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El Innovador [Siobhan R. Mills]
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:: Storybrooke :: Ayuntamiento
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El Innovador [Siobhan R. Mills]
Ya llevaba cuatro días en Storybrooke (sin contar el actual, el que estaba viviendo). Con cada día que pasaba, lo iba tachando de un pequeño calendario que me había traído conmigo. Era un día más malgastado o perdido, ya que de momento no había conseguido lo que pretendía. Para hoy en el hospital me habían pedido que cogiera el turno de noche, me dieron unas explicaciones un tanto extraños, pero vamos, me pedían que acudiera allí a las 6 de la tarde para salir del hospital a las 8 de la mañana del siguiente día. ¿Estaban hablando en serio? Aquello me olía demasiado a chamusquina, ya que el responsable del hospital sabía perfectamente que yo era más necesario en el turno de las mañanas que por el de las noches. Había sido un cambio repentino, un cambio mal hecho y creía suponer quién había movido los hilos desde arriba.
La alcaldesa Mills, una mujer fría a la que el pueblo adoraba, era mi peor enemiga en cien kilómetros a la redonda. ¿Por qué? Simplemente por todo lo que había provocado. Le guardaba rencor, mucho rencor, y ella aunque no me hubiera reconocido también me odiaba o desconfiaba de mí, se le notaba en la mirada. Yo me había presentado como un simple desconocido, un forastero y eso se había salido de sus planes. Por ese mismo motivo el cambio de turno, para agotarme físicamente, pero no me iba a rendir. Había vivido unos duros años que me habían fortalecido por completo, tenía fuerza, fuerza para aguantar y decir las cosas en el momento justo.
En la pastelería de Storybrooke había estado hablando con Savannah (sabía que le hacía sentir incómoda), le había comentado la mala organización del hospital y otras cosas mal planificadas en aquel pueblo. Lo que más me sorprendió fue la poca importancia que le dio la pastelera. Me sugirió que no continuara, que no me enfrentara a la alcaldesa. ¡No recordaban nada y aquéllo me enfurecía más! Y lo peor de todo, Mills regodeandose de su poder, de lo que había conseguido. La sangre me hervía terriblemente de tan solo pensarlo. Me satisfacía saber el hecho de que mi llegada, sumándola a la de Lucy, había descolocado por completo a la alcaldesa. Tenía que aprovecharme de aquella debilidad momentánea.
Así que, me había decidido. Me había levantado a las 8, y a las 9 ya estaba delante del despacho de la alcaldesa. Claramente, había acudido al ayuntamiento a primera hora, antes de que tuviera cualquier excusa para echarme. Respiré profundamente, parándome delante de la puerta, controlando mis sentimientos, recordando por qué me encontraba allí. Debía ser maduro, civilizado, sí. Debía recordarlo. Di tres golpes secos contra la puerta y esperé a la respuesta de la alcaldesa Mills. Por supuesto tenía el pie preparado por si quería cerrarme la puerta delante de mis narices.
La alcaldesa Mills, una mujer fría a la que el pueblo adoraba, era mi peor enemiga en cien kilómetros a la redonda. ¿Por qué? Simplemente por todo lo que había provocado. Le guardaba rencor, mucho rencor, y ella aunque no me hubiera reconocido también me odiaba o desconfiaba de mí, se le notaba en la mirada. Yo me había presentado como un simple desconocido, un forastero y eso se había salido de sus planes. Por ese mismo motivo el cambio de turno, para agotarme físicamente, pero no me iba a rendir. Había vivido unos duros años que me habían fortalecido por completo, tenía fuerza, fuerza para aguantar y decir las cosas en el momento justo.
En la pastelería de Storybrooke había estado hablando con Savannah (sabía que le hacía sentir incómoda), le había comentado la mala organización del hospital y otras cosas mal planificadas en aquel pueblo. Lo que más me sorprendió fue la poca importancia que le dio la pastelera. Me sugirió que no continuara, que no me enfrentara a la alcaldesa. ¡No recordaban nada y aquéllo me enfurecía más! Y lo peor de todo, Mills regodeandose de su poder, de lo que había conseguido. La sangre me hervía terriblemente de tan solo pensarlo. Me satisfacía saber el hecho de que mi llegada, sumándola a la de Lucy, había descolocado por completo a la alcaldesa. Tenía que aprovecharme de aquella debilidad momentánea.
Así que, me había decidido. Me había levantado a las 8, y a las 9 ya estaba delante del despacho de la alcaldesa. Claramente, había acudido al ayuntamiento a primera hora, antes de que tuviera cualquier excusa para echarme. Respiré profundamente, parándome delante de la puerta, controlando mis sentimientos, recordando por qué me encontraba allí. Debía ser maduro, civilizado, sí. Debía recordarlo. Di tres golpes secos contra la puerta y esperé a la respuesta de la alcaldesa Mills. Por supuesto tenía el pie preparado por si quería cerrarme la puerta delante de mis narices.
Liam D. Seery- Héroes
- Soy : Pinocho
Mensajes : 114
Empleo /Ocio : Enfermero
Localización : En el hospital o en Granny's
Fecha de inscripción : 23/07/2012
Re: El Innovador [Siobhan R. Mills]
No me costaba levantarme temprano, en absoluto. Siempre era yo misma la que le preparaba el desayuna a Paula y la que cada día la veía ir hasta el autocar sintiendo como me invadía la frustración. No conseguía conectar con la niña como había hecho cuando era más pequeña. Quizá se debía a que seguía pensando en ella y en lo mucho que deseó en el fondo de mi misma que la experiencia que he tenido con Paula hubiese sido con ella. Sacudí la cabeza. Aquello no puede entrar en mi mente, no debe colorarse entre mis pensamientos. Al menos no tan a menudo. ¿Y si ella lo notaba? ¿Si notaba que deseaba a a otra persona por encima de ella? Suspiré abatida una vez más y vi mi reflejo en el espejo. Me llevé una de las manos a una de mis mejillas. Al final había conseguido lo que había deseado durante muchísimos años: no envejecer, que las arrugas no empezaran a poblar mi rostro y cuerpo. Para mí, al igual que para el resto de habitantes de Storybrooke el tiempo no había pasado durante veintiséis años. Hasta que llegó Lucy,
Lucy. Lucy. Lucy. Nunca hubiese llegado a imaginar que Rumplestiltskin fuera a hacerme una jugada como aquella. No la había visto venir cuando en mis deseos de ser madre me trajo a la pequeña Había sido una jugada maestra por parte del Hechicero pero yo sabía que no podía esperar menos, después de todo la Maldición que nos mantenía a todos allí era de su propia manufactura. Era un personaje con el que nunca sabías que esperar y con el cual tenías que tener sumo cuidado, motivo por el cual evitaba hacer cualquier trato con él.
Tomé las llaves del coche y salí asegurándome de cerrar bien la casa, así como la valla que daba a la calle antes de apearme en el coche y conducir hasta el ayuntamiento. Saludé a los pocos funcionarios que habían llegado con una sonrisa antes de ir hasta mi despacho. Dejé las llaves sobre el gran escritorio y me dirigí a las ventanas clavando mis ojos azules en el exterior. Sobre mi escritorio estaban los mismos papeles que la noche anterior cuando me los habían traído, además de las fotografías adjuntas. Si allí se creían que había algo de lo que Rumplestiltskin y yo no nos enterábamos estaban más que equivocados.
Solo me faltaba pensar una estrategia para que aquello no fuera a más. Me quedé sin Daniel por culpa de su insolencia y ellos lo iban a pagar viviendo esa infelicidad eternamente. Tenía que hacer algo y tenía que hacerlo rápido antes de que aquello fuera a más. Pensé en hacerle una visita y exponerle la situación... Pero llegué a la conclusión de que parecería una entrometida. No, se tenía que enterar, siendo yo misma quien moviera los hilos pero sin que fuera evidente.
Eso era.
Sonreí satisfecha tras aquel pensamiento.
Lo que jamás entendí era como la gente podía ser tan estúpida y hacer eso delante de todo el mundo como si fuera lo más normal del mundo, cuando en cierto modo carecía desde mi punto de vista de ética y moral.
Incivilizados.
Los tres golpes en la puerta hicieron que me volviera, pero en lugar de dar permiso para que entrase, yo misma fui hasta la puerta y la abrí encontrándome nada más y nada menos que al recién llegado a Storybrooke. El mismo que me daba tan mala espina mezclado con incertidumbre y sentimientos encontrados. ¡Odiaba tener sentimientos encontrados! Le odiaba a él aunque fuera por eso. Le miré unos segundos de arriba abajo parándome al final en su mirada y esbozando una ligera sonrisa.
¡Oh si...! Podía ser una engatusadora cuando quería y aunque no sabía por qué había ido hasta Storybrooke ni cuáles eran sus intenciones, estaba segura que al final acabaría averiguándolo. Siempre lo averiguaba todo tarde o temprano – Buenos días... – Dije al final manteniendo la sonrisa y invitándole a entrar. No se me había escapado el detalle de que parecía totalmente preparado por si me disponía a cerrarle la puerta en sus narices.
