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¡Bienvenida a casa Romi!
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¡Bienvenida a casa Romi!
Habían pasado ya varios días desde que planeó la sorpresa para animar un poco a su compañera y aunque en los días transcurridos se la viera un poco más feliz, Nathanaël quiso hacerle igualmente el regalo porque a pesar de sus diferencias, sus broncas y demás, ellos eran grandes amigos incluso podía considerarla algo así como su hermana y aunque no fuese una persona muy detallista, pensó que no estaría de más hacerle un presente. Además estaba seguro de que le gustaría y si no era así, mala suerte.
No sabía si la psicóloga había retomado su trabajo pero le había pedido que ese día no pasara consulta si no era necesario ni urgente, ya que se había hecho su planning con antelación y le molestaba tener que cambiarlo todo a última hora. Por suerte no parecía ser el caso. Después de desayunar Nathanaël le pidió a Sydney que se vendara los ojos de forma que no pudiese ver absolutamente nada. Quería mantenerla con la intriga hasta llegar al lugar. Como con los ojos vendados no podía saber dónde pisaba, el ojiazul la tomó del brazo y la condujo hasta el coche, donde la ayudó a sentarse y a ponerse el cinturón.
– No insistas, no te lo voy a decir. Es una sorpresa – decía mientras arrancaba el coche.
Podrían haber ido a la protectora de animales perfectamente andando pero como Nathanaël quería que fuese todo un misterio para su compañera decidió que cogerían el coche para llegar a su destino. Durante el trayecto hablaron de todo y de nada, ya que conversaron sobre asuntos triviales y banales con tal de que no se creara el típico momento de silencio incómodo además de que al vivir juntos y verse cada día no había muchas novedades que contarse, la verdad sea dicha.
Cuando quedaba una manzana para llegar a la protectora, Nathanaël buscó un sitio donde aparcar el coche. Se apeó del automóvil y fue a abrirle la puerta a Sydney para que también bajara del coche. La cogió nuevamente del brazo para guiarla por la calle y que no tropezara con nada al tener los ojos vendados. De vez en cuando le iba indicando la existencia de un escalón, bache o cualquier otro tipo de obstáculo para la mujer. Al cabo de unos minutos quedaron frente a la protectora, de donde provenía algún que otro ladrido por lo que Sydney ya podía comenzar a hacerse una ligera idea de lo que tenía pensado su compañero. Nathanaël abrió la puerta y se encaminó (aún del brazo de Sydney) a la zona donde estaban los animales.
- ¡Sorpresa! – exclamó quitándole la venda de los ojos expectante por la reacción de la psicóloga – Pensé que quizás una nueva mascota podría, no sé. Animarte tal vez. Has estado muy apagada estos días - Cabía la posibilidad de que Sydney no quisiera otra mascota más pero realmente a él no se le había ocurrido otra cosa para levantarle el ánimo a la mujer porque le costaba lo inimaginable todo ese tipo de cosas, al igual que el trato con otras personas, pero lo hacía con toda la intención del mundo - Pero si no quieres, no pasa nada. Yo… lo entenderé - Tan sólo habría hecho el ridículo.
No sabía si la psicóloga había retomado su trabajo pero le había pedido que ese día no pasara consulta si no era necesario ni urgente, ya que se había hecho su planning con antelación y le molestaba tener que cambiarlo todo a última hora. Por suerte no parecía ser el caso. Después de desayunar Nathanaël le pidió a Sydney que se vendara los ojos de forma que no pudiese ver absolutamente nada. Quería mantenerla con la intriga hasta llegar al lugar. Como con los ojos vendados no podía saber dónde pisaba, el ojiazul la tomó del brazo y la condujo hasta el coche, donde la ayudó a sentarse y a ponerse el cinturón.
– No insistas, no te lo voy a decir. Es una sorpresa – decía mientras arrancaba el coche.
Podrían haber ido a la protectora de animales perfectamente andando pero como Nathanaël quería que fuese todo un misterio para su compañera decidió que cogerían el coche para llegar a su destino. Durante el trayecto hablaron de todo y de nada, ya que conversaron sobre asuntos triviales y banales con tal de que no se creara el típico momento de silencio incómodo además de que al vivir juntos y verse cada día no había muchas novedades que contarse, la verdad sea dicha.
Cuando quedaba una manzana para llegar a la protectora, Nathanaël buscó un sitio donde aparcar el coche. Se apeó del automóvil y fue a abrirle la puerta a Sydney para que también bajara del coche. La cogió nuevamente del brazo para guiarla por la calle y que no tropezara con nada al tener los ojos vendados. De vez en cuando le iba indicando la existencia de un escalón, bache o cualquier otro tipo de obstáculo para la mujer. Al cabo de unos minutos quedaron frente a la protectora, de donde provenía algún que otro ladrido por lo que Sydney ya podía comenzar a hacerse una ligera idea de lo que tenía pensado su compañero. Nathanaël abrió la puerta y se encaminó (aún del brazo de Sydney) a la zona donde estaban los animales.
- ¡Sorpresa! – exclamó quitándole la venda de los ojos expectante por la reacción de la psicóloga – Pensé que quizás una nueva mascota podría, no sé. Animarte tal vez. Has estado muy apagada estos días - Cabía la posibilidad de que Sydney no quisiera otra mascota más pero realmente a él no se le había ocurrido otra cosa para levantarle el ánimo a la mujer porque le costaba lo inimaginable todo ese tipo de cosas, al igual que el trato con otras personas, pero lo hacía con toda la intención del mundo - Pero si no quieres, no pasa nada. Yo… lo entenderé - Tan sólo habría hecho el ridículo.
Nathanaël O. Holmes- Realeza
- Soy : Príncipe Adam
Mensajes : 47
Empleo /Ocio : Asesor del Sheriff
Fecha de inscripción : 29/06/2012
Re: ¡Bienvenida a casa Romi!
Cuando me había dicho que cancelará todas las citas del día a no ser que fuesen urgentes no pude menos que mirarle asombrada alzando una de las cejas. Siempre sabía cuando le pasaba algo por la cabeza a Nathanaël y esa vez no era distinto. Entrecerré los ojos como si de aquella manera pudiera ver lo que realmente tenía en mente pero mi intento fue en vano. Asentí con la cabeza y le comuniqué que no tenía nada para aquel día. El haber estado una semana fuera de órbita era lo que tenía, pero para el día siguiente no el otro ya tenía a Noah, Paula y Gary. Sí, ese chico que nunca decía nada, sesiones en las cuales me dedicaba a divagar incluso yo, aunque sabía que realmente no debía hacerlo. ¡No podía evitarlo!
- Pues tienes suerte de que Everett no me dijera anoche de quedarme... – Dejé caer con una sonrisilla en los labios antes de darle el último sorbo a la taza de café – Habría sido demasiado tentador como para negarme – Y no añadí un “Ya sabes” porque por un momento temí que se lo fuese a tomar mal. Nate era de aquellos que cambiaban de humor sin que te lo pudieras esperar o imaginar. Le mantuve la mirada unos segundos antes de levantarme y dejar la taza en la pica cuando dejó caer que me tenía que vendar los ojos – ¿Estás de coña? – Pero su mirada me dejó de forma inmediata claro que no, no se estaba quedando conmigo. – Que sepas que no me hace ni la más mínima gracia – Espeté medio en broma medio en serio mientras cogía el pañuelo que me tendía y me tapaba los ojos con el, atándomelo con un nudo en la parte de atrás de la cabeza.
