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El incidente de la pastelería [Libre]
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El incidente de la pastelería [Libre]
En cuanto los dos últimos números del reloj digital cambiaron comenzó a sonar la alarma. Aidan le dio un ligero golpe para que se detuviera y sin mirar qué hora era (él ya sabía que eran las 07:30 porque siempre se levantaba a esa hora) se puso en pie de un salto y se acercó al armario para cambiarse de ropa. Nunca salía a desayunar en pijama, había tomado la costumbre de vestirse antes de desayunar y desde entonces siempre lo hacía porque le gustaba seguir una rutina y porque los cambios lo abrumaban. Por eso mismo el desayuno tampoco era una sorpresa. En casa de los Cumberbatch nunca había día en el que uno no supiese que iba a almorzar ni debían comerse el coco pensando porque ya estaba estipulado. Ese día por ejemplo, tocaban tortitas con sirope de caramelo, porque era martes y los martes siempre se desayunaban tortitas y un vaso de leche.
– Buenos días – Saludó a su padre cuando llegó a la cocina a las 07:45, también como siempre. Se sentó a la mesa y sin decir nada más atacó su plato. No era muy común en él mantener una conversación a no ser que su padre le preguntara alguna otra cosa a la que él respondía sin demasiada énfasis a no ser que fuese un tema que realmente le interesara como lo eran las ciencias. Aidan no veía la necesidad que tenían las personas de pasarse el día hablando de asuntos insustanciales y pueriles. Él podía pasarse perfectamente una semana entera encerrado en su habitación sin hablar con nadie, tan sólo con la compañía de un libro o a veces con la videoconsola.
Cuando en el plato solo quedaron unas cuantas migas y el vaso estuvo vacío Aidan recogió la mesa dejando la vajilla en el escurreplatos y regresó a su habitación para coger su bandolera negra donde llevaba el dinero para comprar la merienda en la pastelería antes de ir a la protectora de animales donde ayudaba. A su padre no le había hecho ninguna gracia que quisiera ponerse a trabajar pero después de insistir y exponer bueno razonamientos se rindió y dio su visto bueno.
– Adiós papá – Abrazó brevemente a su padre y atravesó la puerta saliendo al exterior. A esas horas de la mañana las calles siempre estaban desiertas y eso le gustaba a Aidan. Le gustaba el silencio. El ruido sin embargo lo ponía nervioso, sobre todo si era estridente y persistente.
Al igual que cada mañana Aidan llegó puntual a la pastelería. No había día en el que llegara más tarde de las nueve y es que para él los hábitos eran importantes. Cuando entró, saludó a Savannah y a Rebecca sin mirarlas (pocas veces miraba a alguien a la cara por no decir nunca) y se dirigió al escaparate para contemplar los diferentes dulces que exhibían a pesar de que siempre acababa pidiendo los mismo. Todos los pasteles, bollos y panes que elaboraban en la pastelería estaban deliciosos menos aquellos dulces de color amarillo porque ese color no le gustaba y jamás comía nada que fuese amarillo. En ocasiones su padre había comprado colorante alimentario para que no diera problemas a la hora de comer.
Después de observar durante unos minutos los bizcochos y dulces expuestos se volteó hacia el mostrador para hacer su pedido, aquel de cada día y que tanto Savannah como Rebecca debían de saberlo de antemano pero que igualmente le dejaban solicitar antes de dárselo. Pero ese día no se dieron los pasos habituales. Un hombre se encontraba en el mostrador impidiéndole acercarse para hacerles saber a las pasteleras lo que iba a pedir para llevarse al trabajo.
– Señor. Señor es mi turno. Yo llegué primero – dijo fijando la vista en la camiseta verde botella que llevaba el hombre. No despegó la vista de ella ni siquiera cuando el hombre le respondió algo que no logró comprender, ni cuando soltó una sonora carcajada. A Aidan no le gustaba que se rieran de él – Yo llegué primero. Es mi turno – Repitió alzando la voz. Y ese no era el único indicio de que Aidan se estaba poniendo nervioso pues había comenzado a retorcer sus manos de forma incesante.
– Buenos días – Saludó a su padre cuando llegó a la cocina a las 07:45, también como siempre. Se sentó a la mesa y sin decir nada más atacó su plato. No era muy común en él mantener una conversación a no ser que su padre le preguntara alguna otra cosa a la que él respondía sin demasiada énfasis a no ser que fuese un tema que realmente le interesara como lo eran las ciencias. Aidan no veía la necesidad que tenían las personas de pasarse el día hablando de asuntos insustanciales y pueriles. Él podía pasarse perfectamente una semana entera encerrado en su habitación sin hablar con nadie, tan sólo con la compañía de un libro o a veces con la videoconsola.
Cuando en el plato solo quedaron unas cuantas migas y el vaso estuvo vacío Aidan recogió la mesa dejando la vajilla en el escurreplatos y regresó a su habitación para coger su bandolera negra donde llevaba el dinero para comprar la merienda en la pastelería antes de ir a la protectora de animales donde ayudaba. A su padre no le había hecho ninguna gracia que quisiera ponerse a trabajar pero después de insistir y exponer bueno razonamientos se rindió y dio su visto bueno.
– Adiós papá – Abrazó brevemente a su padre y atravesó la puerta saliendo al exterior. A esas horas de la mañana las calles siempre estaban desiertas y eso le gustaba a Aidan. Le gustaba el silencio. El ruido sin embargo lo ponía nervioso, sobre todo si era estridente y persistente.
