¡Arreglad mi reloj! ¿O era la cadena? {Privado}

"Corre corre corre corre..."

Me decía a mí mismo, camino de vuelta a la tienda. Había decidido ir a desayunar, pues el señor Gold no había vuelto y había dejado la tienda a mi cargo, pero... Necesitaba un poco de azúcar en mis días. Pero me entretuve demasiado en la cafetería, pero nada comparado con la panadería; Savannah siempre lograba arrancarme una sonrisa y dejarme alelado mientras hacía las masas para bizcochos, pan y dulces varios que podían llegar a hacer y vender allí. No dudé en llevarme un buen manojo de cupcakes en una bolsa.

Ahora iba corriendo, con cuidado de que no se me derramara la leche merengada que llevaba en un tazón con nata encima y espolvoreado con canela. Le prometí a la dueña que se la devolvería -limpia, claro- y aceptó a regañadientes... Bueno, no recuerdo haberle oído decir que aceptaba, pero en fin, ¡tenía demasiada prisa, no podía perder el tiempo! La tienda estaba sola y Storybrooke no estaba libre de ladrones. Esperaba que el señor Gold no llegara justo en mi ausencia porque... Qué aburrido ¿no? Mejor era que cambiara de tema o acabaría durmiéndome con semejantes pensamientos que...

Miré a un lado y otro, y luego a mis pies, que caminaban más lentos que hacía unos escasos segundos. Ladeaba la cabeza a un lado y otro también, canturreando al mismo ritmo que se adelantaban mis pies.

- ¡Ah, diablos, la tienda! - volví a acelerar dándole un sorbo al tazón, lamiéndome después los labios que me habían quedado impregnados de nata. Ya sólo me faltaba doblar la esquina y ahí estaría la tienda. Espera... ¿No se suponía que tendría que haber venido por el lado contrario por el que lo hice?... Oh bueno, misterios de la vida. Entré estresado a la tienda, sin contar que pudiera haber alguien ahí, y tal era así que tropecé justamente con algo de color blanco y rojo. Logré mantener los cupcakes en su bolsa, pero no queráis saber cómo acabó la taza y DÓNDE la leche merengada.

- ¡¿Pero qué!? - miré entre malhumorado y sorprendido a ese "ser" que estaba delante de mí - ¿Daniela? ¿Qué haces aquí?... Oh...- Miré su ropa y su pelo algo salpicado... - Bueno, con ese color que llevas tampoco se notará tanto. ¿Qué haces aquí? - pregunté dirigiéndome a recepción, dónde dejé la bolsa con los dulces. Mejor que me pusiera a limpiar antes de que viniera el señor Gold, que parecía tener un horario demasiado librerairo, jaijo lailolá comparado con el mío.

- ¡OH NO! - dije tras ir a la trastienda y volver con la fregona, agachándome para apreciar uno de los pedazos más grandes que habían quedado del tazón - ¿Y ahora como le voy a devolver el cachivache a la de la cafetería?... Siempre dije que Escozamusa me había lanzado una maldición. Y me sigue observando, estoy seguro que está en algún lado de esta tienda, clavando sus ojos en nuestras nucas. - me erguí de nuevo, fregué y luego alcé la mirada de nuevo hacia Dana - ¿Decías? Oye, ¿Yo no te he visto antes, hace unos segundos? Ay, de verdad - cerré los ojos momentáneamente como si fuera algo sin explicación razonable - El mundo es un pañuelo... de papel, lleno de mocos y grasa - y seguí con mi tarea de chacha.

Aquella caja de música era preciosa, estaba segura de que la madera había sido tallada a mano, igual que aquella pequeña bailarina que daba vueltas cuando la abrías, sin duda alguna era una obra maestra de la artesanía. Me quedé embobada mirándola cuando, de pronto, alguien tropezó conmigo y repito, alguien, no fui yo porque no me había movido de aquel lugar desde que habían creado la tienda. Pero, como si fuera poco, además de tropezarse tiró un líquido blanco por encima mío y por el cuelo que, por el olor, parecía leche merengada.

-¿Daniela? ¡Es Tallu... -callé al instante, acostumbrada a que dijeran mal mi nombre artístico ya iba a decirlo, golpee suavemente su cabeza -Dana, es Da-na. - Terminé por decir finalmente. Miré mi ropa y me sorprendí, me había manchado menos de lo que creía pero de todos modos no había derecho ¡me había tirado por encima una deliciosa orchata! Si no la quería podría habérmela bebido yo, tampoco tenía tantas manías con esas cosas. -El blanco es un color puro y no debe ser corrompido por nada. ¿Oyes? ¡Por NADA! - Dije casi gritando para, seguidamente,tomar aire y seguir hablando - Aunque sea blanco no tienes derecho a pintar un conejo ¿entiendes? -Aquello ultimo sonó como si fuera una maestra que intenta que un niño travieso entienda que lo que esta haciendo esta mal. -¿Qué que hago aquí? ¿A caso no es obvio? ¡Te estaba esperando!

