Una vida a la antigua (Malcolm A. Lynch)

- No te pongas rebelde y entra.. Entra en el maldito agujero, no te resistas... ¿Ya empezamos a ablandarnos? ¿Pero qué es esto? ¡Venga vamos! ¡Mete ni que sea la punta! ¡Parece como si nunca hubieras visto uno!...

La imaginación de cualquiera que estuviera tras la puerta de la tienda de antigüedades podía volar hasta puntos insospechados, pero una vez la traspasara, se daría cuenta de que Malcolm estaba discutiendo con, nada más y nada menos, un hilo y una aguja. Mojaba una y otra vez la punta del fino hilo llevándosela a la lengua, pero parecía que iba a desistir antes de que comenzara a echar humo por las orejas. Justo cuando iba a soltar unas cuantas barbaries por la boca, sonaron las campanitas de la tienda, indicando que se presentaba un cliente interesado o quizás curioso.

- Buenos días - lo saludó Malcolm por protocolo, casi con unos cuantos hilos enrollados en su cuerpo, pero al parecer a él no le molestaba en absoluto, no al menos de momento. Dejó el hilo y la aguja a un lado del mostrador para poder estar pendiente de aquél cliente. El sr. Gold volvía a estar por sus cosas, como era habitual, así que una vez más, el negocio quedaba a cargo de Malcolm. Su compañero al parecer tenía el turno más tarde. - ¿Puedo peinarle en algo? Digo... ¿Puedo ayudarle en algo? - se ofreció Malcolm. De un simple vistazo, pudo apreciar que se trataba de un chico joven, incluso más que él, y desde luego su expresión facial le hacía entender que no era una persona que tolerara bien las bromas, pero eso no detenía a Malcolm de cometerlas. Igual y se lo pasaría bien por un rato con él. - Tenemos relojes que marcan el tiempo al revés, tenemos alfombrillas que recogen toda la mugre y más que decorarte la casa, te la ensucian; tenemos jarrones rotos... ¿Te interesan algunos de estos objetos? - sí, sé lo que estáis pensando; que poco iba a sacar de provecho si vendía la tienda de aquella manera, pero en realidad le importaba tres pepinos lo que pensaran los demás y deseaba que Gold se fuera a freír espárragos con su tienda y demás... Sólo que... Claro, él también dependía de cómo fueran los beneficios del negocio. En fin, tendría que venderle algo que pudiera llamarle la atención al joven que acababa de entrar. Y... En lo que parecía una tienda como otra cualquiera e incluso de mala muerte, en realidad habían objetos de mucho valor, mucho más que el oro...

- Bueno, también tenemos jarrones decorativos muy antiguos... Lámparas... Dicen que en alguna de ellas pueden vivir genios, aunque supongo que son simples habladurías... - comentó sin darle mucha importancia, peleándose con un hilo que parecía no querer despegarse de su cuerpo. Bueno, de momento se haría el amable con ese desconocido, aunque en el fondo sonsacaba una sonrisa ladeada, empezando por planear alguna travesura o mala broma que pudiera hacerle. Pero por otro lado debía atraer la clientela y de esa manera en absoluto lo conseguiría. ¡Bah! ¿Qué más daba? Si al fin y al cabo, la vida en el pueblo se le antojaba insoportable si no fuera por las bromas que le gastaba a la gente, en ocasiones.

- ¿Le gusta el dinero? - preguntó sin pudor alguno, mientras salía de detrás del mostrador, acercándose al cliente y examinándolo un poco con la mirada, dejando sus manos a la espalda y balanceándose sutilmente con los pies - Sé de gente que dice que nace de los árboles. ¿Usted lo cree así?... Sí, sí, como las manzanas, que coges una cuando te place sin pensar que algún día se acabarán, dicen que la Alcaldesa tiene un manzano así en su jardín - comentó, apoyándose ligeramente de espaldas en el mostrador y cruzándose de brazos. Nunca iba de más saber de que pie cojeaba la gente con la que interactuabas, y más en ese pueblucho de mala muerte. Así que a lo tonto a lo tonto y con ese aspecto tan extravagante que solía traer consigo Malcolm, igual averiguaba cosas.... Interesantes...

El tipo de la tienda parecía... ¿como encontrar esa palabra adecuada? Loco, esa era la palabra. No había que pensar mucho. Varias hilos rodeaban su cuerpo, y por si fuera poco, sus palabras, su tono de voz, e incluso sus gestos, eran... raros, pero tan raros, que parecían divertidos, según para quien. A mi por supuesto no. No iba a negar que era divertido. Pero... para mi gusto, era tanto, que no necesitaba ver nada mas de el para describirle tal como era. Quizás necesitara unos segundos mas, pero bueno, daba igual. Tampoco fui para averiguar cosas sobre ese tipo. Jarrones rotos, eso era todo un invento para el siglo que nos rodeaba. Era todo un hallazgo, y seguro que revolucionaría el mundo, sobretodo los hogares.
Cuando salió de detrás del mostrador para observarme mejor, me hizo extrañar por un momento. Su postura no era nada normal, y lo siguiente que decía me gusto. El dinero, era mi corazón.
-No te voy a llamar rarito, porque bastante tienes con lo tuyo.- aclaré algo molesto. -Yo también soy rarito, así que ya tenemos algo en común.- expliqué con una leve sonrisa falsa. -No me interesa que los árboles den dinero o no. Tengo suficiente para comprar cualquier muñequita de esas infantiles, e ir a jugar a mi cuartito de niño pijo, con mi super barbie vacaciones...- agregué seguidamente, sin cambiar el aspecto de mi rostro.
Toda la situación de aquel lugar me hacía desesperar, aunque como siempre, solo mantenía la calma, nada mas. No daba el placer a los demás de que vieran mis nervios o mi desesperación, porque... ni una sola gota o centímetro tenía de eso. Mi único estado era la tranquiliza y la paz, por el momento.
-No busco objetos absurdos que se compran para colocarlos encima de un mueble viejo, o nuevo, según se mire, y dejar-lo allí plantado durante días, incluso semanas, o quizás meses, sin ni siquiera fijarme un solo día en ello.- expliqué con sinceridad. -Es tirar el dinero, y no me gusta tirarlo. Para ello lo incendio y me enciendo algún cigarro, aunque no fume.- terminé de hablar, algo aburrido por estar allí de pie, sin nada que hacer.