Al igual que cada mañana Aidan llegó puntual a la pastelería. No había día en el que llegara más tarde de las nueve y es que para él los hábitos eran importantes. Cuando entró, saludó a Savannah y a Rebecca sin mirarlas (pocas veces miraba a alguien a la cara por no decir nunca) y se dirigió al escaparate para contemplar los diferentes dulces que exhibían a pesar de que siempre acababa pidiendo los mismo. Todos los pasteles, bollos y panes que elaboraban en la pastelería estaban deliciosos menos aquellos dulces de color amarillo porque ese color no le gustaba y jamás comía nada que fuese amarillo. En ocasiones su padre había comprado colorante alimentario para que no diera problemas a la hora de comer.
Después de observar durante unos minutos los bizcochos y dulces expuestos se volteó hacia el mostrador para hacer su pedido, aquel de cada día y que tanto Savannah como Rebecca debían de saberlo de antemano pero que igualmente le dejaban solicitar antes de dárselo. Pero ese día no se dieron los pasos habituales. Un hombre se encontraba en el mostrador impidiéndole acercarse para hacerles saber a las pasteleras lo que iba a pedir para llevarse al trabajo.
– Señor. Señor es mi turno. Yo llegué primero – dijo fijando la vista en la camiseta verde botella que llevaba el hombre. No despegó la vista de ella ni siquiera cuando el hombre le respondió algo que no logró comprender, ni cuando soltó una sonora carcajada. A Aidan no le gustaba que se rieran de él – Yo llegué primero. Es mi turno – Repitió alzando la voz. Y ese no era el único indicio de que Aidan se estaba poniendo nervioso pues había comenzado a retorcer sus manos de forma incesante.
Aidan G. Cumberbatch- Seres Mágicos
- Soy : Soñador
Mensajes : 24
Empleo /Ocio : Ayudante en la Protectora de animales
Fecha de inscripción : 18/08/2012
Re: El incidente de la pastelería [Libre]
Un día resplandeciente, no, no eran resplandecientes hasta que no me duchaba y así hice. Me levanté de la cama con el pie derecho, medio dormida me dirigí hacia la ducha. Agua tibia, ni muy fría ni muy caliente, odiaba que no saliera a mi gusto. Por suerte para el resto de población había salido en su justa medida. Al salir envolví mi pelo en una suave toalla y mi cuerpo en otra. Salí hacia mi guardaropa para ver qué me ponía hoy. Opté por un conjunto blanco, adornado con un cinturón marrón y unos bonitos zapatos de estampados. Antes de ponerme la ropa volví al cuarto de baño para peinarme y maquillarme. Solía tardar mi buen rato, me gustaba estar perfecta siempre.
Tres cuartos de hora después estaba cerrando las puertas de mi casa para dirigirme al ayuntamiento. Hoy estaba especialmente de buen humor. Ahora el día me parecía más espléndido que antes incluso. Caminaba a paso decidido observando cada rincón de aquel pueblo. En cierto modo le había cogido cariño, aunque no a algunas personas que allí habitaban. Algunas eran realmente pesadas, sobretodo las que no atendían a sus exigencias o caprichos. A esas las odiaba profundamente, ¿tan dificil era hacerme feliz? Yo no lo veía tan complicado.
De repente tenía la sensación de que se me había olvidado algo... No sabía el qué y no podía dejar de darle vueltas al asunto. Estaba tan ensimismada que al cruzar por un paso de peatones un coche casi me arrolla. Encima tenía la desfachatez de hacer sonar el cláxon. ¡Qué se había creído! Le di un golpe en su capí y ni corta ni perezosa le enseñé mi bonito dedo corazón en un gesto bastante vulgar. -¡Subete aquí imbécil! No era propio de mi decir palabras mal sonantes, pero cuando me cabreaba o me asustaba era automático. Él me dijo algo más que no oí porque seguí caminando.
Entonces al pasarme aquello y dejar de pensar en lo que se me había olvidado caí en la cuenta de que no había desayunado. Por lo tanto, primera parada el Granny's. No estaba muy lejos y no me desviaría mucho del camino de siempre. Al entrar la gente me miró, inevitablemente, yo, sonreí. -Un café con leche para llevar, por favor. Dos minutos más tarde estaba saliendo de allí con mi café en una mano y el bolso colgando del otro brazo. Saqué mi móvil para ver si tenía algún mensaje de la alcaldesa. De momento no, no me había necesitado.
Segunda parada la pastelería de esa chica a la que la serñora Mills odiaba tanto. No me caía en gracia, la veía demasiado encantadora, y nadie era nunca demasiado encantador. Antes de entrar vi como un hombre pasaba antes que yo. Hombre que casi me cerró la puerta en las narices. -Mal educado Musité yo parando la puerta y entrando tras de él. Me quedé observando el local, no estaba mal, algo demasiado mono para mí.
Vi cómo el hombre se había colado pasando a un chico que parecía bastante introvertido. Los miré a ambos de arriba a abajo y quitandome las gafas de sol comencé a hablar. -Se ve que en este pueblo hace falta una cura de modales. Caminé unos pasos más hacia adelante. -Señor, ¿tiene demasiada prisa? El tipo contestó que sí a lo cual negué conel dedo índice. -Si tiene prisa hubiera madrugado más, ahora se espera a que el chico que estaba delante suyo pida, e incluso como es tan mal educado que ha cerrado la puerta en las narices a esta joven señorita, se va a esperar a que pida yo también. Así estamos en paz. El hombre fue a rechistar a lo cual alcé mi mano sin mirarle y le mostré la palma de ésta. -Es todo. Dije sin más y esperé a que el chico pidiera.