Si me preguntasen en ese momento si estaba emocionada, la respuesta habría sido negativa. Me sentía insegura sin saber donde estaban las cosas y sin ver absolutamente nada, por mucho que él me estuviera guiando y me mantuviera cogida del brazo, la sensación de inseguridad me sobrepasaba. Era como si alguna vez en la vida ya hubiese sentido todo aquello, una inseguridad que podía conmigo. El problema es que aunque tenía ese deja vu no era capaz de situarlo en mi vida, en mis recuerdos – ¿Me vas a decir de que va todo esto? – Le pregunté y volví a recibir una nueva negativa. Yo que pensaba que a veces insistir te llevaba al premio final, pues al parecer en este caso me equivocaba.
Conversación banal y trival, aunque en todo el camino yo no pude evitar que en mi voz hubiese una nota de irritación. Una cosa era segura al próximo que me dijera que me tenía que vendar los ojos ya podía ser por buenas razones, porque la experiencia no me estaba gustando lo más mínimo. Lo único que podía saber con certeza en esos momentos era que Nathanaël seguía al lado mía y que el coche seguía en movimiento del mismo modo que supe en que preciso momento aparcó. No sabía a dónde me llevó hasta que oí los ladridos. Inconscientemente sonreír llevada por una emoción que nació de súbito en mi interior. Apreté ligeramente el brazo de Nathanaël al que me sujetaba y deseaba pedirle perdón por haber sido tan estúpida con aquello de la venda, pero sencillamente las palabras no salieron.
Me conocía demasiado bien así que posiblemente aquello ya se lo supusiera él solo. No era ningún necio después de todo...
Los nervios me empezaron a invadir cuando noté la puerta abrirse y cerrarse tras de nosotros y cuando noté su cercanía sabía que iba a quitarme el pañuelo de delante de los ojos. Me volví hacia él en el preciso instante en que “volví” a tener visión con una gran sonrisa plasmada en el rostro – ¿Estás de broma? – No pude evitar soltar cuando escuché sus palabras. Menuda sarta de bobadas me estaba diciendo - ¡Sabes que me encantan los animales! – Pero lo que más agradecía en ese momento sin lugar a dudas era el hecho de que se hubiese molestado, de que se hubiese percatado de lo apagada que había estado toda la semana pasada. No había preguntado el por qué, pero con aquel gesto quedaba más claro que se había preocupado por mí – ¡Oh Nate! ¡Gracias, gracias, gracias! – Exclamé emocionada y sin pararme a pensar en lo que hacía le abrace con fuerza. – ¡Pedro tendrá una compañera! ¿Puedo...? ¿El que yo quiera? – Volví a preguntar mirando primero a todos los perros que había allí y me miraban con esos ojos que conseguían que sintiera la necesidad de llevarme no a uno, sino a todos y mirando después a Nathanaël.
Sabía perfectamente que Pedro no le hacía mucho gracia.
- Pues tienes suerte de que Everett no me dijera anoche de quedarme... – Dejé caer con una sonrisilla en los labios antes de darle el último sorbo a la taza de café – Habría sido demasiado tentador como para negarme – Y no añadí un “Ya sabes” porque por un momento temí que se lo fuese a tomar mal. Nate era de aquellos que cambiaban de humor sin que te lo pudieras esperar o imaginar. Le mantuve la mirada unos segundos antes de levantarme y dejar la taza en la pica cuando dejó caer que me tenía que vendar los ojos – ¿Estás de coña? – Pero su mirada me dejó de forma inmediata claro que no, no se estaba quedando conmigo. – Que sepas que no me hace ni la más mínima gracia – Espeté medio en broma medio en serio mientras cogía el pañuelo que me tendía y me tapaba los ojos con el, atándomelo con un nudo en la parte de atrás de la cabeza.
Si me preguntasen en ese momento si estaba emocionada, la respuesta habría sido negativa. Me sentía insegura sin saber donde estaban las cosas y sin ver absolutamente nada, por mucho que él me estuviera guiando y me mantuviera cogida del brazo, la sensación de inseguridad me sobrepasaba. Era como si alguna vez en la vida ya hubiese sentido todo aquello, una inseguridad que podía conmigo. El problema es que aunque tenía ese deja vu no era capaz de situarlo en mi vida, en mis recuerdos – ¿Me vas a decir de que va todo esto? – Le pregunté y volví a recibir una nueva negativa. Yo que pensaba que a veces insistir te llevaba al premio final, pues al parecer en este caso me equivocaba.
Conversación banal y trival, aunque en todo el camino yo no pude evitar que en mi voz hubiese una nota de irritación. Una cosa era segura al próximo que me dijera que me tenía que vendar los ojos ya podía ser por buenas razones, porque la experiencia no me estaba gustando lo más mínimo. Lo único que podía saber con certeza en esos momentos era que Nathanaël seguía al lado mía y que el coche seguía en movimiento del mismo modo que supe en que preciso momento aparcó. No sabía a dónde me llevó hasta que oí los ladridos. Inconscientemente sonreír llevada por una emoción que nació de súbito en mi interior. Apreté ligeramente el brazo de Nathanaël al que me sujetaba y deseaba pedirle perdón por haber sido tan estúpida con aquello de la venda, pero sencillamente las palabras no salieron.
Me conocía demasiado bien así que posiblemente aquello ya se lo supusiera él solo. No era ningún necio después de todo...
Los nervios me empezaron a invadir cuando noté la puerta abrirse y cerrarse tras de nosotros y cuando noté su cercanía sabía que iba a quitarme el pañuelo de delante de los ojos. Me volví hacia él en el preciso instante en que “volví” a tener visión con una gran sonrisa plasmada en el rostro – ¿Estás de broma? – No pude evitar soltar cuando escuché sus palabras. Menuda sarta de bobadas me estaba diciendo - ¡Sabes que me encantan los animales! – Pero lo que más agradecía en ese momento sin lugar a dudas era el hecho de que se hubiese molestado, de que se hubiese percatado de lo apagada que había estado toda la semana pasada. No había preguntado el por qué, pero con aquel gesto quedaba más claro que se había preocupado por mí – ¡Oh Nate! ¡Gracias, gracias, gracias! – Exclamé emocionada y sin pararme a pensar en lo que hacía le abrace con fuerza. – ¡Pedro tendrá una compañera! ¿Puedo...? ¿El que yo quiera? – Volví a preguntar mirando primero a todos los perros que había allí y me miraban con esos ojos que conseguían que sintiera la necesidad de llevarme no a uno, sino a todos y mirando después a Nathanaël.
Sabía perfectamente que Pedro no le hacía mucho gracia.
Sydney J. Watson- Heroínas
- Soy : Mulan
Mensajes : 251
Empleo /Ocio : Psicóloga de baja
Localización : Storybrooke
Fecha de inscripción : 28/06/2012
Re: ¡Bienvenida a casa Romi!
Para Simone aquel era un día de trabajo como lo era cualquier otro. Su rutina diaria era dura, pero nunca le pesaba porque sabía que cada paso que daba era uno más cerca a cumplir sus sueños. Por supuesto que había días en los que sencillamente terminaba exhausta y cuando el fin de semana llegaba pocas energías le quedaban como para hacer otra cosa que no fuera pasarse el día entero en sus pijamas haciéndose la vaga. Nunca le había dado por ser la clase de chica que se alocaba en fiestas con licores y demás excesos hasta el amanecer del día siguiente, pero francamente, era que no le quedaban energías para eso. Más de una persona le había dicho que tenía que aprender a relajarse, en fin...
Ella amaba lo que hacía, y ponía en ello una pasión y una devoción como pocas veces se había visto. No le importaba el quedar cubierta de babas por todos lados o el arriesgarse al rasguño o mordida ocasional. Llegaba siempre temprano a preparar lo que se necesitara, se iba siempre tarde recogiendo, y cuando llegaba el momento de enfrentarse a las guardias nocturnas y los peores turnos siempre lo hacía de buena disposición.