¿Quién se creía que era yo? ¡Tenía educación!
Caminé hasta el escritorio guardando disimuladamente (cosa que se me daba de maravilla) los documentos de investigación que tenía sobre el mismo, como si no se tratase más que de unos papeles de administración típicos en un ayuntamiento. Papeleo que nunca acababa realmente. – ¿A qué se debe su visita señor...? – Porque ahora que lo pensaba ni siquiera sabía cuál era el apellido del misterioso hombre que ahora tenía en mí despacho y al cual invité a tomar asiento con un gesto de la mano – Me sigue pareciendo todo un honor que haya decidido quedarse un tiempo en Storybrooke... – Otra sonrisa encantadora de las mías. Había dicho aquello como si realmente me agradase la idea de que forasteros se quedasen en Storybrooke cuando realmente deseaba saber que le había traído hasta aquel pueblo de Maine.
Lucy. Lucy. Lucy. Nunca hubiese llegado a imaginar que Rumplestiltskin fuera a hacerme una jugada como aquella. No la había visto venir cuando en mis deseos de ser madre me trajo a la pequeña Había sido una jugada maestra por parte del Hechicero pero yo sabía que no podía esperar menos, después de todo la Maldición que nos mantenía a todos allí era de su propia manufactura. Era un personaje con el que nunca sabías que esperar y con el cual tenías que tener sumo cuidado, motivo por el cual evitaba hacer cualquier trato con él.
Tomé las llaves del coche y salí asegurándome de cerrar bien la casa, así como la valla que daba a la calle antes de apearme en el coche y conducir hasta el ayuntamiento. Saludé a los pocos funcionarios que habían llegado con una sonrisa antes de ir hasta mi despacho. Dejé las llaves sobre el gran escritorio y me dirigí a las ventanas clavando mis ojos azules en el exterior. Sobre mi escritorio estaban los mismos papeles que la noche anterior cuando me los habían traído, además de las fotografías adjuntas. Si allí se creían que había algo de lo que Rumplestiltskin y yo no nos enterábamos estaban más que equivocados.
Solo me faltaba pensar una estrategia para que aquello no fuera a más. Me quedé sin Daniel por culpa de su insolencia y ellos lo iban a pagar viviendo esa infelicidad eternamente. Tenía que hacer algo y tenía que hacerlo rápido antes de que aquello fuera a más. Pensé en hacerle una visita y exponerle la situación... Pero llegué a la conclusión de que parecería una entrometida. No, se tenía que enterar, siendo yo misma quien moviera los hilos pero sin que fuera evidente.
Eso era.
Sonreí satisfecha tras aquel pensamiento.
Lo que jamás entendí era como la gente podía ser tan estúpida y hacer eso delante de todo el mundo como si fuera lo más normal del mundo, cuando en cierto modo carecía desde mi punto de vista de ética y moral.
Incivilizados.
Los tres golpes en la puerta hicieron que me volviera, pero en lugar de dar permiso para que entrase, yo misma fui hasta la puerta y la abrí encontrándome nada más y nada menos que al recién llegado a Storybrooke. El mismo que me daba tan mala espina mezclado con incertidumbre y sentimientos encontrados. ¡Odiaba tener sentimientos encontrados! Le odiaba a él aunque fuera por eso. Le miré unos segundos de arriba abajo parándome al final en su mirada y esbozando una ligera sonrisa.
¡Oh si...! Podía ser una engatusadora cuando quería y aunque no sabía por qué había ido hasta Storybrooke ni cuáles eran sus intenciones, estaba segura que al final acabaría averiguándolo. Siempre lo averiguaba todo tarde o temprano – Buenos días... – Dije al final manteniendo la sonrisa y invitándole a entrar. No se me había escapado el detalle de que parecía totalmente preparado por si me disponía a cerrarle la puerta en sus narices.
¿Quién se creía que era yo? ¡Tenía educación!
Caminé hasta el escritorio guardando disimuladamente (cosa que se me daba de maravilla) los documentos de investigación que tenía sobre el mismo, como si no se tratase más que de unos papeles de administración típicos en un ayuntamiento. Papeleo que nunca acababa realmente. – ¿A qué se debe su visita señor...? – Porque ahora que lo pensaba ni siquiera sabía cuál era el apellido del misterioso hombre que ahora tenía en mí despacho y al cual invité a tomar asiento con un gesto de la mano – Me sigue pareciendo todo un honor que haya decidido quedarse un tiempo en Storybrooke... – Otra sonrisa encantadora de las mías. Había dicho aquello como si realmente me agradase la idea de que forasteros se quedasen en Storybrooke cuando realmente deseaba saber que le había traído hasta aquel pueblo de Maine.
- vestimenta Siobhan:
- http://charlize-central.com/gallery/displayimage.php?pid=36613&fullsize=1
Última edición por Siobhan R. Mills el Mar Jul 24, 2012 10:28 am, editado 2 veces
Siobhan R. Mills- Reina
- Soy : La Reina
Mensajes : 168
Empleo /Ocio : Alcaldesa
Localización : Storybrooke, Maine. United States of America.
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Re: El Innovador [Siobhan R. Mills]
¿Por qué diablos sonreía? ¿Cómo podía comportarse de una manera tan falsa conmigo? Vale, de acuerdo. A veces me dejaba llevar demasiado por mis emociones y olvidaba rápidamente que ella no sabía nada de mí, que yo no sabía nada de su plan, que yo conocía su verdadera identidad, al contrario que el resto del pueblo. Y ahí se mostraba, como la "perfecta" alcaldesa que muchos creían. En mi interior conté hasta diez para tranquilizarme, no debía mostrarme tan rápidamente, ya que aunque en este mundo no existiera la magia seguro que seguiría teniendo trucos bajo la manga. Sonreí de una manera bastante falsa cuando la alcaldesa me estudió por completo, de arriba a abajo.
Por otra parte agradecí que ante mí, ante el desconocido, mostrara esa faceta llena de amabilidad falsa. Aquello me permitió una invitación a su despacho, por lo que rápidamente me puse en posición para entrar con lentitud. Al igual que ella había hecho conmigo, yo inspeccioné su despacho, intentando encontrar cualquier rastro de "maldad". ¿En qué estaba pensando? No iba a encontrar ninguna trampa mágica y ninguna arma. La alcaldesa era demasiado inteligente como para mostrarse con demasiada rapidez. ¿Lo había sido yo al haberme presentado en su despacho? Si todavía desconocía mi verdadera, había jugado mis cartas demasiado rápido, y sin embargo me era imposible callarme. Nadie había sido capaz de enfrentarse a aquella mujer. Todos la respetaban, y sin darse ellos cuenta, cada día, cumplían con el sueño de Mills. Cuando me di por vencido, de que no iba a encontrar nada, le dediqué una mirada, esta vez seria y la transformé en una agradecida.
-Gracias por dedicarme su tiempo señora alcaldesa. He venido aquí para hablar con usted, por supuesto... -la observé guardar papeleo. Me pareció un movimiento tan normal, tan cotidiano que no dudé en absoluto. Confié en la normalidad de aquel mundo. Gracias a mi miopía aquellos papeles parecían normales para mí y la buena interpretación de Mills me convencieron por completo. Viendo que me ofrecía un sitio, me senté lentamente y me pasé la mano por el pelo mientras me presentaba-. Liam Seery, puede llamarme Liam si le resulta más fácil o agradable -me apoyé en el respaldo de mi asiento y me crucé de brazos. Sus palabran sonaban tan irónicas que eran difíciles de creer-. ¿Todo un honor? Supongo que sí, puesto que por lo que veo desde hace casi treinta años que no reciben visitas o turismo alguno. ¿Sabréis tratar a un pobre visitante como es debido?
Mi voz sonó irónica, divertida. Yo salía de sus planes, no me esperaba y debía jugar con esa ventaja. Por otro lado, debía ser paciente con aquella ventaja y utilizarla en el momento exacto. En fin, que debía ser cauto. Me había arrebatado toda mi vida y yo había cometido muchos errores a partir de ahí. Paciencia.
-Como he dicho señora Mills, quería hablar con usted... Es en lo referente a los horarios del hospital y a su organización. Verá, he conseguido un puesto como enfermero y desde esa posición me he percatado de una serie de problemas que hacen la vida en el hospital mucho más difícil. He intentado hablar con el jefe de enfermería e incluso con el director, pero lo consideran "innovaciones de novato". No sé quién habrá dejado al mando a esos dos, pero son unos ineptos que no saben hacer bien su trabajo. Se reparten mal los turnos de los médicos, enfermeros e incluso voluntarios del hospital... Mucha gente trabajando cuando no hace falta, y poca gente cuando sí que se le necesita. ¿Cómo pretenden que las personas mejoren con esa táctica? -y de ahí mi preocupación por mi cambio de turno. No lo entendía, para nada.