Tres cuartos de hora después estaba cerrando las puertas de mi casa para dirigirme al ayuntamiento. Hoy estaba especialmente de buen humor. Ahora el día me parecía más espléndido que antes incluso. Caminaba a paso decidido observando cada rincón de aquel pueblo. En cierto modo le había cogido cariño, aunque no a algunas personas que allí habitaban. Algunas eran realmente pesadas, sobretodo las que no atendían a sus exigencias o caprichos. A esas las odiaba profundamente, ¿tan dificil era hacerme feliz? Yo no lo veía tan complicado.
De repente tenía la sensación de que se me había olvidado algo... No sabía el qué y no podía dejar de darle vueltas al asunto. Estaba tan ensimismada que al cruzar por un paso de peatones un coche casi me arrolla. Encima tenía la desfachatez de hacer sonar el cláxon. ¡Qué se había creído! Le di un golpe en su capí y ni corta ni perezosa le enseñé mi bonito dedo corazón en un gesto bastante vulgar. -¡Subete aquí imbécil! No era propio de mi decir palabras mal sonantes, pero cuando me cabreaba o me asustaba era automático. Él me dijo algo más que no oí porque seguí caminando.
Entonces al pasarme aquello y dejar de pensar en lo que se me había olvidado caí en la cuenta de que no había desayunado. Por lo tanto, primera parada el Granny's. No estaba muy lejos y no me desviaría mucho del camino de siempre. Al entrar la gente me miró, inevitablemente, yo, sonreí. -Un café con leche para llevar, por favor. Dos minutos más tarde estaba saliendo de allí con mi café en una mano y el bolso colgando del otro brazo. Saqué mi móvil para ver si tenía algún mensaje de la alcaldesa. De momento no, no me había necesitado.
Segunda parada la pastelería de esa chica a la que la serñora Mills odiaba tanto. No me caía en gracia, la veía demasiado encantadora, y nadie era nunca demasiado encantador. Antes de entrar vi como un hombre pasaba antes que yo. Hombre que casi me cerró la puerta en las narices. -Mal educado Musité yo parando la puerta y entrando tras de él. Me quedé observando el local, no estaba mal, algo demasiado mono para mí.
Vi cómo el hombre se había colado pasando a un chico que parecía bastante introvertido. Los miré a ambos de arriba a abajo y quitandome las gafas de sol comencé a hablar. -Se ve que en este pueblo hace falta una cura de modales. Caminé unos pasos más hacia adelante. -Señor, ¿tiene demasiada prisa? El tipo contestó que sí a lo cual negué conel dedo índice. -Si tiene prisa hubiera madrugado más, ahora se espera a que el chico que estaba delante suyo pida, e incluso como es tan mal educado que ha cerrado la puerta en las narices a esta joven señorita, se va a esperar a que pida yo también. Así estamos en paz. El hombre fue a rechistar a lo cual alcé mi mano sin mirarle y le mostré la palma de ésta. -Es todo. Dije sin más y esperé a que el chico pidiera.
Tabbatha K. Goldenrose- Humanos
- Soy : Drizella Tremaine
Mensajes : 64
Empleo /Ocio : Secretaria del ayuntamiento
Fecha de inscripción : 02/09/2012
Re: El incidente de la pastelería [Libre]
El muchacho ni se inmutó cuando la mujer apareció en la panadería ya que su atención estaba toda puesta en el hombre que se había colado. Su padre le había enseñado a respetar siempre los turnos por mucha ilusión que le hiciera llegar el primero a según qué tipo de evento y le había costado muchísimo conseguirlo porque Aidan no reparaba demasiado en los demás. Pero poco a poco y con la ayuda de la psicóloga del pueblo iba mejorando. Por eso mismo no la miró ni se giró hacia ella cuando se aproximó al hombre de la camiseta verde botella pero sí que la escuchaba porque repitió parte de lo primero que le dijo al hombre – Falta una cura de modales. Falta una cura de modales –La mujer podía tomárselo como parte de una burla lo cual no sería extraño y tampoco sería la primera vez que alguien se tomaba los ecos del chico como lo que no era. El muchacho no lo hacía adrede pero en ocasiones repetía involuntariamente frases o palabras que escuchaba decir a otra persona en su presencia, lo cual estaba relacionado con su problema de autismo.
Mientras la mujer hablaba con el hombre diciéndole que les dejaría a ellas pedir primero debido a su mala educación y el hombre le respondía rechistando, Aidan dio unos cuantos pasos hacia atrás para alejarse de ellos. No le gustaban las discusiones y no quería que aquellas dos personas discutieran. La cosa no llegó a más porque ella hablaba con determinación y parecía intimidar al hombre aunque todo esto Aidan lo ignoraba, él no sabía interpretar con exactitud las expresiones de las personas y le costaba saber cuándo alguien estaba hablando en broma, estaba enfadado o solamente disgustado. Pero a él le contentaba que no se hubiesen peleado ni puesto a gritar. De haber sido así podría haber acabado golpeando a algo o alguien y es que aunque hubiese mejorado en su conducta cuando estaba muy nervioso o furioso no podía actuar de forma diferente. Cuando era joven y el ruido era molesto para sus oídos o la gente de su alrededor gritaba él se acurrucaba en el suelo y se balanceaba gimiendo, cosa que ponía aún más nerviosa a las personas. Ése era uno de sus numerosos problemas de conducta pero ya no lo tenía o al menos había menguado.
