Escapando de la locura {Libre}

El concierto nº 8 de L’ estro Armonico de Vivaldi se propagaba por todo el salón desde el gramófono que había conseguido años atrás en la tienda de antigüedades pero poco podía disfrutarlo Nathanaël cuando comenzaron los gritos del paciente de su compañera que parecían perforarle las sienes. Fulminó con la mirada la puerta que daba a la habitación donde Sydney había montado su consulta de psiquiatría y de donde obviamente provenía aquel griterío. En ocasiones solía dejar la casa durante las sesiones para que ellos se sintieran más cómodos y para qué negarlo, también para no tener que soportar él cosas como las que estaban ocurriendo ese día. ¿Cómo podía aguantarlo la Dra. Watson? Tendría que preguntarle más tarde, cuando regresara de pasear.

Se levantó del sofá en el cual se había acomodado para leer un libro mientras hacia un intento por relajarse y se aproximó al gramófono para detenerlo y guardar el vinilo en la estantería correspondiente. A continuación se fue hacia la puerta, tomó su abrigo de entretiempo y cuando ya tenía una mano sobre el picaporte algo comenzó a darle en la pierna. Nathanaël bajó la vista para encontrarse con el ogrillo que tenía Sydney como mascota. A él siempre le habían gustado los perros pero desde luego no habría escogido precisamente esa raza, claro que el animal era bastante cariñoso y ya le había tomado afecto al perro. Por eso mismo muchas veces era él quien lo sacaba a pasear tal y como iba a hacer en aquel instante.

- ¿Qué pasa tu dueña no te sacó a pasear? – dijo volviendo atrás para coger la correo del perro y enganchársela en el collar – Parece que hay que estar un poco loco para que te haga caso –

Nada más pisar la calle quedó claro que esa tarde hacía más frío que de costumbre. Maldita consulta y malditos vecinos. El ojiazul se arrebujó en el abrigo mientras que Pedro, que era como se llamaba el perro, caminaba alegremente contento de salir al fin. Con lo bien que se estaba en casa, pensó el muchacho. Pero no iba a amargarse por tener que haber salido de casa, aprovecharía para dar un paseo por el bosque lejos de la urbanización. Le agradaba pasar ratos en el bosque, lejos de las personas y donde parecía respirarse un aire más puro, aunque posiblemente era más bien la sensación que a él le daba.

- Anda vamos – mentó al perro, que se había parado a olisquear el suelo, a la vez que tiraba levemente de la correa para instarle a seguir caminando.

No tardaron demasiado en llegar al bosque, ya que Nathanaël era una persona con un andar rápido. Cuando iba con otras personas éstas debían decirle que caminara más lento porque él lo hacía inconscientemente y ni se daba cuenta. El joven se detuvo en mitad del camino para soltar la correa y que el perro fuera donde quisiera, claro que sin perderle de vista. Aunque no tenía mucho de lo que preocuparse porque era un animal de lo más obediente y en cuanto se le llamaba acudía.

Nathanaël siguió avanzando por el camino prestando atención de vez en cuando al perro que correteaba libremente por el bosque, pero la mayoría del tiempo estaba absorto en sus pensamientos y llegó a olvidarse del animal. Le gustaba estar allí, era como estar en otro lugar muy diferente y eso le hacía sentirse mejor que cuando estaba en casa o por las calles del pueblo. No entendía el motivo de esto pero realmente lo sentía así, al igual que otras muchas cosas. Había días en los que lo invadía una extraña sensación como de que algo iba mal o que simplemente faltaba algo, un algo inexplicable.

En cierta ocasión estuvo a punto de confesarle a su compañera de casa ese presentimiento tan inexplicable que lo embargaba y en ocasiones incluso abrumaba. No obstante, prefirió abstenerse de hacerle algún comentario al respecto porque la conocía y sabía lo que le acabaría respondiendo: que era solamente suya la culpa de ese vacío o como quisiera llamarlo. A eso le seguiría una discusión estúpida que ya habrían mantenido con anterioridad porque sí; porque a pesar de que él era consciente de que la doctora Watson llevaría la razón (ya que él mismo lo creía), casi siempre que discutían era porque él era demasiado orgulloso como para reconocer un fallo y por su temperamento. Y no, no quería oírlo en boca de Sydney. Antes se quedaba con la incertidumbre.

Un crujido y el revoloteo de unos cuantos pájaros lo devolvió a la realidad. Nathanaël miró a su alrededor en busca de Pedro pero para su mala suerte no lo veía por ninguna parte. Sin embargo, no iba a dejar que cundiera el pánico porque el perro tenía que estar por ahí cerca de ninguna de las maneras podría haberse alejado mucho de donde estaba él o eso esperaba el ojiazul porque de ser así, Sydney lo mataba. Vamos que lo mataba.