Por otra parte agradecí que ante mí, ante el desconocido, mostrara esa faceta llena de amabilidad falsa. Aquello me permitió una invitación a su despacho, por lo que rápidamente me puse en posición para entrar con lentitud. Al igual que ella había hecho conmigo, yo inspeccioné su despacho, intentando encontrar cualquier rastro de "maldad". ¿En qué estaba pensando? No iba a encontrar ninguna trampa mágica y ninguna arma. La alcaldesa era demasiado inteligente como para mostrarse con demasiada rapidez. ¿Lo había sido yo al haberme presentado en su despacho? Si todavía desconocía mi verdadera, había jugado mis cartas demasiado rápido, y sin embargo me era imposible callarme. Nadie había sido capaz de enfrentarse a aquella mujer. Todos la respetaban, y sin darse ellos cuenta, cada día, cumplían con el sueño de Mills. Cuando me di por vencido, de que no iba a encontrar nada, le dediqué una mirada, esta vez seria y la transformé en una agradecida.
-Gracias por dedicarme su tiempo señora alcaldesa. He venido aquí para hablar con usted, por supuesto... -la observé guardar papeleo. Me pareció un movimiento tan normal, tan cotidiano que no dudé en absoluto. Confié en la normalidad de aquel mundo. Gracias a mi miopía aquellos papeles parecían normales para mí y la buena interpretación de Mills me convencieron por completo. Viendo que me ofrecía un sitio, me senté lentamente y me pasé la mano por el pelo mientras me presentaba-. Liam Seery, puede llamarme Liam si le resulta más fácil o agradable -me apoyé en el respaldo de mi asiento y me crucé de brazos. Sus palabran sonaban tan irónicas que eran difíciles de creer-. ¿Todo un honor? Supongo que sí, puesto que por lo que veo desde hace casi treinta años que no reciben visitas o turismo alguno. ¿Sabréis tratar a un pobre visitante como es debido?
Mi voz sonó irónica, divertida. Yo salía de sus planes, no me esperaba y debía jugar con esa ventaja. Por otro lado, debía ser paciente con aquella ventaja y utilizarla en el momento exacto. En fin, que debía ser cauto. Me había arrebatado toda mi vida y yo había cometido muchos errores a partir de ahí. Paciencia.
-Como he dicho señora Mills, quería hablar con usted... Es en lo referente a los horarios del hospital y a su organización. Verá, he conseguido un puesto como enfermero y desde esa posición me he percatado de una serie de problemas que hacen la vida en el hospital mucho más difícil. He intentado hablar con el jefe de enfermería e incluso con el director, pero lo consideran "innovaciones de novato". No sé quién habrá dejado al mando a esos dos, pero son unos ineptos que no saben hacer bien su trabajo. Se reparten mal los turnos de los médicos, enfermeros e incluso voluntarios del hospital... Mucha gente trabajando cuando no hace falta, y poca gente cuando sí que se le necesita. ¿Cómo pretenden que las personas mejoren con esa táctica? -y de ahí mi preocupación por mi cambio de turno. No lo entendía, para nada.
Liam D. Seery- Héroes
- Soy : Pinocho
Mensajes : 114
Empleo /Ocio : Enfermero
Localización : En el hospital o en Granny's
Fecha de inscripción : 23/07/2012
Re: El Innovador [Siobhan R. Mills]
Por favor... Era mi trabajo y además todo aquello lo estaba haciendo por amor. Eso me decía a mí misma cada día. Por dos amores perdidos. Uno cruelmente y el otro a la fuerza. Amores que seguía llevando muy cerca del corazón. Inconscientemente me llevé una de las manos al bolsillo y acaricié el relicario que llevaba dentro de el. Por las noches en la soledad, cuando Paula ya dormía lo sacaba y me quedaba observándolo por un largo momento. No importaban los años que hayan pasado, seguía siendo el amor de mi vida. Siempre sería él. Nadie sería capaz de sustituirle. No habría nada tan puro y verdadero como aquello. Jamás.
- Es mi trabajo atender a mis ciudadanos – Sonreí nuevamente antes de sentarme en mi silla. Me había venido la idea perfecta para aquello que se estaba cociendo en mi mente y aunque estaba deseando teclear y darle a enviar, ahora mismo tenía asuntos más importantes como atender a aquel desconocido que tan extraña me hacía sentir. – Un placer Liam Seery – Le miré fijamente unos segundos antes de decidirme a hacer lo mismo que él. Normalmente me gustaba que los demás supieran que yo representaba una autoridad, un poder casi inmediato sobre ellos, pero con él iba a ser diferente. Me parecía más espabilado que el resto y obviamente no estaba afectado por la maldición que mantenía a los demás atrapados en Storybrooke.-Puedes llamarme Siobhan. – Acabé diciendo esbozando una fina sonrisa mientras tomaba uno de los bolígrafos de la mesa en una de las manos. – Bueno, creo que el problema es que a mucha gente solo le gusta pasar y no quedarse. No creo que eso sea culpa de nadie del pueblo – Estuve a punto de decir “culpa mía” negando que yo tuviese algo que ver a pesar de ser precisamente la principal razón por la que allí nunca se quedaba nadie – Por supuesto que sabemos tratar a los visitantes como es debido. En Storybrooke somos pura cortesía.
Noté perfectamente el tono de su voz pero decidí que no iba a dejarme engatusar tan fácilmente. Controlé perfectamente mi expresión facial así como mis emociones. Tenía la extraña sensación de que estaba haciendo aquello con toda la intención del mundo y yo no iba a darle el gusto de que viera que me había afectado, aunque lo hubiese hecho en menor o mayor medida. Había aprendido como esconder todo detrás de una máscara de mujer perfecta.
Le escuché decir todo lo que tenía que decir sin interrumpirle una sola vez y manteniendo toda mi atención en él, pero una vez hubo terminado me pregunté por qué demonios había acudido a mí con un problema de la administración del hospital. – Siento decir que no soy yo quien maneja los hilos dentro del hospital – Cierto era. Gold era el dueño de toda Storybrooke, excepto mis posesiones y algunos de los hogares de mis ciudadanos, pero la gran mayoría vivía del alquiler que ofrecía Arthur, que... no era nada benevolente con los pagos y no sería la primera vez que alguien veía peligrar su estancia en sus casas. – Deberías ir a hablarlo con el Sr. Gold – Dejé caer. Que se buscará la vida Rumplestiltskin, eso le pasaba por haberme pedido que le diera todas las posesiones de Storybrooke. – De todos modos veré si puedo hacer algo con el problema. Hablaré con la administración del hospital... porque sí, últimamente ese sitio es un caos. Gente que no hace su trabajo... He recibido ya unas cuantas quejas – Claro, no iba a decir directamente QUIEN no hacía su trabajo, aunque estaba dispuesta incluso a que la despidieran. Esa también era buena idea. Todo junto la llevaría al límite y la sola idea me gustaba. ¿Cómo podía ser tan buena en aquello?
Además yo sabía perfectamente que ese bebé que crecía en el vientre de Grace le pertenecía legalmente a Arthur. Habían hecho un trato y los tratos con él siempre se cumplían. No se iba a librar tan fácilmente de Rumplestiltskin y sus tratos y yo sabía perfectamente que aquel hombre no perdonaba. Se inventaría algo para conseguirlo, que el pequeño había muerto durante el parto.
Lo que no llegaba a entender era que iba a hacer luego con el bebé. Llevárselo lejos de allí, seguro... Y así la felicidad de aquella estúpida jamás se vería realizada. En momentos como aquel no podía hacer otra cosa que no fuese adorar en silencio las tácticas de aquel hombre.
Era simplemente un genio.
-Realmente no es bueno para nuestra imagen que traten de esta manera a alguien que tiene todas las intenciones de ayudar a que el hospital funcione mejor...- Añadí en el último momento pues había sido perfectamente capaz de leer entre líneas –Perdona mi educación... ¿Puedo ofrecerte algo? Café lo que sea... es muy temprano y da la sensación de que llegaste aquí nada más... levantarte – No pude evitar decir aquello mientras mis ojos azules le estudiaban y una sonrisa divertida (para nada en plan ofensivo) se mostraba en mi rostro.
- Es mi trabajo atender a mis ciudadanos – Sonreí nuevamente antes de sentarme en mi silla. Me había venido la idea perfecta para aquello que se estaba cociendo en mi mente y aunque estaba deseando teclear y darle a enviar, ahora mismo tenía asuntos más importantes como atender a aquel desconocido que tan extraña me hacía sentir. – Un placer Liam Seery – Le miré fijamente unos segundos antes de decidirme a hacer lo mismo que él. Normalmente me gustaba que los demás supieran que yo representaba una autoridad, un poder casi inmediato sobre ellos, pero con él iba a ser diferente. Me parecía más espabilado que el resto y obviamente no estaba afectado por la maldición que mantenía a los demás atrapados en Storybrooke.-Puedes llamarme Siobhan. – Acabé diciendo esbozando una fina sonrisa mientras tomaba uno de los bolígrafos de la mesa en una de las manos. – Bueno, creo que el problema es que a mucha gente solo le gusta pasar y no quedarse. No creo que eso sea culpa de nadie del pueblo – Estuve a punto de decir “culpa mía” negando que yo tuviese algo que ver a pesar de ser precisamente la principal razón por la que allí nunca se quedaba nadie – Por supuesto que sabemos tratar a los visitantes como es debido. En Storybrooke somos pura cortesía.