En el momento que dejaron de hablar y que la mujer con el conjunto de blanco le dejaba espacio para que pidiera primero (como tocaba porque él había sido el primero en llegar a la pastelería) el chico regresó al mostrador y le pidió a Savannah lo de siempre aunque con un añadido pues en lugar de pedir un croissant mixto pidió dos. Era inusual que Aidan cambiara sus rutinas ya que cuando variaban se ponía de mal humor, pero en esa ocasión era por un motivo concreto. La razón era la mujer. Ella le había ayudado y había reinstaurado el orden en la panadería y su padre le había enseñado a mostrarse agradecido con aquellos que te ayudaban o hacían algo por ti sin pedir nada a cambio. Hubiese sido más lógico preguntarle a ella qué es lo que quería en lugar de encargar lo mismo pero esas eran cosas en las que Aidan no caía. Él simplemente quería agradecerle lo que había hecho y esa era su forma de hacerlo. Todavía le quedaba algo que aprender acerca de cómo hacerlo, pero tiempo al tiempo.
– Toma, es para ti – dijo ofreciéndole uno de los croissants una vez había pagado y dirigiéndose por primera vez a la mujer desde que entrara por la puerta – Por ayudarme. Para ti. Gra-cias –
Mientras la mujer hablaba con el hombre diciéndole que les dejaría a ellas pedir primero debido a su mala educación y el hombre le respondía rechistando, Aidan dio unos cuantos pasos hacia atrás para alejarse de ellos. No le gustaban las discusiones y no quería que aquellas dos personas discutieran. La cosa no llegó a más porque ella hablaba con determinación y parecía intimidar al hombre aunque todo esto Aidan lo ignoraba, él no sabía interpretar con exactitud las expresiones de las personas y le costaba saber cuándo alguien estaba hablando en broma, estaba enfadado o solamente disgustado. Pero a él le contentaba que no se hubiesen peleado ni puesto a gritar. De haber sido así podría haber acabado golpeando a algo o alguien y es que aunque hubiese mejorado en su conducta cuando estaba muy nervioso o furioso no podía actuar de forma diferente. Cuando era joven y el ruido era molesto para sus oídos o la gente de su alrededor gritaba él se acurrucaba en el suelo y se balanceaba gimiendo, cosa que ponía aún más nerviosa a las personas. Ése era uno de sus numerosos problemas de conducta pero ya no lo tenía o al menos había menguado.
En el momento que dejaron de hablar y que la mujer con el conjunto de blanco le dejaba espacio para que pidiera primero (como tocaba porque él había sido el primero en llegar a la pastelería) el chico regresó al mostrador y le pidió a Savannah lo de siempre aunque con un añadido pues en lugar de pedir un croissant mixto pidió dos. Era inusual que Aidan cambiara sus rutinas ya que cuando variaban se ponía de mal humor, pero en esa ocasión era por un motivo concreto. La razón era la mujer. Ella le había ayudado y había reinstaurado el orden en la panadería y su padre le había enseñado a mostrarse agradecido con aquellos que te ayudaban o hacían algo por ti sin pedir nada a cambio. Hubiese sido más lógico preguntarle a ella qué es lo que quería en lugar de encargar lo mismo pero esas eran cosas en las que Aidan no caía. Él simplemente quería agradecerle lo que había hecho y esa era su forma de hacerlo. Todavía le quedaba algo que aprender acerca de cómo hacerlo, pero tiempo al tiempo.
– Toma, es para ti – dijo ofreciéndole uno de los croissants una vez había pagado y dirigiéndose por primera vez a la mujer desde que entrara por la puerta – Por ayudarme. Para ti. Gra-cias –
Aidan G. Cumberbatch- Seres Mágicos
- Soy : Soñador
Mensajes : 24
Empleo /Ocio : Ayudante en la Protectora de animales
Fecha de inscripción : 18/08/2012
Re: El incidente de la pastelería [Libre]
Mientras observaba lo que hacía aquel hombre y me quejaba ante la falta de educación por su parte. Cuando dije aquella frase él repitió mis últimas palabras como si fuera un lorito. No me importó que me repitiera e incluso me resultó enternecedor. Cosa que poca gente conseguía en mi. Quizás es que me había levantado de buen humor y por eso no me había tomado a mal que el chico me repitiera. Así al hombre de verde se le quedaría mejor en la cabeza que necesitaba tener modales para no volver a aprovecharse de una situación y colarse por la cara. Observando al chico podía intuir que era un chico tímido, debido a que cuando llegué y a pesar de que estaba segura de que me había oído por el hecho de repetir mis palabras, ni tan siquiera me había mirado. Eso aún lo hacía más enternecedor.
Me di cuenta de que el chico se apartó mientras yo hablaba con el hombre. Quizás se sentiría un poco incómodo con las peleas verbales o las discusiones. Era de esas personas que no necesitaba gritar para hacerme oir, solía ser concisa y clara. En un tono seco y cortante, no necesitaba alzar mi voz para ser más contundente, estaba claro que usando aquella manera de hablar no necesitaba más. Además, posiblemente ser la secretaria de la alcaldesa también me daba ese estatus de imposición, no me aprovechaba de ello pero me era favorable.