- ¡Pedro! ¡Pedro vuelve aquí! – gritaba buscándolo entre los árboles, arbustos y demás sin éxito alguno - ¿Dónde te has metido? – murmuró.

A la par que el joven buscaba a la mascota de su compañera, el perro correteaba por el bosque impulsado por un ruido que había escuchado no muy lejos de donde se encontraban alejándose de Nathanaël sin que éste se hubiese dado cuenta. Al cabo de unos minutos el animal quedó frente a una muchacha, a la cual se acercó poquito a poco para luego comenzar a lamerle las heridas de la pierna.

- ¿Pedro? ¿Estás aquí? ¡Oh vamos vuelve! –

Se había dicho a sí mismo que no perdería los nervios pero comenzaba a hacerlo porque no encontraba al perro, el maldito animal se había ido y no sabía a dónde. ¿En qué estaba pensando cuando le soltó de la correa? Nunca más. No podía regresar a casa sin el animal, Sydney lo colgaría si no volvía con él. Pateó una piedra furioso por su despiste, furioso consigo mismo y entonces los vio. El chihuahua estaba junto a una chica de Storybrooke el nombre de la cual era… ¿Serena? Sí, ese era.

- Pedro ven aquí ¡Ahora! – Ante el tono de voz de Nathanaël el perro no dudó en regresar junto a él obedientemente. El muchacho le dirigió una mirada de reprimenda y le ordenó que se quedara ahí quieto antes de volverse hacia la rubia - ¿Te estaba molestando? – Preguntó. En esta ocasión se fijó más en ella y observó que tenía varios rasguños. En un principio no pensaba en acercarse a ella, sino a quedarse ahí plantado esperando a que se levantara pero luego pensó que no sería muy cortés de su parte dejarla allí tirada y herida, por lo que después de una pequeña lucha interna decidió acercarse.

- ¿Estás bien? – preguntó ofreciéndole la mano para ayudarla a ponerse en pie y poniendo la mirada en la herida de la pierna - No parece ser demasiado grave. Puedes andar, ¿verdad? – Realmente no le hacía demasiada gracia tener que llevarla a cuestas devuelta al pueblo, por lo que esperaba que pudiese andar o por lo menos llegar cojeando por su propio pie.

Nathanaël no se inmutó cuando Serena le respondió que el animal lejos de molestar le estaba haciendo compañía, pero interiormente se estaba preguntando qué otra cosa había esperado la joven de claros cabellos del bosque. Para él era lógico no encontrarse con nadie en el bosque, de hecho por esa razón acudía con tanta frecuencia, por lo que no acababa de comprender a la chica. Si no quería sentirse sola, ¿qué hacía deambulando a solas? Quizás debiera acudir a la Dra. Watson a que la ayudara, sin embargo no pensaba decir nada. Este día se había propuesto controlarse para no acabar discutiendo con alguien ni perder los papeles y enfurecido por cualquier tontería.

– Menos mal – Lo dijo tan aliviado que la joven posiblemente podría llegarse a pensar que de verdad estaba preocupado por el hecho de que su herida fuese grave (lo cual tampoco sería del todo mentira aunque no lo admitiese) cuando en realidad agradecía que pudiese andar sin ayuda de nadie.

Se volvió hacia el chihuahua que se había quedado dónde se le había ordenado cuando le preguntó por su nombre. Estaba planteándose seriamente el volver a sacarlo a pasear después de que le hiciera toparse con una persona el día en que no quería ver a nadie. Aunque, ¿cuál era el día en que realmente quisiera estar acompañado de otras personas?

– Pedro – respondió. Sí, era un nombre ridículo para un perro él era consciente pero como no era suyo tampoco es que le importara demasiado y aunque muchas veces se había preguntado por qué su compañera le había puesto ese nombre, nunca le había formulado la pregunta porque temía como podía acabar la cosa.

Se acercó al animal que se puso en pie al ver que el ojiazul se acercaba y volvió a ponerle la correa para evitar más disgustos. A saber a quién acababa encontrando por culpa del animal. Luego volvió la vista atrás clavando la mirada en Serena y le preguntó algo que no se había esperado ni él mismo.