Noté perfectamente el tono de su voz pero decidí que no iba a dejarme engatusar tan fácilmente. Controlé perfectamente mi expresión facial así como mis emociones. Tenía la extraña sensación de que estaba haciendo aquello con toda la intención del mundo y yo no iba a darle el gusto de que viera que me había afectado, aunque lo hubiese hecho en menor o mayor medida. Había aprendido como esconder todo detrás de una máscara de mujer perfecta.
Le escuché decir todo lo que tenía que decir sin interrumpirle una sola vez y manteniendo toda mi atención en él, pero una vez hubo terminado me pregunté por qué demonios había acudido a mí con un problema de la administración del hospital. – Siento decir que no soy yo quien maneja los hilos dentro del hospital – Cierto era. Gold era el dueño de toda Storybrooke, excepto mis posesiones y algunos de los hogares de mis ciudadanos, pero la gran mayoría vivía del alquiler que ofrecía Arthur, que... no era nada benevolente con los pagos y no sería la primera vez que alguien veía peligrar su estancia en sus casas. – Deberías ir a hablarlo con el Sr. Gold – Dejé caer. Que se buscará la vida Rumplestiltskin, eso le pasaba por haberme pedido que le diera todas las posesiones de Storybrooke. – De todos modos veré si puedo hacer algo con el problema. Hablaré con la administración del hospital... porque sí, últimamente ese sitio es un caos. Gente que no hace su trabajo... He recibido ya unas cuantas quejas – Claro, no iba a decir directamente QUIEN no hacía su trabajo, aunque estaba dispuesta incluso a que la despidieran. Esa también era buena idea. Todo junto la llevaría al límite y la sola idea me gustaba. ¿Cómo podía ser tan buena en aquello?
Además yo sabía perfectamente que ese bebé que crecía en el vientre de Grace le pertenecía legalmente a Arthur. Habían hecho un trato y los tratos con él siempre se cumplían. No se iba a librar tan fácilmente de Rumplestiltskin y sus tratos y yo sabía perfectamente que aquel hombre no perdonaba. Se inventaría algo para conseguirlo, que el pequeño había muerto durante el parto.
Lo que no llegaba a entender era que iba a hacer luego con el bebé. Llevárselo lejos de allí, seguro... Y así la felicidad de aquella estúpida jamás se vería realizada. En momentos como aquel no podía hacer otra cosa que no fuese adorar en silencio las tácticas de aquel hombre.
Era simplemente un genio.
-Realmente no es bueno para nuestra imagen que traten de esta manera a alguien que tiene todas las intenciones de ayudar a que el hospital funcione mejor...- Añadí en el último momento pues había sido perfectamente capaz de leer entre líneas –Perdona mi educación... ¿Puedo ofrecerte algo? Café lo que sea... es muy temprano y da la sensación de que llegaste aquí nada más... levantarte – No pude evitar decir aquello mientras mis ojos azules le estudiaban y una sonrisa divertida (para nada en plan ofensivo) se mostraba en mi rostro.
Última edición por Siobhan R. Mills el Vie Jul 27, 2012 1:11 pm, editado 1 vez
Siobhan R. Mills- Reina
- Soy : La Reina
Mensajes : 168
Empleo /Ocio : Alcaldesa
Localización : Storybrooke, Maine. United States of America.
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Re: El Innovador [Siobhan R. Mills]
Era extraño, tan extraño. Me había presentado ante la alcaldesa de Storybrooke, ante ella. Era más, me había dado el "privilegio" de poder llamarla por su nombre de pila, todo un honor, irónicamente, claro. Reflexioné las primeras palabras de "Siobhan" y asentí levemente. Sabía perfectamente que yo era el segundo visitante, siendo la primera Lucy. Lo sabía por los comportamientos y expresiones de la gente del pueblo.
Por una parte, parecían ser personas completamente normales, pero en interiormente eran personas ajenas al mundo exterior, encerradas en el pueblo. Durante unos instantes, sentí pena por ellos. Lo que les aguardaba más allá de Maine... Era simplemente fantástico, estupendo. Tentaciones y más tentaciones. Era una pena que ni siquiera las hubieran sentido cerca suya. Por supuesto, todo aquello era culpa de la alcaldesa Mills, ella era la responsable de todo y aunque intentara esconderse bajo un velo de cordialidad, a mí no me haría dudar ni un segundo. ¿Se podría odiar más a una persona? Era impresionante lo bien que podía controlar mis emociones.
Se me pasaron mil y una imágenes a mi cabeza. No, no era capaz de acabar con Siobhan por mucho daño que nos hubiera hecho, no me sentía capaz, aunque no podía negar que había soñado con ello. La alcaldesa hacía que unos cuantos sentimientos chocasen en mi interior: odio, confusión y... ¿tensión? Lo comprendería de una persona que no supiera quién era en realidad, pero... Me pasé una mano por la cara, algo cansado debido al madrugón y a las pocas horas que había dormido. Miré a la alcaldesa. Indudablemente era una mujer atractiva, demasiado. Debía agradecer que yo no fuera tan débil como otro ante la carne. Al igual que sabía controlar mi odio, había aprendido a controlarme ante las tentaciones que se me presentaban delante (habían sido largos años de entrenamiento).
Qué decir. Me sorprendió bastante que ella no fuera quién había movido todo para que yo tuviera aquellos horribles turnos, para que los pacientes no tuvieran el trato que en verdad se merecían. A lo mejor la alcaldesa los quería vivos, para que sufrieran aún más. Terrible. El Sr. Gold... Aún no había tenido la oportunidad de tratarle, pero había estado escuchando en el hostal que era el dueño de la tienda de antigüedades, y quien al parecer el único que le plantaba cara abiertamente a la alcaldesa (eso ya decía mucho de él). Alcé una ceja cuando escuché que había recibido quejas, ¿de quién? Era extraño. Los pocos días que llevaba trabajando en el hospital no me había permitido conocer a todos mis compañeros (además que tampoco es que me abriera mucho a ellos), pero en general parecían hacer bien su trabajo. Por último, asentí con firmeza. ¿Quién iba a decir que la alcaldesa me iba a dar la razón tan pronto? A lo mejor se quería librar de mí pronto, sin embargo me había ofrecido una taza de café...
-No, no es bueno para su imagen Siobhan. Quiero decir, soy un hombre honrado, he acudido a usted en última instancia, cuando los directivos del hospital me hacían oídos sordos. No vengo con malas intenciones a Storybrooke -bueno, para la alcaldesa sí, solo para ella-. Solo... quiero ayudar -sonreí y me volví a pasar la mano por la cara, para tapar un bostezo de cansancio. Definitivamente, los turnos en el hospital me mataban, eso, y las camas del hostal-. Un café bastante cargado si es tan amable... Sí, me he levantado pronto, ya sabe, para molestarla lo menos posible -más bien molestarla desde a primeras horas de la mañana-. ¿Los ciudadanos suelen venir aquí a expresar su opinión libremente, Siobhan? He visto que no tienen la costumbre, al menos con los que he compartido unas cuantas palabras... -decidí cambiar de estrategia repentinamente mientras la alcaldesa preparaba el café-. ¿Qué edad tiene Siobhan? Quiero decir... Es bastante joven para ser madre, o es que se conserva bastante bien -mi yo interno se golpeó contra una pared invisible. ¿Qué estaba diciendo?
Por una parte, parecían ser personas completamente normales, pero en interiormente eran personas ajenas al mundo exterior, encerradas en el pueblo. Durante unos instantes, sentí pena por ellos. Lo que les aguardaba más allá de Maine... Era simplemente fantástico, estupendo. Tentaciones y más tentaciones. Era una pena que ni siquiera las hubieran sentido cerca suya. Por supuesto, todo aquello era culpa de la alcaldesa Mills, ella era la responsable de todo y aunque intentara esconderse bajo un velo de cordialidad, a mí no me haría dudar ni un segundo. ¿Se podría odiar más a una persona? Era impresionante lo bien que podía controlar mis emociones.
Se me pasaron mil y una imágenes a mi cabeza. No, no era capaz de acabar con Siobhan por mucho daño que nos hubiera hecho, no me sentía capaz, aunque no podía negar que había soñado con ello. La alcaldesa hacía que unos cuantos sentimientos chocasen en mi interior: odio, confusión y... ¿tensión? Lo comprendería de una persona que no supiera quién era en realidad, pero... Me pasé una mano por la cara, algo cansado debido al madrugón y a las pocas horas que había dormido. Miré a la alcaldesa. Indudablemente era una mujer atractiva, demasiado. Debía agradecer que yo no fuera tan débil como otro ante la carne. Al igual que sabía controlar mi odio, había aprendido a controlarme ante las tentaciones que se me presentaban delante (habían sido largos años de entrenamiento).