Miré al joven mientras pedía y mantenía una leve sonrisa. Pidió dos croissants mixtos, tendría mucha hambre, yo era incapaz de pedir más que una bolsita con tres o cuatro mini-croissants. Al parecer uno de ellos era para mí. Le miré algo asombrada ya que no me esperaba aquel gesto. Normalmente me temían y nadie era amable conmigo puesto que yo no solía serlo. Tomé el crosisant haciendo aquella sonrisa más grande. -Muchas gracias Dije llena de gratitud, cosa rara también en mi. -No tienes por qué agradecermelo, no me gusta la gente que se aprovecha de las situaciones. Dije mirando de nuevo al hombre con una cara de pocos amigos, esperaba no volverlo a ver en aquella situación. La chica de la pastelería se me quedó mirando esperando que pidiera. -Dame cuatro mini-croissants. Los pagué cuando me los sirvió y miré al chico. -¿Puedo saber tu nombre? Pregunté con dulzura.
Me di cuenta de que el chico se apartó mientras yo hablaba con el hombre. Quizás se sentiría un poco incómodo con las peleas verbales o las discusiones. Era de esas personas que no necesitaba gritar para hacerme oir, solía ser concisa y clara. En un tono seco y cortante, no necesitaba alzar mi voz para ser más contundente, estaba claro que usando aquella manera de hablar no necesitaba más. Además, posiblemente ser la secretaria de la alcaldesa también me daba ese estatus de imposición, no me aprovechaba de ello pero me era favorable.
Miré al joven mientras pedía y mantenía una leve sonrisa. Pidió dos croissants mixtos, tendría mucha hambre, yo era incapaz de pedir más que una bolsita con tres o cuatro mini-croissants. Al parecer uno de ellos era para mí. Le miré algo asombrada ya que no me esperaba aquel gesto. Normalmente me temían y nadie era amable conmigo puesto que yo no solía serlo. Tomé el crosisant haciendo aquella sonrisa más grande. -Muchas gracias Dije llena de gratitud, cosa rara también en mi. -No tienes por qué agradecermelo, no me gusta la gente que se aprovecha de las situaciones. Dije mirando de nuevo al hombre con una cara de pocos amigos, esperaba no volverlo a ver en aquella situación. La chica de la pastelería se me quedó mirando esperando que pidiera. -Dame cuatro mini-croissants. Los pagué cuando me los sirvió y miré al chico. -¿Puedo saber tu nombre? Pregunté con dulzura.
Tabbatha K. Goldenrose- Humanos
- Soy : Drizella Tremaine
Mensajes : 64
Empleo /Ocio : Secretaria del ayuntamiento
Fecha de inscripción : 02/09/2012
Re: El incidente de la pastelería [Libre]
Su padre debería de estar hoy allí pensó Aidan porque así vería que a pesar de su actitud incomprensible para muchos y de sus manías podía desenvolverse medianamente bien en un día en el que casi le habían roto su rutina. Cuando no salían las cosas como supuestamente debían salir él se ponía muy testarudo y pocas veces se le podía sacar de allí pero gracias a la mujer nada de eso había sucedido y todo proseguiría según lo previsto. Y su padre se habría dado cuenta de que podía hacer más cosas de las que se pensaba de manera independiente. El muchacho era consciente de que no era igual a los demás y que muchas cosas escapan a su entendimiento pero también sabía que podía realizar las mismas tareas que el resto de las personas sin ningún problema y seguramente mejor porque él era bastante crítico con el orden. Por ejemplo, en casa todos los paquetes, botes y latas debían estar ordenados correctamente por tamaño y color; mientras que algunas personas lo guardaban de cualquier manera. Eso era algo que no le gustaba nada.
Aidan miró un poco confuso a la mujer cuando le dijo que estaba de más darle las gracias. No entendía por qué la mujer le decía eso cuando su padre siempre le había dicho que tenía que ser agradecido con las buenas personas y dar las gracias, eso último no podía faltar –Mi padre dice que tengo que dar las gracias. Tú has sido buena así que yo te doy las gracias porque estaría mal no hacerlo. Tenemos que ser agradecidos– reiteró el muchacho.
Pese a que iba progresando la gente seguía provocándole confusión y eso era porque se contradecían entre ella como era el caso de su padre y la mujer o, porque las personas hablan la mayoría del tiempo sin utilizar las palabras, simplemente con gestos y expresiones. En una ocasión la doctora Watson le había explicado que cuando uno suspiraba podía ser porque estaba aburrido o enfadado. La diferencia estaba en la cantidad de aire que salía por la nariz, con qué rapidez se expelía dicho aire, también dependía de cuál era la postura de la persona, de lo que había dicho justo antes de suspirar y de muchas otras más cosas que ocurrían en tan pocos segundos que su cerebro no era capaz de procesarlo y en consecuencia, no lograba llegar a entenderlo. Por ese motivo mientras la mujer hacía su pedido Aidan seguía dándole vueltas a la cabeza al por qué su padre decía una cosa y la mujer otra tratando de comprender, pero en cuanto ella le preguntó por su nombre, dejó de pensar en ello y empezó a reflexionar sobre si decirle o no cómo se llamaba.
Aidan jamás entablaba conversación con desconocidos, incluso para aquellos a los que conocía a veces también era un caso perdido el intentar hablar con el chico porque él no era muy dado a hablar, sobre todo si empezaban a hablar de cosas insustanciales y de ningún interés. Sin embargo, aquella mujer le había caído bien y después de lo que había hecho no creía que estuviese mal decirle su nombre por lo que tras unos segundos de silencio acabó por decírselo –Me llamo Aidan. Trabajo en la protectora de animales porque me gustan los perros, ellos sólo tienen cuatro estados de humor y son fáciles de entender. Mi padre no quería, decía que no podía pero sí que puedo y ahora trabajo allí– empezó a decir con satisfacción y con un amago de sonrisa. Le gustaba hacer cosas por su cuenta, le ponía contento –¿Cómo te llamas tú? Debes de trabajar en algo importante, vas muy bien vestida– Podía ser que a veces el chico no prestara atención a su entorno ni a las personas que le rodeaban pero sí que ponía atención a los detalles, aunque en ocasiones eran cosas que para los demás eran cosas tan obvias o nimias que lo ignoraban.