Ella misma había recibido la llamada de Nathanaël Holmes avisando que irían esa tarde a adoptar un perrito de los que tenían en el refugio, y esa era la clase de llamadas que Simone recibía siempre con el mejor de los ánimos. Si ella pudiera se llevaba a todos los perros en adopción consigo a su departamento. Y a los gatos. Y al pato que tenían en recuperación con su alita rota. Hasta a la serpiente que nadie sabía bien cómo había llegado ahí pero de igual manera la cuidaban, si hasta resultaba que era simpática y hacía cosquillas con la lengua.
Justo se encontraba alimentando a los gatos cuando escuchó que alguien llegaba, y por el alboroto de ladridos suponía que eran las personas que estaba esperando. Dejó el saco de comida felina en su lugar, se limpió las manos y se acercó hacia aquella zona del refugio con una enorme sonrisa en el rostro.
- ¡Hola! - Saludó la morena que a cada paso que daba sacudía un poco el voluminoso afro que formaban sus rizos, metiendo las manos en los bolsillos de su scrub. - Ustedes deben ser Nathanaël y Sydney, ¿verdad? Si hasta ellos estaban emocionados esperándolos. - Se inclinó un poco sobre la reja que tenía a todos los perritos dentro de su zona, repleta de juguetes mordidos y mantas de varios colores. Debían de tener alrededor de 15 perros, de todos tamaños colores y mezclas de razas. Sydney no creía en el amor a primera vista, pero si le preguntaban, había algo de místico y especial en la conexión que se daba cuando mirabas a los ojos a un animalito y te decías a tí mismo: este es. - ¿Es la primera vez que adoptan? -
Ella amaba lo que hacía, y ponía en ello una pasión y una devoción como pocas veces se había visto. No le importaba el quedar cubierta de babas por todos lados o el arriesgarse al rasguño o mordida ocasional. Llegaba siempre temprano a preparar lo que se necesitara, se iba siempre tarde recogiendo, y cuando llegaba el momento de enfrentarse a las guardias nocturnas y los peores turnos siempre lo hacía de buena disposición.
Ella misma había recibido la llamada de Nathanaël Holmes avisando que irían esa tarde a adoptar un perrito de los que tenían en el refugio, y esa era la clase de llamadas que Simone recibía siempre con el mejor de los ánimos. Si ella pudiera se llevaba a todos los perros en adopción consigo a su departamento. Y a los gatos. Y al pato que tenían en recuperación con su alita rota. Hasta a la serpiente que nadie sabía bien cómo había llegado ahí pero de igual manera la cuidaban, si hasta resultaba que era simpática y hacía cosquillas con la lengua.
Justo se encontraba alimentando a los gatos cuando escuchó que alguien llegaba, y por el alboroto de ladridos suponía que eran las personas que estaba esperando. Dejó el saco de comida felina en su lugar, se limpió las manos y se acercó hacia aquella zona del refugio con una enorme sonrisa en el rostro.
- ¡Hola! - Saludó la morena que a cada paso que daba sacudía un poco el voluminoso afro que formaban sus rizos, metiendo las manos en los bolsillos de su scrub. - Ustedes deben ser Nathanaël y Sydney, ¿verdad? Si hasta ellos estaban emocionados esperándolos. - Se inclinó un poco sobre la reja que tenía a todos los perritos dentro de su zona, repleta de juguetes mordidos y mantas de varios colores. Debían de tener alrededor de 15 perros, de todos tamaños colores y mezclas de razas. Sydney no creía en el amor a primera vista, pero si le preguntaban, había algo de místico y especial en la conexión que se daba cuando mirabas a los ojos a un animalito y te decías a tí mismo: este es. - ¿Es la primera vez que adoptan? -
Simone Brendan- Chicas de Storybrooke
- Soy : Secreto!/ Veterinaria
Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 15/07/2012
Re: ¡Bienvenida a casa Romi!
A pesar de que llevaba bastante tiempo viviendo con Sydney no sabía que reacción esperarse por parte de ella y menos ahora que la mujer estaba como de bajón. Por eso cuando la vio tan emocionada y contenta no pudo evitar sonreír. Le alegraba enormemente que a la psicóloga le hubiese gustado tanto su sorpresa después de haberse estado quejando por tener que ir con los ojos vendados.
– ¡Eh! ¡Eh! Tranquilidad – dijo sin poder evitar reír un poco cuando Sydney lo abrazó y empezó a darle las gracias sin parar cual niña pequeña – El que tú quieras. Pero procura que no sea otra rata – añadió. El chihuahua no es que le desagradara del todo, pues él mismo lo sacaba a pasear y si se tumbaba junto a él en el sofá no siempre lo echaba, sin embargo cuando se ponía a ladrar era odioso. ¿Cómo un animal tan pequeño podía ladrar de esa manera? A veces parecía que fuese a romper los tímpanos de los presentes.
Nathanaël dejó que mirara a los perros pensando en que posiblemente más adelante se fuese a arrepentir por su genial idea. Aunque después de ver la cara de felicidad de Sydney supo que no lo haría. No estaban de acuerdo en muchas cosas, eran polos opuestos y muchas veces discutían pero se tenían cariño y no le gustaba verla mal.
– Así es – respondió volviéndose hacia la encargada de la protectora a la que había llamado por la mañana para decirle que se iban a pasar por la tarde para mirar de adoptar un perro – Pues no lo sé –
Jamás había tenido mascota, al menos que él recordara, y no porque no le gustaran ya que los perros no le resultaban desagradables. Así que realmente para él sí que sería la primera vez que adoptaba pero de Sydney no tenía ni idea. No sabía si a Pedro lo había comprado, encontrado en la calle, si se lo habían regalado o lo había adoptado.
– ¿Es la primera vez que adoptas? Es que el animal es para ella, un regalo – aclaró volviéndose a Simone.
Se apartó de Sydney para mirar por la reja que contenía a aquellos pobres animales sin dueño ni hogar que si por él fuera no estarían allí. Lástima que no se los pudieran llevar a todos y cada uno de ellos. Los quince perros que debían de haber ladraban y se movían de un lado a otro para llamar la atención de las tres personas. Esperaba que Sydney eligiera rápido porque sería incapaz de soportar aquellas miradas de pena.
– Oye, ¿qué te parece ese de ahí? –
– ¡Eh! ¡Eh! Tranquilidad – dijo sin poder evitar reír un poco cuando Sydney lo abrazó y empezó a darle las gracias sin parar cual niña pequeña – El que tú quieras. Pero procura que no sea otra rata – añadió. El chihuahua no es que le desagradara del todo, pues él mismo lo sacaba a pasear y si se tumbaba junto a él en el sofá no siempre lo echaba, sin embargo cuando se ponía a ladrar era odioso. ¿Cómo un animal tan pequeño podía ladrar de esa manera? A veces parecía que fuese a romper los tímpanos de los presentes.
Nathanaël dejó que mirara a los perros pensando en que posiblemente más adelante se fuese a arrepentir por su genial idea. Aunque después de ver la cara de felicidad de Sydney supo que no lo haría. No estaban de acuerdo en muchas cosas, eran polos opuestos y muchas veces discutían pero se tenían cariño y no le gustaba verla mal.
– Así es – respondió volviéndose hacia la encargada de la protectora a la que había llamado por la mañana para decirle que se iban a pasar por la tarde para mirar de adoptar un perro – Pues no lo sé –
Jamás había tenido mascota, al menos que él recordara, y no porque no le gustaran ya que los perros no le resultaban desagradables. Así que realmente para él sí que sería la primera vez que adoptaba pero de Sydney no tenía ni idea. No sabía si a Pedro lo había comprado, encontrado en la calle, si se lo habían regalado o lo había adoptado.
– ¿Es la primera vez que adoptas? Es que el animal es para ella, un regalo – aclaró volviéndose a Simone.
Se apartó de Sydney para mirar por la reja que contenía a aquellos pobres animales sin dueño ni hogar que si por él fuera no estarían allí. Lástima que no se los pudieran llevar a todos y cada uno de ellos. Los quince perros que debían de haber ladraban y se movían de un lado a otro para llamar la atención de las tres personas. Esperaba que Sydney eligiera rápido porque sería incapaz de soportar aquellas miradas de pena.