Qué decir. Me sorprendió bastante que ella no fuera quién había movido todo para que yo tuviera aquellos horribles turnos, para que los pacientes no tuvieran el trato que en verdad se merecían. A lo mejor la alcaldesa los quería vivos, para que sufrieran aún más. Terrible. El Sr. Gold... Aún no había tenido la oportunidad de tratarle, pero había estado escuchando en el hostal que era el dueño de la tienda de antigüedades, y quien al parecer el único que le plantaba cara abiertamente a la alcaldesa (eso ya decía mucho de él). Alcé una ceja cuando escuché que había recibido quejas, ¿de quién? Era extraño. Los pocos días que llevaba trabajando en el hospital no me había permitido conocer a todos mis compañeros (además que tampoco es que me abriera mucho a ellos), pero en general parecían hacer bien su trabajo. Por último, asentí con firmeza. ¿Quién iba a decir que la alcaldesa me iba a dar la razón tan pronto? A lo mejor se quería librar de mí pronto, sin embargo me había ofrecido una taza de café...
-No, no es bueno para su imagen Siobhan. Quiero decir, soy un hombre honrado, he acudido a usted en última instancia, cuando los directivos del hospital me hacían oídos sordos. No vengo con malas intenciones a Storybrooke -bueno, para la alcaldesa sí, solo para ella-. Solo... quiero ayudar -sonreí y me volví a pasar la mano por la cara, para tapar un bostezo de cansancio. Definitivamente, los turnos en el hospital me mataban, eso, y las camas del hostal-. Un café bastante cargado si es tan amable... Sí, me he levantado pronto, ya sabe, para molestarla lo menos posible -más bien molestarla desde a primeras horas de la mañana-. ¿Los ciudadanos suelen venir aquí a expresar su opinión libremente, Siobhan? He visto que no tienen la costumbre, al menos con los que he compartido unas cuantas palabras... -decidí cambiar de estrategia repentinamente mientras la alcaldesa preparaba el café-. ¿Qué edad tiene Siobhan? Quiero decir... Es bastante joven para ser madre, o es que se conserva bastante bien -mi yo interno se golpeó contra una pared invisible. ¿Qué estaba diciendo?
Liam D. Seery- Héroes
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Re: El Innovador [Siobhan R. Mills]
¿Qué no venía con malas intenciones a Storybrooke? Permítanme decir que en ese momento dude bastante de eso hecho. Al menos sus intenciones para conmigo seguro que no eran buenas, del mismo modo que las mías no eran buenas para con mis ciudadanos. Había sido yo la que los metí en aquel mundo y estancado en el tiempo y espacio.
- ¿Le hacían oídos sordos? – Pregunte sorprendida. No era muy normal que los directivos del hospital de Storybrooke hicieran oídos sordos a la gente. Podía haber dos motivos, que Gold hubiese movido los hilos por los mismos motivos que los habría movido ella, desconfianza hacía el desconocido, o simplemente porque era el novato, el más nuevo de la plantilla – Quizá debería darles tiempo… Es nuevo – Me limité a decirle volviendo a esbozar una sonrisa, algo que se me daba rematadamente bien, por eso no escatimaba en hacerlo siempre que se me presentara la oportunidad. – Ya sabe, la desconfianza inicial. A los nuevos nunca se les toma en serio aunque tengan toda la razón del mundo. – Porque en efecto, yo a él no le estaba quitando la razón, para nada.
Volví a esbozar una encantadora sonrisa cuando aceptó el café que le había ofrecido y me dirigí a hacerlo. – Vaya, todo un detalle por su parte… El no querer molestarme. De todos modos no es molestia – Mentí. ¿Pero para qué decirle que se largara de allí, qué se fuera de Storybrooke? ¿Para qué decirle que le molestaba su sola presencia? No, con este desconocido no creía que me fueran a funcionar las amenazas. Con Lucy era diferente, yo tenía a su hija después de todo, aunque nunca, jamás, le haría nada a Paula, después de todo aunque ella siempre estuviese en mi mente y mi corazón, yo a Paula la quería, la quería de verdad aunque ella no dejase de decir que era la bruja mala. Me dolía que mi propia hija dijese eso. Dolía mucho.
El ruido de la cafetera avisándome de que había terminado me devolvió a la realidad que acontecía en esos momentos en mi despacho, dejando muy lejos mis problemas maternales con Paula. Tomé sendas tazas de café y las lleve hasta la mesa de escritorio – Bien cargado tal y como pidió – Dije dejándole la taza justo enfrente suya. – Sí, alguna que otra vez vienen…, pero no suelen quejarse mucho – Decidí omitir que era porque me tenían un respeto que en ocasiones rozaba el miedo. Lejos de hacer lo que todo el mundo hubiese pensado que haría en ese momento fui a sentarme en la silla que estaba junto a la de él de modo que quede frente suya, una vez gire la silla. – ¿Perdone? – Conseguí decir sin llevarme la taza a los labios como estaba dispuesta a hacer tan sólo unos segundos antes – Pensaba que alguien de su edad sabría que eso no se le pregunta a una dama… - Respondí alzando las cejas ligeramente y llevándome al final la taza a los labios dándole un sorbo a aquel delicioso café. Después esbocé una sonrisa sin dejar de mirarle antes de hacer un movimiento bastante estudiado cruzando una de mis piernas sobre la otra con la lentitud necesaria y balanceando después el pie que había quedado suspendido en el aire. – Aunque he de decir que me siento halagada por sus palabras… Fui madre bastante joven – Cosa que realmente no era del todo mentira, aunque esa hija no fuera Paula – Quizá por eso le da esa sensación… - Otra sonrisa cruzó mi rostro – Y dígame… ¿Qué le ha traído hasta Storybrooke? Siento… curiosidad. ¿O sólo estaba de paso y decidió quedarse?
O no. Seguro que él había ido hasta allí sabiendo a dónde iba y a qué iba exactamente, pero yo no podía ser tan directa con mis preguntas. En absoluto.
- ¿Le hacían oídos sordos? – Pregunte sorprendida. No era muy normal que los directivos del hospital de Storybrooke hicieran oídos sordos a la gente. Podía haber dos motivos, que Gold hubiese movido los hilos por los mismos motivos que los habría movido ella, desconfianza hacía el desconocido, o simplemente porque era el novato, el más nuevo de la plantilla – Quizá debería darles tiempo… Es nuevo – Me limité a decirle volviendo a esbozar una sonrisa, algo que se me daba rematadamente bien, por eso no escatimaba en hacerlo siempre que se me presentara la oportunidad. – Ya sabe, la desconfianza inicial. A los nuevos nunca se les toma en serio aunque tengan toda la razón del mundo. – Porque en efecto, yo a él no le estaba quitando la razón, para nada.
Volví a esbozar una encantadora sonrisa cuando aceptó el café que le había ofrecido y me dirigí a hacerlo. – Vaya, todo un detalle por su parte… El no querer molestarme. De todos modos no es molestia – Mentí. ¿Pero para qué decirle que se largara de allí, qué se fuera de Storybrooke? ¿Para qué decirle que le molestaba su sola presencia? No, con este desconocido no creía que me fueran a funcionar las amenazas. Con Lucy era diferente, yo tenía a su hija después de todo, aunque nunca, jamás, le haría nada a Paula, después de todo aunque ella siempre estuviese en mi mente y mi corazón, yo a Paula la quería, la quería de verdad aunque ella no dejase de decir que era la bruja mala. Me dolía que mi propia hija dijese eso. Dolía mucho.
El ruido de la cafetera avisándome de que había terminado me devolvió a la realidad que acontecía en esos momentos en mi despacho, dejando muy lejos mis problemas maternales con Paula. Tomé sendas tazas de café y las lleve hasta la mesa de escritorio – Bien cargado tal y como pidió – Dije dejándole la taza justo enfrente suya. – Sí, alguna que otra vez vienen…, pero no suelen quejarse mucho – Decidí omitir que era porque me tenían un respeto que en ocasiones rozaba el miedo. Lejos de hacer lo que todo el mundo hubiese pensado que haría en ese momento fui a sentarme en la silla que estaba junto a la de él de modo que quede frente suya, una vez gire la silla. – ¿Perdone? – Conseguí decir sin llevarme la taza a los labios como estaba dispuesta a hacer tan sólo unos segundos antes – Pensaba que alguien de su edad sabría que eso no se le pregunta a una dama… - Respondí alzando las cejas ligeramente y llevándome al final la taza a los labios dándole un sorbo a aquel delicioso café. Después esbocé una sonrisa sin dejar de mirarle antes de hacer un movimiento bastante estudiado cruzando una de mis piernas sobre la otra con la lentitud necesaria y balanceando después el pie que había quedado suspendido en el aire. – Aunque he de decir que me siento halagada por sus palabras… Fui madre bastante joven – Cosa que realmente no era del todo mentira, aunque esa hija no fuera Paula – Quizá por eso le da esa sensación… - Otra sonrisa cruzó mi rostro – Y dígame… ¿Qué le ha traído hasta Storybrooke? Siento… curiosidad. ¿O sólo estaba de paso y decidió quedarse?
