonar y tengo que mirar quien entra. ¡Soy curioso! ¡Me gusta saberlo todo! Por la puerta entra el amigo de mamá, Fer… Nunca recuerdo su nombre enterito así que simplemente digo Fer. Le miro unos segundos y sonrío. Mamá me ha enseñado a ser amable con la gente. Mis ojos azules siguen sus pasos antes de que la voz de Enya me haga buscarla a ella. El gesto de su mano es lo único que necesito para levantarme e ir trotando otra vez hasta donde esta ella. - ¿Qué hay? – Pregunto curioso. Mamá dice que cualquier día la curiosidad me meterá en un lío, pero es que realmente no entiendo que es la curiosidad. Es una palabra rara y larga. ¿Qué significa?

Dejo que me levante, porque es que sino, no voy a ver nada. Soy pequeñito y mamá siempre tiene que cogerme para que pueda subir a algunos sitios o vea algunas cosas. ¡Cómo los peces en la pecera en las tiendas! No los veo y mamá me tiene que levantar para que los vea bien. - ¡La fiesta del té! – Otra vez esa voz estridente y chillona. – ¡Mamá tiene uno de estos! A veces jugamos a tomar el té con mis peluches…, aunque ella también toma té de verdad.– Asiento y recuerdo que siempre me dice que aún soy muy pequeño para tomar té, que tengo que esperar unos cuantos años.

¿Unos cuantos años? ¿Cuánto es eso?

- ¿Por qué no vienes un día a casa y hacemos una fiesta del té juntos? – Le muestro mi mejor sonrisa de niño bueno a la chica que llega tarde para darle las cartas a todo el mundo en el pueblo. ¡Seguro que me dice que sí!


Sutton’s Point of View

Lo primero que hace Vincent cuando sus pies tocan el suelo es salir corriendo hasta donde se encuentra Enya. Mis orbes azules le siguen durante unos segundos hasta que llega a la altura de la morena antes de volver a posar mi mirada en Malcolm. Siempre actúa de forma extraña en mi presencia, aunque también es cierto que todo el mundo en el pueblo dice que es una persona rara. Yo por mi parte en cierto modo le adoro y siento como si hubiese algo que me impulsa a acercarme a él, ser amable y sonreírle, pero no de la misma manera que lo hago con las otras personas. No, con él es como si fuera… diferente.

Sacudo la cabeza quitándome esos pensamientos de la cabeza para prestar atención a lo que me está preguntando. Asiento a su primera pregunta. – Sí, para ti. No sé… Pensé que te gustaría. – Esbozo una leve sonrisa al tiempo que su otra pregunta adquiere respuesta en mi mente. ¿Qué por qué? Pues…, simplemente me había apetecido y… ¿qué mejor persona en aquel pueblo que él para regalarle una bufanda hecha a mano? Es de las pocas personas de las que nunca he oído que se haya metido en algún problema o escándalo. No, nunca he oído que haya provocado altercado alguno, más bien creo que es de ese tipo de personas que intentan mantenerse al margen. Al margen en todos los sentidos. – Me hacía ilusión hacértela. – Respondo al final esbozando una amable sonrisa.

Estoy a punto, a nada de responder las preguntas que me ha hecho, cuando oigo las campanitas de la puerta de la tienda sonar otra vez. No me doy la vuelta por respeto a Malcolm y porque tengo educación, pero tampoco necesito hacerlo, pues pasados unos segundos noto que alguien me toma por la cintura y me besa una de las mejillas al tiempo que ante mi campo visual aparece una rosa blanca que cojo con gusto. - ¡Ferdynand! Buenos días. – Esbozo una sonrisa al tiempo que intento no quitar la mirada de encima de Malcolm que después de disculparse desaparece en la trastienda.

Frunzo el ceño ligeramente confundida ante todo aquello, antes de girarme hacia Ferdynand. - ¿Cómo sabías que me encanta el color blanco? – No deja de resultarme curioso que precisamente la flor sea blanca, un color que tantísimo me gusta. Me transmite serenidad, paz, tranquilidad… - ¿Qué tal el trabajo? Pensaba que estarías en comisaría… - Añado mirándole mientras jugueteo con la rosa con los dedos de la mano con la que la sostengo. Realmente me sorprende que haya entrado en la tienda y no esté en la comisaría. A no ser que…

Vuelvo a esbozar una sonrisa, prácticamente inconsciente.