– Oye, ¿qué te parece ese de ahí? –
Nathanaël O. Holmes- Realeza
- Soy : Príncipe Adam
Mensajes : 47
Empleo /Ocio : Asesor del Sheriff
Fecha de inscripción : 29/06/2012
Re: ¡Bienvenida a casa Romi!
¿Tranquilidad? ¿Me estaba pidiendo qué me tranquilizara? ¿En serio? Debería saber que esa espontaneidad era una buena señal. Por supuesto, él sabía que yo era más espontánea e impulsiva que él, que a veces parecía meditar más las cosas. ¿Qué no fuera una rata? Arquee una ceja ligeramente molesta. Odiaba en cierto modo que llamase al pobre Pedro, rata, pero con el tiempo hasta que me había acostumbrado a que lo llamase de aquella manera.
- ¡No es ninguna rata! – Le espeté dándole un golpecito cariñoso mientras mi mirada volvía a ponerse en los perros – Es que te miran todos con esa carita… ¡Son todos tan adorables! – Acabé diciendo agarrándome nuevamente del brazo de Nathanaël, algo que siendo que llevábamos muchísimos años viviendo juntos, realmente no era demasiado extraño. Volví la vista hacia la chica que apareció en esos momentos y no pude evitar esbozar una sonrisa divertida ante la forma en la que se dirigió a nosotros. Casi parecía que le estuviese hablando a un matrimonio que estaba a punto de adoptar un bebé… Un poco más y hubiese creído que les iba a hacer el típico cuestionario con el que se procede con la adopción de un bebé.
- Sydney – Me presente con una sonrisa aún en el rostro. No creía que fuese a desaparecer en todo el día. Vale, ella ya había dicho nuestros nombres, pero realmente no estaba de más corroborarlo – No, Pedro me lo encontré por la calle hace… - ¿Cuánto? Me quedé pensando unos momentos en aquello. Recordaba haberlo encontrado y que además era un día de lluvia y me dio una pena tremenda que estuviese solo en la calle, pero si me preguntaban cuantos años hacía de aquello, no era capaz de decirlo, como si una neblina ocultase aquel dato en alguna parte de mi cabeza. – Hace unos cuantos años – Acabé respondiendo al final, por decir algo y no quedar como una amnésica, aunque en realidad me sentía como una amnésica.
Odiaba aquellas lagunas mentales que parecían agolparse en mi mente y no me dejaban recordar detalles como aquel, porque empezaba a temer en cierto modo que se intensificasen y empezara a padecer pérdida de memoria a corto plazo o algo. Eso ya si que sería un desastre. Pensaba en ello y me asustaba, le daba vueltas en la cabeza, a raíz de aquellas insistentes lagunas a las que por mucho esfuerzo que le pusiera no podía llegar, pero no había hablado de nadie de ello. Mis locuras me las guardaba para mí.
- Pues… ¿Podrías echarnos un cable? – Le pregunté a la mujer sonriéndole amablemente – Es que ya tengo a Pedro y…, claro. Debería ser uno que no vaya a llevarse mal con él o algo… No me gustaría que ninguno de los dos sufriera. – Acabe diciendo levantando la mirada hasta la chica después de haberlos observado durante unos segundos – Tú sabes mejor que nosotros como son cada uno de ellos…
Y era verdad, después de todo ella era la que trabajaba allí y la que mejor conocía a los perritos que estaban allí para acoger.
- ¡No es ninguna rata! – Le espeté dándole un golpecito cariñoso mientras mi mirada volvía a ponerse en los perros – Es que te miran todos con esa carita… ¡Son todos tan adorables! – Acabé diciendo agarrándome nuevamente del brazo de Nathanaël, algo que siendo que llevábamos muchísimos años viviendo juntos, realmente no era demasiado extraño. Volví la vista hacia la chica que apareció en esos momentos y no pude evitar esbozar una sonrisa divertida ante la forma en la que se dirigió a nosotros. Casi parecía que le estuviese hablando a un matrimonio que estaba a punto de adoptar un bebé… Un poco más y hubiese creído que les iba a hacer el típico cuestionario con el que se procede con la adopción de un bebé.
- Sydney – Me presente con una sonrisa aún en el rostro. No creía que fuese a desaparecer en todo el día. Vale, ella ya había dicho nuestros nombres, pero realmente no estaba de más corroborarlo – No, Pedro me lo encontré por la calle hace… - ¿Cuánto? Me quedé pensando unos momentos en aquello. Recordaba haberlo encontrado y que además era un día de lluvia y me dio una pena tremenda que estuviese solo en la calle, pero si me preguntaban cuantos años hacía de aquello, no era capaz de decirlo, como si una neblina ocultase aquel dato en alguna parte de mi cabeza. – Hace unos cuantos años – Acabé respondiendo al final, por decir algo y no quedar como una amnésica, aunque en realidad me sentía como una amnésica.
Odiaba aquellas lagunas mentales que parecían agolparse en mi mente y no me dejaban recordar detalles como aquel, porque empezaba a temer en cierto modo que se intensificasen y empezara a padecer pérdida de memoria a corto plazo o algo. Eso ya si que sería un desastre. Pensaba en ello y me asustaba, le daba vueltas en la cabeza, a raíz de aquellas insistentes lagunas a las que por mucho esfuerzo que le pusiera no podía llegar, pero no había hablado de nadie de ello. Mis locuras me las guardaba para mí.
- Pues… ¿Podrías echarnos un cable? – Le pregunté a la mujer sonriéndole amablemente – Es que ya tengo a Pedro y…, claro. Debería ser uno que no vaya a llevarse mal con él o algo… No me gustaría que ninguno de los dos sufriera. – Acabe diciendo levantando la mirada hasta la chica después de haberlos observado durante unos segundos – Tú sabes mejor que nosotros como son cada uno de ellos…
Y era verdad, después de todo ella era la que trabajaba allí y la que mejor conocía a los perritos que estaban allí para acoger.
Sydney J. Watson- Heroínas
- Soy : Mulan
Mensajes : 251
Empleo /Ocio : Psicóloga de baja
Localización : Storybrooke
Fecha de inscripción : 28/06/2012
Re: ¡Bienvenida a casa Romi!
Oh, así que la mascota sería un regalo para la chica. Serían muy amigos seguramente, que vamos, lo primero que había pensado al verlos llegar juntos preguntando por un perro para adoptar pues fue que eran pareja. Storybrooke era un pueblo pequeño, sí, pero no había manera de conocer a todos, absolutamente todos, sus habitantes. Más si como Simone estabas tan enfocado en el trabajo que poco tiempo te quedaba para salir a hacer vida social. Si los ratos que tenía libres terminaba tan cansada que casi siempre prefería quedarse en casa a dormir o ver televisión. La cuestión era que para ella valía la pena. Así era como más se valoraban los sueños y las metas cuando al fin las cumplías, sabiendo que te habías esforzado al máximo y que te lo habías ganado a pulso.
Miro a Sydney puesto que ella era la que iba a escoger. Tomó nota mental de que ya tenía un perro, y es que ese detalle había que tenerlo muy en cuenta antes de llevar una nueva mascota a un hogar donde ya había una que se creyera ama y señora del lugar. Un perro de carácter temperamental y territorial no iba a llevarse muy bien con recién llegados, tampoco uno nervioso y asustadizo. Siempre le había parecido una locura como había que sostenía que los animales no tenían sentimientos, ¡como podían decir eso si hasta personalidad propia tenían!