O no. Seguro que él había ido hasta allí sabiendo a dónde iba y a qué iba exactamente, pero yo no podía ser tan directa con mis preguntas. En absoluto.
Siobhan R. Mills- Reina
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Re: El Innovador [Siobhan R. Mills]
Era nuevo sí, y por eso no me hacían caso, me tomaban como un simple novato, y para nada lo era. Antes de llegar a Storybrooke, cuando vivía tranquilamente, sin la menor preocupación, residía en Montreal (Canadá) y trabajaba en el hospital de esa ciudad. Incluso antes de éso, había estudiado enfermería. Otra de las tentaciones de las que me habían informado: el saber, la educación. ¡Cuántas posibilidades habían aquí! Nunca habían cabido en mi mente y había intentado aprovechar todos mis años al máximo. Había viajado también, montado en mi moto, recorriéndome las tierras canadienses. De adolescente me había apuntado a talleres, para no perder mi habilidad de construir y reparar objetos, tal y como me enseñaron en el pasado. Y aún hoy en día seguía manteniendo aquella habilidad. Habiendo visto mi currículum y habiéndolo "estudiado" tan a fondo, los directivos deberían conocer mi experiencia y que mis palabras no eran simples ni llanas. ¿A qué diablos estaban jugando en aquel pueblo?
-Agradecería bastante si pudiera convencerles de mi idea... Se ahorrarían cansancios innecesarios y el equipo del hospital se volvería más eficiente -obviamente, aparte de mostrar mi desacuerdo con Savannah, también lo había hablado con un par de nuevos compañeros míos en el hospital. Habían agachado la cabeza, por lo que no sabía si estaban de acuerdo conmigo o no. Era como si no quisieran cambiar las cosas. Suspiré tranquilo al comprobar que las palabras de la alcaldesa eran sinceras, por lo que decidí acabar ya con mi "objetivo del día". Creía que iba a ser más duro, pero Siobhan se había mostrado demasiado fácil, demasiado amable.
Sonreí falsamente (cada vez me salía más natural aquella sonrisa y me estaba empezando a preocupar) y asentí levemente. Por supuesto que sabía que estaba molestando a la alcaldesa, lo notaba con pequeños detalles, pero ella era muy calculadora, siempre lo había sido y al igual que yo, vigilaba y controlaba todos y cada uno de sus pasos. Sentí curiosidad, pero decidí dejarla atrás, porque la curiosidad podría enseñarme cosas que me harían dudar, y no, no quería convertir aquel odio en cordialidad sincera. Cuando me tendió la taza de café, no pude evitar oler el aroma, sí, tal y como lo había pedido, tal y como lo odiaba. Mientras escuchaba hablar a la alcaldesa, me llevé la taza de café a los labios y me lo bebí de un trago, notando el líquido amargo recorriendo mi lengua y después mi garganta. Me estremecí al notar tal sabor (no iba a echarle azúcar por mucho que quisiera, debía llevar eso muy controlado).
No, la gente del pueblo no iba a quejarse porque tenían miedo y respeto a la alcaldesa. Sentimientos mezclados. Igual que los míos. Saqué la lengua varias veces para ver si el mal sabor se iría, pero lo que en verdad quería era despertarme del todo. Me encontraba cansado, muy cansado. Me pasé la mano por la frente y bostecé ligeramente, habría que esperar para el efecto de la cafeína. Reí por aquel comentario, pero yo pocas veces me callaba en situaciones tan tranquilas y "cordiales".
-De pequeño siempre fui conocido como un insolente y a día de hoy, la mala costumbre sigue vigente. Lo siento si le ha molestado -entonces hizo algo que me dejó completamente descolocado. Mis ojos se dirigieron hacia sus piernas, preguntándome a qué venía ese numerito y a... mucho más. Lo que quería era desconcentrarme dada mi posición como hombre, y aquello me hizo cavilar y pensar... ¿Cuánto tiempo hacía que no estaba con una mujer? Carraspeé para controlarme y alcé de nuevo la vista al ver que seguía hablando. Tentaciones, tentaciones... Todo se convertían en eso, sobre todo viniendo de ella-. ¿Perdona? Entiendo... La verdad es que me gusta viajar y necesitaba cambiar de aires, ya sabe. Me crucé con el cartel de Storybrooke y me dije a mí mismo: "que nombre tan curioso" y decidí quedarme. Y al igual que usted, todos sienten curiosidad -sonreí acabando mi corta historia, mi corta mentira-. ¿Y ha criado sola a Paula? Vaya, debe haber sido muy duro... -la miré a esos ojos tan azules que me recordaban a la nieve de Canadá y acaricié el contorno de la taza de café vacía. El mal sabor de boca todavía persistía.
-Agradecería bastante si pudiera convencerles de mi idea... Se ahorrarían cansancios innecesarios y el equipo del hospital se volvería más eficiente -obviamente, aparte de mostrar mi desacuerdo con Savannah, también lo había hablado con un par de nuevos compañeros míos en el hospital. Habían agachado la cabeza, por lo que no sabía si estaban de acuerdo conmigo o no. Era como si no quisieran cambiar las cosas. Suspiré tranquilo al comprobar que las palabras de la alcaldesa eran sinceras, por lo que decidí acabar ya con mi "objetivo del día". Creía que iba a ser más duro, pero Siobhan se había mostrado demasiado fácil, demasiado amable.
Sonreí falsamente (cada vez me salía más natural aquella sonrisa y me estaba empezando a preocupar) y asentí levemente. Por supuesto que sabía que estaba molestando a la alcaldesa, lo notaba con pequeños detalles, pero ella era muy calculadora, siempre lo había sido y al igual que yo, vigilaba y controlaba todos y cada uno de sus pasos. Sentí curiosidad, pero decidí dejarla atrás, porque la curiosidad podría enseñarme cosas que me harían dudar, y no, no quería convertir aquel odio en cordialidad sincera. Cuando me tendió la taza de café, no pude evitar oler el aroma, sí, tal y como lo había pedido, tal y como lo odiaba. Mientras escuchaba hablar a la alcaldesa, me llevé la taza de café a los labios y me lo bebí de un trago, notando el líquido amargo recorriendo mi lengua y después mi garganta. Me estremecí al notar tal sabor (no iba a echarle azúcar por mucho que quisiera, debía llevar eso muy controlado).
No, la gente del pueblo no iba a quejarse porque tenían miedo y respeto a la alcaldesa. Sentimientos mezclados. Igual que los míos. Saqué la lengua varias veces para ver si el mal sabor se iría, pero lo que en verdad quería era despertarme del todo. Me encontraba cansado, muy cansado. Me pasé la mano por la frente y bostecé ligeramente, habría que esperar para el efecto de la cafeína. Reí por aquel comentario, pero yo pocas veces me callaba en situaciones tan tranquilas y "cordiales".
-De pequeño siempre fui conocido como un insolente y a día de hoy, la mala costumbre sigue vigente. Lo siento si le ha molestado -entonces hizo algo que me dejó completamente descolocado. Mis ojos se dirigieron hacia sus piernas, preguntándome a qué venía ese numerito y a... mucho más. Lo que quería era desconcentrarme dada mi posición como hombre, y aquello me hizo cavilar y pensar... ¿Cuánto tiempo hacía que no estaba con una mujer? Carraspeé para controlarme y alcé de nuevo la vista al ver que seguía hablando. Tentaciones, tentaciones... Todo se convertían en eso, sobre todo viniendo de ella-. ¿Perdona? Entiendo... La verdad es que me gusta viajar y necesitaba cambiar de aires, ya sabe. Me crucé con el cartel de Storybrooke y me dije a mí mismo: "que nombre tan curioso" y decidí quedarme. Y al igual que usted, todos sienten curiosidad -sonreí acabando mi corta historia, mi corta mentira-. ¿Y ha criado sola a Paula? Vaya, debe haber sido muy duro... -la miré a esos ojos tan azules que me recordaban a la nieve de Canadá y acaricié el contorno de la taza de café vacía. El mal sabor de boca todavía persistía.
Liam D. Seery- Héroes
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Re: El Innovador [Siobhan R. Mills]
¿Cómo se me conocía a mí de pequeña? No creía recordarlo al menos de una forma perfecta. Había dejado todo mi pasado oculto tras una neblina desde el día en que ella hizo que él se marchara para siempre. Desde el día que algo se rompió en mi interior y poco a poco me convirtió en la persona que soy hoy en día. Alguien a ojos de muchos desprovista de corazón y sentimientos. Pensar que una vez llegué a amar de forma pura y verdadera, hoy día me duele. Aún siento todo aquello como una cicatriz que se abre una y otra vez…, cada vez que lo recuerdo y cada noche cuando le observo en el silencio de la noche. Quizá sea un especie de acto de masoquismo por mi parte, pero es algo que no puedo evitar. De alguna manera siento que si le recuerdo, le veo, toco el relicario, él sigue conmigo a cada paso que doy en mi vida.