Vi como iba hacia la recepción y me olvidé de él, me abandonaban, de nuevo, en aquella tienda. ¿A caso nadie tenía la educación necesaria como para atenderme? Me quedé mirando a un punto más allá de todo lo que había delante de mis ojos cuando, de pronto, un pensamiento asaltó mi cabeza. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué había ido? Hmm... por más que pensaba no lograba recordarlo así que empecé a andar hacia la puerta de salida. Estaba ya con un pie fuera cuando el grito de un "oh no" provocó que me girara de golpe y soltara la puerta. -¿¡Es que no puedo irme!? - Estaba desesperada, quería irme, estaba encerrada, aquello era una cárc... Espera, Malcolm, el que había dado ese grito, seguía hablando y parecía no importarle que estuviera allí.

Avancé a paso lento hasta una vitrina de cristal donde se encontraba una muñeca de porcelana, rubia y de cabellos ondulados, mirándome con aquellos ojos petrificados. Le devolví la mirada, ¿quien era? ¿Por qué me miraba? ¡Quería matarme! Me alejé de golpe de ella asustada, estaba planeando un asesinato, MI asesinato. ¿¡Pero que le había hecho yo a esa muñeca del diablo!? Miré a mi lado y me encontré con aquel pelinegro de ojos como la miel fregando, ladee levemente la cabeza, no sabía que estuviera allí. -¿Pero como puedes decir eso? - Respondí con una pregunta - ¡Yo no te he visto antes y llevo en Marte desde el fin del mundo! - ¿El mundo? ¿Pañuelo de papel? ¿Mocos? ¿Grasa? De verdad, aquel chico cada vez me desconcertaba más, sus palabras no tenían sentido. Espera, sí, sí que lo tenían, era un sentido profundo y con mucho sentimiento, estaba segura de ello. -Pues mi mundo es un conejo blanco. - Asentí convencida de ello, como si lo que acababa de decir fuera una verdad absoluta.

-¡Día de paga! - Dije emocionaba mientras corría hacia mi madre para ir a buscar el dinero, era lo único que me faltaba para una caja de música joyero que había visto en la tienda de antigüedades por lo que estaba feliz. -Gracias, ahora iré a comprarme la caja - le besé en la mejilla y subí corriendo a mi habitación. Ni siquiera había desayunado pero ¿qué importaba? Podría tener aquella caja que había captado mi atención. Tenía un dragón grabado en la tapa, tal vez era por eso que me gustaba tanto, pero, hablando de dragones... ¿Donde esta mi anillo? Por la noche me lo quité porque me había duchado antes de ir a dormir y se me olvidó ponérmelo. Estaba segura de que tenía que estar en mi habitación o en el baño, pero no lo encontraba y me estaba poniendo de los nervios, quería ese anillo.

-¡ALEXIS! - Grité enfadada mientras iba a su habitación. -¿Dónde esta el anillo del dragón? - Al preguntar me pasee por toda su habitación hasta verlo en la estantería, lo cogí y me lo puse mientras andaba en dirección a mi hermano. -Ni se te ocurra volver a quitármelo, es mío.

Con el anillo ya donde debería estar salí de su habitación para ir a la mía, coger el dinero que había estado ahorrando, guardarlo en el monedero, y marcharme hacia la tienda, no sin antes coger las llaves, el móvil y el ipod, objetos que siempre venían conmigo, por necesidad o por capricho en el caso del último. Corría por la calle, no porque tuviera prisa sino porque estaba feliz y necesitaba moverme, con andar no era suficiente, además, no negaré que tenía muchas ganas de tener aquella caja entre las manos y que, por fin fuera mía.

Llegué a la tienda y abrí la puerta rápidamente para entrar, sin embargo, una vez dentro, vi algo que nunca jamás hubiera querido ver, al menos dentro de mi había una vocecita que me decía que debería haber ido andando. No era la única persona que estaba allí, pues habían dos personas más a las que conocía muy bien, Malcolm y Dana, me llevaba bien con ellos y ya había imaginado que se conocían puesto que a la segunda le gustaban mucho las antigüedades, al igual que a mi, pero nunca imaginé que se llevarían tan bien. Aquella escena era simple de describir, se estaban besando.

Algo dentro de mi se removió, despertó y me dio el aviso de que aquello no me gustaba nada de nada, el corazón se me encogió, como si quisiera esconderse o desaparecer por miedo a que le hicieran daño, la respiración prácticamente se me paró y el resto del cuerpo quedó paralizado. No podía pensar, no podía moverme, y tampoco podía apartar la vista de ellos dos, a pesar de que ya no les veía porque los ojos se me habían llenado de lágrimas que no tardaron en caer lentamente por mis mejillas. Lentamente empecé a recuperar el movimiento, y este me llevó a salir corriendo de la tienda, sin poder hablar aún, tenía un nudo en la garganta, no podía ni tragar saliva.

Corría sin parar, quería alejarme de la tienda y me daba igual donde me llevaran mis pasos, sólo quería estar lejos, mucho, no quería verles, no podía hacerlo. Nunca antes me había sentido de aquel modo, pero ya no podía seguir negando lo obvio.

