Hora de Abrir {Libre}

Ambrose dormitaba en su trastienda, echado en un pequeño sofá de franela carmesí.

Tomémonos un segundo para observar y deducir. Unas sutiles sombras azuladas bajo los ojos le delatan víctima del insomnio recurrente; descansa envuelto en una manta de franela a cuadros cuya funda reposa doblada pulcra en el escabel; es un hombre previsor, tal vez maniático. Del bolsillo de su camisa asoma un...

Vaya, se ha despertado.

El claro de sus ojos relumbra por un instante en la penumbra. Se echó a dormir la pausa de la comida, pero siente que ha pasado como mes y medio. Salió a la tienda caminando de puntillas, aún desperezándose y le dió la vuelta al cartelito de "CERRADO"

Y ya está. Bendito Storybrooke donde nunca pasa nada, Ambrose ni se había molestado en cerrar con llave la tienda para la pausa del mediodía. Llevado por la rutina encendió la hervidera para prepararse un té y se atusó el pelo frente al largo espejo de la tienda.

Ya más presentable tomó asiento junto a la caja registradora y ocultó un bostezo con el dorso de la mano. Iba a ser una tarde lenta, lo presentía... Lástima no ser rico... Si lo fuese, ahora estaría... estaría...

Vaya, recién levantado de la siesta, preparándose un té y muerto de aburrimiento por no tener nada que hacer. Sonrió para sí mismo y comenzó a preparar mezclas especiales.

Colocó sobre el mostrador una vieja balanza y un aún más viejo juego de pesas de bronce que iban numeradas desde el gramo a los doscientos. Abrió un pequeño cuaderno, que como compensando su tamaño tenia sus páginas completamente cubiertas de una caligrafía prieta y enredada.

Leyó un nombre. Sonrió para si. El de ese cliente era un té fuerte e intenso, con cuerpo. Giró el taburete y se encaró al centenar de cajoncitos que componían la pared tras él, cada uno con una clase de té o hierba. extrajo enteros cinco larguísimos cajoncitos y los dispuso en el mostrador mientras seguía reflexionando sobre el té que preparaba. Esa mezcla tenía un leve regusto amargo que a Ambrose no terminaba de agradarle, pero no podía negar que era capaz de despertar a un muerto. Su cliente tal vez le echase algo de miel, o algún licor suave...

Mientras cavilaba sus manos no estaban ociosas; Sobre un platillo de la balanza un montoncito de té Oolong; en el otro iban y venían pequeñas pesas hasta dar con el pesaje; siguió un poco de menta, un poco de cardamomo y una pizca de canela... Respiró profundamente, dejándose embriagar. Dios, como amaba su trabajo.

Una vez ya terminado el pesaje vertió el cúmulo de hierbas en un clásico tarro de hojalata y lo removió con una fina varilla de plata. Lo cerró, lo precintó y escribió el nombre del destinat...

Alzó la vista. De la nada había aparecido una persona... Ambrose se ruborizó... ¿Desde cuando estaría allí? ¿Cómo no la había visto entrar? ¡Vergüenza!

- Buenas tardes... Ahm... ¿Qué se le ofrece?- preguntó con su mejor sonrisa.

- Aunque lo hubieses hecho no me habría dado cuen...- El cálido saludo, ese beso en la mejilla le desconcertó sobremanera. - ta. Ehem. Preparaba mezclas y eso, para... para clientes. Y eso. -

Se pasó la mano por los cabellos y la contempló en silencio durante un instante. Antes de que se hiciese excesivamente incómoda la situación, recogió los cajones y dejó a un lado balanza, pesas y varilla.

- Bien, supongo que bien. No se mueve mucha venta pero tampoco tengo gustos caros... quiero decir, mi mayor vicio lo tengo por todas partes... - Hizo un vago gesto circular con la mano, señalando las decenas de variedades de hierbas, todas aptas para la infusión. - ¿Y tú qué tal? Llevo unas semanas como apartado del mundo, ¿Ha pasado algo interesante? ¿Cómo estás?

Se oyó un suave silbido. Con un gesto fluido nacido de la práctica tomó la tetera y llenó de agua hirviendo dos tazas de porcelana que parecían sacadas de la nada. - Hora del té - Dijo con una sonrisa enigmática. Y de nuevo, ese gesto de la mano, que ahora parecía invitarla a elegir la variedad que quisiera probar.

- ¿En las minas? ¿Cómo terminaste allí? - De nuevo la miró a los ojos, ahondando en su pupila como si quisiera sopesar su alma - No espera, primero el té y luego la historia. Tiene pinta de interesante. ¿Cierto?

Dejó sobre la mesa dos ornadas cucharillas colador y frunció el ceño. - No es buena idea que otra persona elija tu té, y menos un hombre. Hoy elijo tu té y tal vez mañana te diga cómo vestir o con quién hablar - sonrió burlón. A pesar de eso, y con la seguridad de aquel que se encuentra en su elemento, dejó sobre la mesa un botecito de barro. Al destaparlo liberó un aroma sutil, tenue y exótico.

Tomó una de las cucharillas, la cargó con el té y aseguró el cierre del colador. Con un gesto amable invitó a Becky a imitarle y mientras el agua de su taza se teñía de dorado volvió a la carga.

- Ahora si, cuéntame... ¿Cómo fue lo de las minas? -