También se que no le gustaría la mujer en la que me he convertido.
Nunca le gustaron las artimañas de mi padre, ni su sed de poder. Era una persona humilde y sincera. Ni siquiera a mí me gustaba mi padre, no me gustaba su poder. No consideraba necesario que se tuviese que usar la magia para todo. No lo veía justo… Y recuerdo aún la rebeldía que nacía en mi corazón cada noche cuando nos encontrábamos a espaldas de mis padres.
Recuerdo la promesa de irnos juntos y lejos… Duele. Duele tanto que siento que me entran ganas de llorar y sin embargo Liam no va a ver aparecer ninguna lágrima de mis ojos azules, de alguna manera me las he apañado para no dejar que esa debilidad salga a la luz por nada del mundo. Me he esforzado durante muchos años para dar la imagen de una mujer astuta, fría, carente de sentimientos muy a pesar de que un amor eterno me esté torturando y a la vez aliviando en el fondo de mí ser cada día que pasa.
Y sin embargo estaba a punto de cometer un fallo que luego esperé que pasara desapercibido. Después de todo en el pueblo había mucha gente.
- No se preocupe Daniel, no me ha molestado – Al principio no me di cuenta de que le había llamado por su nombre. Pensar en él había hecho que su nombre saliera de entre mis labios con una naturalidad asombrosa y que al mismo tiempo cuando fui consciente de lo que hice me dolió. Odiaba llamar a otra persona por su nombre, pero se parecían tanto… O al menos así me lo parecía a mí. – Liam. Lo siento, un lapsus mental – Me corregí casi de inmediato – Hay tanta gente y son tantos nombres… - ¿Me estaba intentando justificar? Como fuera… Quizá la razón por la que me provocaba sentimientos encontrados fuese precisamente porque me recordaba a él.
Aunque obviamente no parecía la única desconcertada y el movimiento de piernas estudiado parecía haber tenido efecto, lo que me hizo sonreír de forma misteriosa – Sí, es que la gente no suele quedarse aquí. Solo pasan de largo, por eso sentimos esa curiosidad – Respondí manteniendo la sonrisa en mis labios – Por eso agradezco que alguien se quede… - Aunque me seguía dando una mala espina horrible. ¿Quién diantres podría ser? Sabía que Blancanieves y James habían salvado a su pequeña (era demasiado obvio puesto que una vez aquí la niña no estaba por ninguna parte) pero, ¿quién más…? – Sí, la he criado yo sola… Ha sido y sigue siendo duro, además es una niña con muchísima imaginación – Que para colmo de males era alimentada por el estúpido libro que le había dado Sebastian Jones – ¿Por qué no se pasa a cenar a casa y la conoce? – Porque claro… ¿Qué iba a saber yo que la pequeña y Liam Seery ya se habían visto?
También se que no le gustaría la mujer en la que me he convertido.
Nunca le gustaron las artimañas de mi padre, ni su sed de poder. Era una persona humilde y sincera. Ni siquiera a mí me gustaba mi padre, no me gustaba su poder. No consideraba necesario que se tuviese que usar la magia para todo. No lo veía justo… Y recuerdo aún la rebeldía que nacía en mi corazón cada noche cuando nos encontrábamos a espaldas de mis padres.
Recuerdo la promesa de irnos juntos y lejos… Duele. Duele tanto que siento que me entran ganas de llorar y sin embargo Liam no va a ver aparecer ninguna lágrima de mis ojos azules, de alguna manera me las he apañado para no dejar que esa debilidad salga a la luz por nada del mundo. Me he esforzado durante muchos años para dar la imagen de una mujer astuta, fría, carente de sentimientos muy a pesar de que un amor eterno me esté torturando y a la vez aliviando en el fondo de mí ser cada día que pasa.
Y sin embargo estaba a punto de cometer un fallo que luego esperé que pasara desapercibido. Después de todo en el pueblo había mucha gente.
- No se preocupe Daniel, no me ha molestado – Al principio no me di cuenta de que le había llamado por su nombre. Pensar en él había hecho que su nombre saliera de entre mis labios con una naturalidad asombrosa y que al mismo tiempo cuando fui consciente de lo que hice me dolió. Odiaba llamar a otra persona por su nombre, pero se parecían tanto… O al menos así me lo parecía a mí. – Liam. Lo siento, un lapsus mental – Me corregí casi de inmediato – Hay tanta gente y son tantos nombres… - ¿Me estaba intentando justificar? Como fuera… Quizá la razón por la que me provocaba sentimientos encontrados fuese precisamente porque me recordaba a él.
Aunque obviamente no parecía la única desconcertada y el movimiento de piernas estudiado parecía haber tenido efecto, lo que me hizo sonreír de forma misteriosa – Sí, es que la gente no suele quedarse aquí. Solo pasan de largo, por eso sentimos esa curiosidad – Respondí manteniendo la sonrisa en mis labios – Por eso agradezco que alguien se quede… - Aunque me seguía dando una mala espina horrible. ¿Quién diantres podría ser? Sabía que Blancanieves y James habían salvado a su pequeña (era demasiado obvio puesto que una vez aquí la niña no estaba por ninguna parte) pero, ¿quién más…? – Sí, la he criado yo sola… Ha sido y sigue siendo duro, además es una niña con muchísima imaginación – Que para colmo de males era alimentada por el estúpido libro que le había dado Sebastian Jones – ¿Por qué no se pasa a cenar a casa y la conoce? – Porque claro… ¿Qué iba a saber yo que la pequeña y Liam Seery ya se habían visto?
Siobhan R. Mills- Reina
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Re: El Innovador [Siobhan R. Mills]
Creí haber escuchado mal, que mis oídos me estaban engañando al igual que mi vista, pero no. Me había llamado Daniel. ¿Qué tenía que ver Daniel con Liam? No eran nombres parecidos, no los podía confundir. ¿Quién era Daniel y por qué me había confundido con él? No me sonaba que hubiera ningún Daniel en Storybrooke, por lo que me pareció raro, muy raro. Al igual que no le di importancia a las hojas que había recogido anteriormente, a este hecho que podría habérsele considerado insignificante no lo olvidaría, me lo había prometido a mí mismo. Tenía que descubrir quién era ese tal Daniel, porque la alcaldesa conociendo como era, jamás tenía tales lapsus. Sabía quién era cada uno en su pueblo, y ella no me podía confundir con ninguno de ellos.
-Claro, lo entiendo. Debe ser difícil poder acordarse de todos sus ciudadanos, Siobhan -comenté como si en verdad hubiera comprendido aquel error, cuando era todo lo contrario-. Es decir, la gente pasa por Storybrooke, pero no se quea... Que curioso... La verdad es que vuestro cartel invita a quedarse -reí amable-. Supongo que siempre le vendrá bien "sangre nueva" al pueblo...
La alcaldesa era frialdad pura, cordialidad falsa. Lo rezumaba, yo podía ver detrás de esa máscara que habría llevado durante tantísimos años. Yo también llevaba una máscara, pero era ligera puesto que poco a poco se había adherido a mi cuerpo por completo. Había veces que pensaba que yo no era yo, que era otra persona, por culpa de la máscara. Pero no era así. Confirmó pues que ella había criado a Paula sola, añadiendo que había sido bastante difícil debido a la gran "imaginación" de la niña. ¿Imaginación? ¿Estaría acaso preparándome para las teorías de Paula?
Porque si lo estaba haciendo ya era demasiado tarde, ya me había topado con la pequeña niña de sonrisa enorme y gran comedora de tartas. Ya había hablado con ella sobre su libro de cuentos, y sobre la maldición. Esa era otra desventaja de Siobhan: que no podía estar en todo aunque ella lo desease (porque las personas como ella lo deseaban de verdad). Tenía mucha imaginación, eso no podía negárselo a la alcaldesa, pero tenía intuición, característica importante, quizás herencia de su madre biológica. No lo sabía, pero lo que pude deducir era que la alcaldesa estaría intentando por todos los medios quitarle esas ideas de la cabeza a la pequeña Paula. Sin embargo, no podía haber contado con aquella seguridad de la niña, digna de admiración.
Sí, ya me había decidido a ayudarla, desde que se presentó como la nieta de Blancanieves. ¿Le habría llegado a decir a su madre adoptiva que ella era la Reina Malvada? No se lo había llegado a comentar, pero... eso sería un problema, todo un obstáculo para lo que me pretendía. Cuanto menos supiera, mejor, por supuesto. Por eso, debía fusionarme por completo con mi máscara, para no dejar huellas o rastros que hicieran que la alcaldesa investigar.