- ¿Me disculpas un momento Fer? – Acabo de recordar el hecho de que Malcolm ha desaparecido en la trastienda y… llamadlo instinto pero siento que tengo que ir a saber que al menos está bien. Ha sido un momento tan… raro. Le dedico una última mirada y una sonrisa a Ferdynand antes de acercarme al mostrador donde dejo la rosa que me ha dado el policía con delicadeza, antes de armarme de valor e irme a la trastienda.

Posiblemente no me haya oído entrar. Por algún extraño motivo soy bastante sigilosa. Me quedo unos segundos indecisa pero al final estiro uno de los brazos tocándole ligeramente el hombro. - ¿Te encuentras bien? No tienes buena cara… - Y es verdad, como si algo le frustrara o le molestase, aunque no soy capaz de saber con exactitud que es lo que le pasa. Mis ojos azules acaban en la bufanda que yo misma tejí y que le he dado. – Sí que la he hecho yo…, tenía ganas de… darte algo. No sé. Es una sensación un poco extraña. – Arrugo ligeramente la nariz sin saber muy bien que decir a continuación – Al menos te protegerá un poco del frío. – Sonrío. No puedo evitarlo.
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Mensaje por Ferdynand G. Farraige Dom Ene 20, 2013 11:58 pm

Se podría decir que ni el propio Ferdynad sabía qué hacía en la tienda de antigüedades, porque no era uno de sus lugares favoritos de Storybrooke. Inspiró y arrugó la nariz, allí dentro había un aroma a viejo, a tiempo, que era horrible. Ni si quiera le había dado tiempo a analizar la tienda con la mirada, aunque no hacía mucha falta porque ya se imaginaba lo que habría allí dentro, porque era la primera vez que entraba, y justo el chico rarito que estaba a cargo de la tienda cuando no estaba el Señor Gold decía que se tenía que ir a nosedonde. Tampoco es que le interesase sobremanera lo que hacía dejase de hacer, a si que se limitó a encogerse de hombros levemente, sin que fuese evidente que le daba igual lo que le pasase.

-No es difícil saber que te gusta el blanco si te pasas la vida en un sitio en el que todo es del mismo color –comentó, impasible, mientras se giraba hacia ella y sus labios se tornaban en l que probablemente sería la sombra de una sonrisa. Se fijó en la rosa que le acababa de dar, y las vueltas que le daba Sutton entre sus finos dedos. -Me aburro. –dijo, con simplicidad. Se encogió de hombros y metió las manos en los bolsillos del abrigo desabrochado que llevaba puesto. -No sé qué hacer, la gente de este pueblo es muy pacífica y nunca pasa nada verdaderamente interesante –Fer pudo llegar a observar cómo una sonrisa tomaba forma en sus labios, de manera inconsciente, y alzó una ceja, absorto en sus pensamientos.

¿Qué le había llevado hasta la tienda? Vale que de vez en cuando saliera de la comisaría ya por puro aburrimiento y se dedicase a caminar por las calles del pueblo, observando a la gente, sus comportamientos y a ver si con un golpe de suerte, o es que se alineaban los planetas, pasaba algo en lo que tuviese que intervenir él. Porque si no era día tras día prácticamente igual, monótono… -Esto.. sí, claro. –se había quedado tan absorto en sus pensamientos y en el tipo de vida que estaba llevando que se había olvidado por completo de dónde estaba y de qué estaba haciendo allí, aunque esto último no lo tuviese del todo claro todavía.

Y desapareció. Había seguido los mismos pasos que el chico raro, Malcolm, eso. Sacó las manos de los bolsillos al tiempo que veía cómo la cartera, Enya, se había levantado y se había ido hasta una estantería que estaba detrás de él. Oyó los pasitos del crío seguir la voz de ella, cuando le dijo que se acercara. Alzó ambas cejas y se quedó observando cómo miraban… ¿una taza de té? ¿Y estaban hablando del Sombrerero Loco? ¿De Alicia en el País de las Maravillas? ¿Pero cuántos años tenía la chica ésta? Porque más de 20 aparentaba de seguro, ¿y todavía se ponía a hablar de cuentos… bastante emocionada? No lo entendía, pero tampoco le dio mucha importancia. Cada cual sería de una manera, y él no podía hacer nada por cambiarlo, por mucho que muchas veces le entrasen las ganas.