Aidan miró un poco confuso a la mujer cuando le dijo que estaba de más darle las gracias. No entendía por qué la mujer le decía eso cuando su padre siempre le había dicho que tenía que ser agradecido con las buenas personas y dar las gracias, eso último no podía faltar –Mi padre dice que tengo que dar las gracias. Tú has sido buena así que yo te doy las gracias porque estaría mal no hacerlo. Tenemos que ser agradecidos– reiteró el muchacho.
Pese a que iba progresando la gente seguía provocándole confusión y eso era porque se contradecían entre ella como era el caso de su padre y la mujer o, porque las personas hablan la mayoría del tiempo sin utilizar las palabras, simplemente con gestos y expresiones. En una ocasión la doctora Watson le había explicado que cuando uno suspiraba podía ser porque estaba aburrido o enfadado. La diferencia estaba en la cantidad de aire que salía por la nariz, con qué rapidez se expelía dicho aire, también dependía de cuál era la postura de la persona, de lo que había dicho justo antes de suspirar y de muchas otras más cosas que ocurrían en tan pocos segundos que su cerebro no era capaz de procesarlo y en consecuencia, no lograba llegar a entenderlo. Por ese motivo mientras la mujer hacía su pedido Aidan seguía dándole vueltas a la cabeza al por qué su padre decía una cosa y la mujer otra tratando de comprender, pero en cuanto ella le preguntó por su nombre, dejó de pensar en ello y empezó a reflexionar sobre si decirle o no cómo se llamaba.
Aidan jamás entablaba conversación con desconocidos, incluso para aquellos a los que conocía a veces también era un caso perdido el intentar hablar con el chico porque él no era muy dado a hablar, sobre todo si empezaban a hablar de cosas insustanciales y de ningún interés. Sin embargo, aquella mujer le había caído bien y después de lo que había hecho no creía que estuviese mal decirle su nombre por lo que tras unos segundos de silencio acabó por decírselo –Me llamo Aidan. Trabajo en la protectora de animales porque me gustan los perros, ellos sólo tienen cuatro estados de humor y son fáciles de entender. Mi padre no quería, decía que no podía pero sí que puedo y ahora trabajo allí– empezó a decir con satisfacción y con un amago de sonrisa. Le gustaba hacer cosas por su cuenta, le ponía contento –¿Cómo te llamas tú? Debes de trabajar en algo importante, vas muy bien vestida– Podía ser que a veces el chico no prestara atención a su entorno ni a las personas que le rodeaban pero sí que ponía atención a los detalles, aunque en ocasiones eran cosas que para los demás eran cosas tan obvias o nimias que lo ignoraban.
Aidan G. Cumberbatch- Seres Mágicos
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Fecha de inscripción : 18/08/2012
Re: El incidente de la pastelería [Libre]
Aquel chico parecía diferente, me había caído bien porque aunque tuviera mi carácter a veces hacía aquellas concesiones. Sobre todo cuando había gente arrogante de por medio como aquel hombre. Porque para arrogante él, arrogante yo, aunque eso implicara defender a otra persona. Mi mirada de reproche hacia aquel hombre no desistió en ningún momento. Sonreí ante lo que el chico dijo, parecía confuso ante mi respuesta. Lo que me hizo pensar aquello de que era diferente, único. Normalmente la gente corriente hubiera entendido a la perfección el que dijera que no tenía por qué dármelas. Quizás su educación había sido extremamente enseñada hasta el punto de que si había algo que no era lo establecido al chico le creaba aquella confusión. -Es de bien nacidos ser agradecidos ¿no? Dije usando el refranero. -Pero normalmente cuando una persona hace algo de corazón y la otra se lo agradece, siempre dice que no tiene por qué darle las gracias, porque ha sido un acto del que no se espera nada a cambio. Ladeé la cabeza mirandolo pensando que a ver si así lo entendía mejor.
Caminé hacia la puerta una vez que tenía la pequeña bolsita en mi mano. Aproveché para darle un bocado al croissant que él me había comprado. Sonreí con gusto al saborearlo, la verdad es que nunca salía de mi rutina, mi café y mis mini-croissants, pero a veces estaba bien salir de esa rutina. Aguanté la puerta esperando que saliera, no sé si tenía que ir a trabajar o algo pero quizás podría acompañarle un rato. Me apetecía pasar un poco más de tiempo con él. -Bonito nombre Dije con sinceridad. -¿Sabes qué? Nunca dejes que nadie te diga lo que puedes o no puedes hacer. Comenté en forma de consejo. Cada uno tenía que hacer lo que deseaba en esta vida, fuera mejor o peor, pero hacerlo por tí mismo sin que nadie te dijera lo que debías hacer.