Repentinamente, sin esperármelo, la alcaldesa me invitó a cenar a su casa, para esa misma noche. La miré durante unos instantes, ¿estaría hablando en serio? Parecía ser que sí, e incluso su voz sonó con buenas intenciones. Pero era ella, ella. Resoplé un poco mientras me pasaba la mano por el pelo y acabé diciendo:
-Claro, por supuesto... Será un placer conocer a su hija... -¿y ahora como me las iba a ingeniar para decirle a Paula que acababa de ser invitado a su casa aquella misma noche? Y habiéndolo dejado todo solucionado, me propuse a levantarme de la silla y me despedí primero con una mirada, pero esta se vio dirigida hacia su pecho. ¿En qué estaba pensando?-. Siento mucho tener que decir esto, pero... Tengo otras cosas que hacer, por eso he venido tan pronto además. Me pasaré por su casa sobre las seis, y de nuevo, gracias por la invitación -sí, quizás me estuviera acercando demasiado a la alcaldesa, pero mejor tener cerca a tus enemigos que a tus amigos.
-Claro, lo entiendo. Debe ser difícil poder acordarse de todos sus ciudadanos, Siobhan -comenté como si en verdad hubiera comprendido aquel error, cuando era todo lo contrario-. Es decir, la gente pasa por Storybrooke, pero no se quea... Que curioso... La verdad es que vuestro cartel invita a quedarse -reí amable-. Supongo que siempre le vendrá bien "sangre nueva" al pueblo...
La alcaldesa era frialdad pura, cordialidad falsa. Lo rezumaba, yo podía ver detrás de esa máscara que habría llevado durante tantísimos años. Yo también llevaba una máscara, pero era ligera puesto que poco a poco se había adherido a mi cuerpo por completo. Había veces que pensaba que yo no era yo, que era otra persona, por culpa de la máscara. Pero no era así. Confirmó pues que ella había criado a Paula sola, añadiendo que había sido bastante difícil debido a la gran "imaginación" de la niña. ¿Imaginación? ¿Estaría acaso preparándome para las teorías de Paula?
Porque si lo estaba haciendo ya era demasiado tarde, ya me había topado con la pequeña niña de sonrisa enorme y gran comedora de tartas. Ya había hablado con ella sobre su libro de cuentos, y sobre la maldición. Esa era otra desventaja de Siobhan: que no podía estar en todo aunque ella lo desease (porque las personas como ella lo deseaban de verdad). Tenía mucha imaginación, eso no podía negárselo a la alcaldesa, pero tenía intuición, característica importante, quizás herencia de su madre biológica. No lo sabía, pero lo que pude deducir era que la alcaldesa estaría intentando por todos los medios quitarle esas ideas de la cabeza a la pequeña Paula. Sin embargo, no podía haber contado con aquella seguridad de la niña, digna de admiración.
Sí, ya me había decidido a ayudarla, desde que se presentó como la nieta de Blancanieves. ¿Le habría llegado a decir a su madre adoptiva que ella era la Reina Malvada? No se lo había llegado a comentar, pero... eso sería un problema, todo un obstáculo para lo que me pretendía. Cuanto menos supiera, mejor, por supuesto. Por eso, debía fusionarme por completo con mi máscara, para no dejar huellas o rastros que hicieran que la alcaldesa investigar.
Repentinamente, sin esperármelo, la alcaldesa me invitó a cenar a su casa, para esa misma noche. La miré durante unos instantes, ¿estaría hablando en serio? Parecía ser que sí, e incluso su voz sonó con buenas intenciones. Pero era ella, ella. Resoplé un poco mientras me pasaba la mano por el pelo y acabé diciendo:
-Claro, por supuesto... Será un placer conocer a su hija... -¿y ahora como me las iba a ingeniar para decirle a Paula que acababa de ser invitado a su casa aquella misma noche? Y habiéndolo dejado todo solucionado, me propuse a levantarme de la silla y me despedí primero con una mirada, pero esta se vio dirigida hacia su pecho. ¿En qué estaba pensando?-. Siento mucho tener que decir esto, pero... Tengo otras cosas que hacer, por eso he venido tan pronto además. Me pasaré por su casa sobre las seis, y de nuevo, gracias por la invitación -sí, quizás me estuviera acercando demasiado a la alcaldesa, pero mejor tener cerca a tus enemigos que a tus amigos.
Liam D. Seery- Héroes
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Re: El Innovador [Siobhan R. Mills]
En mi caso realmente lo difícil era no olvidarme de quien era quien en aquel pueblo. Me era imposible mirarles a la cara y no recordar su otra vida, su otro yo. Eran como fantasmas que incluso en ese mundo me perseguían. Ya no podían hacerme daño, ya no podían hacerme infeliz, ni quitarme lo que era MÍO, la maldición se lo impedía, pero eso no significaba que no siguieran persiguiéndome en mis pensamientos. Realmente me iba a ser imposible olvidar sus identidades, quienes habían sido, lo que me habían hecho, lo que se habían hecho entre ellos…
Todas sus vidas e historias en la palma de mi mano. En mi cabeza. En mi memoria. Para desgracia de mí misma también en aquel maldito libro que Jones le había dado a Paula y el cual aún no había podido coger. No quería que la persona equivocada lo leyera y empezara a hacer sus teorías. Bastante tenía con que hubiese caído en manos de mi hija que encima tenía una imaginación desbordante y ahora no hacía más que decirme que era la Reina Malvada. Al principio intentaba ignorarlo pero luego, además de ser imposible ignorar aquello empezó a doler.
Mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa cuando aceptó. ¿Quién no aceptaba una invitación de aquella magnitud de su suprema? - Seguro que a ella también le encanta conocerte. Es una niña muy sociable y amable – Mantuve la sonrisa en el rostro. Mis ojos azules siguieron los movimientos de Liam y me levanté del sillón cuando este hizo lo propio… En mi corazón un anhelo, un deseo más grande que cualquier otra cosa: descubrir quien se escondía tras aquella apariencia, quien era Seery en realidad. No el chico venido de Canadá en una moto y que trabajaba con unos horarios completamente horribles en el hospital y que había acudido a mi para quejarse formalmente. No, yo quería ver a través de eso y saber que diablos escondía. Porque sabía que escondía algo tras esa fachada que me estaba mostrando. De la misma manera que yo ocultaba secretos tras la fachada en que me había convertido, no solo ahora, hace muchos años ya, cuando prácticamente me obligaron a hacerlo.
- Me parece perfecta la hora – Después de todo era la hora a la que siempre comíamos tanto Paula como yo misma. Le miré unos segundos antes de encaminarse hacia la puerta del despacho para abrirla y que él pudiera salir – Ni se preocupe. Lo entiendo, todos tenemos cosas que hacer. Le veré esta noche.
Una nueva sonrisa asomó en mi rostro. Sí, todos teníamos cosas que hacer, incluida yo que debía poner en marcha aquel plan que había maquinado mi mente para destruir a aquellos dos. En Storybrooke los finales felices nunca habían existido y no iban a empezar a existir ahora, menos delante de mis propias narices.
Todas sus vidas e historias en la palma de mi mano. En mi cabeza. En mi memoria. Para desgracia de mí misma también en aquel maldito libro que Jones le había dado a Paula y el cual aún no había podido coger. No quería que la persona equivocada lo leyera y empezara a hacer sus teorías. Bastante tenía con que hubiese caído en manos de mi hija que encima tenía una imaginación desbordante y ahora no hacía más que decirme que era la Reina Malvada. Al principio intentaba ignorarlo pero luego, además de ser imposible ignorar aquello empezó a doler.
Mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa cuando aceptó. ¿Quién no aceptaba una invitación de aquella magnitud de su suprema? - Seguro que a ella también le encanta conocerte. Es una niña muy sociable y amable – Mantuve la sonrisa en el rostro. Mis ojos azules siguieron los movimientos de Liam y me levanté del sillón cuando este hizo lo propio… En mi corazón un anhelo, un deseo más grande que cualquier otra cosa: descubrir quien se escondía tras aquella apariencia, quien era Seery en realidad. No el chico venido de Canadá en una moto y que trabajaba con unos horarios completamente horribles en el hospital y que había acudido a mi para quejarse formalmente. No, yo quería ver a través de eso y saber que diablos escondía. Porque sabía que escondía algo tras esa fachada que me estaba mostrando. De la misma manera que yo ocultaba secretos tras la fachada en que me había convertido, no solo ahora, hace muchos años ya, cuando prácticamente me obligaron a hacerlo.
- Me parece perfecta la hora – Después de todo era la hora a la que siempre comíamos tanto Paula como yo misma. Le miré unos segundos antes de encaminarse hacia la puerta del despacho para abrirla y que él pudiera salir – Ni se preocupe. Lo entiendo, todos tenemos cosas que hacer. Le veré esta noche.
Una nueva sonrisa asomó en mi rostro. Sí, todos teníamos cosas que hacer, incluida yo que debía poner en marcha aquel plan que había maquinado mi mente para destruir a aquellos dos. En Storybrooke los finales felices nunca habían existido y no iban a empezar a existir ahora, menos delante de mis propias narices.
Siobhan R. Mills- Reina
- Soy : La Reina
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