-¿Qué pensaría tu madre si llevas a casa a tomar el té a la cartera que llega tarde a todos los lados? –sonrió y se apoyó en la estantería, mirándoles. Pudo observar cómo ella se crispaba y dejaba al chico en el suelo, mientras se cruzaba de brazos y fruncía el ceño. -Oh, vamos, no te lo tomes a mal, que es la verdad. –rodeó la estantería todavía con la sonrisa en los labios y le revolvió el pelo al niño.
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Mensaje por Malcolm A. Lynch Lun Ene 28, 2013 8:00 am

Esa famosa frase, “entre la espada y la pared”. Ahora ya no sólo sabía su significado, lo podía sentir, era la perfecta definición de su situación. Se había sumido en sus propios pensamientos, ignorando cuantas voces pudiera tener a su alrededor. Cualquiera diría que se estaba volviendo loco. Irónico, ¿verdad? Pero su mente parecía ligeramente despejada, cuando se cercioró de que su bolsillo ya no estaba tan vacío como lo estaba su mismísimo corazón. Fue en ese momento cuando las voces ajenas volvieron a inundar sus oídos, dándose cuenta de que había vuelto a ese mundo, a la tienda, y que no debía permanecer allí mucho tiempo, sería de mala educación, y si había alguien que sabía sobre protocolos, ese era Malcolm.

Las voces que desde esa perspectiva le llegaban con más claridad eran las de aquella muchacha, Enya, y Vincent. Era curioso, pues no todo el mundo llegaba a conservar su nombre real en Storybrooke, pero ellos sí, y no sabía si eso era bueno... O malo. Se volvió a asomar con mucho cuidado por la entrada de la trastienda para no ser visto, pudiendo apreciar como la chica cartera le enseñaba la variación de antiguos objetos que inundaban las estanterías. ¿Por qué tenían que fijarse justamente en esos artículos? ¿Por qué los relojes? Hizo una mueca de molestia cuando lo escuchó... Ese mote “Sombrero Loco”, siempre que oía semejante nombre tenía ganas de corregirlo, pero en ese momento era mejor permanecer callado. El colmo ya había sido cuando Enya lo acercó a un juego de té para contemplarlo, y encima para hacerle preguntitas. Decidió volver a apoyarse en la pared para intentar serenarse, antes de pensar en salir y distraer a aquél par para que a Vincent no se le metiera en la cabeza todo aquél chisme del País de las Maravillas, país al cual, a modo de ver de Malcolm, su nombre no le hacía justicia. “País de las Pesadillas”, mejor.

Fiesta del té”, oyó de fondo, con esa voz infantil que sólo podía venir de una persona en aquella sala. No iba a negar que lo había aborrecido bastante, después de tanto tiempo obligado a tomar ese líquido marrón y rojizo, que realmente era de su agrado, sólo cuando a él le apeteciera y sin tener que cambiar de sitio en la mesa a cada minuto como si se tratara de algo automático. Y en una mesa limpia, nada de trastos acumulados por no tener tiempo de limpiarlos y recoger los platos y tazas sucias.

Dirigió su mirada a la mano con la que sujetaba aún la bufanda que, efectivamente, le había hecho a mano Sutton. Movió ligeramente los dedos para apreciar el tacto, apreciar el tiempo que se había dedicado a entrelazar los hilos. Siempre había sabido que tenía un buen sentido para la confección y moda, cosa que le hizo esbozar una sonrisa para sus adentros. Y entonces dio un sobresalto al notar un toque en su hombro, percatándose por primera vez de que Sutton estaba allí, junto a él.

- ¡Su-Sutton! – exclamó sorprendido. No tardó en llevarse su mano libre a la nariz, por alguna extraña razón que sólo la mente de Malcolm podría responder, como si quisiera comprobar que estaba en su sitio y frunció ligeramente el ceño, tratando de disimular su momentáneo sobresalto – Sí... Estoy bien... Siempre he sido así de pálido, si es a lo que te refieres – respondió intentando volver a su tono normal. No debía olvidar que era una mujer muy observadora, podía llegar a fijarse en cosas que los demás ni prestarían atención, a parte de su gran memoria y, por lo tanto, Malcolm debía pensar siempre antes de hablar, más que con cualquiera del pueblo. Esperaba que su estado no se notara demasiado, aunque, a juzgar por cómo lo miraba...

Fijó sus ojos en la bufanda cuando Sutton hizo referencia a ella, abriendo ligeramente los dedos para que quedara más a la vista. Había estado aferrándose a la prenda sin haberse dado cuenta siquiera. La miró como si por unos momentos perdiera su mente en pensamientos que pasaban a modo de fotogramas y escuetas escenas.