-Mi nombre es Tabbatha, pero puedes llamarme Tabby. Correspondí a su amabilidad y aunque al entrar en la pastelería ni se había fijado en mí, se había dado cuenta de mi estilo al vestir. Cada vez me caía mejor, toda persona que alabara mi estilo era bien recibido. -Trabajo para la alcaldesa, soy su secretaria. Comenté con normalidad, aunque mucha gente me miraba con recelo por trabajar para la señora Mills. -¿Y vas a trabajar ahora? Pregunté con suma curiosidad dándo un sorbo al café que llevaba. Luego di otro mordisco al croissant. -Esto está delicioso, nunca lo había probado. Sonreí alegremente mientras bajaba mis gafas de sol las cuales llevaba en mi cabeza anteriormente. Y es que la luz del astro rey me molestaba bastante al salir al exterior.
Caminé hacia la puerta una vez que tenía la pequeña bolsita en mi mano. Aproveché para darle un bocado al croissant que él me había comprado. Sonreí con gusto al saborearlo, la verdad es que nunca salía de mi rutina, mi café y mis mini-croissants, pero a veces estaba bien salir de esa rutina. Aguanté la puerta esperando que saliera, no sé si tenía que ir a trabajar o algo pero quizás podría acompañarle un rato. Me apetecía pasar un poco más de tiempo con él. -Bonito nombre Dije con sinceridad. -¿Sabes qué? Nunca dejes que nadie te diga lo que puedes o no puedes hacer. Comenté en forma de consejo. Cada uno tenía que hacer lo que deseaba en esta vida, fuera mejor o peor, pero hacerlo por tí mismo sin que nadie te dijera lo que debías hacer.
-Mi nombre es Tabbatha, pero puedes llamarme Tabby. Correspondí a su amabilidad y aunque al entrar en la pastelería ni se había fijado en mí, se había dado cuenta de mi estilo al vestir. Cada vez me caía mejor, toda persona que alabara mi estilo era bien recibido. -Trabajo para la alcaldesa, soy su secretaria. Comenté con normalidad, aunque mucha gente me miraba con recelo por trabajar para la señora Mills. -¿Y vas a trabajar ahora? Pregunté con suma curiosidad dándo un sorbo al café que llevaba. Luego di otro mordisco al croissant. -Esto está delicioso, nunca lo había probado. Sonreí alegremente mientras bajaba mis gafas de sol las cuales llevaba en mi cabeza anteriormente. Y es que la luz del astro rey me molestaba bastante al salir al exterior.
Tabbatha K. Goldenrose- Humanos
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Fecha de inscripción : 02/09/2012
Re: El incidente de la pastelería [Libre]
Al parecer la mujer se había dado cuenta de que Aidan era un tanto especial en cuanto a comprender lo que le decían, pues trató de explicarle de otra forma lo que quiso decirle con lo de que no tenía por qué darle las gracias. Sin embargo, el resultado fue el mismo porque si al chico ya le costaba entender lo que querían decir normalmente las personas, cuando éstas utilizaban metáforas o refranes para explicarse al chico le costaba incluso más. Esto era debido a que cuando trataba de formarse una imagen de lo que decían aquellas frases se sentía perdido y confuso porque no lograba entender qué tenía que ver lo que decían los refranes y metáforas con lo que se suponía que realmente significaban y en ocasiones llegaba a olvidar lo que la persona le había dicho. No obstante, había algunos que sabía enseguida qué significaban porque se lo habían explicado tanto su padre como la psicóloga, como por ejemplo el que acababa de decir la mujer: “hacer algo de corazón”. Eso sí que sabía lo que significaba, por lo que asintió levemente con la cabeza.
El muchacho atravesó el umbral de la puerta para salir a la calle mientras la mujer sostenía la puerta. Hubo un momento en el que no supo si esperarla o seguir adelante hacia su lugar de trabajo, ya que él no era mucho de socializar y menos cuando se trataba de desconocidos por muy amables que pudiera aparentar ser, pero ya fuese por la simpatía de la mujer o por la situación en la que la había conocido decidió esperarla y contestarle cuando le preguntaba algo. Como cuando le preguntó por su nombre –No entiendo. ¿Entonces no hay que hacer nunca caso a nada de lo que te digan otras persona?– Eso es lo que la mujer acababa de decir pero entonces, en ese momento, él no tendría que hacerle caso a ella y sí a las otras persona porque acababa de decir que no tenía que dejar que le dijeran lo que podía o no hacer, pero si hacía caso a los demás entonces también debería de hacérselo a ella, lo cual lo llevaba a un bucle que no tenía fin y que lo único que le causaba era confundirlo cada vez más. Por eso, todas aquellas veces en las que le decían algo sin concretarle exactamente el qué podía o no hacer, él acababa haciendo lo que quería. Sydney, la psicóloga, era la única que le decía exactamente lo que no se le permitía hacer y eso le gustaba.
–Tabbatha– Repitió él con una pequeña sonrisilla cuando se presentó pero enseguida su rostro volvió a su habitual estado de inexpresión –¿Puedo llamarte Tabbatha?– preguntó con cierto deje de inseguridad y es que personalmente le gustaba más el nombre entero que no el diminutivo y posiblemente aunque le dijera que no él continuara refiriéndose a ella como Tabbatha y no Tabby. No sería la primera vez, ni la última, que hacía caso omiso a lo que le decían porque en ocasiones podía llegar a ser muy terco –claro que sin proponérselo– e insistir en una cosa una y otra vez por mucho que pudiera molestar a la otra persona. Su expresión tampoco varió cuando mencionó que trabajaba para la alcaldesa. Él no la conocía pero su padre no se sentía demasiado cómodo en su presencia –A papá no le gusta mucho pero yo no la conozco. ¿Es mala contigo?– Normalmente a una persona no le gustaba la otra porque se portaba mal con ella o le había dicho algo que no le gustaba y entonces le caía mal. Por lo que Aidan pensaba que la alcaldesa tendría que haberle dicho algo malo a su padre para que no fueran amigos –Sí, voy al trabajo. Debo saludar a mis compañeros– dijo mirando instantáneamente su reloj de pulsera para comprobar la hora, ya que siempre saludaba a sus compañeros de trabajo a la misma hora. La sola idea de que no lo haría cuando tocaba lo ponía nervioso, pero a pesar del incidente y del tiempo que le había quitado no parecía que fuera a llegar tarde.