- Oh, que lo encontraste perdido. Pues Pedro tuvo suerte de que lo encontrar a alguien que se preocupe tanto por él. La verdad es que tenemos suerte, como Storybrooke no es muy grande no solemos encontrar demasiados perros extraviados. - ¡Y menos mal! Si fueran muchos entonces no tendrían los recursos para cuidarlos a todos y entonces tendrían que adoptar políticas como las de las grandes ciudades… y vaya que lo que más odiaba Simone era tener que poner a uno a dormir. Trataba por todos los medios que tuviera evitar tener que llegar a ese punto, pero desgraciadamente todas las profesiones tenían su lado amargo.
- ¡Sí, claro que sí! Pasen, yo les presento a los muchachos. – Sonriendo bastante animada les abrió la puertecilla para que pudieran pasar y llevarlos a recorrer los kennels de los perros que tenían. Era necesario tenerlos tras rejas y separados para tenerlos más seguros. No solo por lo que había dicho sobre sus caracteres, sino que a veces llegaban animales muy lastimados que estaban alterados y predecir cómo reaccionarían a cualquier cosa era imposible.
- ¿Qué raza y qué edad tiene Pedro? Si es un perro adulto tal vez lo mejor sería escoger un cachorro, aunque sí es muy nervioso mejor uno con carácter más dócil. No hay que poner a prueba su paciencia poniéndolo a aguantar a niños hiperactivos mordiéndole las orejas y el rabo todo el día. – Los acercó hacia donde los perros más jóvenes que apenas verlos venir ya se desvivían dando saltos y ladrando inquietos para llamar su atención, todos con la lengua de fuera y meneando el rabito emocionados a más no poder. – Tenemos también un par que son más mayorcitos y son los más dulces que se puedan imaginar. – Les señaló entonces hacia una cruza de labrador con poodle y un pastor alemán. – Esos de aquí, son Wheezer y Romi. - Claro, que ellos le ponían nombre a cada uno para poder identificarlos.
Miro a Sydney puesto que ella era la que iba a escoger. Tomó nota mental de que ya tenía un perro, y es que ese detalle había que tenerlo muy en cuenta antes de llevar una nueva mascota a un hogar donde ya había una que se creyera ama y señora del lugar. Un perro de carácter temperamental y territorial no iba a llevarse muy bien con recién llegados, tampoco uno nervioso y asustadizo. Siempre le había parecido una locura como había que sostenía que los animales no tenían sentimientos, ¡como podían decir eso si hasta personalidad propia tenían!
- Oh, que lo encontraste perdido. Pues Pedro tuvo suerte de que lo encontrar a alguien que se preocupe tanto por él. La verdad es que tenemos suerte, como Storybrooke no es muy grande no solemos encontrar demasiados perros extraviados. - ¡Y menos mal! Si fueran muchos entonces no tendrían los recursos para cuidarlos a todos y entonces tendrían que adoptar políticas como las de las grandes ciudades… y vaya que lo que más odiaba Simone era tener que poner a uno a dormir. Trataba por todos los medios que tuviera evitar tener que llegar a ese punto, pero desgraciadamente todas las profesiones tenían su lado amargo.
- ¡Sí, claro que sí! Pasen, yo les presento a los muchachos. – Sonriendo bastante animada les abrió la puertecilla para que pudieran pasar y llevarlos a recorrer los kennels de los perros que tenían. Era necesario tenerlos tras rejas y separados para tenerlos más seguros. No solo por lo que había dicho sobre sus caracteres, sino que a veces llegaban animales muy lastimados que estaban alterados y predecir cómo reaccionarían a cualquier cosa era imposible.
- ¿Qué raza y qué edad tiene Pedro? Si es un perro adulto tal vez lo mejor sería escoger un cachorro, aunque sí es muy nervioso mejor uno con carácter más dócil. No hay que poner a prueba su paciencia poniéndolo a aguantar a niños hiperactivos mordiéndole las orejas y el rabo todo el día. – Los acercó hacia donde los perros más jóvenes que apenas verlos venir ya se desvivían dando saltos y ladrando inquietos para llamar su atención, todos con la lengua de fuera y meneando el rabito emocionados a más no poder. – Tenemos también un par que son más mayorcitos y son los más dulces que se puedan imaginar. – Les señaló entonces hacia una cruza de labrador con poodle y un pastor alemán. – Esos de aquí, son Wheezer y Romi. - Claro, que ellos le ponían nombre a cada uno para poder identificarlos.
Simone Brendan- Chicas de Storybrooke
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Re: ¡Bienvenida a casa Romi!
¡Por supuesto que era una rata! Enano, casi sin pelo, ojos saltones, resumiendo: una rata. Al principio denominaba así al perro de Sydney cuando le molestaba o irritaba pero últimamente era una forma más bien cariñosa de dirigirse al animal aunque para quien le escuchara pensaría que era de manera despectiva y él tampoco es que lo fuera a negar porque cada uno podía pensar o creer lo que le diese la real gana sin tener él que explicarles cosas que no había necesidad de explicar.
Mientras las mujeres se ponían al día acerca de si Pedro era adoptado, comprado o encontrado Nathanaël miraba los perros que había en la protectora en esperaba de que personas con buen corazón los acogiera en su hogar. ¿Cuánto más iban a hablar? El ojiazul, que jamás había adoptado un animal, creyó que aquello sería llegar, ver un perro y listo por eso señaló uno de todos pero Sydney le ignoró haciendo que frunciera el cejo unos segundos. Sin embargo, se recordó que él mismo había dicho que ella debía elegir porque el perro sería para ella así que si la psicóloga quería pedirle consejo a la veterinaria él restaría callado sin hacer comentario alguno como había hecho hacía escasos segundos cuando la morena comentó que no le gustaría que ninguno de los animales saliera sufriendo. Nathanaël se mordió la lengua para no decir que el que acabaría sufriendo de todos en la casa era él. Todo fuera por ver feliz a su compañera.
– ¿¡Niños!? – exclamó mirando alarmado a Simone y luego a Sydney– Nosotros no... no tenemos niños. No somos pareja – ¿De dónde se había sacado esa idea tan descabellada? Sólo de pensar en la palabra niños le recorría un escalofrío. Si no soportaba a los adultos, a los niños todavía menos. Y luego, ¿con Sydney? No, desde luego que no.
Nathanaël atravesó la puertecilla que les habían abierto siguiendo a la psicóloga para ver mejor a los animales que allí cuidaban. Primero les enseñaron los más jóvenes, los cuales parecían competir para llamar su atención entre ladridos y saltos. Esperaba que ahora Sydney no quisiera más de uno, no porque a él le desagradaran sino más bien porque tampoco es que pudiesen llenar la casa de perros por muy cruel que pudiese sonar y es que, después de todo, la vida era triste incluso para aquellos animalillos.
– ¿Todos son extraviados? – preguntó antes de que les señalara otros dos perros que según dijo Simone eran más mayorcitos que los que acababan de ver. Uno de ellos era claramente una mezcla, tan mezcla que si le preguntaban no sabría decir qué razas habían dado lugar ese cruce. El otro sin embargo no era una mezcla y si lo era no se notaba demasiado porque a simple vista uno se daba cuenta de que se trataba de un Pastor Alemán, uno de sus favoritos.
– ¿Viste alguno que te haya enamorado? –
Nathanaël se quedó mirando a Sydney a la espera de su veredicto pese a que no era muy paciente, pero no iba a hostigarla ni a meterle prisas para que tomara una decisión porque aunque solamente se tratara de un animal, no era algo que se pudiese tomar a la ligera.