- ¿Una sensación un poco extraña? – extraño se quedó él al oír aquello, alzando ahora con lentitud su mirada hacia los claros ojos de la mujer... ¿De su mujer?... No, ahora ya no lo era, por mucho que le costara separar esas dos vidas. – No tengo dudas sobre ello, es... Lo mejor que podrías haberme hecho – asintió intentando esbozar una sutil sonrisa sin mucho éxito. Desde luego, no había mejor manera de tapar las cicatrices del pasado que con una buena bufanda o pañuelo, pero esa la trataría de una forma más especial, no quería que perdiera aquel olor tan característico y cercano. Quería preguntar el por qué, por qué lo había hecho cuando él más que ofrecerle ayuda y amistad, le había molestado. Sí, tantas veces, yendo al hospital para que le vendara... Contestándole de una manera seca y ruda cuando había gente alrededor. Y ella se portaba así. - ¿Por qué? – se decidió al fin, prácticamente en un susurro, como si no estuviera muy seguro de preguntar aquello. No quería provocar confusiones en Sutton, no estaría bien. Aunque... Qué tontería, sólo eran amigos, y suponía que los regalos también era para las amistades, como aquella vez en la que le confeccionó un vestido a la “auténtica” Alicia, a pesar de que fuera más por necesidad que por gusto. O la de sombreros que le había hecho a la Reina Blanca, de una cabeza mucho más pequeña pero agradable que la de su hermana... ¡Tantos recuerdos!

- ¿Llevas mucho tiempo aquí? – aunque pudiera sonar un poco extraño, quiso saberlo. Esperaba que no hubiera visto nada que no debía, especialmente relacionado con lo que tenía ahora en su bolsillo. Aunque bueno, creía que de haberlo divisado su expresión no sería tan serena como parecía tenerla ahora. – Deberíamos salir, este lugar está lleno de... De ojos. El mundo es una caja – asintió convencido. Cualquiera diría que sí, una vez más estaba con sus locuras, pero realmente no estaba tan lejos de la verdad. ¿Los ojos que todo lo veían? Siobhan. ¿La caja? Esa en la que estaban todos metidos, como meros juguetes en sus manos. Era curioso, pero le recordaba a la Reina de Corazones, jugando con sus cartas de Póker a su pleno antojo.

¿Qué por qué le había invitado a salir de la trastienda? Malcolm siempre procuraba no pasar demasiado tiempo a solas con ella, no excesivamente, y era un momento bastante delicado en el cual sentía que reprimir sus emociones era como intentar escalar una enorme montaña rocosa de la cual estaba a punto de caer. Era conveniente también que Sutton no le diera más vueltas al asunto, añadiendo a eso que ese lugar podía guardar muchos secretos, que sólo él quería investigar de tanto en tanto. Decidió ser el primero en salir para que ella lo imitara, no sin antes lanzarle una mirada directa a los ojos, diciendo a través de ellos todo lo que su boca trataba de sellar. No era una mirada melancólica, ni excesivamente dura, era... una manera de intentar apreciar algún brillo especial en esas pupilas tan bien definidas y en el azul cielo que las envolvía. Tras ello, prosiguió a salir para dar con un panorama más iluminado. Lo primero que hizo fue quedarse parado, observando como aquél trío hablaba sobre tomar el té. Parecía que el tema había durado unos largos minutos desde que Malcolm los había dejado de escuchar.

- ¿Tomar el té? – los interrumpió, como si pudiera intervenir en una conversación ajena con toda la naturalidad del mundo – Nos hemos vuelto todos muy... Británicos, ¿no? – dijo con algo de retintineo, y es que Malcolm pocas veces olvidaba parte de sus influencias – A mí me parece más interesante... Este molino – afirmó al azar, acercándose a dicho objeto que no estaba muy lejos del recibidor – O este... Reloj de cucú. Madera pura, tallado por artista – su actitud ahora estaba llena de falsedad e hipocresía – Ese viejo juego de té no tiene más valor que el plumero que utilizo para fregar el suelo – Sí bueno, eran fáciles de confundir la fregona y el plumero, ¿no? – Además de estar cubierto por esa capa de polvo enfermizo, está maldito. - aclaró refiriéndose a la tetera, tazas, azucarera y todo lo que decoraba aquella bandeja y servía para tomar el té.