Frunció el ceño por unos segundos al oírlo hablar, llamándolo como poco “rarito”. Pero después de esos escasos segundos, no pudo hacer otra cosa que sonreír de forma ladeada, pensando en la de veces que la gente había murmurado a sus espaldas, o incluso algún atrevido como lo era ese chico también se lo había dicho a la cara, los cuchicheos, los rumores que circulaban sobre él por todo el pueblo… Poca gente se le acercaba o le hablaba normal, gente como Savannah, aunque incluso de ella dudaba ya en ocasiones. Igual sólo le seguía la corriente. ¿Estaba siendo, de nuevo, injusto con ella? Pero no podía evitar pensar así a veces, ya en nadie confiaba.

Pero yendo al asunto, ya tampoco le importaba lo que le dijeran. Sólo hacía que sonsacar una sonrisa dándose cuenta de la fama que ya había cogido y que ya era inútil intentar evadir, estaba acostumbrado a esas alturas. Además, tampoco iba mal tejerse una imagen que no era realmente la tuya, de esta manera, te dijeran lo que te dijeran, no sentaba tan mal puesto que el “yo” que se mostraba a la gente no era el auténtico y por tanto, todo lo que se dijera sobre él no era ofensivo, protegiendo de esta manera su auténtica persona.

Lo que quizás sí que pudo sorprender a Malcolm fue el momento en el que ese joven afirmó que también era rarito. Nunca antes alguien había dejado caer eso delante suyo. Curioso, muy curioso. Igual y sería más divertido de lo que parecía. Y realmente daba la sensación que lo que decía sobre las muñequitas era cierto, o eso, o lo más seguro es que el chico sabía disimular demasiado bien.

─ ¡Oh! ¡Eso es genial! ─ exclamó, extendiendo los brazos para acompañar a sus expresivas palabras ─ Entonces tendrás mucho dinero para gastar por aquí, ¿verdad? ─ con que se había topado con un ricachón de primera, ¿eh? Bueno, quizás y con un poco de suerte, sería el mejor día para Malcolm y Gold le daba un plus de paga… O mejor era que dejara de soñar; con lo tacaño y retorcido que era el señor Gold, antes vendría el apocalipsis que subirle el sueldo a un empleado o darle un extra. ─ Yo puedo intentar hacerte una de esas muñecas si tanto te interesan, soy mañoso con el hilo y la aguja ─ se quedó pensativo por unos segundos ─ Mañoso… ¿No te parece una palabra muy peculiar? No me había dado cuenta hasta ahora.

Se masajeaba la barbilla mientras seguía reflexionando, repitiéndose la palabra varias veces en voz alta y mirando al suelo, aún apoyado de espaldas contra el mostrador y con las piernas cruzadas, una delante de otra.

─ ¿No te pasa a veces que contra más repites una palabra, más extraña te resulta? ─ preguntó, aún sin levantar la vista del suelo. Pero de repente pareció despertar de su ensoñación, y alzó la mirada, dirigiéndola hacia el cliente, y lo miró como si no se hubiera dado cuenta antes de su presencia ─ ¡Oh! ¡Buenos días! Discúlpame, ¿llevas mucho tiempo ahí esperando? ¿Por qué no entras y das una ojeada por el lugar? La puerta a veces es muy recelosa con los nuevos clientes y le da por abrirse y cerrarse sola, yo que tú no estaría delante de ella mucho rato ─ le comentó con total naturalidad, despegándose del mostrador y dándose un pequeño paseo por la entrada, aprovechando para recolocar una figurita de cisne que por poco se caía de la estantería. De mientras, escuchaba las exigencias del joven. Por un momento le dio la sensación de estar hablando con un niño malcriado, que no se conformaba con los cincuenta regalos que papá le compraba en Navidad, y que de hecho, ninguno de ellos le satisfacía. Su voz se iba cada vez haciendo más eco en la cabeza de Malcolm, hasta el punto que incluso parecía que provenía de un lugar lejano, desde el fondo de un túnel, pero aunque pareciera distorsionada, él la oía perfectamente. Girando sobre sus talones, quedó cara a cara frente al muchacho.

─ O se lo donas a una ONG, ¿No lo has pensado nunca? ─ propuso con una sonrisa dibujada en el rostro. Oír como hablaba sobre el dinero ciertamente crispaba el bello de Malcolm. ¿Cómo algo tan insignificante como monedas de cobre o de lo que fuera que estaban hechas, podían tener tanto valor al mismo tiempo? Llegaba a la conclusión que el propio ser humano era capaz de ahogarse y torturarse a sí mismo. Sólo de pensar que antiguamente cazando ya tenías comida, y en los tiempos de ahora, si no tenías esa cosa llamada dinero, te podías morir, literalmente. Con un sutil retintineo, preguntó ─ Entonces, ¿Con qué idea ha venido a comprar aquí exactamente?