Mientras las mujeres se ponían al día acerca de si Pedro era adoptado, comprado o encontrado Nathanaël miraba los perros que había en la protectora en esperaba de que personas con buen corazón los acogiera en su hogar. ¿Cuánto más iban a hablar? El ojiazul, que jamás había adoptado un animal, creyó que aquello sería llegar, ver un perro y listo por eso señaló uno de todos pero Sydney le ignoró haciendo que frunciera el cejo unos segundos. Sin embargo, se recordó que él mismo había dicho que ella debía elegir porque el perro sería para ella así que si la psicóloga quería pedirle consejo a la veterinaria él restaría callado sin hacer comentario alguno como había hecho hacía escasos segundos cuando la morena comentó que no le gustaría que ninguno de los animales saliera sufriendo. Nathanaël se mordió la lengua para no decir que el que acabaría sufriendo de todos en la casa era él. Todo fuera por ver feliz a su compañera.
– ¿¡Niños!? – exclamó mirando alarmado a Simone y luego a Sydney– Nosotros no... no tenemos niños. No somos pareja – ¿De dónde se había sacado esa idea tan descabellada? Sólo de pensar en la palabra niños le recorría un escalofrío. Si no soportaba a los adultos, a los niños todavía menos. Y luego, ¿con Sydney? No, desde luego que no.
Nathanaël atravesó la puertecilla que les habían abierto siguiendo a la psicóloga para ver mejor a los animales que allí cuidaban. Primero les enseñaron los más jóvenes, los cuales parecían competir para llamar su atención entre ladridos y saltos. Esperaba que ahora Sydney no quisiera más de uno, no porque a él le desagradaran sino más bien porque tampoco es que pudiesen llenar la casa de perros por muy cruel que pudiese sonar y es que, después de todo, la vida era triste incluso para aquellos animalillos.
– ¿Todos son extraviados? – preguntó antes de que les señalara otros dos perros que según dijo Simone eran más mayorcitos que los que acababan de ver. Uno de ellos era claramente una mezcla, tan mezcla que si le preguntaban no sabría decir qué razas habían dado lugar ese cruce. El otro sin embargo no era una mezcla y si lo era no se notaba demasiado porque a simple vista uno se daba cuenta de que se trataba de un Pastor Alemán, uno de sus favoritos.
– ¿Viste alguno que te haya enamorado? –
Nathanaël se quedó mirando a Sydney a la espera de su veredicto pese a que no era muy paciente, pero no iba a hostigarla ni a meterle prisas para que tomara una decisión porque aunque solamente se tratara de un animal, no era algo que se pudiese tomar a la ligera.
Nathanaël O. Holmes- Realeza
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Re: ¡Bienvenida a casa Romi!
¡Pues claro que había tenido suerte! No quería ni pararme a pensar en que hubiese pasado con el pobre animal de no haberlo acogido en casa, por mucho que Nathanaël hubiese estado protestando (o eso al menos recordaba yo). También opinaba igual que la muchacha en aquello de que era una suerte que Storybrooke fuese pequeño y no hubiera demasiados perros extraviados.
Seguí a la muchacha a través de la puertecilla recorriendo los kennels donde se encontraban los animalillos y vaya que se me encogía el corazón cuando los veía a todos allí y me entraban ganas de llevármelos a todos, incluso más que al entrar en aquel lugar. Era lo malo de que a una persona le gustaran tanto los animales, éramos incapaces de verlos allí y no tener el impulso de llevárnoslos todos. – Pues…, no sé que edad tiene exactamente – Me llevé una mano a la nuca mientras meditaba sobre ello y es que ni siquiera me lo había preguntado alguna vez, pero debía de ser mayor, la verdad – Es un chihuahua. – Me quedé unos segundos parada y pasé mi mirada de la joven afro a Nate que parecía alarmado y no pude evitar soltar una carcajada – ¡Ni le hagas caso! ¡Es un exagerado! – Bromeé mientras intentaba no reírme demasiado no fuera a ser que al final se cabreara conmigo. – Aunque razón tiene, no somos pareja. – Aclaré en el último momento, aunque tampoco es que me extrañara demasiado que lo pensaran.
Como bien decía Everett, vivíamos en un pueblo donde los chismes eran una especie de pasatiempo, por lo que el hecho de chico y chica se fueran a vivir juntos, siempre suscitaba ese tipo de rumores. Yo hasta se podría decir que me había acostumbrado y se me antojaba gracioso ahora que realmente tenía pareja. De todos modos, dejando de lado eso, entendía a que se refería la joven y no pude evitar sonreírle ligeramente.
Paseé la mirada por los perritos que nos iba señalando hasta que señalo a dos que eran más mayorcitos. Esbocé una sonrisa mientras pasaba la mirada entre los dos perros casi decidida y oía la pregunta que hacía Nate a la muchacha. Sí, posiblemente todos fueran extraviados o incluso abandonados, se me encogía el corazón cuando pensaba en aquello, sobretodo por alguna razón en el abandono. Era como si algo dentro de mí supiera que era sentir ese tipo de abandono, que te dejen tirado en medio de la nada y completamente a tu suerte. ¿Cómo lo sabía? A saber…, había tantas cosas de mí misma que a veces me cuestionaba que había llegado un momento en que simplemente aceptaba aquellas cosas extrañas sin explicación con tal de no acabar volviéndome loca.
Mis ojos marrones se encontraron con los azules de Nate cuando me hizo aquella pregunta y esbocé una amplía sonrisa mientras señalaba a la que Simone nos había introducido como Romi – Pues creo que Romi… ¿qué te parece a ti? – Pregunté y es que aunque el regalo era para mí, quería que por una vez en la vida estuviésemos mínimamente de acuerdo en algo.
Seguí a la muchacha a través de la puertecilla recorriendo los kennels donde se encontraban los animalillos y vaya que se me encogía el corazón cuando los veía a todos allí y me entraban ganas de llevármelos a todos, incluso más que al entrar en aquel lugar. Era lo malo de que a una persona le gustaran tanto los animales, éramos incapaces de verlos allí y no tener el impulso de llevárnoslos todos. – Pues…, no sé que edad tiene exactamente – Me llevé una mano a la nuca mientras meditaba sobre ello y es que ni siquiera me lo había preguntado alguna vez, pero debía de ser mayor, la verdad – Es un chihuahua. – Me quedé unos segundos parada y pasé mi mirada de la joven afro a Nate que parecía alarmado y no pude evitar soltar una carcajada – ¡Ni le hagas caso! ¡Es un exagerado! – Bromeé mientras intentaba no reírme demasiado no fuera a ser que al final se cabreara conmigo. – Aunque razón tiene, no somos pareja. – Aclaré en el último momento, aunque tampoco es que me extrañara demasiado que lo pensaran.
Como bien decía Everett, vivíamos en un pueblo donde los chismes eran una especie de pasatiempo, por lo que el hecho de chico y chica se fueran a vivir juntos, siempre suscitaba ese tipo de rumores. Yo hasta se podría decir que me había acostumbrado y se me antojaba gracioso ahora que realmente tenía pareja. De todos modos, dejando de lado eso, entendía a que se refería la joven y no pude evitar sonreírle ligeramente.
Paseé la mirada por los perritos que nos iba señalando hasta que señalo a dos que eran más mayorcitos. Esbocé una sonrisa mientras pasaba la mirada entre los dos perros casi decidida y oía la pregunta que hacía Nate a la muchacha. Sí, posiblemente todos fueran extraviados o incluso abandonados, se me encogía el corazón cuando pensaba en aquello, sobretodo por alguna razón en el abandono. Era como si algo dentro de mí supiera que era sentir ese tipo de abandono, que te dejen tirado en medio de la nada y completamente a tu suerte. ¿Cómo lo sabía? A saber…, había tantas cosas de mí misma que a veces me cuestionaba que había llegado un momento en que simplemente aceptaba aquellas cosas extrañas sin explicación con tal de no acabar volviéndome loca.
Mis ojos marrones se encontraron con los azules de Nate cuando me hizo aquella pregunta y esbocé una amplía sonrisa mientras señalaba a la que Simone nos había introducido como Romi – Pues creo que Romi… ¿qué te parece a ti? – Pregunté y es que aunque el regalo era para mí, quería que por una vez en la vida estuviésemos mínimamente de acuerdo en algo.