Caminó unos pasos detrás de ellos, algo alejado, pero su voz se oía con claridad. Todo fuera para que dejaran de prestarle ni la más mínima atención a ese juego de té.
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Mensaje por Sutton N. Faraday Dom Feb 17, 2013 4:34 am

No me extraña en lo absoluto haberle sorprendido. Estaba tan metido en sus pensamientos que hasta me siento culpable durante unos momentos. – Lo siento. No quería asustarte… - Digo casi de inmediato sin poder evitar sonreír ante aquel extraño pero a mis ojos gracioso gesto de llevarse la mano libre a la nariz, como si de repente tuviese la sensación de que no está allí. Incluso puedo sentir un ligero deja vu, que no sé explicar. – No me refería a eso. Da la sensación de que…, hay algo que te molesta o te… frustra. – Termino diciendo. He dicho exactamente lo que me ha pasado por la cabeza cuando he entrado en la trastienda y he visto la expresión en su rostro. – Debería darte un poco más el sol o acabaran confundiéndote con un vampiro. – Bromeo ligeramente con una sonrisa plasmada en el rostro. Solo esperaba que en todo caso no brillase por culpa de la luz del sol como si acabara de salir de un baño de diamantes.

Miro hacia ambos lados unos segundos antes de volver a poner la mirada en Malcolm – Sí…, es como si tuviésemos una conexión. Extraño, ¿cierto? – Esbozo una media sonrisa. Últimamente pasaban muchas cosas raras en mi vida, pero sobretodo en mi interior y en las sensaciones que poblaban en mi cuerpo. – No sé… - Bajo la mirada al suelo clavándola en mis zapatos, moviendo los pies con tranquilidad durante un momento. – Últimamente siento como si…, me faltara algo. Algo aquí… - Levanto la mirada al tiempo que me llevo una de las manos al pecho, justo donde puedo notar los latidos de mi propio corazón. Viro la vista buscando a Vincent. Él desde luego no es lo que me falta aunque algo dentro de mí, me dice que tiene que ver precisamente con el pequeño. No sé, no sé lo que es... La mano que tengo en el pecho viaja hasta la cadena de oro blanco que llevo de la cual cuelga un anillo del mismo material que tengo desde que tengo memoria. Mis dedos se deslizan por la cadena hasta llegar hasta dicho anillo con el que jugueteo. Una manía que tengo. Es como si de alguna manera cuando estoy nerviosa, frustrada o triste, el contacto con ese objeto me calmase..., no del todo, pero algo. Me reconforta. Una locura, lo sé. Estar tan unida a un objeto cuyo origen desconoces. – Y es como si lo hubiera olvidado y no fuera capaz de recordarlo…, pero eso es imposible. – Porque vamos, yo no soy precisamente una persona olvidadiza. Para nada. Arrugo brevemente la nariz unos segundos, porque es verdad que no soy capaz de olvidar nada, pero también que tengo la sensación de haber perdido algo realmente importante para mí.

A pesar de ello consigo sonreír cuando Malcolm me afirma que en efecto es lo mejor que podría haberle hecho y me alegro de haber acertado al menos en eso. – No sé. Me apetecía hacerte algo… Algo que no fueran esos vendajes que llevas en las muñecas. – Digo llevando mis ojos azules hasta los vendajes que Malcolm había intentado disimular, demostrando que no se me ha escapado el detalle de que las lleva, ni de que me ha mentido antes con bastante descaro, pero no es algo que me fuera a tomar a mal. – Me alegra que te guste. En serio. – Sonrío tranquilamente y niego con la cabeza cuando me pregunta si llevo mucho allí. – Cerca de medio minuto. – Respondo con aquella tranquilidad que me caracteriza. Creo que pocas veces he perdido los nervios y posiblemente sea la gente la que me rodea la que pierde los nervios debido a mi tranquilidad. Es todo tan raro, raro porque ha sido una sensación que ha aparecido dentro de mí de un día a otro, que no puedo evitar negar con la cabeza unas cuantas veces antes de volver a centrarme en lo que estamos hablando.

Asiento con la cabeza ante sus palabras y vuelve a sonsacarme una sonrisa con lo que dice, de alguna manera todas aquellas cosas que para otras personas pueden ser "las locuras de Malcolm" a mí por algún extraño motivo me reconfortan y me hacen sonreír de forma genuina, sin ningún tipo de falsedad apareciendo en mi rostro. – Y las paredes tienen oídos… - Susurro aunque de manera que él si que sea capaz de oírme. Le sigo con la mirada unos segundos mientras sale de la trastienda y después de unos segundos decido imitarlo, encontrando con aquel pintoresco grupo entre los que se encuentra mi pequeño, hablando sobre tomar el té y por la forma en la que reacciona Malcolm no parece que le guste demasiado el té, o simplemente aquel juego de té, sobre el que pongo mis ojos azules después de haber observado también todos los otros objetos que el trabajador de la tienda de antigüedades ha ido señalando.
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