Los siete caracoles || LIBRE

Necesitaba despejarme de alguna manera, no sabía bien cómo iba a acontecer mi vida desde... bueno, desde todo básicamente. Lo que había pasado, lo que había dejado de pasar. Odiaba sentirme así. Me miré frente al espejo de casa y negué con la cabeza -¿Dónde estás Sol? Me pregunté ante mi reflejo como si aquella que veía en frente no fuera yo misma, como si no supiera qué había pasado con la vieja Sol. Suspiré sosteniendo la taza de café que me había hecho para ver si así me animaba. Siempre me había animado una buena taza de café, pero ni por esas hoy me animaba. Resoplé apartandome del espejo y dejando la taza sobre la encimera de la cocina a medias. Se acabó, debía aprovechar mi día libre y salir sin más.

Iría a nadar un rato a la playa así que subí a ponerme el bikini debajo de la ropa, cogí una toalla metiendola en un gran bolso y nada más, para nadar no necesitaba gran cosa, al menos esperaba que el agua de la playa me relajase tanto que me fuera imposible pensar. Salí de casa dando un largo paseo por el pueblo, la gente sonreía, parecía feliz ajena a los problemas, como si nadie los tuviese. Eso me ponía de peor humor la verdad, pero claro tampoco los podía culpar de que fueran felices. Suspiré optando por volver a ponerme la coraza y así sacar una gran sonrisa de dónde no la había.

En pocos minutos estaba en el puerto del pueblo. Al mirar al mar pude ver como una ola saltaba y engullía en cierto modo a una chica que llevaba un cubo el cual salió volando. Caminé rapidamente hasta acercarme a la chica y me agaché a coger el cubo. -¿Estás bien? Pregunté manteniendo la sonrisa. Podría haber sido borde, haberme reído de lo que le había pasado, pero necesitaba olvidarme un poco de todo y la compañía no me vendría nada mal.

Aprilynne miró irritada en dirección al océano, mientras se alzaba. Sentí como si su cuerpo pesara y no pudiera moverse por eso mismo. Extraño. Muy extraño. Si tuviera alas, se enfadaría por que ellas eran las que le pesaban, pero si ni siquiera tenía alas... ¿¡por qué rayos imaginaba esas tonterías!? Alas eran igual a hadas, hadas eran igual a tabú... A decir verdad, no estaba nada mal creer en las hadas. Siempre y cuando fueran tabú... Su instinto de romper las normas pudo más, al tiempo que una sonrisa se formaba en su rostro. Hacer rezongar a la alcaldesa era como un sueño, como un deseo que estuviera a punto de cumplirse.

Escuchó como alguien recogía su cubeta del suelo, y estuvo a punto de gritarle que se largara y que la dejara sola cuando se percató de que la persona que recogió su cubeta no estaba riéndose de ella. Es más, ni siquiera se estaba riendo. En cierta forma Aprilynne se sintió aliviada de que la chica no se burlara de ella, y se limitó a asentir cuando formuló su pregunta. Lo mejor era pasar desapercibida ante una desconocida. Le sonrió con amabilidad mientras tomaba la cubeta y decía:

-Eh... Muchas gracias por detener mi cubeta. Estaba recogiendo caracolas y esa ola se me vino encima y provocó que todas las caracolas cayeran al mar-dijo irritada, al tiempo que se volvía en dirección a la chica y preguntaba-. ¿Podrías ayudarme a encontrarlas, por favor?