Sydney J. Watson- Heroínas
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Re: ¡Bienvenida a casa Romi!
Tuvo que morderse la lengua y hacer uso de todo su autocontrol para no estallar en carcajadas cuando el chico reaccionaba a la palabra "niños" como si su sola mención le fuera a provocar hurticaria. Sydney reaccionaba de una manera más abierta, tomándolo con humor una risa abierta, y es que vamos, a Simone la reacción del muchacho de ojos azules había sido de lo más curiosa. - Disculpen, fue mi error. - Le contestó a Nathanaél ligeramente avergonzada pero sin perder la sonrisa del rostro. Igual y había sido culpa suya por no expresarse bien. Por costumbre y una especie de chiste interno entre el personal de la Veterinaria a los cachorros les llamaban niños. Economía del lenguaje, vamos, que era más corto decir "voy a ver a lo niños" que "voy a revisar las jaulas de los cachorros". Y si Pedro era un perro adulto llevarle un cachorrito hiperactivo que estuviera encima de él mordisquéandolo y reclamándole atención todo el día tal vez no fuera lo mejor en cuanto a cuestiones compatibilidad. Además le decían que Pedro era un chihuaha y esa raza en especial era demasiado nerviosa.
Asintió levemente cuando le preguntaron si todo los animales a los que daban refugio en la Protectora estaban extraviados. La triste realidad era que sí. Cuando tenían suerte se trataba de algún travieso explorador que se había salido por debajo del cerco del patio y se había perdido. Pero a veces encontraban animales en un estado realmente deplorable, desnutridos hasta los huesos o con señales de maltrato. Aún y en Storybrooke, con lo tranquilo que era, se podía encontrar gente realmente malvada.
- Sí. Cuando los recibimos y encontramos que ya tienen implantado un microchip de identificación solo tenemos que escanearlo y podemos acceder a los datos el dueño en la base de datos, pero no todos acostumbran hacer eso con sus mascotas. - Ahí ellos lo hacían, lo recomendaban vehementemente y trataban de concientizar a la gente de ello, pero no podían obligar a nadie hacerlo, ya que además implicaba un costo extra. Claro que para Simone más que un gasto se trataba de una inversión pensando en el bienestar del animal. - Si después de una semana de llegar a la Protectora nadie viene a reclamarlos, los ingresamos al programa de adopción. -
Parecía que ambos tenían ya un consentido en la mira, lo que hizo que Simone sonriera. Mientras ellos se ponían de acuerdo ella se acercó a la jaula, llamó a Romi para que se acercara y abrió la puerta para que pudiera salir. La mantuvo sujeta por su collar al acercarse de nuevo a los dos amigos, pues teniendo la oportunidad de conocer a la perra seguro les ayudaría a decidirse mejor.
- Siéntate Romi y saluda. - Le dijo a la perra que al acto se sentó y alzó una de sus enormes patas. Cuando tenía ratos libres a Simone le gustaba enseñarles un par de trucos. Se requería de mucha paciencia y perseverancia, pero un perro bien portado era uno con mayores posibilidades de ser adoptado. Con las órdenes básicas como sentarse, quedarse quieto y avisar cuando necesitaba evacuar ya llevaban por mucho las de ganar.
Asintió levemente cuando le preguntaron si todo los animales a los que daban refugio en la Protectora estaban extraviados. La triste realidad era que sí. Cuando tenían suerte se trataba de algún travieso explorador que se había salido por debajo del cerco del patio y se había perdido. Pero a veces encontraban animales en un estado realmente deplorable, desnutridos hasta los huesos o con señales de maltrato. Aún y en Storybrooke, con lo tranquilo que era, se podía encontrar gente realmente malvada.
- Sí. Cuando los recibimos y encontramos que ya tienen implantado un microchip de identificación solo tenemos que escanearlo y podemos acceder a los datos el dueño en la base de datos, pero no todos acostumbran hacer eso con sus mascotas. - Ahí ellos lo hacían, lo recomendaban vehementemente y trataban de concientizar a la gente de ello, pero no podían obligar a nadie hacerlo, ya que además implicaba un costo extra. Claro que para Simone más que un gasto se trataba de una inversión pensando en el bienestar del animal. - Si después de una semana de llegar a la Protectora nadie viene a reclamarlos, los ingresamos al programa de adopción. -
Parecía que ambos tenían ya un consentido en la mira, lo que hizo que Simone sonriera. Mientras ellos se ponían de acuerdo ella se acercó a la jaula, llamó a Romi para que se acercara y abrió la puerta para que pudiera salir. La mantuvo sujeta por su collar al acercarse de nuevo a los dos amigos, pues teniendo la oportunidad de conocer a la perra seguro les ayudaría a decidirse mejor.
- Siéntate Romi y saluda. - Le dijo a la perra que al acto se sentó y alzó una de sus enormes patas. Cuando tenía ratos libres a Simone le gustaba enseñarles un par de trucos. Se requería de mucha paciencia y perseverancia, pero un perro bien portado era uno con mayores posibilidades de ser adoptado. Con las órdenes básicas como sentarse, quedarse quieto y avisar cuando necesitaba evacuar ya llevaban por mucho las de ganar.
Simone Brendan- Chicas de Storybrooke
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Fecha de inscripción : 15/07/2012
Re: ¡Bienvenida a casa Romi!
¿Él? ¿Él era una exagerado? Nathanaël no podía creerse que su compañera dijera eso cuando no había sido culpa suya que la responsable de la clínica veterinaria (y ya de paso de la protectora) no se hubiese expresado con claridad. ¿Cómo iba a saber él que con niños se estaba refiriendo a cachorros? Porque ¿quién le decía niño a un perro? Que alguien se lo explicara porque no le cabía en la cabeza por mucho que Sydney se echara a reír como si fuese lo más obvio del mundo. Por suerte la veterinaria no se unió a las risas de la asiática e incluso se disculpó por su fallo. ¡Menos mal! – No te preocupes, todo el mundo se equivoca – Le respondió. Porque sí, Nathanaël seguía pensando que la confusión que le había ocasionado era fallo de ella y Sydney podía reírse todo lo que le diera la gana pero él sabía que llevaba razón.
Dejando atrás el comentario de los niños, los perros y la aclaración de que no eran pareja, la veterinaria les explicaba que, en efecto, la gran mayoría de los animales que les llegaban eran animales que se habían perdido pero que al llevar el chip eso les permitía hallar los datos sobre los dueños y hacía posible que pudieran contactar con ellos. El ojiazul la escuchaba con atención sin llegar a comprender cómo a alguien se le podía extraviar su mascota. Él por ejemplo tenía el cuidado de no despistarse cuando sacaba a pasear al chihuahua de Sydney además de que siempre lo llevaba con la correa puesta y cuando entraba o salía de casa siempre se cercioraba de que el diminuto animal no se le escapara. ¿Tanto costaba ser un poco responsable? Si uno acogía un animal en casa debía tener claro el compromiso que tenía para con el animal porque aunque fuera solo eso, un animal, su bienestar estaba bajo tu responsabilidad.
– ¿Desde cuándo están ellos dos esperando que alguien los adopte? – Los últimos dos perros que les habían enseñado parecían muy simpáticos. En realidad todos debían de ser agradecidos con las personas que los acogieran en sus casas, ya que a diferencia de las personas los animales eran mucho más leales y honrados. No podían compararse. Desde luego que no.