– ¿Qué quisiste decir antes? Dijiste que podías andar pero luego dejaste la frase a medias… – ¿Qué estaba haciendo? Pocas veces preguntaba a los demás sobre ellos y lo que les ocurría o preocupaba porque él mismo odiaba que se metieran en sus asuntos y sin embargo acababa de preguntarle algo como si demostrara interés en saber lo que le sucedió para acabar tirada en mitad del bosque – No importa... ¿Crees que podrás regresar sola al pueblo o prefieres que te acompañemos? –

Nathanaël volvió a mirarla sorprendido cuando dijo que no iba al pueblo porque vivía en el bosque ¡En el bosque! ¿Quién vivía en un bosque? Escrutó con la mirada a la joven como si intentara adivinar si le estaba tomando el pelo o algo por el estilo y es que si había algo que no le gustaba era que se mofaran de él, entre otras cosas. Sin embargo no parecía que estuviese mintiendo y él era bueno detectando las mentiras y en la mayoría de los casos era consciente de cuando alguien mentía. Pero todavía le era insólito el que la muchacha viviese en un lugar como ese. En parte la entendía pues, ¿quién iba a molestarla viviendo tan alejada del pueblo? Ya podría habérsele ocurrido a él el habitar en mitad del bosque lejos de las personas entrometidas.

– Nunca vi ninguna residencia por aquí – dijo pensativo.

En todas las veces que había salido a dar una vuelta por el bosque jamás se había topado con ninguna casa ni nada similar. ¿Tan adentro estaría su morada? Extraño, muy extraño, mas él no era nadie para juzgarla. Volvió a posar sus ojos azules en Serena cuando le preguntó sobre él. Nathanaël era un hombre al que no le gustaba que le preguntaran sobre su vida privada ni que hacía o dejaba de hacer, ya que eso era solamente asunto suyo, pero ahora que se había acercado a la joven y había entablado conversación con ella no podía despacharla tan fácilmente. En realidad sí que podía pero le parecía excesivo, por lo que se contuvo de decir cualquier cosa que pudiera ofender a la joven.

– Necesitaba salir de casa. Pensé que en el bosque podría estar tranquilo – aunque al igual que a Serena, a él tampoco le había salido bien la jugada. En fin, eran cosas que desgraciadamente pasaban.

Se ahorró los detalles de que el motivo que lo había empujado a salir al bosque era que había un loco en su casa que se había puesto a gritar como un condenado. Y ahora que lo pensaba… ¿estaría bien Sydney sola con ese en casa? Sabía que la mujer podía cuidarse perfectamente pero cuando alguien perdía por completo el control de sí mismo podía convertirse en alguien peligroso. Se obligó a apartar aquellos pensamientos de su cabeza porque seguramente la psicóloga se encontraría perfectamente y él no tenía que preocuparse por haberse marchado de la casa.

Pedro comenzó a dar vueltas a su alrededor queriendo seguir inspeccionando el bosque, por lo que Nathanaël alargó la correa para que pudiese merodear con mayor libertad. Siguió con la mirada a la mascota de su amiga hasta que ésta se detuvo nuevamente junto a Serena haciendo que se fijara en que una de las heridas de la muchacha seguía sangrando aunque no fuese profusamente.

– Creo que deberías mirar de curarte esa herida – comentó de repente. No es que fuera nada grave pero si no se la limpiaba y desinfectaba a saber cómo podía acabar la cosa.

A pesar de que entendía su punto de vista seguía pareciéndole extraño que una persona como ella hubiese decidido habitar en el bosque que no cerca de la urbanización como la mayoría de los habitantes de Storybrooke, pues Serena no se le antojaba una persona huraña ni misántropa quizás un poco retraída aunque con él no era demasiado difícil que la gente se retrajera porque resultaba demasiado serio y brusco así que pocos trataban de mantener una conversación con él. Nathanaël se percató de que a la joven le estaba ocurriendo aquello, pues la notaba inquieta y se removía incómoda además, parecía preferir prestar atención al chihuahua que a él. ¿Si le molestaba ese hecho? Desde luego que no, es decir, él mismo hacía que la gente se alejara de su persona.

La muchacha se aclaró la garganta nerviosa como si temiera dirigirse a él por si le fuera a comer. Nathanaël no pudo evitarse sentirse mal, aunque fuera tan solo un poco, por causarle tal desasosiego a la pobre chica que desafortunadamente había ido a encontrarse con él y no con otra persona más sociable y agradable. Para el hombre tampoco fue una suerte encontrarse con ella pero realmente quien lo estaba pasando peor allí era Serena y con diferencia.

- Sé quién eres – respondió en un tono lo menos brusco del que fue capaz - Holmes. Nathanaël Holmes –

Le extrañaba que Serena no tuviese ni idea de quién era él puesto que el pueblo de Storybrooke no es que fuera especialmente grande y en mayor o menor medida todos los habitantes del pueblo se conocían entre ellos. Claro que al vivir ella en el bosque alejada de todos quizás era más comprensible que desconociera quiénes eran algunos y más todavía si éstos eran más bien distantes, pero trabajando para la policía pensaba que algo sabría. A la policía todo el mundo la conocía ¿no? Aunque él simplemente era un asesor. Fuera como fuese Serena parecía vivir fuera de todo lo que tuviese que ver con la urbanización o al menos esa era la impresión que le daba al ojiazul.