Estaba enamorada de Malcolm.

- Vaya, ¿un conejo? ¿Tan mal dibujo cuando tropiezo con una taza de leche merengada entre las manos? pretendía dibujar un pato - comenté suspirando, algún día aprendería a dibujar una rana, todo sería cuestión de tiempo. Seguía fregando, como dije anteriormente, cual chacha con la fregona dejando el asunto bien brillante, depositando los trozos del tazón con tristeza en una bolsa - ¿Cómo crees que se sentirá la taza ahora mismo? Porque yo ahora mismo me siento un asesino, siempre he pensado que los objetos podrían tener vida, pero por alguna extraña razón son mudos. ¡Podría ir a la cárcel por esto! ¡Tú no has visto nada! - afirmé apuntando hacia Dana bruscamente con el dedo. Pero fruncí el ceño, apoyándome en la fregona mientras ésta soltaba cosas raras por la boca. ¿Podía estar mal de la cabeza? Porque yo estaba perfectamente y hablaba como pocas veces, con cordura. Oh quizás no... ¿Y si era ella la que estaba bien de la cabeza y era yo el loco? O igual los dos estábamos perturbados, o igual ambos éramos normales y por eso me estaba mordiendo la uña ahora mismo.

- Deberías saber que Júpiter es un lugar más seguro. Me llamo Fortunio y estás en la tienda de fertilidades. ¿Me vas a decir a que has venido o podemos empezar la fiesta ya? - pronuncié con impaciencia, esperando respuesta de Dana. Por lo pronto tenía dulces para aligerar lo que me quedaba de la jornada. - Mi mundo es la tela - sentencié muy seguro, acercándome a la mujer, a la cual llegaba a admirar, sobretodo cuando iba de espectador a disfrutar de sus sesiones ilusionistas. Era muy buena maga, a mí me llegaba a fascinar, sólo que no recuerdo de lo que estábamos hablando. ¡Ah, sí! Estaba pensando sobre la magia.

Nos quedamos a unos cuantos centímetros, y miraba entornando los ojos su peinado. Le alboroté un poco el cabello, con cuidado pero con energía. Podía verlo, cada vez era más perfecto, como un capullo de rosa que iba floreciendo, como un dibujo que iba tomando forma, como un adolescente que iba en camino hacia la madurez.

- Así, ¡perfecto! - exclamé. A veces me preguntaba el por qué de trabajar en la tienda de antigüedades, y no como estilista o diseñador... Igual porque algo me ataba a esa tienda, rodeado de aquellos peculiares objetos que provocaban que vinieran vagos recuerdos a mi mente. - ¿Ey, es eso un reloj de bolsillo lo que llevas?... Espera, hace juego con tus labios - me acerqué a ellos y los rocé con mis dedos. Nuestros rostros estaban a escasos centímetros, pero no había nada extraño en ello. - El color rojo carmín y los tonos granates te favorecen sobremanera... Es increíble - y tan concentrado estaba, que apenas oí las campanitas de la tienda. Para cuando me percaté, Noelia ya estaba retrocediendo y echó a correr por la calle, ondeando su oscura melena con el viento. Me extrañó; ¿Por qué se fue así? ¿Qué era lo que había visto?

- ¿Tengo elefantes en la cara? ¿He dicho algo que debería haber dicho pero hacer que no he dicho pero parecer que decía lo que decía pero tratando de indecir lo decible y maldecir lo no dicho por haber dicho lo que no tendría que haber dicho? - pregunté mirando a Dana, quedándome boquiabierto ante la actitud de la chica de negros cabellos. No tardé en ir tras ella, abriendo de un golpe la puerta -la cual casi me comí entera- y corrí unos cuantos metros, pero Nocilla iba más rápida que yo. ¿Nocilla? ¿Qué nombre era ese? Eso era comida... Y me había entrado más hambre.

- ¡Noemí! - vi que no me hacía caso, igual me equivoqué de nombre, y seguí probando - ¡Noelia! .... No... Es... mm... ¡Natalia! ¡Nerea! ¡Nidia! ¡Nítida! ¡Nozara! ¡Nonara!... ¡NOAH! - pero ni siquiera con el último, el cual me sonaba más que era el correcto, se giró. La chica se perdió en el horizonte, como las balas. Detuve mi paso; ¿Qué araña le habría picado? Igual se olvidó de algo... Aunque tenía la horrible sensación de que yo había hecho algo que no debería, pero ¿Qué? No podía ir tras ella, la tienda corría ahora a mi cargo, y resignado volví al local.

- ¡Ah! Hola Dominga, ¿cuanto rato llevas ahí esperando? ¿Querías algo? - le pregunté a la mujer peli-blanca, que seguía allí en la tienda.. No, espera, acababa de llegar ¿no? ¿O quizás era yo ahora el cliente? ¿Por qué demonios seguía aún con la fregona en la mano? Mejor la volvía a dejar en la trastienda para atender en condiciones a Dana.