Cuando le preguntó a su compañera si ya se había decidido por un animal ésta no tardó en responder que creía que Romi era la elegida. Pero aún había más. Le preguntó qué le parecía a él esa elección. Esa pregunta tenía truco. Siempre que una mujer preguntaba la opinión del hombre luego se decantaba por la contraria a la de éste. A ellos ya les había pasado en más de una ocasión y eso siempre le había sacado de quicio. ¿Por qué molestarse en preguntar si luego hacían lo que les venía en gana? Y mientras él intentaba descifrar la enigmática pregunta Simone ordenó al perro que saludara. Nathanaël se puso de cuclillas frente al animal para tomarle la pata que había tendido a modo de saludo yal y como le había dicho que hiciera la veterinaria y luego le acarició tras las orejas – Parece que le has caído bien y a ti te gusta ella – Terminó por decir. Así si luego el pastor alemán resultaba ser un desastre siempre podría decirle a Sydney que había sido elección suya – ¿Qué dices Romi? ¿Te quieres venir a casa con Sydney? –
Dejando atrás el comentario de los niños, los perros y la aclaración de que no eran pareja, la veterinaria les explicaba que, en efecto, la gran mayoría de los animales que les llegaban eran animales que se habían perdido pero que al llevar el chip eso les permitía hallar los datos sobre los dueños y hacía posible que pudieran contactar con ellos. El ojiazul la escuchaba con atención sin llegar a comprender cómo a alguien se le podía extraviar su mascota. Él por ejemplo tenía el cuidado de no despistarse cuando sacaba a pasear al chihuahua de Sydney además de que siempre lo llevaba con la correa puesta y cuando entraba o salía de casa siempre se cercioraba de que el diminuto animal no se le escapara. ¿Tanto costaba ser un poco responsable? Si uno acogía un animal en casa debía tener claro el compromiso que tenía para con el animal porque aunque fuera solo eso, un animal, su bienestar estaba bajo tu responsabilidad.
– ¿Desde cuándo están ellos dos esperando que alguien los adopte? – Los últimos dos perros que les habían enseñado parecían muy simpáticos. En realidad todos debían de ser agradecidos con las personas que los acogieran en sus casas, ya que a diferencia de las personas los animales eran mucho más leales y honrados. No podían compararse. Desde luego que no.
Cuando le preguntó a su compañera si ya se había decidido por un animal ésta no tardó en responder que creía que Romi era la elegida. Pero aún había más. Le preguntó qué le parecía a él esa elección. Esa pregunta tenía truco. Siempre que una mujer preguntaba la opinión del hombre luego se decantaba por la contraria a la de éste. A ellos ya les había pasado en más de una ocasión y eso siempre le había sacado de quicio. ¿Por qué molestarse en preguntar si luego hacían lo que les venía en gana? Y mientras él intentaba descifrar la enigmática pregunta Simone ordenó al perro que saludara. Nathanaël se puso de cuclillas frente al animal para tomarle la pata que había tendido a modo de saludo yal y como le había dicho que hiciera la veterinaria y luego le acarició tras las orejas – Parece que le has caído bien y a ti te gusta ella – Terminó por decir. Así si luego el pastor alemán resultaba ser un desastre siempre podría decirle a Sydney que había sido elección suya – ¿Qué dices Romi? ¿Te quieres venir a casa con Sydney? –
Nathanaël O. Holmes- Realeza
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Fecha de inscripción : 29/06/2012
Re: ¡Bienvenida a casa Romi!
Escuché las palabras de la joven veterinaria con atención. Llevaba muchos años con Pedro, incluso desde antes de llegar a Storybrooke donde mi mente estaba ligeramente en blanco. De lo que estaba segura es de que el animal había estado conmigo ya antes de llegar al pueblo y de que nunca sería tan irresponsable (no me venía otro calificativo más adecuado a la cabeza) como para dejar que se me escapara de la vista un segundo y eso que era pequeño y se podía escabullir con mayor facilidad que otros perros de raza grande y que aún así escapaban de sus dueños. Increíble.
Por supuesto yo también le había implantado el famoso microchip a Pedro, porque nunca se sabía y a pesar de todo se me podía perder. De todos modos me abstuve de preguntar que pasaba si estaban mucho tiempo en el programa de adopción, pues es bien sabido que cuánto mayores son los perros más difícil es que alguien los quiera adoptar. Una soberana estupidez en mi opinión, puesto que mucha gente cogía cachorros y cuando crecían los dejaban en una cuneta igual. ¿Qué diferencia hay? Miré unos segundos a Nate cuando le hizo aquella pregunta a la chica y aunque yo también sentía cierta curiosidad mis ojos se volvieron hacia los dos animales que nos había presentado la chica.
La seguí luego a ella con la mirada cuando se acercó a la jaula y llamó a Romi, por la que prácticamente se habían decantado los dos, porque el silencio de Nathanaël me indicaba aquello aunque claro, yo siempre acababa llevándole la contraria y haciendo lo que me venía en gana. Ese pensamiento me hizo sonreír divertida al tiempo que venía acercarse al animal y a su compañero de piso ponerse cuclillas frente a él y “saludarle”. – ¿Tú crees? – Le preguntó mientras yo misma también me ponía de cuclillas frente a Romi y le tomaba la pata unos segundos, esbozando una sonrisa para luego aventurarme y acariciarle unos segundos la cabeza y detrás de las orejas, su respuesta a esas caricias hizo que la sonrisa en mi rostro se ensanchara – Yo creo que sí quiere venir con nosotros – Y había dicho “nosotros” porque aunque el regalo fuera para ella iba a estar en una casa que compartían, así que sería de los dos. – ¿Tenemos que llevar a cabo algún tipo de trámite? – Pregunté entonces alzando la mirada a la muchacha, porque si, después de todo era algo que ya estaba decidido.
Incluso parecía que le había caído bien Nathanaël que últimamente estaba más asocial de lo que ya era por sí y me preocupaba al tiempo que me daba curiosidad, pero tenía mucho tiempo para asaltarle y hacerle hablar y sabía perfectamente los métodos que tenía que seguir para conseguirlo.
Por supuesto yo también le había implantado el famoso microchip a Pedro, porque nunca se sabía y a pesar de todo se me podía perder. De todos modos me abstuve de preguntar que pasaba si estaban mucho tiempo en el programa de adopción, pues es bien sabido que cuánto mayores son los perros más difícil es que alguien los quiera adoptar. Una soberana estupidez en mi opinión, puesto que mucha gente cogía cachorros y cuando crecían los dejaban en una cuneta igual. ¿Qué diferencia hay? Miré unos segundos a Nate cuando le hizo aquella pregunta a la chica y aunque yo también sentía cierta curiosidad mis ojos se volvieron hacia los dos animales que nos había presentado la chica.
La seguí luego a ella con la mirada cuando se acercó a la jaula y llamó a Romi, por la que prácticamente se habían decantado los dos, porque el silencio de Nathanaël me indicaba aquello aunque claro, yo siempre acababa llevándole la contraria y haciendo lo que me venía en gana. Ese pensamiento me hizo sonreír divertida al tiempo que venía acercarse al animal y a su compañero de piso ponerse cuclillas frente a él y “saludarle”. – ¿Tú crees? – Le preguntó mientras yo misma también me ponía de cuclillas frente a Romi y le tomaba la pata unos segundos, esbozando una sonrisa para luego aventurarme y acariciarle unos segundos la cabeza y detrás de las orejas, su respuesta a esas caricias hizo que la sonrisa en mi rostro se ensanchara – Yo creo que sí quiere venir con nosotros – Y había dicho “nosotros” porque aunque el regalo fuera para ella iba a estar en una casa que compartían, así que sería de los dos. – ¿Tenemos que llevar a cabo algún tipo de trámite? – Pregunté entonces alzando la mirada a la muchacha, porque si, después de todo era algo que ya estaba decidido.
Incluso parecía que le había caído bien Nathanaël que últimamente estaba más asocial de lo que ya era por sí y me preocupaba al tiempo que me daba curiosidad, pero tenía mucho tiempo para asaltarle y hacerle hablar y sabía perfectamente los métodos que tenía que seguir para conseguirlo.
Sydney J. Watson- Heroínas
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