No dijo nada más por lo que un nuevo silencio invadió el bosque solamente interrumpido por el canto y al graznido de los pájaros. Pedro seguía a lo suyo mirando y curioseando por aquí y por allá mientras ellos dos estaban de pie en mitad del bosque sin dar señas de querer abandonar el lugar. Nathanaël no sabía qué hacer. Su intención siempre había sido dar una vuelta por el bosque mientras Sydney terminaba con la sesión de aquel loco pero ahora que se había topado con Serena ya no sabía cómo debía actuar. Debió haberse marchado nada más ayudarla a levantarse, debió continuar con lo planeado y no quedarse allí plantado sin saber cómo proseguir.

- Escucha… - paró un momento para pensar las palabras adecuadas – Sé que te incomodo y que no he sido demasiado agradable contigo pero no creo que dejarte aquí sola sea lo mejor. Si no quieres ir al hospital no importa, pero déjame que te acompañe al menos a casa para que puedas desinfectar tus heridas y de paso asegurarnos que no vuelves a accidentarte –

¡Cuánto costaba ser amable!

Cuando la muchacha rió sin ton ni son él permaneció impasible aunque preguntándose qué mosca le había picado. No había pasado nada gracioso y tampoco se había contado ningún chiste, a no ser que su nombre le pareciera uno. El hombre la miró con ojos inquisitivos mientras murmuraba su nombre (mal todo sea dicho) pero luego cambió su expresión por una de sorpresa cuando le preguntó si podía llamarle Nate. ¿Cómo era posible que se tomara tantas confianzas si hacía unos segundos ni sabía su nombre? Nathanaël no era capaz de entender a ese tipo de gente que enseguida quería referirse a una persona con los apodos que normalmente ponían las personas que realmente las conocían y tenían más confianza, y no era capaz de comprenderlo porque él mismo era muy reservado.

- No, puedes llamarme Nate si así lo quieres – Al menos de ese modo no diría mal su nombre. Además no iba a dejar que eso le alterara porque estaba procurando mantener a raya su temperamento desde que salió de casa – Pero si no te importa yo continuaré llamándote Serena – Y si le importaba le daba igual porque él no era una persona que mostraba tanta confianza en tan breve tiempo, ni siquiera a Sydney le hablaba de según que modos aún conociéndose desde hacía años y siendo su única amiga de verdad, porque tan sólo a ella le confiaría según qué cosas. Podía sentirse afortunada en cierta forma.

Nathanaël esperó a que la joven dijera algo sobre su ofrecimiento a acompañarla a casa. Estaba seguro de que se negaría porque él no se había mostrado muy amable que digamos por lo que Serena tal vez preferiría volver sola, algo a lo que él tampoco pondría objeción alguna. Pero lo que no nunca se habría imaginado es que aquella chica, que se mostraba agradable aunque tímida, fuera a responderle con sarcasmo. La expresión en el rostro del ojiazul se fue tornando cada vez más dura a medida que la muchacha continuaba hablando. ¿¡Cómo se atrevía a reírse en su cara!? - ¿Pero tú quién te crees que eres? ¿Primero te cachondeas de mí y luego esperas que te acompañe a tu casita? ¿Pues sabes qué? Ya que, como dices, no eres ninguna inútil pues vuelve sola y piérdete – A medida que hablaba iba alzando la voz. Esa muchachita había sido la gota que colmó el vaso. Él había intentado comportarse de mejor forma y ella le había respondido de aquella manera pues bien, que volviera sola a su casa y si le caía un árbol encima que no le llamara para pedirle ayuda, que se muriera. Dio media vuelta ignorando el brazo que le ofrecía y tiró de la correa para que Pedro le prestara atención y le siguiera de vuelta al pueblo.

¿Quién se había creído que era? Había sido un gilipollas. Un gilipollas por haber sentido lástima durante una milésima de segundo por aquella chica que se había sentido cohibida por su comportamiento. Un gilipollas por haber decidido ser un poquito amable con ella para no hacerle pasar un mal rato. Pero se acabó. Serena le había demostrado que ser amable no valía para nada, solamente para que la gente se riera y se aprovechara de uno. A partir de ahora no tendría miramientos con nadie por mucha cara de pena que pudiesen traer o por muy mal que se vieran. Al cuerno con ella y al cuerno con todos los de Storybrooke.