–Si no estuviera bueno yo no lo comería– respondió como si lo que acababa de decir Tabbatha fuera lo más extraño que alguien pudiese haberle dicho. Y es que para él lo era pues, ¿por qué iba a comer algo que no estaba bueno? ¿Qué persona hacía eso? –A veces dicen que tienes que comer lo que no te gusta, pero yo no. Si no me gusta no me lo como– Bien lo sabía su padre que al principio había pasado penurias con tal de que el chico comiese algo que no era de su agrado. De pronto el muchacho se detuvo en un cruce y señaló a una de las calles dirigiéndose a Tabbatha –A mi trabajo se va por aquí– Muchas conducían al lugar pero él siempre iba por el mismo sitio. Aidan nunca tomaba otra dirección que sabía podía llevarle a la protectora para cambiar de vistas durante el trayecto porque le aburriera ver siempre las mismas casas y establecimientos como cualquier otra persona pudiera hacer –¿Tú también vas por aquí? Podemos ir juntos – añadió.
El muchacho atravesó el umbral de la puerta para salir a la calle mientras la mujer sostenía la puerta. Hubo un momento en el que no supo si esperarla o seguir adelante hacia su lugar de trabajo, ya que él no era mucho de socializar y menos cuando se trataba de desconocidos por muy amables que pudiera aparentar ser, pero ya fuese por la simpatía de la mujer o por la situación en la que la había conocido decidió esperarla y contestarle cuando le preguntaba algo. Como cuando le preguntó por su nombre –No entiendo. ¿Entonces no hay que hacer nunca caso a nada de lo que te digan otras persona?– Eso es lo que la mujer acababa de decir pero entonces, en ese momento, él no tendría que hacerle caso a ella y sí a las otras persona porque acababa de decir que no tenía que dejar que le dijeran lo que podía o no hacer, pero si hacía caso a los demás entonces también debería de hacérselo a ella, lo cual lo llevaba a un bucle que no tenía fin y que lo único que le causaba era confundirlo cada vez más. Por eso, todas aquellas veces en las que le decían algo sin concretarle exactamente el qué podía o no hacer, él acababa haciendo lo que quería. Sydney, la psicóloga, era la única que le decía exactamente lo que no se le permitía hacer y eso le gustaba.
–Tabbatha– Repitió él con una pequeña sonrisilla cuando se presentó pero enseguida su rostro volvió a su habitual estado de inexpresión –¿Puedo llamarte Tabbatha?– preguntó con cierto deje de inseguridad y es que personalmente le gustaba más el nombre entero que no el diminutivo y posiblemente aunque le dijera que no él continuara refiriéndose a ella como Tabbatha y no Tabby. No sería la primera vez, ni la última, que hacía caso omiso a lo que le decían porque en ocasiones podía llegar a ser muy terco –claro que sin proponérselo– e insistir en una cosa una y otra vez por mucho que pudiera molestar a la otra persona. Su expresión tampoco varió cuando mencionó que trabajaba para la alcaldesa. Él no la conocía pero su padre no se sentía demasiado cómodo en su presencia –A papá no le gusta mucho pero yo no la conozco. ¿Es mala contigo?– Normalmente a una persona no le gustaba la otra porque se portaba mal con ella o le había dicho algo que no le gustaba y entonces le caía mal. Por lo que Aidan pensaba que la alcaldesa tendría que haberle dicho algo malo a su padre para que no fueran amigos –Sí, voy al trabajo. Debo saludar a mis compañeros– dijo mirando instantáneamente su reloj de pulsera para comprobar la hora, ya que siempre saludaba a sus compañeros de trabajo a la misma hora. La sola idea de que no lo haría cuando tocaba lo ponía nervioso, pero a pesar del incidente y del tiempo que le había quitado no parecía que fuera a llegar tarde.
–Si no estuviera bueno yo no lo comería– respondió como si lo que acababa de decir Tabbatha fuera lo más extraño que alguien pudiese haberle dicho. Y es que para él lo era pues, ¿por qué iba a comer algo que no estaba bueno? ¿Qué persona hacía eso? –A veces dicen que tienes que comer lo que no te gusta, pero yo no. Si no me gusta no me lo como– Bien lo sabía su padre que al principio había pasado penurias con tal de que el chico comiese algo que no era de su agrado. De pronto el muchacho se detuvo en un cruce y señaló a una de las calles dirigiéndose a Tabbatha –A mi trabajo se va por aquí– Muchas conducían al lugar pero él siempre iba por el mismo sitio. Aidan nunca tomaba otra dirección que sabía podía llevarle a la protectora para cambiar de vistas durante el trayecto porque le aburriera ver siempre las mismas casas y establecimientos como cualquier otra persona pudiera hacer –¿Tú también vas por aquí? Podemos ir juntos – añadió.
Aidan G. Cumberbatch- Seres Mágicos
- Soy : Soñador
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Empleo /Ocio : Ayudante en la Protectora de animales
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